miércoles, 19 de febrero de 2014

Engañándonos de buena fe




Engañándonos de buena fe

Nacidos para engañarnos, a nosotros mismos y al vecino—el autoengaño, el sincero engaño y el engaño maquiavélico, son los tres ventajosos desde el punto de vista de la lucha por la existencia y por la reproducción. Esta es la sección "Mentes maquiavélicas" del libro EL SELLO INDELEBLE, de Juan Luis Arsuaga y Manuel Martín-Loeches. Links added:

¿Cuál es entonces la utilidad de la conciencia? Según afirma el neurólogo Chris Frith en su libro Descubriendo el poder de la mente (2007), la respuesta es muy evidente: tenemos conciencia y nos creemos agentes con voluntad e intenciones, sin que nada de esto sea cierto, pero sirve para creernos que se puede ser culpable de algo, tanto si es bueno como si es malo. Este fenómeno de "culpabilidad ficticia" facilitaría y potenciaría las relaciones sociales y la convivencia dentro del grupo, pues nos ayudaría a controlar nuestro comportamiento social, algo que es primordial en nuestra especie. La consciencia, pues, solo sería una ilusión creada por nuestro cerebro. Como lo sería la división entre lo mental y lo físico. Para Frith, esta división también es falsa. De hecho, tampoco tenemos acceso al mundo real, pero tenemos la ilusión de que sí. A lo único que tenemos acceso es a nuestro modelo cerebral del mundo, de los otros y de nosotros mismos, que no serían más que construcciones cerebrales basadas en lo que le llega a nuestro cerebro desde los sentidos y su integración con nuestros conocimientos y experiencias pasadas.

Además, si bien es cierto que el ser humano destaca por su capacidad para la cooperación, para comprender la mente de los demás y para hacer que los demás entiendan la suya, también es cierto que las relaciones humanas están lejos de ser idílicas. Difícilmente los grupos humanos son un paraíso en el que todos colaboramos y nos ayudamos. Muchas de las habilidades y mecanismos para entender la mente de los demás se emplean, de facto, para manipular sus mentes en beneficio propio. Y para que no manipulen la nuestra, para detectar el engaño. la búsqueda del beneficio propio y del engaño son dos fenómenos harto frecuentes en todos los grupos humanos.

En el reino animal, solo mienten los simios y los humanos. Pero mientras que en los primeros la mentira parece algo ocasional o muy raro, en nuestra especie más bien abunda. Incluso nos mentimos a nosotros mismos, algo que ningún otro ser vivo del planeta es capaz de hacer, y muchas veces sin que seamos conscientes de ello. Aprendemos a mentir desde niños, inducidos y guiados por los adultos. Ponemos a un niño al teléfono y le decimos: "Dile a la abuelita que la quieres mucho". Forma parte de la conducta social cotidiana del ser humano. El lenguaje humano, por sus características, es muy propicio para mentir, pues habla de situaciones, de objetos, de personas o de lugares que no están a la vista. En palabras de Gary Marcus, los abogados inteligentes saben que no existe el contrato perfecto: se redacte como se redacte, nunca se conocen absolutamente todas las normas y leyes que pueden ser aplicables, y muchas de estas son más bien ambiguas, contradictorias, con un alto grado de incertidumbre; siempre hay lugar par el engaño. Todos sabemos que en un juicio un buen abogado, con las mismas leyes, no obtiene los mismos resultados que uno malo.

El engaño y los mecanismos para detectarlo son complejos en la especie más mentirosa del planeta. Cuando mentimos, muchas veces se nos "escapan" de manera inconsciente e involuntaria expresiones faciales y corporales. Duran apenas unos milisegundos, pero manifiestan la verdadera emoción que siente quien miente, pero que intenta reprimir. Le delatan. Curiosamente, de esas microexpresiones que se nos escapan no son conscientes ni el emisor ni el receptor, pero sus cerebros sí las detectan. Esto vuelve al mentiroso más inseguro y al engañado, más suspicaz, aunque ni uno ni otro sepan decir por qué. Somos capaces de detectar en los otros movimientos oculares de apenas dos milímetros a un metro de distancia, lo que nos permite detectar sutilmente las pequeñas desviaciones de la mirada que realiza un mentiroso sin saberlo. 

No obstante, en este comportamiento tan complejo hay una gran variabilidad. Hay quien controla mejor o peor los mensajes corporales que delatan su mentira—y su suspicacia—. Normalmente se controla el engaño de manera deliberada, y se puede comprobar como la activación cerebral en estos casos es superior en ciertas regiones prefrontales del cerebro, reflejando el enorme esfuerzo que se está realizando para no delatarse. Pero también parece que hemos desarrollado la posibilidad de impedir que afloren en nuestra mente nuestros propios puntos de vista durante una conversación, principalmente con el fin de no expresar emociones que pudieran delatarnos.

En numerosas ocasiones, con mucha más frecuencia de lo que solemos creer, el autoengaño es real, es decir, que nos llegamos a creer realmente nuestras propias mentiras. Esto hace que el engaño sea aún más difícil de detectar; entre otras cosas, porque resultamos más convincentes al no exhibir esas microexpresiones que nos delatan. Este comportamiento tan exquisito beneficia al individuo, pues no solo le hace más creíble ante los demás, sino que se autoprotege, mejora su autoestima e incluso su humor y, con ello, su salud mental y su rendimiento. 

Probablemente, el intérprete del hemisferio cerebral izquierdo tenga la culpa una vez más de este curioso comportamiento. Un comportamiento que, aunque quizá sea algo retorcido, es muy útil para salvaguardar íntegra una mente muy vulnerable y sensible, sensible especialmente al contenido de las mentes de los demás.







—oOo—








No hay comentarios:

Publicar un comentario

Se aceptan opiniones alternativas, e incluso coincidentes: