La Teoría de la Clase Ociosa de Thorstein Veblen (1899) termina de manera que podría parecer curiosa, pero en realidad bastante lógica, con un capítulo sobre "La educación superior como expresión de la cultura pecuniaria." Trata allí temas interesantes, como el gradual desplazamiento de las humanidades por parte de las ciencias en la Universidad; las humanidades irían asociadas a las clases privilegiadas tradicionales y sus valores, y las ciencias son para Veblen la expresión de la nueva civilización industrial que transforma los valores. Me interesa también la dimensión autobiográfica e incluso reflexiva del capítulo: Veblen habla de sí indirectamente, de su lugar atípico en la academia, y de la ubicación de su propio discurso sobre la clase ociosa a modo de torpedo dirigido contra las tradiciones y convenciones de la propia institución que lo produce. Algunas ideas centrales:
"Es en la educación propiamente dicha, y de modo particular en la educación superior, donde la influencia de los ideales de la clase ociosa se hace más patente" (356). La educación superior va asociada a la función devota de la comunidad—y recordemos que según Veblen la religión se figura en la época cuasi-civilizada como un servicio prestado a una clase ociosa sobrenatural, una especie de monarca o aristócrata proyectado a los cielos, para garantizar los ideales de la clase explotadora en la tierra. La educación superior se origina en torno a estos ideales: "En gran parte, pues, puede clasificarse como ocio vicario dedicado a los poderes sobrenaturales"—y el primitivo conocimiento esotérico en el que se enraíza es "un conocimiento de cuestiones rituales y ceremoniales; es decir, un conocimiento de cuál era el modo más adecuado, eficaz o aceptable de acercarse o de servir a los agentes preternaturales" (356). Si bien la educación ha evolucionado, sobre todo en la fase tecnológica de la misma, "fue de esa fuente de donde surgió la educación como institución; y su proceso de diferenciación de aquella carga original de ritual mágico y fraude chamanista ha sido lenta y tediosa, y apenas se ha completado aún, ni siquiera en los más avanzados seminarios de enseñanza superior" (357).
Veblen es muy consciente de la teatralidad de la vida social—y contempla con ojo irreverente la teatralidad de la vida académica. Se echa de ver el origen de ésta en el ritualismo de las clases privilegiadas primitivas, y es significativo como prueba de que "su actividad cae en gran parte dentro de esa categoría del ocio ostensible a la que se conoce como buenos modales y buena crianza, que las clases educadas de todas las comunidades primitivas son muy estrictas en lo que se refiere a formas, jerarquía, gradaciones de rango, ritual, vestiduras ceremoniales y otros accesorios que suelen acompañar a la vida académica" (359). Así, los académicos se pierden por togas, birretes, diplomas y menciones, ceremonias de iniciación y graduación, que son el meollo mismo de su actividad... (el reconocimiento mutuo, en suma, es central y definitorio, aunque Veblen no lo mencione). "Los usos de las órdenes sacerdotales son, sin duda, la fuente inmediata de la que provienen todos esos rasgos del ritual académico: las vestiduras, la iniciación sacramental, la transmisión de dignidades y virtudes peculiares por la imposición de manos y otras cosas semejantes"... Este origen y estos modos se mantienen más en las humanidades, especialmente las clásicas, antes que en las ciencias y estudios tecnológicos, aunque haya influencias en los dos sentidos. Unido a la promoción social de las clases que acceden a la educación hay también "un cambio paralelo hacia una vida más ritual en las escuelas" (362); y "en cuanto una determinada escuela comienza a inclinarse hacia una clientela de clase ociosa, se produce también una perceptiblemente mayor insistencia en el ritual académico y en la conformidad con las formas antiguas en materia de vestiduras y solemnidades sociales y académicas" (363)—Veblen traza esta evolución en las nuevas universidades y colegios norteamericanos de su época—Y pronto veremos más teatro de ése por aquí por España y Europa, por influencia norteamericana, más que por tradición. Ya es muy visible en las universidades privadas, de hecho. El ceremonial académico, observa Veblen, "no sólo se aviene con el sentido de la clase ociosa acerca de cómo deben ser las cosas, pues apela a la tendencia arcaica hacia los efectos espectaculares y a la predilección por el simbolismo antiguo, sino que, a la vez, encaja perfectamente con el esquema de vida de la clase ociosa, ya que implica un notable elemento de derroche ostensible" (363)—y un concomitante lucimiento de lo improductivo.
La transición de las humanidades a las ciencias y tecnologías, o a las económicas podríamos añadir, también van unidas a las transformaciones en los rituales y signos de la clase ociosa. "Esta sustitución parcial de la eficiencia sacerdotal por la pecuniaria es concomitante de la moderna transición del ocio ostensible al consumo ostensible como el principal medio de conseguir y mantener una buena reputación" (366). En tiempos de Veblen se debatía el acceso de la mujer a la educación superior, hoy cuestión superada pero que hizo correr su tinta, por razones ligadas al prestigio de la clase ociosa: "Ha predominado un fuerte sentimiento de que la admisión de las mujeres a la educación superior (como a los misterios eleusinos) sería ofensiva para la dignidad de la comunidad ilustrada" (366). No olvidemos que el meollo original, la Iglesia Católica, sigue manteniendo esa defensa del privilegio masculino que ya denunciaba Sarah Egerton hace más de trescientos años en "The Emulation", con similar alusión a los misterios creados artificialmente como mecanismo de control y privilegio.
La universidad de su tiempo sufre para Veblen de una inclinación desmedida a las trivialidades de forma y ritual—se pierde en ellas, y la mentalidad conservadora está presente a todos los niveles, desde luego en la ideología religiosa conservadora y animista de gran parte del profesorado, en la creencia que mantienen estos intelectuales en un dios antropomorfo. También en la manera en que se fomenta el espíritu de clan en las fraternidades de estudiantes, en el culto a la tradición clásica y en el privilegio dado a los deportes.... (Hablamos de América, aquí los deportes están en otros lugares). Este conservadurismo de formas aledañas no sería sustancial, pero de hecho el conservadurismo ideológico se extiende al tratamiento de los propios estudios y disciplinas. La universidad presenta una notable impermeabilidad a la innovación, y sólo recibe las novedades a regañadientes, cuando ya se han abierto camino al margen de las aulas.
—sobre ejemplos, la imaginación es libre. (Aquí estamos por ejemplo en una revista electrónica excepcional en el mundo universitario español). El mecenazgo, observa Veblen sobre su América, también tiende a favorecer los aspectos más conservadores de la Universidad, en lugar de ir dirigido a la innovación.
Tradicionalmente las inquietudes intelectuales de la clase ociosa se derivaban, observa Veblen, hacia la erudición clásica y formal, más que hacia las ciencias relacionadas con la vida industrial de la comunidad. Los clásicos han ido unidos a la autoimagen de la clase ociosa (esto es especialmente cierto en la tradición anglosajona en la que piensa Veblen). La fundamentación clasista e ideológica de otros estudios es todavía más directa:
Veblen es un gran teorizador de las dinámicas económicas seguidas por las élites extractivas, y sus análisis de hace más de cien años dan que pensar aquí y ahora cuando se consideran las actuales superestructuras de instituciones (españolas, digo) sostenidas por dinero público. La justificación es el buen gobierno y el interés público, claro, pero en ellas se van colocando mayormente los miembros de la casta, sus primos, conocidos, contactos, compañeros de clase y aliados mutuos, en un sistema organizado de explotación de recursos humanos orquestado por los partidos políticos a través de Hacienda y de los presupuestos.
Un modo de vida conlleva un modo de pensar—es la teoría básica de las ideologías—y Veblen observa que el pensamiento científico no es el que favorecen las clases privilegiadas:
El interés cognoscitivo de la materia de que se trate se ve desplazado por intereses relativos a méritos pecuniarios "o cualquier otro tipo de mérito honorífico" en la atención de la clase ociosa, y así se explica gran parte del peso de los clásicos en la educación—clásicos que solían ser síntoma y señal de clase, especialmente en el mundo anglosajón. Y aquí vemos un interesante pasaje casi autobiográfico donde Veblen explica de dónde surge la perspectiva oblicua, irreverente y poco atenta a las formas y convenciones en su propio discurso sobre los valores sociales y the old school tie:
Otra perspectiva intrusa o externa más directa viene de aquellos miembros de las clases trabajadoras que han podido realizar estudios superiores y que aportan a ellos todas las aptitudes de su clase hacia el trabajo productivo y un insuficiente interés por la ostentación del ocio y de las señales de clase. Este grupo (en el que se ubicaba el propio Veblen) es, al decir suyo, "el que ha aportado una contribución mayor" al progreso de las ciencias en un ambiente donde la educación es ante todo marca de status. Otra influencia externa sobre la academia viene de los métodos desarrollados en el campos científicos extra-académicos—como la investigación industrial—que luego llevan a cambios de método cuando se introducen en las disciplinas académicas. La formación técnica va más orientada a la eficacia o destreza intelectual o manual, y a esas relaciones causales impersonales entre los fenómenos que según Veblen son tan ajenas a la obsesión de la clase ociosa con el impacto honorífico de los hechos. En este contexto hay que situar el desplazamiento gradual de las humanidades por las ciencias. Este capítulo de Veblen es todo un tratado sobre the two cultures, las dos culturas humanística y tecnológica, avant la lettre y con una dosis doble de crítica ácida. El sarcasmo de Veblen hacia los ideales de las humanidades y su raíz social es considerable:
La clase ociosa de Antigüedad clásica se tomaba (en las educación tradicional de las clases altas anglosajonas a las que se refiere Veblen) como una proyección idealizada de la propia clase ociosa, como un ideal "más alto" o "más noble"—idealizando o ignorando los propios motivos que movían a esas clases en la Antigüedad, sus propias tácticas explotadoras, etc. La propia antigüedad de la tradición clásica funcionaba de por sí como un valor de estabilidad y legitimación—pues "En igualdad de condiciones, cuanto más larga e ininterrumpida sea la habituación, más legítimo es el canon regulador del gusto en cuestión" (381). Lo mismo podría aplicarse al establecimiento de un canon de autores modernos en la evolución posterior de los estudios humanísticos.
Una formación inútil es una de esas señales de ocio ostensible con las que se adorna la clase privilegiada según Veblen—y es al abrigo de esa clase donde se ha desarrollado el ideal de la erudición. "Normalmente, se espera que se hayan empleado un cierto número de años en adquirir esa información sustancialmente inútil; y cuando falta, se asume que se trata de un saber apresurado y precario, de carácter vulgarmente práctico, que es igualmente perjudicial para las normas establecidas que determinan la sólida erudición y el vigor intelectual" (384).
Es verdad que, como el consumo ostensible le ha ganado más y más terreno al ocio ostensible como medio de conseguir y mantener una buena reputación, la adquisición de las lenguas muertas ya no es una exigencia tan imperativa como lo era antaño, y que su virtud talismánica como garantía de saber ha sufrido una correspondiente disminución" (385).
Es en torno a los clásicos donde la erudición encuentra su terreno más favorable: "Los clásicos sirven a los fines decorativos del saber de la clase ociosa mejor que cualquier otro cuerpo de conocimientos; de ahí que resulten ser un medio eficaz de lograr una buena reputación" (385). Pero este prestigio del arcaísmo va más allá de la erudición sobre autores, y afecta a los usos lingüísticos—así Veblen propone una teoría de los registros lingüísticos asociada al valor simbólico de las palabras, a las prioridades de la clase ociosa, y al intercambio de sus señales de prestigio favoritas. Habría que señalar que el lenguaje formal va normalmente unido a un uso intertextual de los clásicos o del conocimiento establecido, como apoyatura intelectual y acreditación. El virtuosismo lingüístico en otras áreas puede igualmente ir unido a un conocimiento especializado de otras trivialidades (la moda, el
La misma ortografía inglesa es para Veblen un ritual de conservadurismo
y de exhibición de ocio ostensible—al no ser funcional, "satisface
todas las exigencias de los cánones que regulan la buena reputación
bajo la ley del derroche ostensible"—y es una prueba del algodón de una
buena formación. Con estas observaciones sobre las propiedades
lingüísticas y el estilo culto termina Veblen su Teoría de la clase ociosa,
y detectamos aquí un cierto sentido reflexivo y
autodescriptivo—descriptivo de la empresa de desenmascaramiento de los
rituales de la clase ociosa emprendida por Veblen. El libro está
escrito en un estilo formal y aquí se nos explica por qué—porque es el
único que puede granjear respeto y atraer la atención de la clase de
público a la que va destinado, cuyos valores critica. Tiene Veblen así
su cierta dosis de provocador bien pertrechado, y quizá mate dos
pájaros de un tiro al observar en su último párrafo que "la ventaja de
las locuciones acreditadas estriba en fomentar la buena reputación"—me
refiero obtiene Veblen buena reputación (?) en la institución académica
por el
procedimiento de cuestionar los presupuestos mismos de la noción de
buena reputación y el clasismo que le subyace. Era una batalla personal
que tuvo que librar el autor a lo largo de su vida.
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