miércoles, 18 de julio de 2018

Retropost (18 de julio de 2008): Refutación de la vanidad



O: Hegel y el egotismo intelectual. Siempre me llamó la atención en el sistema filosófico de Hegel su lado megalómano.  Es un proyecto intelectual ciertamente ambicioso e interesante, el de ver todas las producciones intelectuales y culturales del ser humano como un gigantesco proceso necesario, en el que las fases anteriores son imperfectas realizaciones del conocimiento, y éste sólo llega a su culminación al final de la historia. Representa un paso conceptual crucial, el ver otros sistemas, religiones, ideologías, etc., no como errores sino como fases necesarias del desarrollo espiritual, que sin embargo han de ser superados en el proceso de un conocimiento más totalizante. Abre una vía muy interesante esta concepción para una teoría evolucionaria o emergentista de la cultura y la consciencia—ciertamente ya muy trabajada en Vico—en el que una fase avanzada de la cultura o del conocimiento no puede surgir de modo gratuito sino siempre "a hombros de gigantes", como fenómeno emergente de una fase anterior. El problema que me llamaba la atención, como digo, es que por pura lógica y de modo bien argumentado, semejante sistema tenía un fallo que amenazaba con desacreditarlo: el hecho de colocarse a sí mismo, y a la mente de Hegel por tanto, como la culminación del proceso cósmico del Espíritu, y ápice de la historia de la materia pensante. Conclusión que si bien no era descartable, también tenía su lado cómico.

Bien, pues he aquí cómo Hegel se enfrenta (elegantemente) a la objeción que podría plantearle el argumento del egotismo intelectual o de la historia del pensamiento entendida como un concurso de cráneos privilegiados. Es el párrafo ochenta de la memorable introducción a la Fenomenología del Espíritu, sobre el proceso y fin del conocimiento:

"Pero su objetivo queda fijo para el conocimiento de modo tan necesario como la progresión secuencial; es el punto en el que el conocimiento ya no necesita ir más allá de sí mismo, en el que el conocimiento se encuentra a sí mismo, en el que la Noción corresponde al objeto y el objeto a la Noción. Por tanto, el progreso hacia esta meta también es incesante, y en tanto no se llega a ella no se encuentra satisfacción en ninguna etapa del camino. Cualquier cosa que quede confinada en los límites de una vida natural no puede por su propio esfuerzo ir más allá de su existencia inmediata; pero algo distinto la empuja más allá, y este desenraizamiento conlleva su muerte. La consciencia, sin embargo, es algo que va más allá de los límites, y puesto que estos límites son los suyos propios, es algo que va más allá de sí. Con el establecimiento de una simple particularidad queda también establecido el más allá para la consciencia, aun si sólo se halla juntamente con el objeto así limitado, como en el caso de la intuición espacial. Así, la consciencia sufre esta violencia a manos de sí misma; estropea hasta su propia satisfacción limitada. Cuando la consciencia siente esta violencia, bien puede ser que su angustia la haga retraerse de la verdad, y esforzarse por mantenerse apegada a lo que se encuentra en peligro de perder. Pero no puede hallar la paz. Si desea mantenerse en un estado de inercia irreflexiva, entonces el pensamiento turba ese mismo rechazo al pensamiento, y su propia inquietud altera su inercia. O, si se atrinchera en el sentimentalismo, que nos asegura que encuentra todas las cosas buenas en su género, entonces esta certidumbre también sufre violencia a manos de la Razón, porque precisamente en tanto que algo es meramente un género, la Razón encuentra que no es bueno. O, también puede ser, su temor a la verdad puede llevar a la consciencia a esconderse a sí misma, y a esconderse a los demás, tras el fingimiento de que su ardiente celo por la verdad hace que sea difícil o incluso imposible encontrar otra verdad que no sea la verdad única de la vanidad—la de ser uno por lo menos más listo que cualquier pensamiento que uno pueda obtener de sí mismo o de los demás. Este engreimiento que entiende cómo empequeñecer cualquier verdad, para volverla contra sí misma y regocijarse sobre la propia capacidad de comprensión—que sabe disolver todo pensamiento y encontrar siempre el mismo Ego estéril en lugar de contenido alguno—ésta es una satisfacción que habremos de dejar a sí misma, pues huye de lo universal, y busca sólo encerrarse en sí misma." (51-52).



Lo cual, si no es una refutación total de la vanidad—pues admite su existencia y sus efectos en el discurso filosófico—sí señala que lo filosóficamente importante y debatible se halla al margen del elemento de egotismo que en este y otros discursos se pueda encontrar.

Por cierto, ahora que estamos con la vanidad a vueltas, me pasa José Luis Gamboa un meme que pide explicar el nombre de mi blog. Mi blog tiene muchos nombres, y creo que esa multiplicidad se explica por el carácter cambiante y evolutivo y multiforme del género en sí. Podría explicarlos todos, pero me llevaría una jornada. Así que me centraré en explicar el nombre más estable que tiene mi blog en su edición de Blogia, “Vanity Fea”. Me parece autoexplicativo, pero quizá no sobre aclararlo.
Es un título irónico, una versión Spanglish del título de la revista “Vanity Fair”. “Fair” quiere decir cosa bonita, hermosa, pero curiosamente su homófono español, “Fea”, es todo lo contrario. Y es que encuentro esa misma ambivalencia en el carácter personal de los blogs, tanto ventajas que ofrece ese centrarse en el propio universo, como inconvenientes. Por supuesto es un título que apunta a la condición de blog de lo titulado: una especie de versión pobrecita y ególatra de lo que sería una revista de cultura y sociedad como Vanity Fair, pero reducida al estrecho círculo de uno mismo y sus limitaciones. Y siendo muy consciente de ello, y haciendo gala de ello (vanidosamente) en la justa medida espero. Por otra parte hay que señalar que el título de la revista americana es ya él mismo una alusión, a la irónica novela de Thackeray (hace poco una vistosa película con Reese Witherspoon), y más allá al origen de la cita, al relato alegórico de John Bunyan Pilgrim’s Progress (siglo XVII), que presenta la vida humana como el viaje de un peregrino que va pasando distintas etapas y visitando paisajes tan alegóricos como él mismo. Uno de esos sitios es la Feria de las Vanidades, donde se podría decir que estamos cada vez que elegimos presentarnos en público ante los demás y ofrecer una imagen favorable, y cultivar así el ego. Es un ingrediente inescapable en los blogs, como en la filosofía de Hegel. Pero sería un error limitarnos a ese componente.






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