domingo, 5 de marzo de 2017

Retropost #1490 (5 de marzo de 2007): Teoría de la contingencia



Se supone en buena lógica aristotélica que no puede haber ciencia del accidente, sino sólo de los principios generales. Por eso es un tanto paradójica la idea de una teoría de la contingencia, a primera vista; teoría de las cosas que no se pueden reducir a principios, sino que son producto del azar, y de combinaciones impredecibles de causas convergentes. Sólo post hoc se pueden describir esos fenómenos. Si hay ciencia posible de ellos, es una ciencia narrativa, no predictiva; una ciencia que se limita a establecer lo que de hecho sucedió, y a describir las modalidades principales de interacción entre las diversas causas. Esa ciencia, que parece menos ambiciosa que una ciencia matemática o física, trata sin embargo de los fenómenos que más de cerca nos atañen, y que son contingentes, impredecibles. Como la constitución específica del mundo en que vivimos, la evolución de la vida, la transformación de unas especies en otras, la aparición de nuestra propia especie, y los avatares de su historia y cultura. Incluyendo, en una fase tardía, la aparición de teorías que reconstruyen o esa serie de procesos complejos e impredecibles.

Me acabo de terminar The Structure of Evolutionary Theory (2002), libro en el que culminó la vida y obra de Stephen Jay Gould (aunque han salido otros escritos póstumamente). Ya se tradujo al español, una labor de titanes, supongo, como su composición. Gould pasa repaso a la historia de la vida y formula su propia teoría de la evolución, a la vez que repasa las teorías anteriores en detalle, entendiendo su lógica desde dentro. Se plantea Gould el estudio de la evolución como una empresa en la cual el elemento teórico es absolutamente fundamental. No importa sólo la calidad de las respuestas o hallazgos concretos, sino también la calidad de las preguntas y presuposiciones teóricas que permitan organizar esos hechos. El estudio de la evolución es así, para Gould, inseparable del estudio del desarrollo de la teoría de la evolución: es decir, estudia las dos cosas a la vez, la evolución como teoría, y la evolución de la propia teoría evolucionaria, su descubrimiento gradual de nuevos ámbitos de explicación, su acotamiento de qué problemas es relevante o posible plantear en un determinado momento... una ciencia histórica que no puede prescindir de su historia. Convergen así en Gould las humanidades y la ciencia experimental, en una combinación fascinante de seguir. Cuando sacó este libro, mientras moría de cáncer, Gould llevaba muchos años escribiendo artículos sobre biología y evolución en Natural History, una serie llamada "This View of Life"—una frase extraída de la conclusión de El origen de las especies de Darwin. Estos artículos, recopilados en libros como El pulgar del panda, Brontosaurus y la nalga del ministro, etc., podían parecer a algunos meras curiosidades eruditas de la ciencia, una especie de marginalia anecdótica, en especial cuando Gould los llevaba hacia territorios de su interés específico como la estadística, la bibliofilia, los piques profesionales entre científicos, el béisbol... Pues bien, detrás de cada uno de esos libros de curiosidades, había una cabeza extraordinariamente organizada (tanto más si se tiene en cuenta que esta organización se expresaba con máquina de escribir, y no con ordenador). Casi todos los temas de esos ensayos mensuales reaparecen en The Structure of Evolutionary Theory, pero esta vez como pasos de un razonamiento gigantesco, o como ejemplos de un problema concreto que halla su lugar en el marco de una teoría global. Una teoría que, como digo, es también una teoría de teorías, una clasificación de los problemas a los que se han enfrentado sucesivamente los biólogos y evolucionistas, y de las respuestas que les han dado.

No reduce Gould la evolución a un principio único, o a una teoría perfectamente cuadriculada. Más bien, siendo su objeto la complejidad y la contingencia, las soluciones que ofrece dejan un papel a todos: incluso a la ciencia caduca y a las explicaciones superadas, por el papel que han tenido en plantear problemas e indicar posibles soluciones. Todo vuelve con el tiempo, o encuentra su lugar adecuado, hasta las extravagantes teorías de Geoffroy de Saint-Hilaire que pretendían relacionar la segmentación de los artrópodos y de los cordados sobre la base de un esquema corporal común. Una teoría de la contingencia no buscará una causa al origen de las especies, sino un complejo de causas, unas más activas que otras en según qué momentos, o a según qué nivel. ¿Es la selección natural de los organismos un principio importante? Pues claro, dice Gould, siguiendo a Darwin. Y sin embargo no puede reducirse a ella la evolución de las especies. Han de tenerse en cuenta otros niveles de explicación, como la selección de especies (y no de individuos), la producción de variedades locales mediante el equilibrio puntuado, y también las extinciones masivas ... o menos masivas. Lejos de fórmulas simples, la evolución de la vida es una historia compleja, que sólo puede entenderse con relación a principios generales actuando en circunstancias muy locales. Y es una historia narrativa, incluso narratológica, pues Gould está atentísimo a las falacias narrativas producidas por la perspectiva: el hindsight bias, la ilusión retrospectiva, los argumentos teleológicos, las narraciones antropocéntricas que favorece el progreso... Una cita-resumen, traduzco:

La descripción en una frase más adecuada de lo que he intentado al escribir este volumen se sigue mejor como una refutación de la supuesta paradoja antes expuesta [la supuesta paradoja de desarrollar una ciencia de lo contingente]: Este libro intenta expandir y alterar las premisas del darwinismo, para construir una teoría de la evolución específica y ampliada que, aun permaneciendo en el seno de la tradición, y bajo la lógica del argumento darwiniano, pueda también explicar una amplia gama de fenómenos macroevolutivos que quedan más allá de la capacidad explicativa de la extrapolación de los modos y mecanismos de la microevolución, y que por tanto se asignarían a la explicación contingente si han de ser esos principios microevolutivos los que [como en el darwinismo] construyen en principio el corpus completo de la teoría (...).
    En los términos más generales, y para formar una unión más perfecta entre la jerarquía de niveles estructurales y escalas temporales de la evolución, esta teoría revisada descansa sobre una expansión y reforma sustancial de cada uno de los tres principios centrales que constituyen el trípode sobre el que descansa la lógica darwiniana: (1) la expansión de la base tomada por Darwin (la selección a nivel de organismos) para proponer un modelo jerárquico de selección simultánea a varios niveles de individualidad darwiniana (gen, linaje celular, organismo, deme, especie y clade); (2) la construcción de un modelo interactivo para explicar las fuentes del cambio evolutivo creativo fundiendo las constricciones positivas impuestas por las vías de desarrollo estructurales e históricas internas a la anatomía y desarrollo de los organismos (el enfoque formalista) con la guía externa procedente de la selección natural (el enfoque funcionalista); y (3) la generación de teorías apropiadas a los ritmos y modalidades característicos de las escalas temporales superiores, para explicar la amplia gama de fenómenos macroevolutivos (particularmente la reestructuración de las biotas globales en episodios de extinción masiva) que no pueden interpretarse como simples consecuencias extrapoladas de los principios microevolutivos. (1139).
El ejemplo clásico, estándar y espectacular: la extinción de los dinosaurios. Según el gradualismo darwinista, la extinción se habría debido a causas microevolutivas: la mejor adaptación de los mamíferos en la lucha por la vida, y la supervivencia en última instancia del más apto. Aun en el seno del darwinismo, teoría no teleológica, queda así un elemento de antropocentrismo: el hombre aparece como la culminación lógica de una evolución orquestada por principios que aseguran la supremacía de los más aptos... en un ambiente  relativamente estable que permite la acción significativa de la microevolución.

Ahora bien, según el neocatastrofismo de Gould, las especies, generalmente, no evolucionan. Una vez formadas, se mantienen fijas o relativamente estables hasta su extinción, si bien con frecuencia un pequeño grupo aislado da lugar a una nueva especie.... que quizá acabe desplazando a la anterior. Así es como funciona en general (siempre en general, no maximalicemos) la evolución según Gould: por equilibrio puntuado, un equilibrio de base en las especies, puntuado por súbitos cambios en grupos pequeños que dan lugar a nuevas especies. Es la supervivencia relativa de estos grupos ramificados, y no la transformación de especies enteras, lo que marca la pauta general de la evolución. Y, luego, están las extinciones masivas. Así, los dinosaurios perecieron como consecuencia de una transformación súbita del medio ambiente producida por un impacto cósmico. No fueron desplazados por los mamíferos, que nunca compitieron con ellos de modo significativo: sencillamente, la extinción global dejó vacías muchas casillas ecológicas que luego ocuparían los mamíferos... desarrollando, por cierto, una variedad de formas no tan diferentes a las de los antiguos dinosaurios, formas adaptadas a esas casillas ecológicas. El hombre no apareció como consecuencia lógica de la supervivencia de los más aptos y el refinamiento progresivo, sino que apareció como consecuencia de un hecho fortuito: la extinción de los dinosaurios en una catástrofe cósmica. Y si bien ahora estamos muy adaptados a nuestro medio ambiente, bien puede ser que la era del hombre, o de los mamíferos, termine de la misma manera en que terminaron los dinosaurios, en un episodio de extinción global súbita. Lo que hoy sirve, y permite triunfar, mañana no servirá, y será lo que nos lleve a la ruina. Nadie es el más apto, siempre, en un universo sujeto a cambios súbitos. El gradualismo darwiniano queda así desplazado por una nueva teoría de la catástrofe: catástrofe en el origen de las especies (por equilibrio puntuado) y catástrofe en su final (frecuentemente por extinción masiva). Y al menos tan importante como la adaptación darwiniana es la exaptación, el uso de estructuras corporales para una finalidad distinta de su origen adaptativo y evolutivo: así las plumas, originadas para la termorregulación, pero que inesperadamente permiten emprender el vuelo.

Gould termina sin embargo su libro con un homenaje a Darwin, que más que muchos darwinistas, supo ver el elemento de contingencia e impredecibildad que hay en la evolución, y la ausencia de un plan maestro que la guíe. No hay orden humano en el universo, en el sentido en que a veces deseamos pensar que lo hay, y honra a Darwin el haber sabido ver eso. Gould sin embargo afirma el sentido moral de la contingencia, pues nos lleva a apreciar lo que hay de único e irrepetible en cada fenómeno, y en cada experiencia humana que se hace capaz de apreciarlo. Tal fue la experiencia de Darwin, que no sólo discernió importantes principios de la evolución, más allá de las fantasías, creencias y teorías antropocéntricas de sus contemporáneos, sino que también logró transmitir la dignidad y valor de esa nueva visión en una obra lúcida y de gran valor intelectual y literario. Gould sigue sus pasos, lo propone entre líneas como analogía para interpretar la teoría que él nos ofrece, como refutación y continuación a la vez de la obra de Darwin. Y convence, convence la analogía propuesta. There is grandeur in This View of Life—ha sido el suyo, a fin de cuentas, un admirable intento de saber de dónde venimos y a dónde vamos, más allá de las historias que al respecto se cuentan en nuestra tribu: un esfuerzo por alcanzar la sabiduría que esté a nuestro alcance, en el tiempo que tenemos asignado. Es una manera, más limitada pero más realista, de poner un orden humano en el universo.



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