martes, 17 de abril de 2018

Retropost #2110 (17 de abril de 2008): Cuádruple superveniencia

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El otro día especulaba el psicólogo Gary Marcus en el New York Times ("Total Recall") sobre la naturaleza caótica y asociativa de nuestra memoria, tan distinta a la memoria de un ordenador. En el ordenador, un recuerdo está almacenado en un lugar concreto localizable. En el cerebro, su localización (o recreación, más bien) depende de múltiples asociaciones basadas en la naturaleza de lo que estamos recordando o intentando recordar—en el qué, no en el dónde está. Por eso nuestra memoria es tan ineficaz para algunas cosas... —y tan eficaz para otras añadiría yo, aunque Marcus se centra más en sus limitaciones. Y se las promete muy felices cuando podamos tener un implante diseñado por Google imperson que nos permita hacer búsquedas en nuestra memoria tan fácilmente como lo hacemos en un ordenador.
A mí que me dejen en humano, por favor, y que esta cyborganización del cerebro se la coman con patatas Marcus y los de Google. Aunque quizá sea de temer que esto llegue a inventarse un día, y cuando suceda, no duden que se venderá como los iPods—entonces sí que estaremos hechos todos unos I-Pods: vamos, invadidos por los ladrones de mentes, porque Google tendrá los derechos sobre el historial de búsqueda.

Me gusta de Marcus sin embargo su idea de la mente tal y como la expone en esta entrevista con Carl Zimmer que enlazaba el otro día, "How MacGyver Made Our Minds", y en su libro Kluge: The Haphazard Construction of the Human Mind. La idea básica: que la mente no está diseñada de acuerdo con un plan prefijado, retrospectivamente y organizadamente, sino que es el resultado más o menos estabilizado de una acumulación histórica sobrevenida y caótica. Contra el diseño inteligente y contra el darwinismo, dicen en los anuncios del libro—aunque de hecho va más la idea contra el diseño inteligente que contra el darwinismo. Este tema de la contingencia histórica es muy caro a evolucionistas como Stephen Jay Gould,  en cuya línea van los razonamientos de Marcus. Y en lo que toca al tema de la contingencia y la retrospección también es muy próximo a mis intereses, como todo el mundo que se lea esto sabe.

Un punto importante en el que Marcus se separa de Chomsky y de Pinker es en que desea evitar los extremos en la cuestión de si el lenguaje es "aprendido" o "innato". No existe un módulo mental específico para el lenguaje, según teoriza o podría hacernos creer Chomsky. (Más críticas recientes a esta postura chomskiana aquí). Más bien la evolución del cerebro ha "aprovechado" para el desarrollo del lenguaje los componentes de otras funciones cerebrales y cognitivas, reciclándos y adaptándolos a una nueva función. Así pues hay mucho en el desarrollo del lenguaje que depende de la estructura del cerebro, pero no de un componente específico, sino de una serie de funciones readaptadas. Esta perspectiva, muy en la línea de la teoría evolutiva de la exaptación desarrollada por Stephen Jay Gould, me resulta muy atractiva y plausible. Las funciones cerebrales del lenguaje son el resultado de un "bricolaje" evolutivo con estructuras que surgieron adaptadas a otras funciones y en otras circunstancias.

Nuestra mente, subraya Marcus de modo más general, no ha sido prediseñada para cumplir perfectamente las funciones que cumple. Las va cumpliendo, por accidente o adaptación, por acumulación histórica de capacidades (y discapacidades), por exaptación de órganos y funciones para fines nuevos. Vamos tirando con lo que tenemos, con la colección heteróclita de funciones y capacidades mentales que hemos recibido de la historia—y que son desarrolladas adaptativamente en las nuevas circunstancias cambiantes que el ser humano va encontrando. Tan cambiantes, súbitamente cambiantes, como consecuencia del desarrollo histórico, social y tecnológico, que tanto ha transformado el medio ambiente en el que nos movemos, y las necesidades de comportamiento.

O sea: la mente humana (maravillosa, etc.) es como nuestras casas: una colección de objetos útiles y de otros inútiles, unos que usamos y otros que cumplían su función antes y allí siguen; en todo caso es el resultado de una historia acumulada. O es como una ciudad: nadie la ha diseñado, sino que es lo que es y tiene la forma que tiene por accidentes geográficos, históricos, políticos, económicos. No es casual que la memoria está gobernada por asociaciones contextuales—nuestros conocimientos van asociados entre sí y los recuerdos van asociados a las circunstancias y ocasiones en las que los hemos adquirido. Vamos arrastrando nuestra historia a cuestas; de hecho, es lo que somos, y la historia está hecha de hechos sobrevenidos... producidos por acontecimientos, resultado de un conjunto caótico de causas, por superveniencia: todos los acontecimientos son contingentes hasta que se producen. Los ingredientes de la historia incluyen los planes e intenciones, sí, pero tanto los planes realizados como los irrealizados.
También el hombre se planifica y se hace a sí mismo, pero en gran medida a base de planes fracasados o torcidos por la fuerza de las circunstancias, o por hechos sobrevenidos por una conjunción irrepetible de factores.

Por cierto, antes he hablado de la retrospectividad de los planes, y eso a alguien le parecerá paradójico u oximorónico, lo de un "plan retrospectivo". Cuando un plan falla sí retrospeccionamos, y lo corregimos (demasiado tarde normalmente), eso es fácil de ver. Pero en realidad en todo plan hay un elemento de retrospección, involucrado con la prospección que parece definirlos. Un plan tiene una lógica de la narratividad (en el sentido en el que la define Philip Sturgess, en Narrativity). Cada elemento del plan está prediseñado de acuerdo con lo que le va a seguir, que se engarza lógicamente con él, y todo está contemplado desde el resultado final a conseguir—el plan está diseñado en cierto modo desde el futuro hacia el pasado, desde el futuro que debe generarse hacia el presente que ha de poner los medios.

Bien, pues nada de esto es posible en el desarrollo histórico, que es contingente. El curso de los acontecimientos no está escrito. Será previsible o controlable hasta cierto punto (un punto incierto); se atendrá a leyes naturales y probabilidades, y haremos previsiones en base a esto: pero estas previsiones son un poco como los planes—se topan luego con las contingencias con las que no contaba el previsor tan previsor. Y el desarrollo sobrevenido de la historia acaba siendo el que acaba siendo, sólo comprensible a posteriori, por una ciencia histórica. Es contingente dentro de unos márgenes hasta que se produce, y no puede ser calculado por un algoritmo, sino sólo estudiado por el historiador desde una atalaya retrospectiva —atalaya que si tiene sus ventajas (suave mari magno, decía Lucrecio, a salvo de las tormentas de la historia) tiene a su vez sus limitaciones o inestabilidades, pues no está realmente al margen de la historia sino que forma parte de ella.
(Así, por ejemplo, todas las teorías físicas hasta ahora habidas sobre el principio y el fin de nuestro mundo han surgido y fenecido en un breve lapso del mundo mismo. Menos la actual, claro—"que es la buena").

Hemos visto que la estructura y capacidades de la mente humana son contingentes, según expone Marcus en su teoría de "the klugey mind": o más bien sobrevenidos, ejemplos de esa contingencia que se ha hecho necesidad. Pero es que al carácter sobrevenido de nuestra estructura y capacidades mentales se superpone (en realidad viene a ser un aspecto de ésta) el carácter sobrevenido de la evolución del cuerpo humano—de los seres humanos. También cada detalle de nuestra estructura corporal ha sido modelado por la evolución, que, entendida a la manera de Darwin/Gould, es una sucesión única e impredecible guiada por la selección natural, la adaptación gradual a recursos y ecosistemas, y por las catástrofes súbitas que transforman dichos ecosistemas. Dejando a veces, donde había un complejo ecosistema, un desierto donde luchan por sobrevivir tres o cuatro especies aisladas que han sobrevivido al azar. Con todas las variedades intermedias y formas transicionales eliminadas por la competencia y los desastres, aparecen las especies al observador como una colección de objetos heteróclitos y no emparentados en origen. Estas especies vuelven a diversificarse y crean el extraño árbol de la vida que contemplamos, una cadena hipotéticamente continua pero con la mayoría de los eslabones perdidos.

A tales accidentes y desarrollos debemos el desarrollo de nuestra simetrías parciales de brazos y piernas y hemisferios cerebrales, la existencia de los sexos, sin la cual no seríamos lo que somos ni pensaríamos lo que pensamos ni escribiríamos líricos poemas; a la contingencia debemos los dedos de la mano y la forma del teclado. El cuerpo, y todo lo que hace a su medida, es un extraño organismo con una cara sin tentáculos y con una espalda sin cara, una forma que sólo se pliega en unas direcciones sí y en otras no, y cada cuerpo nuevo que se engendra o genera repite en sí esa historia acumulada en forma de estructuras (—todo objeto y todo paisaje humano o natural es historia acumulada para quien la sabe ver allí sedimentada, o en movimiento).

Incluso, en parte, el organismo se desarrolla como embrión recapitulando algunos pasos de la evolución. En el saco amniótico siempre estamos aún en la charca primigenia, y todo niño es un pequeño chimpancé. Y un bebé chimpancé también es un pequeño bebé con mucho de humano, por cierto, hasta que crece y nos separamos.

¿Cuál es la tercera superveniencia? Esta estructura sobrevenida de  la mente y el cuerpo, esta historia acumulada, es lo que arrastramos y lo que somos. Gracias a ella vemos en colores, lanzamos jabalinas en los juegos olímpicos, y hacemos planes de cómo reorganizar el trabajo social. Y cada uno de nuestros actos puede leerse como una recapitulación de esa historia acumulada que lo ha hecho posible y le ha dado su forma. Hasta el que lanza tubos de neón en lugar de jabalinas está haciendo algo original sólo hasta cierto punto, pues repite los movimientos posibles del brazo y recapitula la tradición de los lanzadores de jabalinas. El que un fenómeno sea una contingencia sobrevenida (algo único, impredecible, una conjunción irrepetible) no quiere decir que no se pueda trazar la historia de sus componentes y de dónde vienen. Más bien al contrario: los procesos históricos coherentes, la comprensión de esos procesos y la superveniencia tanto del proceso como de su análisis van unidos. El mismo lenguaje que utilizamos para analizar estos procesos es él mismo una formación orgánica y cultural histórica y sobrevenida.

Tres o cuatro niveles de contingencia y superveniencia, pues: a la naturaleza sobrevenida del cuerpo, y la de la mente, es decir, al hardware que recibimos, superponemos el input igualmente contingente y sobrevenido de nuestro software cultural. Que también se ha desarrollado mediante los accidentes históricos que han hecho a nuestra cultura lo que es, y a nosotros lo que somos dentro de ella. Nuestra personalidad, nuestra trayectoria vital, los azares de nuestra formación y las herramientas conceptuales que ha dado el pensamiento nos han traído, lector que impulsado por lo que eres hasta aquí me has seguido, a pensar sobre lo que son nuestro cuerpo y nuestra mente y nuestras vidas...
—¿a pensar con qué? Pues con los conceptos, teorías y herramientas mentales que hemos ido reuniendo y acumulando al azar por nuestro trayecto—evolucionismo, narratología, y una afición a la retrospección, originada quizá en la nostalgia. Y esto sucede, o sucedía en origen, en un blog, una forma comunicativa que  es de por sí un caso bien claro de historia acumulada de cuestiones sobrevenidas.

 
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