martes, 22 de abril de 2014

Marx y la naturaleza humana

Una historia de explotación de recursos. El hombre es una mina para el hombre—pero el petróleo también.

Asistimos a una conferencia de Terry Eagleton, "Why Marx Was Right", en la que Eagleton nos pinta la imagen de un Marx casi por así decirlo de derechas, un humanista interesado en la cultura clásica y en la plena realización de las potencialidades individuales, convergente de hecho con el Oscar Wilde de "El alma humana bajo el socialismo". También un Marx muy cristiano (al igual Eagleton nos sale extraordinariamente católico) por su sentido redentorista de la historia—que vale la pena, a pesar de la larga serie de documentos de barbarie que arrastramos. Un Marx burgués que aprecia los logros del capitalismo y de la burguesía, a la hora de acabar con la tiranía y con la dominación feudal. 

Para Marx, el Marx de Eagleton, si la historia es trágica, es una tragedia que acaba bien... no como la veía Schopenhauer, que hubiera preferido que no existiera la humanidad. Marx es un materialista y no un utopista, sabe que la naturaleza humana no cambiará, y que la sociedad socialista no tendrá individuos redimidos.

Y ahí va mi pregunta—le pregunto a Eagleton si hay una interpretación materialista de la naturaleza humana, en la cual pertenece a la sustancia misma del hombre y de su cultura el haberse hecho sobre la base de la explotación mutua, sistemática y organizada. Si esa es la naturaleza humana, ¿va a cambiar? ¿Propone Marx un transhumanismo, una alteración sustancial de la naturaleza humana en la que esa explotación ya no vaya a darse?

Mi propia noción es que se pasa de explotaciones directas, cruentas y crueles, a explotaciones sistémicas, incruentas y mitigadas por una política socialmente consciente, cuando no socialista. Ahora bien. Eagleton se escaquea un tanto sobre la necesidad de la explotación continuada, o sobre si supondría una alteración de la naturaleza humana. Sí insiste en su respuesta en la imbricación del bien y el mal en la realidad humana, y en la voluntad de Marx de mitigar la brutalidad de la civilización y de potenciar lo que permite la realización del potencial humano—lo que él llama socialismo, y que bien puede parecer capitalismo a veces. Comenzaba Eagleton observando que cuando los capitalistas mencionan al capitalismo, y usan ese término, es que algo va mal... y nos avisa del posible colapso total del sistema, o su transformación en algo que apenas podemos prever.

Ahora bien, lo veo a Eagleton demasiado bien dispuesto a aceptar voluntariamente más terrores trágicos (revoluciones, etc.) con vistas a la construcción final del socialismo—a repetir en suma los errores stalinistas que condena explícitamente—en lugar de resistirse cuidadosamente a todo episodio trágico. Viene a pedir al público que se sume a la revolución cuando la vea aparecer, cada cual en su contexto real, porque la historia no se realiza por gracia divina que la impulse desde fuera. (Es lo que Eagleton critica como una visión protestante; le decía Eagleton a Manuel Barbeito que a Badiou lo ve demasiado protestante en ese sentido).

Lo que yo veo seguro es que la revolución, la aceptemos o no (y normalmente resulta ser inaceptable para quienes piensan  en ella seriamente, y tanto más para la mayoría de los que la viven, y no me refiero a los revolucionarios) es algo que nos aterriza encima. No depende de los intelectuales, sino de transformaciones masivas del panorama, de grupos que derrumban el sistema existente e imponen una nueva ley. Es lo que veremos, creo, cuando venga África a habitar la habitable y envejecida España. Ya veremos cómo reacciona España, si es que existe.

Quizá otra cosa que falta en Marx es una conciencia de la importancia de los combustibles fósiles, y su agotamiento futuro, a la hora de explicar la historia humana, el chute de energía en vena de la modernidad que estaba pasando ya en 1850. La plusvalía del pleistoceno, por así decirlo: no sólo la explotación del hombre por el hombre, sino  la explotación del planeta por el hombre, y la explotación del pasado por el presente. Vivimos de unos recursos agotables que, además de la explotación pasada del hombre por el hombre que nos ha hecho, son otra historia acumulada que también llevamos a cuestas. Y que es potencialmente muy trágica.




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