lunes, 26 de agosto de 2013

Más sobre la vida como teatro

Hoy me encuentro con un locus classicus al respecto de Cicerón. Citado por Montaigne, en su ensayo "Que el gusto de los bienes y los males depende en gran parte de la idea que de ellos tenemos" (I.xiv). Hablando de los dolores y sufrimientos:

"Memineris maximos morte finiri; parvos multa habere intervalla requietis; mediocrium nos esse dominos: ut si tolerabiles sint feramus, sin minus, e vita, quum ea non placeat, tanquam e theatro exeamus."  [Recuerda que los más grandes (dolores) terminan con la muerte; que los pequeños tienen muchos intervalos de calma, y que los medianos somos dueños nosotros de soportarlos, si son tolerables; y, si no lo son, de retirarnos serenamente de la vida, como de un teatro, cuando no nos agrada: CICERÓN, fin. 1,49].

Y hace unos días este otro pasaje del Quijote (II.xii), tras el encuentro con la carreta de los comediantes de las Cortes de la Muerte:

—Todavía—respondió Don Quijote—, si tú, Sancho, me dejaras acometer, como yo quería, te hubieran cabido en despojos, por lo menos, la corona de oro de la Emperatriz y las pintadas alas de Cupido; que yo se las quitara al redropelo y te las pusiera en las manos.
—Nunca los cetros y coronas de los emperadores farsantes—respondió Sancho Panza—fueron de oro puro, sino de oropel o hoja de lata.
—Así es verdad—replicó Don Quijote—; porque no fuera acertado que los atavíos de la comedia fueran finos, sino fingidos y aparentes, como lo es la mesma comedia, con lo cual quiero, Sancho, que estés bien, teniéndola en tu gracia, y por el mismo consiguiente a los que las representen y a los que las componen, porque  todos son instrumentos de hacer un gran bien a la república, poniéndonos un espejo a cada paso delante, donde se ven al vivo las acciones de la vida humana, y ninguna comparación hay que más al vivo nos represente lo que somos y lo que habemos de ser como la comedia y los comediantes. Si no, dime: ¿no has visto representar alguna comedia adonde se introducen reyes, emperadores y pontífices, caballeros, damas y otros diversos personajes? Uno hace el rufián, otro el embustero, éste el simple discreto, otro el enamorado simple; y acabada la comedia y desnudándose de los vestidos della, quedan todos los recitantes iguales.
—Sí he visto—respondió Sancho.
—Pues lo mesmo—dijo Don Quijote—acontece en la comedia y trato deste mundo, donde unos hacen los emperadores, otros los pontífices, y, finalmente, todas cuantas figuras se pueden introducir en una comedia; pero en llegando al fin, que es cuando se le acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura.
—Brava comparación—dijo Sancho, aunque no tan nueva, que yo no la haya oído muchas y diversas veces, como aquella del juego del ajedrez, que mientras dura el juego cada pieza tiene su particular oficio; y en acabándose el juego, todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura.
—Cada día, Sancho—dijo Don Quijote—, te vas haciendo menos simple y más discreto.

Y un sueño he tenido sobre el teatro y la vida, esta noche.

Mirando un mapa en el que salían sitios con nombres chistosos, se lo enseño a Álvaro, y me fijo en que estaba cerca de Oban (eso está en el oeste de Escocia, estuve ahí con MJ en 1991 creo). Alvaro había estado también allí (en mi sueño), y me lo señala en el mapa. Allí aparece un teatro romano, completísimo—también soñado, claro, porque jamás los romanos llegaron tan al norte, o por lo menos nada construyeron allí. En Oban sí hay en lo alto, y allí fuimos de excursión, una especie de auditorio fantasioso o Stonhenge modernizado e irrealizado, desde donde se ve el Mar de Irlanda y las islas tapando el horizonte. Este teatro que yo veía o visitaba en sueños era una mezcla de grabado ilustrativo, mapa, y realidad paseable. Por cierto que había otros restos romanos cerca, de un castillo gigantesco, una comarca entera parecía ocupar, luego resultaba ser más pequeño. Mal excavado estaba, pero marcado hipotéticamente en el mapa—el Colossus se llamaba el sitio (algo tendría que ver con el Coliseo). En mi sueño se comparaba desfavorablemente el teatro romano de Zaragoza, todo ruinas, con este teatro imaginario de Oban, que me constaba había sido el centro de la vida cultural e imaginativa de esos romano-escoceses hace mil ochocientos años. En el de Zaragoza, me comentaba alguien, aún se habían conservado unas vigas de madera del techo (¡del techo!) y se podían reponer y reparar algo. Pero no había color, mirando ese teatro me impresionaba de repente el poder de la representación para centrar las ideas, darles forma y proyectarlas de nuevo hacia los pensamientos y emociones de la gente. Los antiguos habitantes de esa región habían dependido del teatro como nosotros del cine y la televisión y la radio y las novelas y todos los demás medios juntos, para crearles un universo en el que pensar y sentir por encima de sus vidas de terruño, de soldados y agricultores. Vamos, que me emocionaba yo mismo, en sueños, con el poder de ese teatro, y lloraba como lloro a veces en sueños lo que no lloro despierto. En qué poco se quedaba la vida sin el teatro, lo sentí vívidamente al ver qué poco era lo que yo vivía en realidad, en vivo, de los mejores momentos de este verano, y cuánto por comparación lo que imaginaba o lo que me sucedía en ese otro teatro interior de la imaginación. Era un sueño, pero en sueños viajamos a Oban, y en imaginación hasta vemos las Hébridas en el horizonte.


 
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