viernes, 29 de enero de 2016

Retropost #580 (3 de noviembre de 2005): Vaquillas en una pista de esquí




Eso es el sueño que he tenido esta noche, todo el rato esquivando a un torico en una pista de esquí, un prado inclinadísimo, y menos mal aún que no había nieve; parece ser que el truco para que no te pillase el toro era no perder altura al darle esquinazo. Qué ocupaciones nos buscamos por las noches. Apenas menos absurdas que las del día, en realidad. Hoy hago encaje de bolillos para poder estar viendo una película de Shakespeare con los alumnos, lo cual me supone: dejar a los tres críos en el comedor (tres vales de comida, y no verlos a mediodía), porque nadie más los puede recoger a esa hora, con Rosa en el hospital con su madre todavía muy grave, y la madre de ellos que ha ido a Madrid a traer al abuelo. También fui ayer a sacar la película del videoclub: Titus, una película sanguinaria y grotesca, con Anthony Hopkins muy en su línea, que le saca un partido increíble al extravagante Tito Andrónico de Shakespeare. (Recomiendo verla antes de que desaparezca para siempre al menos en España: ha quebrado Laurenfilms). Bueno, pues aunque yo tengo mi ejemplar de Titus en vídeo, la voy a sacar al videoclub en DVD, pagando yo, claro, porque los alumnos la seguirán mejor si les pongo los subtítulos en inglés, cosa que el vídeo no permite. Y tachán, cuando voy ... resulta que no aparece ninguno. Bueno. (Ver 31 de octubre). Supongo que sacarán la película cada uno por su cuenta, pagando, y la verán en casa, pues la universidad no dispone de ella. ¿O será mucho suponer? Creo que por esto me dedico por la noche a las vaquillas en una pista de esquí – por cambiar de tema.

Aparte también me he dedicado a preparar lecturas para mi curso de doctorado, pero me he cortado antes de fotocopiárselas a los alumnos... no sea que no aparezca tampoco ninguno. Vamos, que cómo no va a estar de capa caída la Filología, con semejante interés ambiental. Me parece que es el último curso de doctorado que doy: para el año que viene no he propuesto ninguno, y luego (o ya el año que viene, vaya usted a saber) se suprimen los programas actuales de doctorado y se inauguran los másters. Y aún no he pensado si me dedico a masterizar o si me quedo en el primer grado, el bachillerato universitario.

Bueno, ahora me voy a la estación a recoger a mi suegro y a su hija (isn’t that indirect) que vienen de Madrid. Álvaro no viene a nuestra estación-templo egipcio, se queda viendo El Paleofreak. Pero observa: "Esa estación no me gusta. Me da vértigo. Por qué la harían tan alta. Aunque tenga que ser grande, me parece que los trenes no miden cincuenta metros de alto."

(PS: la opinión de Otas sobre la macroestación: "Palece que estamos en el futulo. Y palece un labolatolio").


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Más sueños, aparte de los del retropost. Esta noche ha estado amena, con:

1) La composición, coreografía, montaje y visionado de una opereta inédita de Gilbert y Sullivan. O más bien dos; una relacionada con temas prerrafaelistas, y otra en la que salía Ícaro (¿o era Orfeo?) —dorado y con alas, televisado para regocijo de los nenes, que se empezaban por fin a aficionar a Gilbert y Sullivan. "¡Espera, que ahora sale Ícaro!" "¡Cris, mira Ícaro!"   La de tema prerrafaelita iba de un personaje que se veía atrapado en estas coreografías de los musicales, y se extrañaba de que todos cantasen y de que él mismo cantase, y se sorprendía de verse rodeado por una coreografía tan orquestada. Y paraba, e interrumpía el ritmo, a ver qué pasaba; y claro, se interrumpían los coros y danzas, a la espera de que el prota arrancase de nuevo con sus arias—todas las ninfas danzantes ahí mirando por el rabillo del ojo, y siendo inspeccionadas por él; y las Ofelias flotantes (Ofelios disfrazados, en realidad) intentando mantenerse a flote discretamente, a ver cuándo seguía la música y podían seguir flotando a su destino. Lleva su trabajo, sin duda, componer todas estas cosas, con letra y música, a la vez que intentas dormir.

2) Alguien había aprovechado una oportunidad irresistible, y había comprado un cocodrilo de doce metros (¿los hay tan grandes todavía? Sí, los hay), para dejarlo metido en una bolsa de plástico en el cuarto de baño del fondo, medio a remojo en una bañera. Parecía dormido, pero esto no iba a durar. Se lo enseñaba yo a una pequeña bebita que llevaba y que temía yo iba a ser inevitablemente devorada por el cocodrilo si despertaba, por mucho que se escondiese gateando entre las sillas. Una pequeña muy lista, iba empezando a hablar con frases ininteligibles casi, a medida que yo intentaba resolver el problema. Les encargaba a Álvaro y los otros que entrasen rápidamente en Internet a ver qué zoos había cerca que recogiesen cocodrilos de ese tamaño—porque en este momento no teníamos aún un problema, pero en una hora no más lo íbamos a tener, y muy gordo. Así llegan las cosas de repente en su momento, aunque las veas venir de lejos. A estas horas, que yo sepa, el problema sigue sin resolver.






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