jueves, 31 de diciembre de 2015
(In)definición de la realidad
Propongamos una definición de la realidad, o quizá una perspectiva sobre ella. La realidad es lo que sucede entre líneas.
Aunque quizá la perspectiva a que aludo sea eso precisamente, el enfatizar lo que sucede entre líneas. Seamos más precisos: la realidad es el juego, la dinámica que se da, entre lo que sucede oficialmente, y lo que sucede entre líneas.
Porque la realidad está oficialmente definida, aunque no lleve carteles: está definida por sobreentendidos, por hábitos y rutinas establecidos, por marcos de interacción comunicativa. Lo que sucede oficialmente es, por ejemplo, una reunión de trabajo, una clase, una misa. Una conversación entre amigos. Cualquier función de esas que orquestan la realidad en cuanto que es teatro vivido.
Lo que sucede entre líneas es lo que Goffman llamaba un canal secundario—la actividad alternativa que involucra no a todos los participantes en el acto oficial, sino sólo a unos pocos, o quizá sólo a uno: el observador de esa dimensión oculta de la realidad que está sucediendo entre líneas, el que ve lo que otros no ven, lo que se les escapa de la realidad.
(Puede suceder que dos miembros de una reunión estén interactuando por lo bajini mientras el jefe expone y predica. La realidad se multiplica y articula en esa interacción secreta que viene ya definida como secundaria por su propia ubicación. Pero si esa interacción secreta es percibida y espiada por un tercero, la realidad se triplica, en un juego de perspectivas interaccionales. Es el tercero quien más realidad percibe, en nuestra descripción, el observador-que-observa-a-los-que-creen-que-observan-sin-ser-observados. Perspectiva cuasi-divina, engañosa por tanto, analizada por Lacan en su seminario sobre la carta robada de Poe, y más comentada por mí en mi artículo Poe-tics of Topsight).
Otro ejemplo. Hablamos con alguien. Lo que nos dice es una cosa, la actividad oficialmente establecida, el canal dominante. Lo que nos muestra es otra cosa. Vemos proxémica, kinésica, paralenguaje. El cuerpo dice la verdad que las palabras disimulan. O al menos es allí donde intentamos descubrir esa realidad elusiva: en el gesto, o en el subgesto.
Habría que dar una nueva definición de eso que Barthes llamaba el efecto de realidad. Para mí no está donde decía él (en los detalles irrelevantes o no significativos, aunque también), sino ante todo en ese juego de perspectivas, donde se confrontan dos realidades diferentes, definidas por dos marcos interaccionales diferentes. Dos o más. Y donde se ventila qué es lo que está pasando, o donde pasamos inconsistentemente de un juego de realidad a otro (en esas incertidumbres y caos la realidad se desbarata, pero a la vez se revela como lo que realmente es, detrás del juego de las apariencias organizadas).
La realidad dominante es la realidad oficial, la públicamente reconocida, y organizada en una ceremonia interaccional ampliamente compartida o difundida. Tiene, hay que reconocerlo, una cierta precedencia pública, y una autoridad que parece ser la autoridad de la evidencia misma (—de hecho, tan sólida parece a veces esa realidad primaria que olvidamos que es también una función del teatro de la vida cotidiana).
Pero frente a la realidad oficial, al Canal 1 de la realidad, tiene su propia solidez y su propia primacía la segunda cadena, el canal de comunicación subsidiario o el paréntesis de realidad provisional que se abre en el marco de la Realidad 1. Adquiere una intensidad especial, una inmediatez que le viene precisamente de esa contraposición a la realidad primera, y de la continuación de ésta como telón de fondo o como apoyatura donde edificar este segundo nivel de realidad. Si estamos en el segundo piso, es ése el que más inmediatamente nos sostiene, aun cuando su misma estructura consista en estar edificado sobre el primer piso.
La realidad extraoficial, por tanto, tiene un cierto caché, una prioridad ontológica —y si no ontológica, experiencial— que nos permite habitar la vida no como una ceremonia teatral ya sabida y previsible, sino como un lugar resbaladizo de semiosis intensificada, un lugar de riesgo interaccional e incertidumbre interpretativa. Lo auténtico se define como tal en las bambalinas del teatro de la vida cotidiana.
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