viernes, 23 de marzo de 2018

Retropost #2072 (23 de marzo de 2008): El animal te observa


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Mi padre me suscribió al National Geographic hace como 35 años, y todavía sigue llegando a Biescas, donde me voy poniendo al día cada vez que subo. Sale en el número de marzo un artículo interesantísimo sobre la inteligencia de los animales. 

Durante mucho tiempo, siguiendo las escuelas principales del siglo XX, los psicólogos animales los trataron como autómatas en la práctica, interpretando su comportamiento con teorías conductistas basadas en estímulo-respuesta que eliminaban de entrada múltiples factores—y múltiples especies, aparte de las ratas y algún otro bicho de laboratorio. Los testimonios de propietarios de animales sobre la inteligencia y sentimientos de sus mascotas eran ignorados por sentimentales y acientíficos. Hoy muchos científicos tienen otras actitudes. Estudian por ejemplo cómo los animales hacen planes que suponen una teoría recíproca de la mente, para disimular o engañar a otros animales. Eso que decía Umberto Eco de que el hombre es el único animal que miente me temo que quedó atrás (aunque mentimos más y mejor, eso sí). 

Me llama la atención en el artículo la historia de Alex, un loro al que entrenó para hablar la investigadora Irene Pepperberg. Ya se sabe que los loros hablan, pero la gente no habla con ellos. Bueno, pues con éste sí hablaron, y llegó a aprender a contar, a pedir lo que quería, a abstraer formas… En un ejercicio por ejemplo combinando figuras geométricas, le preguntaban "¿qué es lo mismo?" y contestaba "la forma", o "el color". E incluso, impaciente con loritos del laboratorio menos avanzados que él, les gritaba "¡Habla claro!" cuando pronunciaban mal.

Me ha recordado que el verano pasado, yendo por Galicia, paramos a comer en un restaurante de Carballo donde hay un loro que nos dijo la dueña "es el más listo del país". Además de listo era equilibrista, y hacía posturas ridículas que quizá sólo las pueda hacer alguien con inteligencia como para saber que son extrañas. Naturalmente les encantó a los críos y se lo quedaron mirando. Pues bien, el loro, sin que nadie entablase conversación con él ni intentase educarlo, al poco rato llamó a Oscar por su nombre—sólo de oírnos hablar entre nosotros.
Y, a poco que pensemos, recordaremos sin duda otros casos de inteligencia animal. Aunque normalmente preferimos no pensar mucho—nos inquieta la idea de que los animales sean inteligentes, y nos plantea problemas éticos que quizá no queramos tener.


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