jueves, 31 de octubre de 2013

El decir griego

En el Seminario de Investigaciones Culturales "Tropelías" (SIC) [sic], de nuestra Facultad de Filosofía y Letras, asisto ayer a la conferencia de Robert Caner (Universidad de Barcelona) sobre "El decir griego y el sentido de la mímesis según Martínez Marzoa."

No sabía yo que Martínez Marzoa era tan joven cuando escribió su manual de historia de la filosofía—casi igual de joven que yo cuando yo me lo leía hace treinta y tantos años. Bien, pues recientemente vuelve a publicar mucho, entre otras cosas este libro sobre El decir griego que comenta Caner—una reflexión sobre la mímesis platónica, esencialmente.

Y aparece la mímesis, o bien en la versión de Platón, o en la de Marzoa, o en la de Caner, o en las ideas que a mí se me ocurren mientras lo oigo—que todos somos eslabones magnetizados al fin— como una paradójica actividad. La mímesis o más bien la reflexión sobre ella. La experiencia griega de la mímesis, y del pensamiento sobre ella, está unida a la esencia de la cosa: la cosa como puro aparecer ella misma, mostrarse (la aletheia aquélla), revelar su esencia y definirse como lo que es. Y la mímesis a la vez manifiesta esa esencia y la problematiza. Al igual que la teoría de Platón a la vez centra la esencia de la cosa y la extrae fuera de sí—a ese curioso mundo de las Ideas.

Me viene a la cabeza la crítica de Derrida a la noción platónica de escritura, tan ambivalente—a la vez condenando la escritura por escrito, y escribiéndola en diálogos, que quieren volver a la oralidad, pero una oralidad de nueva dimensión. Algo parecido sucede con el ser de la cosa en este decir griego sobre la mímesis.

Resulta que el decir griego, el decir filosófico, siendo a la vez otro mito (mito de la razón) desmitifica el mito tradicional (y me venían a la mente los comentarios desmitificadores de Platón, en el Fedro creo que era, sobre la interpretación alegórica de los mitos). El griego vive dividido entre la manifestación de la cosa en su esencia, y la búsqueda de los últimos porqués de las cosas, una búsqueda que no puede sino disolver la cosa en las condiciones de su presencia. La metafísica será ese estudio de las condiciones de la presencia, y es en cierto sentido una empresa contradictoria; la cosa, estudiada en las condiciones de su aparición o de su ser, deja de ser ella misma, y se disuelve en una gramática de posibilidades y de condiciones de posibilidad, de aparición.  Buscando la esencia de la presencia, la cosa se esfuma, y aparece la presencia en sí como objeto de pensamiento—el pensamiento ante sí mismo reflejado al infinito.

Es una relación un tanto paradójica, la del conocimiento de las cosas, que las saca de sí mismas, y las convierte en objetos de una disciplina que a la vez las explica y las disuelve en meras apariencias insustanciales. Es una nueva caída del paraíso, el conocimiento filosófico, y también nos embarca en una serie infinita de reflexiones cuando al objeto estudiado le añadimos el estudio o discurso sobre el objeto, y las condiciones de éste asimismo, como nuevo objeto para la reflexión.

Termina Caner con una apología del arte conceptual como análogo a la reflexión filosófica, una reflexión sobre las condiciones de aparición del arte y así también sobre su esencia. Y por el camino también pasamos por los románticos alemanes, los Schlegel, teorizadores del arte reflexivo—el arte que medita sobre las propias condiciones de la representación.

Me quedo con esa sugerencia de la paradoja inherente a la mímesis: imitación del objeto que revela su esencia precisamente no coincidiendo con el objeto, sacándolo fuera de sí—una circulación necesaria para el pensamiento al parecer, la pura presencia del objeto es más bien la fase edénica o infantil del pensamiento. La reflexión desilusionante la desmitifica, pero claro, sólo en un estadio mítico pueden darse las condiciones de aparición de la cosa como prístina o divina. De eso también escribieron los metafísicos ingleses, Traherne, Vaughan, o el propio Marvell, cuando su segador critica las estatuas de los dioses en los jardines—

Their statues polished by some ancient hand,
May to adorn the gardens stand;
But, howsoe'er the figures do excel,
The Gods themselves with us do dwell.

 
 
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