jueves, 31 de marzo de 2016

Retropost #795 (5 de marzo de 2006): Barthelme, intent...


Me acabo de releer Sixty Stories, de Donald Barthelme. Al releerlo se aprecia mejor lo que tiene de extraño y también lo que tiene de convencional: da menos miedo, quizá. Bueno, miedo: una cabeza tan rara como la de Barthelme te da miedo precisamente por lo que reconoces de tu propia cabeza en la suya. Desde luego es de los que transforman la realidad sacando a la luz lo que teníamos delante de las narices y no habíamos visto: nos barthelmiza. Algo desagradable para muchos, porque es la suya una cabeza especializada en mirar las cosas con distancia, ironía, y nulo pero muy nulo contacto emocional con ellas. Es pura inteligencia sarcástica, cruel a la hora de exponer clichés. Más bien sugiere que estamos hechos de clichés y frases repetidas; sólo una combinación inesperada y absurda de lo repetido nos muestra la extrañeza de lo cotidiano, además de su rutinaria familiaridad. La metaficción de Barthelme, así, nos presenta extrañas historias para que veamos la extrañeza de lo real (su extrañeza en su modernidad y su vulgaridad). Deshace el relato convencional para que a través de sus ruinas veamos la caverna donde habitamos. Pero como digo sorprende al releerlo ver cómo Barthelme es capaz, desde su perspectiva cínica y desencantada, de escribir literatura comprometida y "clara", como un alegato político demoledor contra la guerra fría (en "Game") o contra la carrera armamentística y tecnológica (en "Report"), o contra el conservadurismo alienante de los Estados Unidos ("A City of Churches"). Y estos son sólo los casos más explícitos o militantes de una visión crítica que puede verse implícita en muchas partes de su obra.

Gus Negative dice que "It would be difficult for anyone not wearing critical blinders to ignore the melancholic, yet ultimately optimistic humanism lying at the core of all Barthelme’s stories". Bueno, pongamos que si están presentes ese optimismo y ese humanismo, es enteramente por exclusión, en negativo. Según otros, "even in his best stories, he was constantly in danger of being engulfed by the cultural dreck—second-hand language, second-hand beliefs, second-hand emotions—he took as his subject so that his work sometimes appeared to be a symptom of cultural malaise rather than a response to it." Como ejemplo de este lado de la obra de Barthelme, cojamos la canción que canta el gran cantante Moonbelly:

Moonbelly sang a new song called "The System Cannot Withstand Close Scrutiny."
The system cannot withstand close scrutiny The system cannot withstand close scrutiny The system cannot withstand close scrutiny The system cannot withstand close scrutiny Etc.

                         ("City Life")
Lo mismo que le pasa al sistema le pasa al yo. Nos informa el narrador de "Daumier" que "The self cannot be escaped, but it can be, with ingenuity and hard work, distracted. There are always openings if you can find them, there is always something to do". El sarcasmo corrosivo y el absurdismo eran las maneras en que Barthelme se enfrentaba al problema: "Not self-slaughter in the crude sense. Rather the construction of surrogates. Think of it as a transplant". Así, muchos relatos de Barthelme son alegorías de la escritura, de su poder transformador, y también de sus miserias, truquillos, y de los refugios provisionales que ofrece. Y los trucos de la escritura son los de la vida, pues organizamos nuestra vida con estructuras narrativas: una ficción bien hecha es la más falsa...

El último cuento de Sixty Stories vuelve a la perspectiva cínica. Pero en el penúltimo, "Bishop", es extraño encontrarse con un autorretrato casi sentimental. Quizá la compasión por sí mismo era lo único que le podía tocar la fibra sensible a Barthelme, y así, casi al final de su obra, nos presenta, con distanciamiento irónico, eso sí, un momento de inocencia y nostalgia. Bishop es un alter ego de Barthelme: escritor famoso, divorciado múltiple, escéptico, enfrentado al absurdo vital. No ama a su amante, bebe demasiado. Envejece, ha perdido las ilusiones. Así termina el cuento:

With his scotch in bed, Bishop summons up an image of felicity: walking in the water, the shallow river, at the edge of the ranch, looking for minnows in the water under the overhanging trees, skipping rocks across the river, intent . . .
Para mí, acaba allí su obra, en esos puntos suspensivos. Intent... no distanciado de sí, o haciéndose autotransplantes, sino concentrado en un objeto de atención que le absorbe, totalmente fuera de sí, inocente de ironía y sin un asomo de autocontemplación. De niño podía hacerlo; ahora sólo puede escribir sobre ello, y sobre cómo ya no está allí, y querría estar en un lugar parecido.





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