martes, 19 de julio de 2016

Retropost #1067 (19 de julio de 2006): El Señor de la Guerra
















(Lord of War, 2005).

Nicolas Cage se especializa en papeles de personaje insatisfecho consigo mismo, o dividido internamente, o que lleva doble vida, o vendido a la tentación, o que se contempla a sí mismo corromperse por las circunstancias (por ejemplo en Leaving Las Vegas, en The Family Man, o en la reciente El hombre del tiempo). Así que le va que ni pintado el papel del traficante de armas Yuri Orlov, ucraniano, falso judío, inmigrante en América y que se dedica al comercio de armas a espaldas de su esposa, la top model que consigue comprar, como un trofeo, a base de forrarse vendiendo kalashnikovs y tanques.

La película empieza de manera impactante, con la vida de una bala vista desde el punto de vista de ésta, desde su fabricación, a través de sus mercadeos tercermundistas, hasta acabar en la frente de un africano. Una secuencia impresionante, como el resto de la película de hecho. Es de las que no hay que perderse este año, porque el final es también de impresión, anti-Hollywood: una vez capturado al fin tras la larga persecución de un agente de la interpol (Ethan Hawke), Cage sale tan pimpante, liberado por sus abogados y amigos de amigos influyentes, contactos al más alto nivel. La película termina diciéndonos que los grandes traficantes son también los cinco miembros del Consejo de Seguridad de la ONU.

Pesimismo amargo, ni asomo de final feliz, porque el final es la situación hipócrita y real de nuestro mundo, que no es feliz. No se nos ofrece ni la consolación imaginaria de la canción de Bob Dylan "Masters of War". Aquí es Cage el que está al final de pie sobre las tumbas de todo el mundo. Aunque algún traficante sí que muere al tratar con el material sensible africano, Yuri Orlov es un superviviente, y seguirá traficando muchos años más hasta que le vuelen el coche o lo acribillen en algún hotel africano. Trafica, como le dice a su mujer cuando ésta por fin descubre la verdad que no quería ver, "porque se me da bien". Los márgenes de beneficio son inmensos, aunque se paga con riesgo. La adrenalina también lo mueve, sin duda; es adicto al riesgo, como su hermano a la coca. El hermano muere intentando detener una masacre que se iba a hacer con sus armas, en la única escena "sentimental" de la película. Pero Orlov/Cage no se deja ablandar. Si tiene que aguantar que le den un tiro, lo aguanta; si su hermano le invoca su alianza fraternal en ruso en el momento crítico, no pierde la compostura, y cierra el trato cuando lo han matado. Es un personaje despreciable y abominable, y la única crítica que se podría hacer a la película es que nos lo hace familiar y humano a la vez que se exhibe su inmoralidad atroz como pinchada en un palo en lo alto de la película. Pero necesita un personaje tan horrendo e impermeable para mostrar cómo es posible este comercio, y cómo son quienes lo hacen.

Es una película buena por donde se coja, una especie de docudrama con un anti-James Bond de protagonista recorriendo los cinco continentes. Está escrita y dirigida por Andrew Niccol (que escribió también La Terminal y El Show de Truman). Tiene una fotografía espectacular, una historia llevada de manera sorprendente por la voz en off de Cage, escenas impactantes, ambientes inolvidables. Especialmente buenas las escenas africanas: el aterrizaje del avión de los traficantes en la carretera y su desguace; las calles de Liberia; el encuentro de Cage con las hienas. Y los espeluznantes señores de la guerra de Liberia y Sierra Leona, un ambiente de pesadilla demasiado real y que te deja con el sentido de la realidad girando como una peonza al salir del cine.

Porque en un sentido más amplio, esta película condena la partición hipócrita del mundo en una parte ordenada y otra desordenada, en el Primer Mundo y el Tercero, expresada con la doble vida y los alter-egos de Cage. Que hace uno de sus papeles más tremendos, al interpretar al señor de la guerra que tenemos todos en casa sin querer saberlo, por vivir donde vivimos y como vivimos. Somos la parte bienpensante de Occidente, como la esposa de Cage, unos top-model añosos con ínfulas de artista. Mientras, en África se masacra con las armas que exportamos. Y la película subraya la imposibilidad de que esto cambie, con su frase más característica "Dicen que el mal prevalece cuando los hombres de bien no hacen nada. Lo podrían dejar, sencillamente, en 'el mal prevalece'." Id a verla, a consolaros contemplando con lucidez vuestra hipocresía occidental. Es lo más que haréis ese día contra el comercio de armas; ese y cualquier otro seguramente.

Cada año se fabrican unas dos balas por cada persona que vive en el mundo. Alguien las va a disparar, ¿no?









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