Sin duda cada cultura encuentra maneras distintas de controlar la población y acomodarla a los recursos: los anticonceptivos y el aborto hoy, pero también con frecuencia el infanticidio, la guerra, el celibato masivo... Recordemos la fórmula típica en Occidente: un hijo a reproducir la propiedad y la familia, otro a la guerra (a que lo maten o quizá a que produzca proletarios, o más carne de cañón) y otro al monasterio, a cortar el flujo genético. Malthus hablaba de las epidemias como un medio involuntario pero espontáneo de control de la población, y de eso llevaron mucho los españoles a América. También las matanzas organizadas han sido, en tristes episodios de la historia humana, una solución de "equilibrio ecológico" entre la población y los recursos. A veces, por la vía de transformar la población en recursos consumibles.
Lo que encontraron Cortés y sus tropas en México fue una auténtica cultura organizada de la matanza: el canibalismo como opresión de clases, como depredación social sistemática, y como auténtica industria cárnica —nada de antiguos rituales ceremoniales y excepcionales sacrificios comulgatorios en homenaje a los antepasados; había un continuo entre el esclavo, la bestia de carga y el ganado de matadero. Pero gusta tan poco saberlo que no se difunden siquiera pasajes como éste de la Historia de Bernal Díaz del Castillo. Es un capítulo memorable escrito por un testigo presencial. Aquí ven los españoles, por primera vez, desde el volcán, las tierras de los aztecas y la ciudad de Tenochtitlán. De ésta les han hablados sus aliados los "tascaltecas", en un parlamento en que han pactado una alianza con los españoles para que les protejan de sus enemigos aztecas. Fue un parlamento o negociación menos famoso que la Dieta de Worms, pero no menos importante:
También dijeron
aquellos mismos caciques que sabían de sus antecesores que les había
dicho un su ídolo, en quien ellos tenían mucha devoción, que vernían
hombres de las partes de donde sale el sol y de lejas tierras los
sojuzgar y señorear; que si somos nosotros, que holgarán dello, que
pues tan esforzados y buenos somos. Y cuando trataron las paces, se les
acordó desto que les habían dicho sus ídolos y que por aquella causa
nos dan sus hijas para tener parientes que les defiendan de los
mexicanos. Y desque acabaron su razonamiento, todos quedamos espantados
y decíamos si por ventura decían verdad. Y luego nuestro capitán Cortés
les replicó y dijo que ciertamente veníamos de hacia donde sale el sol
y que por esta causa nos envió el rey, nuestro señor, a tenelles por
hermanos, porque tiene noticia dellos, y que plega a Dios que nos dé
gracia para que por nuestras manos e intercesión se salven. Y dijimos
todos amén.
Hartos estarán ya los caballeros que esto leyeren de
oír razonamientos y pláticas de nosotros a los tascaltecas y ellos a
nosotros; querría acabar ya, y por fuerza me he de detener en otras
cosas que con ellos pasamos. Y es que el volcán que está cabe
Guaxocingo echaba en aquella sazón que estábamos en Tascala mucho
fuego, más que otras veces solía echar, de lo cual nuestro capitán
Cortés y todos nosotros, como no habíamos visto tal, nos admiramos
dello. Y un capitán de los nuestros que se decía Diego de Ordás tomole
cobdicia de ir a ver qué cosa era y demandó licencia a nuestro general
para subir en él, la cual licencia le dio, y aun de hecho se lo mandó,
y llevó consigo dos de nuestros soldados y ciertos indios principales
de Guaxocingo. Y los principales que consigo llevaba poníanle temor con
decille que desque estuviese a medio camino de Popocatepeque
[Popocatépetl], que ansí llaman aquel volcán, no podría sufrir el
temblor de la tierra ni llamas y piedras ni ceniza que dél sale, e que
ellos no se atreverían a subir más de addonde tienen unos cúes
[adoratorios] de ídolos que llaman los teules [dioses, espíritus] de
Popocatepeque. Y todavía el Diego de Ordás, con sus dos compañeros, fue
su camino hasta llegar arriba, y los indios que iban en su compañía se
le quedaron en lo bajo, que no se atrevieron a subir. Y paresce ser,
según dijo después el Ordás y los dos soldados, que, al subir, que
comenzó el volcán de echar grandes llamaradas de fuego y piedras medio
quemadas y livianas y mucha ceniza, y que temblaba toda aquella sierra
y montaña adonde está el volván, y que estuvieron quedos sin dar más
paso adelante hasta de ahí a una hora, que sintieron que había pasado
aquella llaamrada y no echaba tanta ceniza ni humo, y que subieron
hasta la boca, que era muy redonda y ancha, y que habría en el
anchor un cuarto de legua, y que desde allí se parescía la gran cibdad
de México y toda la laguna y todos los pueblos que están en ella
poblados. Y está este volcán de México obra de doce o trece leguas. Y
después de bien visto, muy gozoso el Ordás e admirado de haber visto a
México y sus cibdades, volvió a Tascala con sus compañeros. Y los
indios de Guaxocingo y los de Tascala se lo tuvieron a mucho
atrevimiento. Y cuando lo contaban al capitán Cortés y a todos
nosotros, como en aquella sazón no lo habíamos visto ni oído como
agora, que sabemos lo que es y han subido encima de la boca muchos
españoles y aun frailes franciscos, nos admiramos entonces dello. Y
cuando fue Diego de Ordás a Castilla lo demandó por armas a Su
Majestad, e ansí las tiene agora un su sobrino Ordás, que vive en la
Puebla. Después acá, desque estamos en esta tierra no le habemos visto
echar tanto fuego ni con tanto ruido como al principio. Y aun estuvo
ciertos años que no echaba fuego, hasta el año de mil e quinientos y
treinta y nueve, que echó muy grandes llamas y piedra y ceniza.
Dejemos de contar del volcán, que agora que sabemos qué cosa es y habemos visto otros volcanes, como son los de Nicaragua y los de Guatimala, se podían haber callado los de Guxalcingo sin poner en relación. Y diré cómo hallamos en este pueblo de Tascala casas de madera hechas de redes y llenas de indios e indias que tenían dentro encarcelados y a cebo hasta que estuviesen gordos para comer y sacrificar. Las cuales cárceles les quebramos y deshicimos, para que se fuesen los presos que en ellas estaban, y los tristes indios no osaban ir a cabo ninguno, sino estarse allí con nosotros, y ansí escaparon las vidas. Y dende en adelante, en todos los pueblos que entrábamos lo primero que mandaba nuestro capitán era quebralles las tales cárceles y echar fuera los prisioneros, y comúnmente en todas estas tierras los tenían. Y como Cortés y todos nosotros vimos aquella gran crueldad, mostró tener mucho enojo de los caciques de Tascala y se lo riñó bien enojado, y prometieron que, dede allí adelante, que no matarían ni comerían de aquella manera más indios. Digo yo ¿qué aprovechaba todos aquellos prometimientos, que, en volviendo la cabeza, hacían las mismas crueldades? Y dejémoslo ansí. Y digamos cómo ordenamos de ir a México.
Dejemos de contar del volcán, que agora que sabemos qué cosa es y habemos visto otros volcanes, como son los de Nicaragua y los de Guatimala, se podían haber callado los de Guxalcingo sin poner en relación. Y diré cómo hallamos en este pueblo de Tascala casas de madera hechas de redes y llenas de indios e indias que tenían dentro encarcelados y a cebo hasta que estuviesen gordos para comer y sacrificar. Las cuales cárceles les quebramos y deshicimos, para que se fuesen los presos que en ellas estaban, y los tristes indios no osaban ir a cabo ninguno, sino estarse allí con nosotros, y ansí escaparon las vidas. Y dende en adelante, en todos los pueblos que entrábamos lo primero que mandaba nuestro capitán era quebralles las tales cárceles y echar fuera los prisioneros, y comúnmente en todas estas tierras los tenían. Y como Cortés y todos nosotros vimos aquella gran crueldad, mostró tener mucho enojo de los caciques de Tascala y se lo riñó bien enojado, y prometieron que, dede allí adelante, que no matarían ni comerían de aquella manera más indios. Digo yo ¿qué aprovechaba todos aquellos prometimientos, que, en volviendo la cabeza, hacían las mismas crueldades? Y dejémoslo ansí. Y digamos cómo ordenamos de ir a México.
(Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, capítulo LXXVIII)
Montaigne justificó el canibalismo de las culturas indígenas americanas comparándolo con otras crueldades cometidas por los europeos, y negándose así a ver esas culturas como más bárbaras o inhumanas que la suya propia. Barbarie por barbarie, es cierto, es difícil echar el cálculo. Pero eso no debería servir como justificación o excusa para exculpar, ignorar o minimizar el horror del canibalismo. Puede observarse que el derecho a no ser comido no figura siquiera en la declaración de derechos humanos. Por algo será.
La Dieta de Tascala en Ibercampus.
—oOo—
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Se aceptan opiniones alternativas, e incluso coincidentes: