domingo, 21 de octubre de 2018

First Man

Me llevo a los chavales a ver First Man, de Neil Armstrong y Damien Chazelle; buena película pero más centrada casi en las patologías emocionales del astronauta que en la épica memorable del primer viaje. Para ser la primera película sobre el Apolo 11, es extrañamente tardía y descentrada de lo principal. Extraña (extraña que no sea la película número veinte sobre el tema, cosa que sería comprensible), pero no es una opción desacertada, acaba siendo más redondeada—aunque al corriente de la gente nos interese menos en realidad Neil Armstrong que la hazaña en sí, que no deja de ser un empeño colectivo. También enfatizan lo colectivo de la experiencia: una proeza televisiva y radiofónica con un récord de cientos de millones de espectadores, hace 50 años. Yo era uno de ellos, madrugando o trasnochando a altas horas de la madrugada, para ver las imágenes que he tardado demasiado en volver a ver, apenas ficcionalizadas.




En aquellos años 60, hasta los pequeñajos seguíamos la carrera espacial con más interés del que hoy se tiene ni del que se ha tenido desde entonces. Aún recuerdo el lento avance de la gigantesca plataforma sobre orugas llevando el Saturno V (el "Apolo", lo llamábamos) hasta la torre de lanzamiento; la extraña frustración que nos produjo el Apolo 8, que fue a la luna, la rodeó y volvió ("pues ya que estaban allí, ¿por qué no bajaron?" y demás)...   Aquel año coleccionábamos cromos de 2001: Una odisea del espacio (a la que hay algún homenaje aquí), y aunque el año 2001 nos parecía mucho más remoto que la Luna, a la vez se nos cruzaban un poco esos astronautas con los del programa Apolo. La película comienza el año en que yo nací, con un vuelo en X-15, el increíble reactor que ya por entonces superaba los 7.000 kilómetros por hora en vuelo suborbital. Y un X-15 de juguete tenía yo de pequeño, allá por los años del Apolo, ahora me acuerdo. (El "Nasa", lo llamábamos).

Hoy el 2001 vuelve a estar mucho más lejos que la Luna. Pero los que crecimos con la era de los astronautas ya nos hemos quedado para siempre con una extraña sensación de estar con un pie en el futuro. Y ya no saldremos de allí, pues para nosotros al menos el años dos mil y el siglo XXI siempre serán, en cierto modo, el futuro, y la luna siempre está aún por alcanzar. 

"Esta parte es toda mentira", murmuraban unos millennials de la fila de atrás, habiendo digerido mal el documental spoof Opération Lune. Pero es un mal muy extendido. Tengo un sobrino que ahora está en la NASA, pero la última vez que hablé con él sobre estas cosas aún no se creía lo del alunizaje, y participaba más de la teoría de la conspiración. También eso es un signo de la Era del Ciberespacio que vino a sustituir a la Era Espacial—ya no sabemos dónde acaba la ficción y dónde empieza la realidad.

Lo más extraño e inexplicable de todo esto: que la primera película sobre los Apolo haya tenido que esperar cincuenta años o más. Si descontamos la del Apolo XIII, celebración de un fracaso. Y la del documental sobre Kubrick—no me digan que no es raro pasar a la parodia antes que a la épica, y saltarse ésta para presentarla como drama psicológico; es algo que desafía todas las lógicas y dialécticas de la evolución de los géneros. También es, sin duda, un síntoma de nuestros tiempos out of joint.



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