martes, 27 de febrero de 2018

Post-apocalipsis y Civilización: El evolucionismo social en Platón

En el Libro III de su diálogo tardío Las Leyes, Platón retoma la leyenda de la Atlántida, o quizá las versiones griegas del Diluvio Universal recogidas en el mito de Decaulión y Pirra, y proporciona uno de los primeros acercamientos filosóficos al evolucionismo cultural, a la historia de las civilizaciones, y a la teoría del desarrollo social. No fue el primero:

"Según K. Reinhardt, 'Hekataios von Abdera und Demokrit", Hermes 47 (1912), 492-513, el apartado que aquí comienza hasta 682c tiene como fuente una obra de Demócrito" (Francisco Lisi, nota p. 290).

No deja de recordar este pasaje de Platón a otra teoría del desarrollo político más elaborada, la de Polibio en sus Historias. En "Evolución, Anaciclosis y dialéctica social de la historia" comenté esta teoría de Polibio como una forma temprana de pensamiento evolucionista—con ciertas interferencias empero de una concepción cíclica del tiempo que también se aprecian en Platón. Polibio ciertamente conocería la obra de Platón, y como él reflexionó sobre la naturaleza de la organización política, las instituciones y su surgimiento, y la naturaleza de las diversas constituciones y formas de gobierno.

Reproduzco aquí el pasaje de Platón (posiblemente inspirado en Demócrito) de esta edición de las Leyes, un diálogo entre el Ateniense y Clinias (del libro III: Los principios constitutivos del Estado; 676a-682d).


Platón. Diálogos VII: Leyes (Libros I-V). Diálogos VIII: Leyes (Libros VI-XII). Introd., trans. and notes by Francisco Lisi. 2 vols. Madrid: Gredos, 1982. Rpt. (Biblioteca Gredos, 31, 32). Barcelona: RBA, 2007.*

snowstorm Turner


AT.— Esto, entonces, es así. Pero ¿cuál diremos que fue el principio de la organización política? ¿No es acaso desde la siguiente perspectiva desde la que se la comprendería de manera más fácil y mejor? 
CL.— ¿Desde cuál?
AT.— Desde donde hay que contemplar siempre el progreso de las sociedades que se da al mismo tiempo hacia la virtud y hacia el vicio. 
CL.— ¿Y de dónde dices?
AT.— Creo que desde la infinidad de la extensión del tiempo y de los cambios que se produjeron en él.
CL.— ¿Cómo dices?
AT.— Veamos, ¿crees que es fácil captar la cantidad de tiempo que transcurrió desde que hay ciudades y hombres que se organizan políticamente?
CL.— No es fácil en absoluto.
AT.— ¿Pero al menos estarás de acuerdo en que sería algo infinito e inconmensurable?
CL.— No cabe duda de que eso como mínimo.
AT.— ¿Acaso, pues, no han surgido en ese tiempo decenas de miles de ciudades unas tras otras, y, según el mismo cálculo numérico, no menos han desaparecido? ¿Han tenido, además, todo tipo de órdenes políticos muchas veces en cada lugar?, ¿y unas veces han nacido ciudades de mayor  tamaño de otras más pequeñas, mientras que otras más pequeñas de más grandes, así como peores de mejores, y mejores de peores? 
CL.—Necesariamente.
AT.— Intentemos captar, si pudiéramos, la causa de su cambio, pues probablemente, quizá, podría mostrarnos el primer surgimiento y transformación de los sistemas políticos.
CL.— Bien hablas y debemos esforzarnos, tú al exponernos lo que piensas de ellas y nosotros al atenderte.
AT.— ¿Acaso creéis que las antiguas historias tienen algo de verdad?
CL.— ¿Cuáles?
AT.— Las que dicen que hubo muchas destrucciones de hombres por cataclismos, enfermedades y otras múltiples desgracias, de las que sobrevivió sólo un pequeño número de seres humanos.
CL.— Para todo el mundo eso tiene mucha verosimilitud.
AT.— Veamos pues. Pensemos en una sola de las muchas, en esa que una vez tuvo lugar a causa del cataclismo. 
CL.— ¿Qué debemos pensar acerca de ella?
AT.— Que los que entonces escaparon de la destrucción serían, si no me equivoco, unos pastores montañeses, pequeñas ascuas de la raza humana, salvadas, en algún lugar, en las cimas de las montañas.
CL.— Evidente.
AT.— Además, es necesario, me parece, que gente semejante careciera de experiencia no sólo en las otras artes, sino también en las tramas que urden unos contra otros los que viven en las ciudades para hacer ganancias, imponerse y para todas las otras maldades que conciben para dañarse mutuamente.
CL.— Es probable, en efecto.
AT.— ¿Suponemos pues que las ciudades de las llanuras y las habitadas junto al mar fueron totalmente destruidas en ese tiempo?
CL.— Supongamos.
AT.— ¿Diremos entonces que desaparecieron todas las herramientas y aun que si había algún descubrimiento serio relacionado con el arte político o con alguna otra pericia, todo eso se debilitó en ese entonces? ¿Pues, cómo, querido amigo, si esas cosas hubieran permanecido durante todo el tiempo tal como están organizadas actualmente, podría haberse descubierto alguna vez algo nuevo?
CL.— Esto implica que los de aquel entonces no tuvieron noticia de esas cosas durante diez mil veces diez mil años y que han transcurrido mil años desde que han surgido, o dos veces tantos años. Unas se le revelaron a Dédalo, otras a Orfeo, otras a Palamedes, la música a Marsias y a Olimpo, la lira a Anfione y muchísimas otras a otros, las que surgieron, por decir así, ayer y antes de ayer.
AT.— Está muy bien, Clinias, que dejaras de lado al amigo, el que nació justamente ayer.
CL.— ¿No te refieres a Epiménides?
AT.— Sí, a él. Porque, con su ingenio, el vuestro superó en mucho a todos, amigo, lo que Hesíodo anunció antiguamente con su palabra, aquél lo cumplió con su acción, como decís vosotros.
CL.— Lo decimos, es cierto.
AT.— ¿No debemos decir que, cuando se produjo la destrucción, tal era la situación de los asuntos humanos: una inmensa soledad temible, una gran cantidad de tierra pródiga, mermados los restantes animales, quedaban algunas reses y, si por casualidad había sobrevivido alguna raza de cabras, éstas también eran escasas para que sus pastores vivieran de ellas?
CL.— Sin duda.
AT.— De la ciudad, de la forma de organización política y de la legislación, cuyo argumento ahora se nos ha hecho presente, ¿creemos que, hablando a grandes rasgos, existía algún recuerdo en absoluto?
CL.— En absoluto.
AT.— ¿Entonces no surgió de aquellos grupos, que estaban dispuestos de esta manera, todo lo que hoy existe, ciudades y sistemas políticos, artes y leyes, así como mucha maldad, pero también mucha virtud?
CL.— ¿Cómo dices?
AT.— ¿Pensamos acaso, querido amigo, que los hombres de entonces, al desconocer las muchas cosas bellas que albergan las urbes y las muchas cosas contrarias, llegaron a ser perfectos respecto de la virtud o del vicio?
CL.—Muy bien dicho; entendemos a qué te refieres.
AT.—¿Cuando pasó el tiempo y se multiplicó nuestra raza, no avanzó todo hacia la situación actual?
CL.— Muy cierto.
AT.— No súbitamente, como es probable, sino poco a poco, durante muchísimo tiempo.
CL.— Es muy probable que sucediera así.
AT.— Todos tenían todavía miedo en el cuerpo, creo, como para bajar de las alturas al llano.
CL.— Sí.
AT.— ¿No se alegraban al verse, por el pequeño número de los que vivían en aquella época y porque prácticamente todos los medios de transporte para viajar por tierra o por mar se habían casi extinguido, así como las artes necesarias para construirlos? No era para nada posible, creo, que tuvieran contacto entre sí. El hierro, el bronce y todos los metales habían desaparecido confundidos en el lodo, de modo que carecían totalmente de medios para extraerlos, y el talado de árboles era escaso. Supongo que si se había conservado alguna herramienta en las montañas, éstas, rápidamente gastadas, desaparecían y otras no iban a poder producirse antes de que llegara nuevamente a los hombres el arte de los metales.
CL.— ¿Cómo podrían?
AT.— ¿Cuántas generaciones más tarde creemos que sucedió eso?
CL.— Es evidente que muchísimas.
AT.— ¿En aquel entonces, durante ese período y aún más, no deben de haber permanecido desaparecidas también las artes que necesitan el hierro, el bronce y todas esas cosas?
CL.— Sí.
AT.— Y, además, en aquel tiempo también había desaparecido la rebelión junto con la guerra por muchas razones.
CL.— ¿Cuáles?
AT.— En primer lugar, a causa de la soledad, se apreciaban y tenían una buena disposición entre sí; luego, no tenían que luchar por la alimentación, pues, salvo quizás para algunos al principio no escaseaba el ganado del que vivían fundamentalmente en aquel entonces. En consecuencia, en absoluto necesitaban leche ni carne y, además, por medio de la caza obtenían una alimentación que no era ni mala ni poca. También tenían abundancia de vestimenta, lecho, habitación y recipientes resistentes al fuego y no resistentes a él. Pues las artesanías que producen por modelación y las relacionadas con el tejido y el trenzado no necesitan para nada el hierro. Un dios concedió que estas dos artes proveyeran a los hombres de todo eso, para que cada vez que los hombres cayeran en una carencia tal, el género humano pudiera tener un reflorecimiento y un progreso. Por eso, no eran muy pobres y, al no estar coaccionados por la pobreza, no surgían discordias entre ellos. Nunca llegarían a ser ricos los que carecieran de oro y plata, situación que entonces se daba entre aquéllos. En la comunidad en la que no habitan la riqueza ni la pobreza, pueden darse caracteres nobilísimos, pues no nacen en ella la insolencia ni la injusticia, así como tampoco los celos y las envidias. Por eso y por la ya mencionada simpleza, eran buenos. Por ser simples, creían que era la pura verdad lo que escuchaban que era bello o feo, y obedecían. Nadie poseía conocimiento como para sospechar la mentira, como ahora, sino que creían que era verdad lo que se decía de los dioses y de los hombres y llevaban una vida de acuerdo con esas máximas. Por tanto, eran absolutamente tal como los acabamos de describir.
CL.— Bien, a mí, al menos, y a éste también nos parece que fue así.
AT.— ¿No debemos decir entonces que las muchas generaciones, que viven de esta manera, van a poseer menos conocimientos prácticos e incluso van a ser más ignorantes en las otras artes que los que habían nacido antes del cataclismo y que los hombres actuales y, especialmente, en las relacionadas con la guerra, las que ahora se practican en tierra firme y en el mar y cuantas se dan sólo en el interior de la ciudad, las llamadas procesos judiciales y sediciones, que urden de obra y de palabra todos los medios para que los ciudadanos se perjudiquen unos a otros y se cometan injusticias, ya que eran más simples y más valientes y también más prudentes y más justos en todo? Ya hemos explicado la causa de esto.
CL.— Tienes razón.
AT.— Quede esto establecido y digamos todo lo que se sigue para comprender cuál llegó a ser la necesidad de leyes que tuvieron los de aquel entonces y quién era su legislador.
CL.—Bellas palabras, ciertamente.
AT.— ¿No es verdad que aquéllos no necesitaban legisladores ni solía darse algo semejante en esa época? En efecto, lo que nacieron en esa parte del período no poseían leyes escritas, sino que vivían regidos por las costumbres y las llamadas leyes patrias.
CL.—Es probable, en todo caso.
AT.— Éste ya es al menos un tipo de organización política.
CL.—¿Cuál?
AT.— Me parece que todos llaman a la forma de organización política existente en ese tiempo señorío, la que todavía existe en muchos lugares tanto entre griegos como entre bárbaros. Homero dice también que ella existía donde habitaban los cíclopes, cuando dice
   No tienen asambleas para tomar decisiones ni leyes
   sino que viven en las cumbres de altas montañas
   en huecas grutas; cada uno da las leyes
   a sus hijos y mujeres y no se preocupan unos de otros.
CL.—Este poeta vuestro parece haber alcanzado una perfección de estilo. Nosotros también recitamos otras cosas de él muy bonitas, no muchas, sin embargo, pues los cretenses no recitamos demasiados poemas extranjeros.
MEGILO.— Nosotros lo recitamos, por cierto, y nos parece superior a los poetas de ese género, aunque nunca describe una forma de vida lacedemonia, sino más bien un cierto tipo jonio. Sin embargo, ahora parece servirle bien de testigo a tu exposición, puesto que, en su historia legendaria, refiere lo antiguo en ellos a su rusticidad.
AT.— Sí, le sirve de testigo, en efecto, y tomémosolo como informante de que tales formas de organización politica se dan en alguna ocasión.
CL.—Bien.
AT.— ¿Acaso, pues, no surgen a partir de estas formaciones, dispersas en asentamientos aislados y organizadas por linajes a causa de la escasez que produjeron las destrucciones, en las que gobierna el elemento más anciano, porque del padre y la madre les ha venido la autoridad a los jefes, a los que los otros siguen, como pájaros, para formar una bandada, en la que son regidos por leyes paternas y están sometidos a la monarquía más justa de todas?
CL.—Absolutamente.
AT.— Después, se reúnen en grupos más numerosos, formando comunidades de mayor tamaño y las primeras en las laderas de las montañas se dedican a la agricultura, hacen unas vallas de piedras alrededor como defensas amuralladas contra las fiera y construyen una única gran casa común.
CL.—Es probable que haya sucedido así.
AT.— ¿Y qué?, ¿No es acaso probable lo que sigue?
CL.— ¿Qué?
AT.— Cuando estos asentamientos mayores crecen de los menores y primeros, cada uno de los pequeños sigue existiendo con su ordenamiento familiar, con el más anciano como jefe y con ciertas costumbres propias, por vivir los unos separados de los otros: son diferentes las que tienen acerca de los dioses y de sí mismos, porque otros son los que los engendraron y criaron; más sosegadas las de los más sosegados, y más impulsivas las de los más impulsivos, y, como cada uno imprime así, siguiendo la costumbre, sus concepciones en sus hijos y en los hijos de sus hijos, como decimos, llega con sus propias leyes al asentamiento mayor.
CL.—En efecto.
AT.— Además, es necesario que a cada uno le satisfagan las leyes propias, pero menos las ajenas.
CL.—Así es.
AT.— Es como si hubiéramos pisado sin darnos cuenta el umbral de la legislación, tal como parece.
CL.—Totalmente.
AT.— Ahora bien, el paso siguiente es necesariamente que los que  se han unido elijan en común a algunos de entre ellos para que, tras considerar las costumbres de todos, señalen claramente a los que guían y rigen los pueblos como si fueran reyes las que más les satisfacen para el uso de la comunidad y recomienden su adopción. Ellos se llamarán legisladores y tras poner a los jefes como gobernantes, instaurando una aristocracia a partir de los señoríos o incluso una monarquía, vivirán esn este orden político cambiado.
CL.—Por cierto, podría haber sucedido así paso a paso.
AT.— En tercer lugar, mencionemos el surgimiento de una forma de sistema político en la que coinciden todas las especies y características de las organizaciones políticas y, al mismo tiempo, de las ciudades.
CL.—¿Cuál es?
AT.— La que también mencionó Homero después de la segunda, cuando dice que la tercera surgió así:
   Fundó Dardania,
creo que dice,
          cuando todavía la sagrada Ilión
   no estaba habitada en la llanura, ciudad de hombres de voz articulada,
   sino que aún poblaban las laderas del Ida de muchos manantiales.
Pues dice estos versos y aquellos que dijo acerca de los Cíclopes. Todos están expresados de alguna manera bajo inspiración divina y, por tanto, como sucedieron en realidad. Pues, por cierto, cuando eleva un himno de alabanza, el linaje de los poetas es realmente divino, porque está poseído por un dios, ya que con la ayuda de algunas Cáritas y Musas siempre trata muchas cosas de la forma en que realmente han sucedido.
CL.— Y mucho.
AT.— Avancemos en la leyenda que ahora se nos ha narrado, pues quizá nos podría indicar algo acerca de nuestro objeto de deliberación. ¿No lo creéis necesario?
CL.— Absolutamente.
AT.— Bajaron, decimos, de las alturas a una llanura grande y hermosa y fundaron Troya, sobre una colina, no alta y con muchos ríos que descendían del Ida.
CL.— Se dice, en todo caso.
AT.— ¿No creeremos que esto tuvo lugar mucho tiempo después del diluvio?
CL.— ¿Cómo no iba a suceder mucho tiempo después?
AT.— Bien, parece que entonces ya habían olvidado completamente la destrucción que acabamos de mencionarr, cuando colocan una ciudad así cerca de numerosos ríos que bajan de las alturas, confiados en unas colinas no excesivamente altas.
CL.—Es evidente, por tanto, que un lapso muy grande los separaba de tal calamidad.
AT.—Otras muchas ciudades, creo, habitaban ya en las zonas bajas, mientras aumentaba el número de los seres humanos.
CL.—En efecto.
AT.—Por lo menos, supongo, las que hicieron una campaña por tierra contra ella y quizás también por mar, pues ya todos utilizaban el mar sin temor.
CL.—Así parece.
AT.—Tras permanecer unos diez años, los aqueos devastaron Troya.
CL.—Totalmente.



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