Publicado en Filosofía. com. José Ángel García Landa
23 de julio de 2007
Voy traduciendo a ratos perdidos un fenomenal libro de fenomenología, The Philosophy of the Present,
de George Herbert Mead, donde va sacando las conclusiones de la noción
de que el pasado no existe ya, y de que el futuro no existe aún—o sea,
que el pasado no existe y el futuro no existe, y sólo existe el
presente. Una noción de sentido común por una parte, pero que choca con
otras nociones de sentido común a las que también acudimos cuando nos
conviene—también es de sentido común por lo que se ve el incurrir en
estas contradicciones útiles. Por ejemplo, creemos que el pasado al que
nos referimos es más real (por haber ya transcurrido) que el futuro que
imaginamos. Para Mead no es así. Sostiene, en suma, que el pasado,
aunque existió como presente, ya no existe como tal, y su existencia
como pasado no es ni con mucho tan sustancial como la del presente (el
de ahora o el que fue). El pasado y el futuro son en cierto modo
imaginarios, son sólo fenómenos mentales, y se ubican estrictamente
hablando sólo en el presente.
Esta
es la tesis de Mead, pero le he añadido hoy un par de notas críticas
que ponen en duda incluso esta ubicación relativa de la existencia en el
presente. Tal como la veo, la existencia va de aquí para allá sin tomar
asiento en ninguna parte, como el pensamiento de Aute, que no puede
tomar asiento—o como un ciudadano (Ping) de una ventanilla a otra de la
Administración (Pong). Las notas:
(xvi).
Queda claro, pues, que para Mead el pasado y el futuro no existen en el
mismo sentido en que existe el presente, sino que están subordinados a
él. No están ubicados en la realidad sino a través del presente: más en
concreto, son funciones semióticas y modalidades comunicativas de los
organismos (y en especial de los seres humanos). Podríamos preguntarnos,
sin embargo, si el presente no es, asimismo y en primer lugar, además
del espacio de interacción de los organismos y lugar de ubicación de la
realidad (abstraído por una observacion hipotética), una función
semiótica y modalidad comunicativa de los mismos, en un sentido similar
al del pasado y el futuro y en mutua delimitación con ellos.
(...)
(xix).
Obsérvese, sin embargo, que el razonamiento de Mead puede extenderse al
presente, que como apuntábamos en la nota (xvi) es también un
constructo semiótico provisional, y en modo alguno sustentado en sí
mismo: un constructo cuya entidad depende parcialmente del pasado y del
futuro—del pasado y del futuro en él mismo contenidos. Por ejemplo, en
el límite, cualquier situación presente podría ser una alucinación,
cualquier situación social una fabricación o charada de las que tan
magistralmente analiza Erving Goffman en Frame Analysis. El
presente descansa, para ser lo que es, sobre el pasado que nos lleva a
interpretarlo como lo que creemos que es, y sobre el futuro que nos
"asegura" su sustancialidad mediante el refrendo continuado de los
aspectos básicos de la identidad del presente tales como los concebimos.
Tal es la naturaleza hermenéutica y dialéctica de la fenomenología
temporal humana. Decimos humana, pues esta complejidad estructural de la
experiencia temporal que estructura internamente el presente por
respecto al pasado y al futuro es privativa de la especie humana, y de
la complejidad de sus sistemas de representación temporal. El presente
en el que vivimos está penetrado de futuro y organizado por la
pervivencia del pasado de un modo mucho más intenso que el de otros
seres inteligentes, hasta el punto que no puede considerarse como una
base estable o "real" (por móvil que sea) para sustentar el pasado y el
futuro, como propone Mead; antes bien, el presente humano se abisma de
modo paradójico en el pasado y el futuro que él mismo contiene.
—al
menos el mío. Una mise en abyme paradoxale que es nuestra realidad
cotidiana, y en la que cada vez nos vemos más inmersos, gracias a los
blogs.
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