viernes, 20 de noviembre de 2015

Retropost #419 (16 de julio de 2005): Alias, a.k.a.s, mónikers



¿En qué se parece un blogger a un superhéroe (o a un supervillano)? Pues en que tiene, normalmente, una identidad secreta. Ayer ví otra vez Los Increíbles, que comienza con unas entrevistas a los superhéroes sobre sus identidades secretas:

- Pues claro que tengo una identidad secreta! Se me imagina usted yendo a hacer la compra vestida de Elasti-Girl? Vamos, anda...

Y Frozono:

- Las titis quieren siempre que conozcas su identidad secreta; creen que así se refuerza "la relacióon de pareeeja"... Pero a mí es que no me interesa, me da igual, les digo, nena, que me dices que eres una supertía, megarrápida, chachiguay? Pues a mí con eso me vale, nena... con eso me vale.

Los nombres profesionales de los superhéroes son bastante evidentes. Ni siquiera Peter Parker, que tiene un punto autoirónico, se pone de nombre "Doctor Prof", o "El Mozo Maravilloso", o "El Hombre de Hielo". Los nicknames de los blogueros o chateros son a veces bastante más indirectos o enigmáticos: será sin duda porque los lectores no conocemos normalmente su aka (NOTA 1), mientras que de los superhéroes sí que conocemos todas las identidades secretas, por secretas que sean. Para eso está el privilegio del punto de vista narrativo. Recordemos, como muestra a contrario un botón, el shock con el que descubrimos que Norman Osborn es el Duendecillo Verde: comparable al de un blogger que descubriese que determinado comentario a su bitácora viene del vecino de al lado, o de aquella chica, o de su jefe.

Otros que utilizan nombres artísticos o aliases son los personajes de la farándula ("Moniker Randall"), artistas de circo ("El Gran Zampabollos"), cantantes ("Bob Dylan", a.k.a. "Zimmy"). Gente de la calle, como los graffiteros (Psico); también los criminales y hampones: "Scarface"; Josu "Ternura", etc. A veces queda la duda de si se los pone la policía o se los ponen ellos. Los sobrenombres de los hampones de Mortadelo y Filemón son divertidos: siempre ponen en contraste el origen anglosajón de la iconología criminal por una parte, y la cutrerrealidad nacional por otra: Jimmy "el Pinchapáncreas"; Joe "Matraca".

Los americanos solían insertar estos mónikers entre el nombre de pila y el apellido (como si fuese un "middle name"), una costumbre que se ha desparramado a los motes en su conjunto: así, Wesson "a.k.a. 47" Smith, etc. Deviene un pequeño arte el de inventarse motes nunca usados para los personajes conocidos o conocidos de uno, como si hablásemos, por ejemplo de Bill "That’s-Not-Sex" Clinton, o de George "más destrucsion" Bush.

Los enseñantes solíamos tener motes, pero o bien tenemos menos o bien han escapado de mi horizonte perceptual. Recuerdo que a uno de mis profesores que andaba encorvado lo llamaban "Buscaperras"; a mí no sé cómo me llaman, igual estoy tan desprovisto de apodo en clase como aquí (en cierto modo es un fracaso, señal de indiferencia).

Otra fuente de multinominación son los diminutivos y apelativos cariñosos o familiares: así Otas en lugar de Oscar, Pibo en lugar de Ivo; o el beibitalk que se emplea entre amantes en cuanto se conquista la intimidad. El descubrimiento de una nueva faceta en una persona, o el desarrollo de una nueva relación con ella, nos impulsa a rebautizarla.
Y así vamos interpretando muchos personajes, con nombres distintos, en el teatro de la vida; y como los actores, usamos otro nombre cuando cambiamos de escenario o de obra. Cada nombre, apelativo, o mote viene a ser un rol que asumimos: una etiqueta que modifica la sustancia nombrada. Lo mismo en Internet: hemos descubierto una nueva dimensión de la realidad, o de nosotros mismos, y actuamos en consecuencia.
Según Marie-Laure Ryan, "no hay apenas nada que leer en la literatura crítica acerca de los usuarios de las MOO [entornos virtuales multi-usuario] que eligen ser ’simplemente ellos mismos’, porque piensan que la representación de papeles es demasiado agotadora, que la ’autenticidad’ es más placentera, y que el yo no es problemático; pero me he encontrado con alguno de estos anacronismos vivientes - aunque, por supuesto, pueden haberme mentido’ (NOTA 2). Peor es cuando, tras el mismo nombre y la misma identidad oficial y conocida, se esconden personas distintas... pero todos somos en realidad Legión, un haz de roles que poco tienen que ver uno con otro.

Los nicknombres o "nicks" de los bloggers y otros Ciber Surfers son también comparables, claro, a los pseudónimos o noms de plume de otros escritores. Como el estilo es el hombre, algunos escritores eligen identidades alternativas cuando quieren escribir en otro estilo: así Ruth Rendell, escritora de novelas de crimen y detección, firma como Barbara Vine sus novelas más psicológicas o existenciales; un poco a la manera en que la belle de jour y la belle de nuit requieren nombres distintos para comportamientos distintos.

Quizá todos los escritores deberían firmar con un apodo, porque, al menos según W. C. Booth (NOTA 3) el autor que vemos reflejado en el libro no es el autor efectivo, aunque firme como él, sino el "autor implícito", una versión mejorada y corregida, y en todo caso textualizada, del mismo. Eso sin contar los casos en que los autores escriben abiertamente utilizando una personalidad ficticia, un narrador (fiable o no) bien diferenciado de ellos, que habla en primera persona normalmente y puede presentarse como el autor de la obra que el lector tiene entre manos (por ejemplo, Gulliver y no Swift en Los viajes de Gulliver). Pero de todos en general se puede decir lo que decía Barthes: "quien relata no es quien escribe, y quien escribe no es quien es." (NOTA 4). En todo caso, no es "quien era". Así que aunque firme con mi nombre, no corro el peligro contra el que prevenía Oscar Wilde: "If one tells the truth, one is sure, sooner or later, to be found out" (NOTA 5).

Cada Web Crawler, en suma, sabrá, o debería saber, si lo que ha elegido es una firma, un logotipo, un otro yo, un nombre de guerra, un doppelgänger o un second self - y por qué ha elegido esa modalidad de aparición, y ese nombre en concreto. Tampoco se rebautiza uno cada día.


NOTAS

NOTA 1: Para los ignorantes en inglés, ahora que introduzco "aka" como neologísimo en la Lengua Española, a.k.a. es abreviatura de "also known as", "también conocido como". Podíamos también usar en español, como variante traducida del neologismo, "t.c.c.", por ejemplo, J. A. García, tececé "El Homble de Hielo".

NOTA 2: Marie-Laure Ryan, "El ciberespacio, la virtualidad y el texto", en Literatura y Cibercultura, ed. Domingo Sánchez-Mesa (Madrid: Arco-Libros, 2004), 112-13.

NOTA 3: Booth, The Rhetoric of Fiction (Chicago: U of Chicago P, 1961). Otro que se podría cambiar de nombre: W. C. Booth podría traducirse como "caseta del retrete". Otro crítico, Georges Poulet, sí que consideró oportuno utilizar un seudónimo para publicar su novela La Poule aux oeufs d’or, para evitar efectos chuscos.

NOTA 4: Roland Barthes, "Introduction à l’analyse structurale des récits", Communications 8 (1966).

NOTA 5: Eso sí le pasó a él, desde luego. Quizá por eso se cambió de nombre tras la cárcel, firmando como Sebastian Melmoth, nombre tomado de San Sebastián, santo patrono de los gays, y del Melmoth the Wanderer, de Maturin (pariente lejano).





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