sábado, 12 de marzo de 2016

Retropost #730 (28 de enero de 2006): Eisenhower mismo




Eisenhower mismo decía cosas que harían poner rojo como un tomate a Bush, si este señor tuviera la capacidad de hacerlo. Aquí está su profético discurso avisando contra la influencia del complejo militar-industrial, en su despedida en 1960. (La ironía, claro, es que está avisando contra el complejo que sus políticas ayudaron a crear durante la guerra fría, y que aquí presenta como un mal necesario). Algunas, felizmente no todas, de las cosas que temía han sucedido, o siguen sucediendo. Traduzco un trocito (vía Leftbehinds:)

Hasta el último de nuestros conflictos mundiales, los Estados Unidos no tenían industria armamentística. Los fabricantes norteamericanos de arados podían, con tiempo y según necesidad, fabricar también espadas. Pero ahora ya no nos podemos arriesgar a una improvisación de emergencia de la defensa nacional; nos hemos visto obligados a crear una industria de armamentos permanente, de grandes proporciones. Añadido a esto, tres millones y medio de hombres y mujeres están directamente implicados en el sistema de defensa. Gastamos anualmente en seguridad militar más que los ingresos netos de todas las empresas de Estados Unidos.

Esta conjunción de un inmenso sistema militar y una gran industria armamentística es algo nuevo para la experiencia norteamericana. Su influencia total (económica, política, incluso espiritual) es palpable en cada ciudad, cada parlamento estatal, cada departamento del gobierno federal. Reconocemos la necesidad imperativa de esta nueva evolución de las cosas. Pero debemos estar bien seguros de que comprendemos sus graves consecuencias. Nuestros esfuerzos, nuestros recursos y nuestros trabajos están implicados en ella; también la estructura misma de nuestra sociedad.

En los consejos de gobierno, debemos estar alerta contra el desarrollo de influencias indebidas, sean buscadas o no, del complejo militar-industrial. Existe y existirán circunstancias que harán posible que surjan poderes en lugares indebidos, con efectos desastrosos.

Nunca debemos permitir que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras libertades ni nuestros procesos democráticos. No deberíamos dar nada por supuesto. Sólo una ciudadanía entendida y alerta puede obligar a que se produzca una correcta imbricación entre la inmensa maquinaria defensiva industrial y militar, y nuestros métodos y objetivos pacíficos, de modo que la seguridad y la libertad puedan prosperar juntas.

Similar, y en gran medida responsable por los profundos cambios de nuestra situación industrial y militar, ha sido la revolución tecnológica durante las décadas recientes.
En esta revolución, la investigación ha tenido un papel central; también se vuelve más formalizada, compleja, y cara. Una proporción creciente de la misma se lleva a cabo bajo la dirección, o para los fines, del Gobierno Federal. 

Hoy, el inventor solitario, trasteando en su taller, ha sido desplazado por ejércitos de cientríficos en laboratorios y campos de pruebas. De la misma manera, la universidad libre, la fuente histórica de las ideas libres y del descubrimiento científico, ha experimentado una revolución en la manera de llevar a cabo la investigación. En parte por las enormes cantidades que conlleva, un contrato con el gobierno se vuelve virtualmente el sustituto de la curiosidad intelectual. Por cada antigua pizarra hay ahora cientos de nuevos ordenadores electrónicos.

La perspectiva de que los académicos de la nacion puedan llegar a estar dominados por el Gobierno federal, por la concesión de proyectos y por el poder del dinero, está más que nunca ante nosotros, y es un riesgo que debe considerarse muy seriamente.
Aun teniendo el respeto debido a la investigación y los descubrimientos científicos, también debemos estar alerta ante el peligro contrario e igualmente serio de que la política que ha de velar por el interés público se vuelva cautiva de una élite científico-tecnológica.

Es tarea de los hombres de Estado dar forma, equilibrar e integrar a estas y otras fuerzas, nuevas y viejas, en el seno de los principios de nuestro sistema democrático -- persiguiendo siempre los fines supremos de nuestra sociedad libre.

V.

Otro factor en el mantenimiento del equilibrio tiene que ver con el factor tiempo. Al atisbar el futuro de nuestra sociedad, debemos -- vosotros y yo, y nuestro gobierno-- evitar la tendencia a vivir únicamente para el día de hoy, saqueando por comodidad y facilidad los preciados recursos del mañana. No podemos hipotecar los bienes materiales de nuestros nietos sin arriesgarnos a que se pierda además la herencia política y espiritual que les dejamos. Queremos que la democracia sobreviva para todas las generaciones por venir, no que se transforme en el fantasma insolvente del mañana.

VI.

Por el largo camino de la historia que aún se ha de escribir, Norteamérica sabe que este mundo nuestro, que cada vez se vuelve más pequeño, debe evitar convertirse en una comunidad de horribles temores y odio, y ser, en cambio, una orgullosa alianza de confianza y respeto mutuo.

Una alianza tal ha de ser entre iguales. Los más débiles deben venir a la mesa de conferencias con la misma confianza que nosotors, protegidos como estamos por nuestra fuerza moral, económica, y militar. Esa mesa, aunque marcada por las cicatrices de muchas frustraciones pasadas, no puede abandonarse en favor de la agonía segura del campo de batalla.

El desarme, con honor y confianza mutuos, sigue siendo un imperativo. Juntos debemos aprender cómo solucionar nuestras diferencias no con las armas sino con el intelecto y las intenciones decentes. Precisamente porque esta necesidad es tan vital y evidente, confieso que abandono mis responsabilidades oficiales en este campo con un claro sentimiento de decepción. Como alguien que ha sido testigo del horror y la tristeza que deja la guerra -- como alguien que sabe que otra guerra podría destruir totalmente esta civilización que se ha construido tan lentamente y con tantos sacrificios a lo largo de miles de años -- desearía poder decir esta noche que hay una paz duradera a la vista.
Felizmente, puedo decir que se ha evitado la guerra. Se ha llevado a cabo un progreso continuado hacia nuestra meta última. Pero queda tanto por hacer. En tanto que ciudadano particular, nunca dejaré de hacer lo poco que pueda para ayudar al mundo a avanzar por ese camino.





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