Esta
es una película de la tradición solidaria gay—ya se sabe, Dios los cría
y ellos se juntan, como hombre y mujer. Así tenemos a Benjamin Britten
interesado en hacer óperas sobre obras de Henry James o de Melville:
Billy Budd, una de marineros pero sin ballenas, con libreto de E. M. Forster, y cantada por Peter Pears. O aquí en
Gods and Monsters tenemos
a Ian McKellen, que hace tiempo dejó el armario (si es que jamás
examinó sus interioridades) interpretando a James Whale, adaptado por
Bill Condon (—que ostras qué nombre el de este hombre, en español—), y
sobre una novela de Christopher Bram, vamos, que entre todos deben ser
medio lobby gay. Aunque la historia termina con Brendan Fraser como
padre de familia, y empieza con Mary Shelley que tampoco era gay, o con
el monstruo de Frankenstein, que como todo el mundo sabe era
heterosexual vocacional—vamos, si hasta Whale se molestó en buscarle
novia. De eso va la peli también, vamos—que a fin de cuentas los gays
están rodeados, son minoría vista con suspicacia, y hay sus muchas
dificultades de encaje en la sociedad heterosexual, cuando no
persecuciones de esas típicas de la horda de labriegos con horcas y
guadañas y horcas de las otras corriendo tras el monstruo para
emplumarlo o empalarlo o sacarlo del armario o meterlo en él o lo que
juzguen oportuno. Da gusto ver una película tan cuidada hecha por
semejante equipo, y merecía sin duda varios oscars, empezando por el de
McKellen tremebundo como Whale, viejo gay retirado ya de la vida loca
pero aún arriesgando a su manera, y siguiendo por el director (que de
hecho se llevó un oscar como guionista adaptador), por el fotógrafo, por
el maquillaje, ambientación.... vamos, que hay que verla por gusto.
Especialmente divertidas son las escenas que juegan a recrear el rodaje
de
La Novia de Frankenstein, o los versionados de la
Frankenstein
original, con Whale/McKellen como monstruo... película metafílmica
pues, para vocacionales de las de terror clásico, ese género que ya en
los años 50 daba risa, como le da al propio Whale aquí. Y su criada,
Lynn Redgrave, qué maravilla de actuación, haciéndole asquillos a los
vicios de su patrón, debería casarse con ella, que le quedase la casa.
Total, con el joven jardinero Boone (Brendan Fraser) no liga, que es
hetero-duro: y éste es el centro de la película, la relación entre un
viejo gay artístico (Whale/McKellen) y un viril homófobo (Brendan
Fraser/Boone) que se sienten atraídos mutuamente aunque no precisamente
de la misma manera. Tiene sus momentos-denuncia, naturalmente, con
divertidas parodias de los prejuicios homófobos del público de a pie.
Otras veces en cambio parece que se les cae demasiado la baba
conjuntamente a Whale, McKellen, Condon y Bram juntos, cuando ponen al
joven cachas hetero en situación de vulnerabilidad erótica frente a
McKellen—recuerdan estas escenas ("ay cámbiate la ropa, que te has
mojado, huy, no tengo pantalón de pijama para prestarte", etc.) a
comedias heterosexuales parecidas, con la tía buena artificialmente
exhibida, o más exactamente, a alguna película machota sobre una
lesbiana que está buenísima y que hay que convertirla al sexo del bueno.
Vamos, que el equipo no se corta de ensoñaciones gayescas, reubicando
al macizo jardinero Boone fantasiosamente en un promiscuo paraíso de
orgía piscinera, o poniéndolo en situación casi casi de sufrir
agresiones sadomasoquistas, en cueros y con una máscara de gas puesta,
con fálicos tubos colgando... Allí el white Whale de la película no se
puede reprimir y ya le salta encima al jardinero a meterle mano ("ups,
le ruego me perdone usted"). Allí ya no se sabe quién fantasea, una
fantasía colaborativa quizá, pero va sugerida con la fea máscara el tema
ese del sado peligroso, y hasta eso que hacen los gays ingleses de
cortarse la respiración y medio asfixiarse para disfrutar más—eso no es
sexo seguro, Bill. La máscara que le pone Whale al jardinero le ponía a
Whale porque le recordaba las trincheras de la Primera Guerra Mundial,
donde aparte de las cartas a la novia había todo un universo gay
subterráneo entre sacos terreros—que le pregunten a Wilfrid Owen y Pat
Barker. A esos recuerdos regresa Whale cada vez más frecuentemente, por
disfunciones y colapsos cerebrales, que sirven de excusa focalizadora
para bonitos flashbacks—Aunque le criticaría yo aquí al decorador que
las trincheras están demasiado limpias y nuevas. En fin, en cualquier
caso es inverosímil que el homófobo semidesnudo se deje meter la máscara
de gas por el peligroso vejete—aquí desbarra un poco la fantasía. E
incluso es inverosímil, también, que se preste a acompañarlo a la fiesta
de Hollywood como un equívoco amante; eso está
out of character después
de los gritos que le había echado a Whale por mirarlo lujuriosamente, y
pertenece como digo a la fantasía ésta gay de "ójala los pudiésemos
convencer, a estos estrechos de heterosexuales, ójala les pudiésemos
cambiar el cerebro", un poco como lo de convertir lesbianas macizas a
base de besazos viriles y castigadores, vamos... Este Whale, deseoso de
acabar su vida ya, por sus problemas neuronales, quería terminarla en
un espasmo orgiástico y un regreso simbólico a la trinchera, mientras es
estrangulado por su bello jardinero. Cosa que no consigue, y mira que
se esfuerza. Me parece una relación ésa menos recomendable que la otra
escena que comparten de "vive y deja vivir" mientras se fuman un puro
juntos. Bueno, dos puros, guardemos las distancias, que con el
simbolismo púrico ya va servido Condon. En cualquier caso la película es
tristemente realista cuando Whale recurre a ahogarse en su piscina gay,
a falta de muerte más dulce. Y después de pescarlo lo vuelven a echar
al agua, el buen jardinero y el ama de llaves, para no involucrar al
Boone que en efecto es ficticio y así se libra de salir en la Historia.
Flota Whale casi con gracia y abandono, pero... Al parecer la nota de
suicidio de Whale era también más pesimista en la realidad que en la
película. De esta experiencia el jardinero parece sacar la conclusión de
buscarse vida de pareja (hétero) en lugar de la vida promiscua y
hetaira que llevaba hasta entonces. Se casa y hace un niño en vez de un
monstruo—no sé si se desprende todo esto de la relación con Whale,
realmente. Sí le había quedado claro eso de que
no es bueno que el hombre esté solo,
pero igual más bien aprende de la novia que se echaba Frankenstein.
Pues insistamos que en cuanto al monstruo (a quien termina imitando a
solas por la noche el jardinero Brendan/Boone), si bien es buena
alegoría del perseguido, y de reproducciones sin mujeres, no es para
nada gay: es feo, romántico y heterosexual. No me acaba de convencer el
final para una película de gays militantes—por lo menos no para una
alegre. Cierto también que un gay viejo y enfermo y sin pareja es con
frecuencia un gay triste; la película hace lo que puede por endulzarlo,
pero al fin y al cabo culmina en un suicidio, y la expresión
sweet suicide sólo me suena de aquella canción de Patti Smith.
Gods and Monsters.
Dir. Bill Condon. Screenplay by Bill Condon, based on Christopher
Bram’s novel Father of Frankenstein. Cast: Ian McKellen, Brendan Fraser,
Lynn Redgrave, Lolita Davidovich, David Dukes, Kevin J. O’Connor.
Regent Entertainment, 1998. Spanish DVD: Dioses y monstruos. Madrid:
Columbia Tristar Home Video, 1999.* (Oscar for best adapted screenplay).
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