sábado, 17 de febrero de 2018

Retropost #2013 (17 de febrero de 2018): Endogamia y corrupción

Cuando los universitarios hablamos de la endogamia académica ha de ser no sólo como víctimas de ella sino también como beneficiarios. Porque la endogamia es el agua en la que flotamos, el medio ambiente en el que nos movemos y la ley física (es decir, ley que actúa aunque no esté escrita) que rige el movimiento de los cuerpos y de las almas en la academia. Esta semana le dedicaba El Mundo un cuasi-monográfico en su suplemento Campus. Léase por ejemplo este artículo sobre el toma y daca universitario, hoy por tí mañana por mí, de José Buendía, o este otro sobre la mezcla de méritos y amiguismo que requiere la promoción. El título pone bien el dedo en la llaga: "Endogamia académica, ese sutil eufemismo de corrupción". Porque no de otra cosa hablamos: de valorar un currículum o un ejercicio en cero o diez según sople el viento, o de pasar a un amigo o "socio" de la casa por delante de un desconocido sean cuales sean los méritos de uno y de otro. O la costumbre de seguir el turno riguroso de antigüedad para la promoción, ignorando los méritos. O la costumbre igualmente extendida de saltarse ese turno (la gramática parda por detrás de la gramática parda, vamos) si se cuenta con apoyos suficientes, y también al margen de los méritos.

Porque la ley no escrita no es tanto, como se dice en estos artículos, "promocionar al candidato de la casa", cuanto promocionar al candidato que decidan las fuerzas vivas de la casa—normalmente encarnadas en el catedrático más directamente implicado, que presidirá el tribunal a modo de señor feudal. Interesará en principio, claro, promocionar al vasallo de turno de la casa (el caso más habitual). Si se le elige por encima de un candidato más capacitado, gana puntos por humanidad el catedrático que "se ha batido el cobre" o se ha puesto en evidencia por un candidato cuya auténtica valía pasa desapercibida para ojos extraños, y sólo conocen los de casa—aunque es gran promesa futura, y en cualquier caso tanto mayor será la gratitud eterna debida cuando precaria e insegura la categoría del vasallo promocionado. Así yo he oído en mi universidad frases—literales, digo—del tenor de "yo no puedo oponerme a lo que haga, es que le debo la plaza", o "sí, estoy de acuerdo contigo, pero es que le debo obediencia", o "el departamento le pertenece". Con seguidores así, claro, no hay color, y normalmente el candidato externo lo tendrá muy crudo.

Pero también puede interesar importar a un nuevo miembro asociado de fuera. Que estará agradecido de entrada al ver lo "limpios" que son en esta universidad, o cómo se ha hecho una excepción a la regla con él, o se le han abierto las puertas de buena gana al club.

O puede interesar dejar la plaza vacante hasta nueva orden—como sucedió por ejemplo en mi malhadada oposición a cátedras, en la que no faltábamos candidatos de la casa precisamente.

En ese caso la plaza se dejó vacante en un proceso precipitado y abundante en irregularidades. Pero de todos los candidatos, eliminados por la vía rápida en el primer ejercicio, sólo yo envié recursos y denuncias al Rector. Que contestó con silencio administrativo, para mayor estabilidad del sistema. Porque hay otra ley que se expone en estos reportajes de El Mundo: la omertà o pacto de silencio. Pacto tácito, faltaría más. El que mueve la boca no sale en la foto.

Sólo hay un camino realmente seguro para la promoción: no ofender, no salirse del tiesto, hacer méritos de pasillo, esperar señales. Y lejos de denunciar injusticias o mangoneos, mejor establecer las alianzas pertinentes, y los comportamientos de sumisión requeridos, para ponerse en la cola y ser el Elegido cuando dictaminen las fuerzas vivas. No se puede apelar a las leyes escritas, porque ofenden a las no escritas. Y no se puede apelar a las no escritas, porque varían en su redacción invisible o en su aplicación según los intereses coyunturales de quien esté al mando.

Vamos, una receta para perpetuar el feudalismo más enquistado. Y para criar en las universidades carne de fascismo estructural—en el que las reglas de oro son la búsqueda de círculos de protección mutua (lo que antes se llamaba cátedras y ahora se llama "equipos de investigación"), la sumisión acrítica a las decisiones de los protectores, y el respeto prudente a los poderes fácticos. El punto en boca es lo primero y lo último que hay que saber, en el templo del Saber.



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