Unos párrafos del apartado "Incertidumbre moral", del cap. 1 del libro de Zygmunt Bauman Ética posmoderna:
Una de las
dimensiones prácticas de la
crisis deriva de la magnitud del poder que tenemos. Lo que hagamos
nosotros u otros puede tener consecuencias de largo alcance y duración,
que posiblemente no veamos directamente ni podamos predecir con
claridad. Entre los hechos y su desenlace hay una gran distancia—tanto temporal como
espacial—que es imposible imaginar con nuestra capacidad de percepción
común; por ello, difícilmente podemos medir la calidad de nuestras
acciones conforme a un inventario de sus efectos. Lo que nosotros u
otros hagamos tendrá "efectos secundarios", "consecuencias
inadvertidas", que podrían sofocar cualquier buena intención y provocar
desastres y sufrimiento que nadie desearía ni adivinaría; más aún,
podría afectar a personas a las que nunca conoceremos, por lejos que
viajemos o mucho que vivamos. Podríamos perjudicarlas (o ellas
perjudicarnos) inadvertidamente, por ignorancia más que por intención,
sin que nadie en particular desee un mal, actúe de mala fe o pueda ser
acusado de conducirse en contra de la moral. Es imposible que
abarquemos la escala de consecuencias que podrían derivarse de nuestras
acciones con la imaginación moral que tenemos. También resultan
impotentes las pocas pero probadas y confiables reglas éticas que hemos
heredado del pasado y nos enseñaron a obedecer. Después de todo, nos
dicen cómo acercarnos a las perosnas y cómo decidir qué acciones son
buenas (y por ende, deberíamos hacer) y cuáles son malas (y deberíamos
evitar), dependiendo de sus efectos visibles y predecibles en ellas.
Pero ni siquiera si cumpliésemos las reglas con el mayor escrúpulo y
todos los que nos rodean las observaran podríamos estar seguros de
evitar consecuencias desastrosas. Sencillamente, nuestras herramientas
técnicas—el código de conducta moral, el conjunto de reglas que
seguimos—no fueron hechas a la medida de nuestro poder actual.
La rigurosa división del trabajo, la experiencia y las funciones requeridas en nuestra época (y de las cuales se siente tan orgullosa) desembocan en otra dimensión práctica: básicamente cualquier cosa que hagamos involucra a muchas personas, cada una de las cuales desempeña una pequeña parte de la tarea general. De hecho, la cantidad de personas involucradas es tan enorme que nadie podría adjudicarse, con razón y convicción (ni podría asignársele a nadie) la "autoría" (o la responsabilidad) del resultado final: un pecado sin pecadores, un delito sin delincuentes, una culpa sin culpables. La responsabilidad del resultado flota, por así decirlo, sin encontrar su refugio natural. O, más bien, la culpa está tan extendida que ni el más sincero escrutinio de la propia conciencia ni el arrepentimiento de cualesquiera de los "actores parciales" lograría cambiar mucho el estado final de las cosas. Debido a esta impotencia, muchos acabamos por creer en la "vanidad de los esfuerzos humanos" y por considerarla una razón válida para no realizar un escrutinio propio ni estar dispuestos a saldar cuentas.
La rigurosa división del trabajo, la experiencia y las funciones requeridas en nuestra época (y de las cuales se siente tan orgullosa) desembocan en otra dimensión práctica: básicamente cualquier cosa que hagamos involucra a muchas personas, cada una de las cuales desempeña una pequeña parte de la tarea general. De hecho, la cantidad de personas involucradas es tan enorme que nadie podría adjudicarse, con razón y convicción (ni podría asignársele a nadie) la "autoría" (o la responsabilidad) del resultado final: un pecado sin pecadores, un delito sin delincuentes, una culpa sin culpables. La responsabilidad del resultado flota, por así decirlo, sin encontrar su refugio natural. O, más bien, la culpa está tan extendida que ni el más sincero escrutinio de la propia conciencia ni el arrepentimiento de cualesquiera de los "actores parciales" lograría cambiar mucho el estado final de las cosas. Debido a esta impotencia, muchos acabamos por creer en la "vanidad de los esfuerzos humanos" y por considerarla una razón válida para no realizar un escrutinio propio ni estar dispuestos a saldar cuentas.
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