Aquí hay dos versiones de la canción central de esta obra cumbre del kitsch, más recomendable musicalmente en estas interpretaciones originales de la primera Christine, Sarah Brightman, que en las de la película de Joel Schumacher (2004). Además, está aquí el kitsch aderezado y apuntalado, en esta primera versión que sigue, con elementos de sobreactuación grotesca (malamala) por parte del Fantasma, que le termina de dar el carácter de una pesadilla. Por lo menos Sarah canta bien. En la segunda versión tenemos al fantasma de Antonio Banderas, pero no lo hace nada mal. Y además es que soy un incondicional de la Brightman.
Bien,
pues para compensar tanto kitsch, vamos a traducir un fragmento del
cuento "El amigo del Fantasma de la Ópera", del sarcástico Donald
Barthelme:
... Pero sé que no es feliz.
Su situación es simple y terrible. Debe decidir si arriesgarse a vivir en la superficie, o seguir siempre escondido, en los sótanos de la Ópera.
Sus exploraciones tentativas, probatorias, por la ciudad (siempre por la noche) no le han decidido a adoptar una u otra opción. Además, la ciudad ya no es la ciudad que conoció de joven. Ha cambiado su significado.
Ante una mesa de café, en un lugar donde la luz de las farolas la interrumpe un árbol grande, estamos sentados silenciosos ante nuestras consumiciones.
Todo lo que se pueda decir ya se ha dicho muchas veces.
No tengo observaciones nuevas que hacer. La decisión a la que se enfrenta lleva décadas atormentándolo.
"Y si después de todo yo—"
Pero no puede terminar la frase. Los dos sabemos a qué se refiere.
Yo estoy fuera de mí, un poco enfadado. ¿Cuántas noches he pasado de esta manera, atendiendo a sus suspiros?
En los primeros años de nuestra amistad, proponía yo medidas vigorosas. ¡Una nueva vida! Los adelantos de la cirugía, le decía, hacían que fuese posible una existencia normal para él. Nuevas técnicas de—
"Soy demasiado viejo".
Uno nunca es demasiado viejo, le decía yo. Todavía tenía muchas satisfacciones a su disposición, por no hablar de la posibilidad de ayudar a los demás. ¡Su música! Un hogar, quizá matrimonio e hijos, no estaban descartados. Lo que hacía falta era atrevimiento, voluntad de salir de cauces viejos...
Ahora, cuando estos pensamientos nos cruzan la mente, sonríe con ironía.
... Pero sé que no es feliz.
Su situación es simple y terrible. Debe decidir si arriesgarse a vivir en la superficie, o seguir siempre escondido, en los sótanos de la Ópera.
Sus exploraciones tentativas, probatorias, por la ciudad (siempre por la noche) no le han decidido a adoptar una u otra opción. Además, la ciudad ya no es la ciudad que conoció de joven. Ha cambiado su significado.
Ante una mesa de café, en un lugar donde la luz de las farolas la interrumpe un árbol grande, estamos sentados silenciosos ante nuestras consumiciones.
Todo lo que se pueda decir ya se ha dicho muchas veces.
No tengo observaciones nuevas que hacer. La decisión a la que se enfrenta lleva décadas atormentándolo.
"Y si después de todo yo—"
Pero no puede terminar la frase. Los dos sabemos a qué se refiere.
Yo estoy fuera de mí, un poco enfadado. ¿Cuántas noches he pasado de esta manera, atendiendo a sus suspiros?
En los primeros años de nuestra amistad, proponía yo medidas vigorosas. ¡Una nueva vida! Los adelantos de la cirugía, le decía, hacían que fuese posible una existencia normal para él. Nuevas técnicas de—
"Soy demasiado viejo".
Uno nunca es demasiado viejo, le decía yo. Todavía tenía muchas satisfacciones a su disposición, por no hablar de la posibilidad de ayudar a los demás. ¡Su música! Un hogar, quizá matrimonio e hijos, no estaban descartados. Lo que hacía falta era atrevimiento, voluntad de salir de cauces viejos...
Ahora, cuando estos pensamientos nos cruzan la mente, sonríe con ironía.
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