domingo, 9 de agosto de 2015

La metástasis del Estado

Hace años me compré en una librería de viejo un libro que recopilaba columnas periodísticas de Federico Jiménez Losantos, Contra el Felipismo (Planeta, 1993), con artículos de los 80 y de los primeros 90. Nunca me lo leeré, pensé, pues el periodismo de hace décadas es como la crítica literaria antigua, than which nothing is deader. Y sin embargo me lo leo este verano, y resulta ser de rabiosa actualidad. Vamos, que no sólo no ha cambiado nada Federico, manteniendo una coherencia inflexible en sus posturas de antes y de ahora, en su crítica a los usos y abusos partidistas del poder y del Estado, sino que también España es la de antes, o más, en la crítica que merece. Véase este artículo de otro siglo sobre LA METÁSTASIS DEL ESTADO:


Si algún estudioso quisiera comprobar cómo es posible sintetizar la peor herencia de la derecha corporativista y la desgraciada experiencia de la izquierda socialdemócrata ttendría que darse una vuelta por España. Las tres claves para que una sociedad moderna no funcione son éstas: una sociedad que no cree en sí misma, un Gobierno que cree demasiado y, entre ambos, un Estado que quiere llegar a todas partes y que, por tanto, funciona mal. Esa triple maldición enseñorea la vida española desde hace mucho: acostumbrados a esperarlo todo del Estado, y a temerlo todo del Gobierno, los españoles se encuentran ahora, casi de repente, con los síntomas de la misma enfermedad que ha afectado a los países occidentales durante los años setenta, pero no acaban de saber lo que les pasa ni ven cómo abordar su mal. Unos piensan, por decir algo, que falta mano dura: otros dicen que hace falta mayor "sensibilidad social" por parte de las autoridades; otros creen que nuestro país está abonado a esta fastidiosa constatación de inoperancia; pero, en general, no se comprende que no estamos ante una gripe endémica, sino en estado canceroso. España padece cáncer de Estado.

La metástasis del Estado es similar a la de las células cancerígenas, que aumentan desordenadamente y sin control. Antiguamente, las funciones del Estado, al menos en los países mejor organizados, se limitaban a asegurar las fronteras, garantizar el orden y favorecer el cumplimiento de las leyes. Estas funciones precisaban determinados fondos, que se conseguían mediante impuestos sobre las mercancías —indirectos—, sobre las rentas y posesiones —directos—, o mediante diversas manipulaciones en la acuñación de moneda —con resultados generalmente desastrosos—. A pesar de ello, los Estados que, como el español, llegaron a organizar imperios universales alcanzaron gran eficacia en la utilización de sus recursos.

Al control político-militar de la sociedad española durante el franquismo, que dio lugar a un Estado asistencial a medio camino entre el corporativismo católico y la socialdemocracia, le ha sucedido el proyecto de "Estado de bienestar" a la sueca; a la sueca del Guadalquivir, se entiende. El resultado es que el Estado, es decir, el Gobierno, dispone de una Administración elefantiásica, pero carece de buenas comunicaciones; tiene más universitarios que nunca, pero cada vez saben menos cosas —ya, ni siquiera dominan la lengua materna—; controla de forma absoluta a los contribuyentes, que somos todos, pero no es capaz de garantizar la seguridad ciudadana; manipula la cúpula del Poder Judicial, pero los tribunales están atascados; tenemos todo un Ministerio de Cultura, pero la portavoz del Gobierno habla con faltas de ortografía; tenemos cientos de miles de soldados, pero somos incapaces de poner veinte mil en el extranjero para hacer una guerra que no sea de guerrillas; el Estado garantiza el derecho de los  españoles a la salud, pero en las colas de los hospitales la gente se muere; también se proclama el derecho a una vivienda digna, pero no hay quien pueda pagarla. Ha crecido tanto el Estado, que llega a todas las actividades y afecta a todas las personas, pero ni es eficaz ni a cambio de nuestro dinero y nuestra libertad ofrece algo más que palabrería y burocracia. Por eso digo que el organismo nacional padece cáncer de Estado y se consume en la Seguridad Social. Con todo, lo pero de este organismo nuestro es que no sabe de qué se muere porque nunca ha gozado de buena salud; y en vez de acudir a la cirugía recurre a la cataplasma.

(Federico Jiménez Losantos, ABC, 20 de octubre de 1991)






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