lunes, 24 de agosto de 2015

Retropost #147 (11 de marzo de 2005): El hombre descentrado



En la última clase de comentario de textos literarios ("literáreos", me escribe una alumna), vemos un curioso texto del Ensayo sobre el Hombre y la Mujer, de Pope. Es sobre el antropocentrismo, otra variante de la fea vánity. Vamos allá con una traducción libre... me salto los pentámetros yámbicos y los pareados heroicos.

Si preguntas con qué finalidad brillan los astros, o para quién está hecha la Tierra – el Orgullo contesta, "Para mí. Para mí la amable naturaleza despierta su virtud animadora, cría cada hierba y expande cada flor. Anualmente, para mí, la uva y la rosa renuevan su jugo de néctar y su rocío perfumado; para mí, la mina trae mil tesoros, para mí brota la salud por mil manantiales; los mares con su oleaje me mecen, los soles despuntan para alumbrarme; la Tierra es mi taburete; los cielos mi dosel."

Pero, ¿no se desvía la Natureza de este gentil propósito cuando los terremotos se tragan, o cuando las tempestades barren, ciudades a una tumba común, naciones enteras a los abismos?

"No," replican, "la primera Causa Todopoderosa no actúa en base a leyes parciales, sino generales; las excepciones o son pocas o ninguna; algunos cambios desde que todo empezó – y ¿qué ha sido creado perfecto?"

– ¿Y porqué el hombre habría de ser una excepción? Si la gran finalidad es la felicidad humana, entonces la naturaleza se desvía; ¿y puede el hombre ser menos? Esa finalidad requeriría un orden fijo tanto en las lluvias y el sol como en los deseos humanos; requeriría lo mismo eternas primaveras y cielos sin nubes, como hombres siempre moderados, en calma y sabios. Si las plagas o los terremotos no son excepciones al orden establecido por el cielo, ¿porqué habrían de serlo un Borgia, o un Catilina? ¿Quién sabe si acaso, el que da forma al rayo con su mano, alza el océano, y da alas a la tormenta, acaso vierte también una fiera ambición en la mente de un César, o da suelta al joven Alejandro para que sea el azote de la humanidad? Del orgullo, de orgullo brota nuestro razonamiento mismo. Explica pues los asuntos morales como los naturales: ¿por qué culpamos al Cielo de éstos, y le declaramos inocente de aquéllos? En ambos, razonar bien es someterse. Quizá parecería mejor para nosotros que allí todo fuese armonía, y aquí todo virtud; que nunca el aire ni el océano notasen viento, que nunca una pasión descompusiera la mente... pero TODO subsiste mediante una lucha elemental: y las pasiones son los elementos de la vida. El ORDEN general, desde que todo comenzó, lo sigue la naturaleza, y lo sigue el hombre.

(...)

El cielo a todas las criaturas les oculta el libro del Destino, todas menos la página prescrita, el estado presente: a las bestias oculta lo que los hombres saben, a los hombres lo que los espíritus. Si no, ¿quién podría soportar la existencia aquí abajo? El cordero que por tu fiesta ha de sangrar hoy, si tuviese tu conocimiento, ¿saltaría y jugaría? Contento hasta el fin, va comiendo flores y lame la mano que se acaba de alzar para derramar su sangre. ¡Oh ceguera ante el futuro! Un don generoso, para que todos podamos completar el círculo que nos ha marcado el Cielo –que ve con ojo ecuánime, como Dios de todos, perecer a un héroe, o caer un gorrión; átomos, o sistemas solares, lanzados a la ruina; ve cómo revienta una burbuja, o un mundo. Ten, por tanto, esperanzas humildes; alza el vuelo con alas temblorosas: espera al gran docente, la Muerte, y adora a Dios. Si existe la dicha futura, no te concede él saberlo; pero te da la esperanza de ella para que seas feliz –ahora. La esperanza brota eterna en el corazón humano; el hombre nunca conoce la dicha –que siempre está por venir en un futuro. El alma, inquieta y presa separada de su hogar, descansa y se explaya en una vida venidera.

Mira al pobre indio, cuya mente ignorante ve a Dios en las nubes, o lo oye en el viento. A su alma la orgullosa Ciencia nunca le ha enseñado a alejarse hasta la órbita solar, o la Vía Láctea; sin embargo, la mera Naturaleza le ha proporcionado la esperanza, detrás de la nube que corona la colina, de un cielo más modesto, algún mundo más seguro abrigado en lo hondo del bosque, alguna isla más dichosa perdida en las aguas, donde los esclavos vuelven a ver una vez más su tierra nativa, y no los atormentan demonios, ni hay allí cristianos sedientos de oro. Simplemente el existir le contenta sus deseos naturales: no pide alas de ángel, ni ardientes serafines; sino que piensa que, admitido en ese cielo igualitario, su perro fiel le hará compañía.



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