martes, 8 de julio de 2014

La decadencia del macho depredador

La Teoría de la Clase Ociosa de Veblen tiene un gran interés como interpretación económica evolucionista de la actividad humana, de la moral, la estética y la civilización en su conjunto. El interés para mí está precisamente en su consciencia de cómo las formas de la economía se asientan en la naturaleza humana, y cómo esa naturaleza humana no es de una pieza, sino que es un producto de la evolución y de la historia; está hecha por así decirlo de capas superpuestas. El ser humano es por naturaleza, por naturaleza profunda, un animal social y cooperador, y sobre esa socialidad primigenia se ha edificado la humanidad. 

Ahora bien, la civilización surgió como una formación secundaria, como la explotación del hombre por el hombre, un parasitismo de los individuos y clases dominantes que basa la organización social en el dominio, la separación de tareas y la diferencia ostentosa de clase. Podríamos sintetizarlo como un paso del igualitarismo (a veces figurado como matriarcado) destinado a la explotación cooperativa de la naturaleza (es decir, lo que llamamos la prehistoria), al patriarcado violento, agresivo y competitivo, basado en la explotación de otras clases, castas, comunidades o regiones (lo que llamamos la historia, en la que no es la explotación primaria de la naturaleza sino la explotación secundaria del hombre la principal fuente de recursos, la que da su carácter a la sociedad). Es un paso de la cooperación (con elementos competitivos) a la competición (impuesta sobre la base cooperadora). En la civilización se hace rico no quien más trabaja sino quien mejor explota el trabajo ajeno, o quien se apropia de él. 

La historia humana ha sido por definición depredadora, explotadora, clasista, y patriarcal. Es en este contexto donde surgen la clase ociosa y su ideología, de modo que Teoría de la clase ociosa equivale como título a teoría evolucionista de la explotación civilizadora. A veces se expresan estas tesis de maneras un tanto simplistas, crudas o paradójicas, pero casi es en estos pasajes donde mejor se aprecia la manera en que Veblen ve todos los fenómenos de manera integrada. Aquí hay un pasaje en el que comenta la decadencia moderna de las formas culturales asociadas a la cultura depredadora, ante el empuje de nuevas necesidades surgidas de la organización industrial de la producción.



Los hábitos derivados de la cultura depredadora y  quasi-pacífica son variantes relativamente efímeras de ciertas propensiones y características mentales subyacentes en la especie, las cuales se deben a la disciplina prolongada de la etapa proto-antropoide cultural anterior, de vida económica pacífica y relativamente indiferenciada, desarrollada en contacto con un ambiente material relativamente simple e invariable. Cuando los hábitos impuestos por el método de vida emulativo han dejado de gozar de la sanción de las exigencias económicas existentes, comienza. a tener lugar un proceso de desintegración por virtud del cual los hábitos mentales de desarrollo más reciente y carácter menos genérico ceden terreno, en cierta medida, ante las características espirituales más antiguas y más predominantes de la especie.

En cierto sentido, por tanto, el movimiento de la "Mujer Nueva" significa una reversión a un tipo más genérico de carácter humano o a una expresión menos diferenciada de la naturaleza humana. Es un tipo de naturaleza humana que que ha de caracterizarse como proto-antropoide y, por lo que se refiere a la sustancia, si no a la forma de sus rasgos dominantes, corresponde a una etapa cultural que quizá pueda calificarse de sub-humana. El particular movimiento o rasgo evolutivo en cuestión comparte, desde luego, esa caracterización con el resto del desarrollo social reciente, en la medida en que este desarrollo social da muestras de una reversión a la actitud espiritual que caracteriza la etapa anterior, indiferenciada, de evolución económica. No falta por completo una prueba tal de que existe una tendencia general a la reversión contraria al predominio del interés competitivo, pero dicha prueba no es ni total ni indiscutiblemente convincente. La general decadencia del sentido del status en las comunidades industriales modernas puede tomarse, en cierto modo, como prueba de esa evolución; y el perceptible retorno a una desaprobación de lo fútil en la vida humana y de aquellas actividades que sirven únicamente al beneficio del individuo a costa de la colectividad o de otros grupos sociales, es prueba de un efecto semejante. Hay una tendencia perceptible a condenar lo que es causa de dolor, así como a desacreditar toda empresa abusiva, incluso cuando estas expresiones del interés competitivo no operan tangiblemente en detrimento material de la comunidad del individuo que las juzga. Hasta puede decirse que en las comunidades industriales modernas, el sentido común y desapasionado de los hombres afirma que el ideal carácter humano es un carácter que se inclina a la paz, la buena voluntad y la eficiencia económica, y no a una vida de egoísmo, fuerza, fraude y mando. (352-53)


Contribuiré un poquito a esta tendencia, señalando que lo que Veblen considera "proto-antropoide" es en realidad precisamente lo antropoide en sentido estricto—la socialidad cooperativa donde se generó la humanidad como tal. La base antropoide en el sentido habitual del término contiene otro elemento de dominio patriarcal y explotativo visible: el del macho dominante y su comunidad de hembras tal como se encuentra en diversos mamíferos superiores, incluyendo a los gorilas. La socialidad cooperativa típicamente humana (cooperativa de los machos y de 'sus' hembras también) se edificó a costa de esta horda primigenia, y sobre su base, pero requirió suavizar el elemento competitivo y agresivo masculino. La cultura y sociedad humana es, por tanto, un tanto igualitaria o matriarcal si se quiere, expresada en las formas de vida paleolíticas, si bien los elementos de horda primigenia pervivían en fenómenos ancestrales tales como la separación de papeles masculino y femenino para la caza y para la recolección y cuidado familiar. 

Hay una dialéctica compleja entre el elemento masculino competitivo y el femenino cooperativo en la historia humana—por no pasar a hablar de la competencia entre las mujeres. Pero esta visión más completa de la horda primigenia y su división de papeles nos permite también apreciar el elemento de masculinismo violento y competitivo que hay en la Historia de la Civilización como tal—con las comunidades y naciones, regidas por machos alfa, compitiendo entre sí para hacerse con el puesto de Macho Alfa global.




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