jueves, 1 de septiembre de 2016

Retropost #1121 (31 de agosto de 2006): El cristal con que se mira (Diferencias críticas)


Si bien las ideas del libro de Stanley Fish Is There a Text in This Class (1980) van cambiando de unos ensayos a otros, el argumento central y global es que significado de los textos no existe "ya" en ellos, de por sí, sino que es generado conjuntamente por las estructuras de sentido que preexisten al texto y las que proyecta el lector durante el proceso de lectura. El significado no está en el texto en sí, es "producido" por una lectura. Este libro de Fish es, quizá, la obra más representativa del reader-response criticism, y no se echa atrás a la hora de hacer afirmaciones exorbitantes a la hora de vaciar de sentido el texto o las estructuras lingüísticas para atribuir toda la carga de sentido al acto de interpretación.

En tiempos le hice una crítica bastante dura en un artículo titulado "Stanley E. Fish’s Speech Acts". Me resultaban especialmente irritantes las maniobras de Fish para evitar toda discusión centrada en estructuras lingüísticas o semióticas objetivables, disolviendo todos los niveles de sentido en una sopa primigenia de interpretaciones proyectadas por el receptor. Hoy me llama más la atención el potencial transformador y la liberación mental que no hay que negarle a Fish. Son interesantes sus críticas a la estilística formalista y a la gramática transformacional; van muy en línea con lo que poco después se conocería como lingüistica integracional, y también con el interaccionalismo simbólico: sostiene Fish que todo sentido se crea no en un marco generativo abstracto sino en una situación concreta de interacción. Las determinantes del sentido no se encuentran en una gramática: "there are such constraints; they do not, however, inhere in language but in situations, and because they inhere in situations, the constraints we are always under are not always the same ones" (292). Las frases de Chomsky, sea cual sea su utilidad en un modelo abstracto, jamás han existido en la actividad lingüística efectiva, y "a language is neither known nor describable apart from the conditions that Chomsky labels ’irrelevant’" (247); tampoco los sentidos de un texto no se pueden separar de la historia institucional de sus interpretaciones.

La crítica no deja inalterado al texto, sino que por el contrario el mero acto de describir un texto es interpretativo, y construye activamente el sentido de ese texto. No niega Fish la existencia de sentidos más "normales" o "usuales" que otros, ni pretende quitarles su validez: sólo señala que esa normalidad y esa validez no son inherentes al objeto de interpretación, sino a la perspectiva de quien interpreta; si reconocemos unas interpretaciones como más "sensatas" o "válidas" que otras no es porque lo sean aparte de toda interpretación, sino porque nosotros mismos estamos insertos en una comunidad interpretativa y compartimos sus esquemas interpretativos (entre ellos sus lenguajes, sus convenciones genéricas, etc.).

La teoría de la "comunidad interpretativa" falla, naturalmente, por la imposibilidad de determinar o aislar semejantes comunidades, pues son una entelequia formal tan hipotética como las estructuras profundas de Chomsky; toda "comunidad" es un cruce de múltiples comunidades, en función de cuál sea la cuestión que se halle en cuestión. Es decir, es el conflicto de intereses y de interpretaciones el que en términos prácticos señala la frontera entre dos de esas supuestas "comunidades". No hay nada "obvio" en sí, sólo "obvio" para alguien: "Whenever a critic prefaces an assertion with a phrase like ’without doubt’ or ’there can be no doubt’, you can be sure that you are within hailing distance of the interpretive principles which produce the facts that he presents as obvious" (341)—una frase que, por cierto, es autodescriptiva, uno de los self-consuming artifacts que le gusta estudiar a Fish.

Así pues, el texto (relevante), el contexto relevante, y la interpretación surgen a la vez como productos de la lectura efectuada por el crítico, y de sus presupuestos. Para resolver o centrar cualquier debate hace falta "a set of overarching principles that are not themselves the object of dispute because they set the terms within which disputes can occur" (294). Surge de aquí un modelo de debate crítico muy interesante, basado en la interacción y en el cuestionamiento de presuposiciones. Es, por otra parte, un modelo que tiene bastantes elementos en común con la concepción interactiva y pragmática de la verdad científica que desarrolla George Herbert Mead en La filosofía del presente. Pretende Fish explicar así el hecho singular y casi chistoso de que tras generaciones de intérpretes, todavía se pueda proponer una interpretación de un texto clásico con la pretensión de desvelar una verdad sobre el texto hasta entonces oculta, pasada por alto por todos los críticos anteriores. "The discovery of the ’real point’ is always what is claimed whenever a new interpretation is advanced, but the claim makes sense only in relation to a point (or points) that had previously been considered the real one. This means that the space in which a critic works has been marked out ofr him by his predecessors, even though he is obliged by the conventions of the institution to dislodge them" (350). Es ésta una concepción dialógica e interactiva de la crítica que me resulta interesante; he desarrollado algunos aspectos en esta línea en mi artículo sobre "La espiral hermenéutica". Los gestos básicos del debate crítico son, pues, de dos tipos (en última instancia son el mismo para Fish): o bien, dentro de unos mismos presupuestos interpretativos, aportar datos nuevos, o bien cuestionar los presupuestos interpretativos, la base conceptual sobre la que se asienta una lectura (pero siempre habrá de realizarse este cuestionamiento, dice Fish, sobre la base de un terreno más general compartido—compartido de momento y en esta situación, no inherentemente más firme).

Para Fish, "interpretation is the only game in town", y es interesante cómo señala Fish que una de las maniobras preferidas de los críticos es ocultar ese elemento intepretativo, alegar que sólo se presentan datos objetivos: "by a logic peculiar to the institution, one of the standard ways of practicing literary criticism is to announce that you are avoiding it. This is so because at the heart of the institution is the wish to deny that its activities have any consequences" (355). Y, como para demostrar esto, el propio Fish nos asegura en el último capítulo que todo lo que ha dicho no tiene consecuencias para la práctica de la crítica: vamos, que sólo ha intentado aclarar las reglas del juego que se practica, y nunca cambiarlas. Que los críticos pueden seguir con sus interpretaciones tranquilamente, ignorándolo, porque no pasa nada. A todo tirar entendemos mejor la naturaleza de la actividad crítica, pero ésta sigue incólume, cada cual persiguiendo las verdades que son verdades desde su perspectiva... todo lo más podemos ser conscientes de que no se puede demostrar nada conclusivamente en crítica, sólo persuadir a alguien de que comparta nuestra perspectiva.
En este libro el pensamiento de Fish, obviamente in fieri, no acababa de extraer plenamente las consecuencias de esta "crítica creativa" a lo Oscar Wilde. Opone el modelo clásico, según el cual habría datos objetivos ajenos a los intérpretes que servirían para establecer la validez de una interpretación, a su modelo productivo, en el que no hay hechos objetivos a los que acudir para una demostración: "a model of persuasion in which the facts that one cites are available only because an interpretation (at least in its general and broad outlines) has already been assumed" (365). Esta nueva perspectiva proporciona una visión emergentista de los objetos de conocimiento crítico que se podría poner en relación con las ideas de G. H. Mead: "In one model [se refiere al modelo clásico que rechaza] change is (at least ideally) progressive, a movement toward a more accurate account of a fixed and stable entity; in the other, change occurs when one perspective dislodges another and brings with it entities that had not before been available" (366). Entidades que antes no eran accesibles, o no existían: es decir, la crítica genera retroactivamente el objeto sobre el cual actúa, mediante sus énfasis, intertextualidad, establecimiento de relaciones, extracción de presuposiciones.... Para Fish, una ventaja de este modelo emergentista de la crítica es que explica más adecuadamente cómo siguen saliendo sentidos nuevos de los textos, sin a la vez convertir a los intérpretes anteriores en cegatos, y explica los distintos énfasis y prioridades de otras épocas de la literatura y la crítica sin reducir a esos grandes hombres (Sidney, Dryden, Pope, Coleridge, Arnold...) a personajes que no entendían bien lo que estaban estudiando. Para Fish, no sólo lo estaban estudiando, lo estaban generando, y posibilitando más tarde nuestra perspectiva diferente a la suya.

Se ha acusado a veces a los postestructuralistas de magnificar de modo presuntuoso la actividad crítica. Si es así, Fish desde luego ofrece una de las mejores defensas y justificaciones de esa crítica creativa que no teme equipararse a la literatura imaginativa en su capacidad de producción de sentido (también sobre eso escribí algo aquí ). Para Fish, "el crítico ya no es el humilde servidor de textos cuyas glorias existen independientemente de cualquier cosa que él pudiera hacer; es lo que él hace, dentro de los límites inherentes a la institución literaria, lo que trae su existencia a los textos y los hace disponibles para su análisis y apreciación. La práctica de la crítica literaria no es algo por lo cual uno tenga que pedir disculpas; es absolutamente esencial no sólo para el mantenimiento sino tembién para la producción misma de los objetos de su atención" (368).

Siendo así, es difícil entender cómo Fish puede sostener que su tesis "has no consequences for practical criticism" (371). Desde luego, los teorizadores del materialismo cultural, como Jonathan Dollimore o Alan Sinfield, extraen consecuencias muy distintas de una concepción parejamente interactiva y dialéctica de la crítica. Algo parecido sucedía con Oscar Wilde y sus reflexiones que partían de la inutilidad e irrealidad del arte en "The Decay of Lying"—si el arte genera nuestra percepción de la realidad, o sea, la realidad misma, como arguye Wilde, lo que queda demostrado es su importancia trascendental, más bien que su inutilidad. De modo parecido, la teoría de Fish, en cuanto se extraen sus consecuencias prácticas, no puede sino transformar las prácticas de la institución crítica, sus objetos de atención y el tipo de atención que se les dedica. Sin contar con que lo primero que se transforma al escribir sobre algo es no tanto el objeto sobre el que se escribe como el propio escritor. Si el mundo, y el ojo, van a ser del color del cristal con que se mira, deberemos elegir bien ese cristal.  


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