jueves, 7 de septiembre de 2017

Retropost #1777 (7 de septiembre de 2007): The End of the Affair

The End of the Affair

Publicado en Literatura y crítica. com. José Ángel García Landa

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Me acabo de leer (cuando digo me acabo de leer me refiero a acabar, no a acabar de leer de un tirón—a veces cojo un libro y lo voy dejando durante años) la novela de Graham Greene.... Lo que se llevaba en nuestros tiempos, que si le darían el Nobel, que si no... y luego te mueres y te pasas de moda.  Esta novela la republicaron para el centenario en Penguin Classics, con introducción de Michael Gorra (2004).

Son interesantes los comentarios del editor sobre el carácter religioso de la novela. En la novela, el incrédulo Bendrix narra la historia de su relación adúltera con Sarah, la esposa de su "amigo" Henry. Sarah pone fin a la relación por una promesa que le hace a Dios—si salva a Bendrix de un bombardeo, esto es en Londres durante la guerra. Sarah desarrolla una extraña fe católica casi insensata, existencialista y descreída, pero se agarra a ella como a un clavo ardiendo para dejar de ver a Bendrix y seguir con su patético esposo a quien no quiere. Según Michael Gorra, esta promesa que se hace a sí misma al margen de su matrimonio
"la marca como un personaje emblemático de mediados del siglo 20, tan representativa de sus tiempos como Emma Bovary de los suyos: alguien definido por lo que Morton Dauwen Zabel llaama la 'pasión por una identidad moral propia', una figura que toma 'la integridad indestructible de la vida individual' como la medida de la justicia y la ley. (...) El trato de Sarah con Dios es sobre todo un trato consigo misma. Lo que viene a ser como decir que El final de la historia destaca como la novela religiosa de una época fundamentalmente laica" (xx-xxi).

Desde luego, vista desde fuera la elección de Sarah podría parecer muy interesada: típica ama de casa burguesa, sin hijos, no deja las comodidades de la casa de su marido, un funcionario bien aposentado, para irse a la incierta y miserable vida en un cuartucho con su amado. Es como para que le salgan escrúpulos religiosos a cualquiera. Sarah desarrolla una fe religiosa como quien construye un baluarte para el yo con puro aire, y donde no hay nada donde asentarlo. Adúltera compulsiva, los engaños y dobleces le minan el sentido de la realidad, y necesita con desesperación una realidad absoluta sobre la que centrarse y sujetarse—ser un sujeto en lugar de una colección de apariencias—y —presto— aquí está Dios para darle esa entidad.

Pero no se ve ella así, claro, ni la ve así Bendrix, ni el autor—aunque así la retrate. Para Bendrix, narrador no fiable, la conversión religiosa de Sarah es incomprensible, una especie de enfermedad contagiosa que se va apoderando de ella hasta matarla (y convertirla en santa milagrera). Ella vive su relación con Dios como un combate contra lo sobrenatural desde el descreimiento, y su conversión presagia la de Bendrix—tanto menos fiable parece el narrador, cuando la posición del catolicismo doliente y agónico es bendecida por el autor, y Bendrix ya está en la fase de maldecir a Dios como a un rival amoroso—poco le falta para su propia crisis, y de hecho acaba compartiendo casa con Henry el marido de Sarah, una relación homosocial a dos o a tres, si contamos a Dios. Porque en realidad la relación homosocial de Bendrix con Henry sirve sólo de contrapunto a la relación homosocial con su auténtico rival: Henry se relaciona con Dios por mediación de Sarah y el sexo, una relación tormentosa de amor-odio donde las haya. Y apreciamos que para Greene, autor no fiable, también está la salvación, o al menos la vida tal como merece la pena vivirse, en la combinación de intriga, pasión, disimulo, alcohol, sexo, pecado y arrepentimiento en la que viven sumergidos los personajes, siempre con sus superficies en tensión y a punto de llevarnos a la vuelta de la esquina a revelar tumultuosas relaciones consigo y con los demás.

No me extraña que el catolicismo de Greene pareciese a más de uno sospechoso y herético: es un catolicismo anglosajón, que sirve para añadir intensidad moral al individuo y acentuar sus paradojas, en lugar de reconciliarlo con el medio ambiente oficial. Es (el de) Greene un católico que sólo se realiza plenamente pecando, para tener más profunda conciencia de la salvación. Es significativo que a la vez que escribía Greene esta novela estaba llevando una relación adúltera con la persona que le inspiró el personaje de Sarah, Catherine Walston, cuyo marido también se llamaba Henry. Era un caso casi patológico de tentar a la suerte, o de jugar con el riesgo de la revelación a la manera de sus personajes.  Greene reparte sus actitudes entre la conversa Sarah y el descreído pero existencialmente atormentado Bendrix, y pone fin al asunto en la dimensión ficcional, con una promesa a Dios: pero en la realidad la promesa existe sólo para romperse, y vivir más intensamente la vida pecadora, de pasión y riesgo. Es característico que en esta novela se compara comprar un crucifijo, como acto vergonzante, a la compra de condones. Aunque en este caso sospechamos que el crucifijo es (al menos para el autor) un acicate erótico, más que un mal necesario.

Visto como proyección de la vida real, en medio de una historia real, y no en el final de una ficticia, y jugando peligrosamente con la revelación de secretos, adquiere otro tono el principio memorable de la novela. En él Bendrix va a abordar a Henry, su cornudo particular, a gozar de la superioridad sobre él que le da su secreto; triste consuelo, porque Henry ha conservado, al menos sobre el papel, a Sarah:

Una historia no tiene principio ni final: arbitrariamente uno elige el momento de la experiencia desde el cual mirar hacia atrás o hacia adelante. Digo que "uno elige" con el orgullo inexacto de un escritor profesional que—en las pocas veces en que ha sido considerado con seriedad— ha sido alabado por su destreza técnica, ¿pero acaso elijo yo con mi propia voluntad esa noche negra y húmeda de enero en el parque, en 1946, la visión de Henry Miles atravesando de cruzado la amplio río de lluvia, o me eligen a mí esas imágenes? Es conveniente, es correcto según las reglas de mi oficio empezar justo allí, pero si hubiese creído entonces en un Dios, también podría haber creído en una mano, dándome en el codo, sugiriendo "Háblale: no te ha visto todavía".

Los adúlteros, como otros fabricantes de realidades alternativas, detentan la llave de la realidad auténtica, y eso proporciona cierta ilusión de dominio, pero a la vez minan la propia solidez del universo en que viven. Es una relación vertiginosa con la realidad, y Greene evidentemente la sentía de modo intenso al escribir esta novela. Pero observamos ya en esta escena un juego de perspectivas: en realidad, Henry no es tan ciego como parece, y simplemente mantiene las apariencias, intentando evitar el detonante que ponga fin a su matrimonio. Y Bendrix no creía en Dios entonces, cuando era personaje. Ahora que es narrador, su posición ha cambiado, ha sido azotado por el Supremo y está más cercano al credo impossibile del autor. Por tanto, hay realidades detrás de realidades, y el final de una historia es ya la parte de enmedio de otra historia que había empezado sin que nos enterásemos apenas—en este caso la de la conversión del descreído narrador. Aquí sólo Dios es el detentador de la estructura final de la realidad—que es tanto como decir que la realidad es paradójica e inescrutable.






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