miércoles, 31 de julio de 2013

El Séptimo Velo - Lo que nunca cicatriza

Una de las figuras literarias y narrativas que vengo observando y que suelo marcar en mis libros (al margen, poniendo "título") es lo que podríamos llamar el enlace al título. Es un pasaje donde el libro explica su propio título, o hace una referencia al mismo. Es de especial importancia, claro, en los libros de títulos abstrusos o simbólicos. El enlace puede ser más a su vez o menos críptico, o claro como la luz del día. Aquí hay un ejemplo de un evidente enlace al título, en la novela de Juan Manuel de Prada El séptimo velo, en la que en toda la primera parte de la novela no se ha mencionado ni un velo, ni siete. Y así comienza la segunda parte, con la descripción de la consulta del psiquiatra Portabella:



En el despacho de Portabella, extenso como un salón, había una luz monástica, claustral, procedente del patio interior de la vivienda, que simplificaba el mobiliario: las paredes las cubrían anaqueles de libros monótonos (su dueño se preocupaba de enviarlos al encuadernador, que invariablamente les adjudicaba las mismas tapas de piel moteada) y una tumultuosa colección de diplomas académicos y honoríficos que ilustraban la trayectoria profesional—controvertida, histriónica, un poco guadianesca—de Portabella. Presidía el aposento un gran cuadro de la escuela prerrafaelita que representaba la danza de Salomé; sólo una gasa velaba la desnudez de la mujer, que se había ido desponjando de sucesivos velos (algunos se arrebujaban en el suelo, como trapos sórdidos; otros aún flotaban en el aire) y afectaba una pose a un tiempo púdica y oferente, como una Venus de Botticelli sazonada por el vicio, mientras avanzaba hacia el espectador, que de este modo adoptaba la perspectiva del lascivo Herodes. Salomé posaba una mano sobre el vientre núbil, sin llegar a taparse del todo el pubis sin vello, y con la otra se recogía los senos, como pájaros resguardados del frío; en contraste con estas muestras de falso recato, su barbilla se alzaba, retadora, sobre un cuello que ensayaba un esguince lúbrico, y sus labios, incendiados de sangre, parecían musitar una plegaria o una blasfemia.
—¿Le gusta?
    Portabella era, en efecto, septuagenario, pero conservaba una prestancia juvenil, a la que paradójicamente contribuía su cabello cano, cortado a navaja, como un cepillo de intacta nieve. Sus facciones, muy enjutas y afiladas, parecían adelgazadas por un misticismo que podría haber pintado El Greco; pero lo que de inmediato cautivaba—magnetizaba casi—la atención del interlocutor era su mirada, a la vez acariciante y delictiva, como si en su iris azul conviviesen mansedumbre y barbarie. Estreché su mano, sarmentosa y sin embargo llena de vigor.
—Es extraordinario—reconocí—.¿Rossetti?
—Burne-Jones, me corrigió, sin conceder importancia a mi desliz. Esa sensualidad un poco enfermiza sólo la lograba Burne-Jones entre los prerrafaelitas.
    En lugar de sentarse detrás del escritorio lo hizo en una de las butacas reservadas a los pacientes que aguardan diagnóstico, después de invitarme a hacer lo propio. Era protocolario pero también adusto, sin pizca de ampulosidad.
—Le costaría una fortuna—dije, quizá un tanto palurdamente.
—No se crea, hubo una época en que había mucha gente en Barcelona deseando deshacerse de sus obras de arte. Me temo que habían sido adquiridas mediante procedimientos non sanctos, en plena desbandada nazi. —Me sobresaltó la mención, pero Portabella no concedía demasiada importancia a la procedencia del cuadro, estaba más interesado en su interpretación alegórica—: La mente humana es como Salomé al inicio de su danza, escondida del mundo exterior por siete velos de reserva, timidez, miedo... Con sus amigos, un hombre normal se quita primero un velo, luego otro, puede que hasta tres o cuatro en total. Con la mujer a la que ama se quita cinco, o quizá seis si entre ellos existe gran confianza, pero nunca los siete. A la mente humana también le gusta cubrir su desnudez y guardar su intimidad para sí. Salomé se quitó el séptimo velo por propia voluntad, pero la mente humana suele ser más recatada. Por eso utilizamos la hipnosis. Así conseguimos que caiga el séptimo velo y vemos qué hay exactamente detrás. (299-301).

Ciertos títulos son un enigma, un acertijo, un sentido velado. Y así en la comprensión del título de un libro hay también un desvelamiento progresivo. Que puede ser más o menos súbito, y más o menos total. Es de esperar, en El séptimo velo, más adelante, una nueva referencia al título, esta vez especificando en qué sentido se aplica la teoría del desvelamiento de la mente al caso concreto del protagonista amnésico, Jules, o al misterio de la paternidad de su hijo el narrador. En este caso será un enigma casi resuelto por el propio libro. En otras ocasiones, quizá haa que recurrir, si no a la hipnosis, sí a la hermenéutica, al psicoanálisis, o a la crítica sintomática.

Pero quedémonos de momento con este concepto de enlace al título y de una típica modalidad del mismo, en dos tiempos: la presentación del enlace, a modo de generalidad, y su aplicación concreta, quizá inesperada, al caso concreto narrado en la novela. 







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Termina julio y termino de leer El Séptimo Velo. Donde no se acaba de desvelar todo, aunque mucho se enseña. Un párrafo del último capítulo (p. 630-31):


—Dicen que el tiempo todo lo cura...

Pero yo sabía de sobre que el tópico no es del todo cierto. El tiempo cura los sentimientos maltrechos cuando la causa de la herida es diagnosticable, cuando se puede elucidar y comprender. Cuando, por el contrario, la causa de la herida escapa a nuestro raciocinio, cuando no acertamos a determinar su naturaleza ni su antídoto, jamás cicatriza. Jules nunca había acertado a explicarse las razones por las que se había convertido en un traidor, del mismo modo que yo nunca sabría si había sido traicionado por mi antigua mujer. En el corazón de mi mundo tenebroso palpitaba una herida que no cesaba de sangrar, una herida que me había espoleado a buscar al anciano que ahora tenía ante mí, pensando que en la resolución de esa búsqueda hallaría el antídoto que necesitaba. Pero la herida seguía supurando, inconsolable.





 
 
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Primos en el 75

Primos en el 75 by JoseAngelGarciaLanda
Primos en el 75, a photo by JoseAngelGarciaLanda on Flickr.
O alrededores. Allí estamos Lourdes, Carlos, Juan Carlos, Jesús Carlos, y yo remedando al Pensador. Y el perro Kiki. Me envía la foto Víctor José, que debe de estar detrás de la cámara. Más fotos hay en Flickr, pinchando en ésta.

Allá van leyes

do quieren reyes:

Los reyes, siempre magnánimos y poderosos, activan y desactivan las leyes a su antojo. Que para eso mandan. Leyes, jueces, condenas... Qué me dice usted, hombre, eso son cosas para plebeyos. Y a los plebeyos que queremos, los soltamos por nuestra real voluntad. Los que no, en la cárcel siguen.

Y donde no estén los reyes con sus amnistías y sus mercedes, allá está el gobierno, con sus listas secretas de indultados, a patadas. Que Gallardón no revela quiénes son los cientos de personas que indulta, alegando "protección de datos." — ¿Y a la justicia, quién la protege del Gobierno? 

¿Cinco años de juicios y de jueces trabajando con legajos y autos y otrosíes? Que les den bola, eso es justicia para los panolis y para la chusma. Por encima de eso navegan los que tienen hilos de donde tirar. Entrará en la cárcel quien quiera el Gobierno. Y quien sigue en la cárcel, es porque el gobierno quiere.

Donde hay justicia a dedo, no hay ni justicia ni ley, sino un simulacro de ambas.  En Marruecos, y en España.


 
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martes, 30 de julio de 2013

Mapping the Bibliography

Echando hoy un cálculo me sale que mi bibliografía, virtualmente impresa y puesta folio contra folio, tiene una longitud, tirando por lo bajo, de casi diez kilómetros, como la distancia que media entre Bueu, donde estoy, y Sanxenxo, que lo veo por la ventana al otro lado de la ría:




Yendo en barco, digo. El camino pola costa estoy en ello, pero me costará unos años más. Que la hago sin becario.




 
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History of Linguistics

Mi bibliografía sobre historia de la lingüística vuelve a casa, reincrustada, tras un periplo por Scribd y otros servidores. Por gentileza de John Smith, sea anónimo ciudadano, capitán o arquetipo:


History of Linguistics




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PS, 2023. Vaya, se eliminó, como tantas otras cosas excepto este blog que Vd. lee. Mantendremos el cadáver del enlace, en recuerdo de la evanescencia que aqueja a todo nuestro entorno. En un sueño que tuve ayer pasaban un documental sobre J.R. Firth niño, que huía en una playa perseguido por olas de arena, mientras una voz en off le repetía machaconamente: "¡El camino que haces desaparece en cuanto pasas por él!"


lunes, 29 de julio de 2013

While I Soak My Feet

While I Soak My Feet by JoseAngelGarciaLanda
While I Soak My Feet, a photo by JoseAngelGarciaLanda on Flickr.


Que por cierto se despide hoy Beatriz de sus años jóvenes y tiene un año más, entrando en una edad avanzada.

- "¿Cuántos años llevamos juntos?" - "Un montón." El tiempo está que no para. Frase del día (mía, claro). "A este paso, pronto nos morimos."


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Para el anecdotario del cumpleaños.  Le traía un regalo a Beatriz, comprado calculadamente desde Zaragoza, una pulsera marca Surkana. Pero on impulse, le compro además un vestido, en Bueu. Y resulta ser también marca Surkana. Indicación de que o hay meigas, o que tengo más olfato para el gusto de lo que me pensaba.
 

Tomándomelo con filosofía (cognitiva)

En las últimas oposiciones a las que me presenté (últimas en los dos sentidos del término), una infausta comisión me dijo que no era lingüística lo que yo hacía (estilística, pragmática de la literatura, análisis del discurso, lingüistica cognitiva, teoría de la narración, hermenéutica, etc.). Y me eliminaron sin mas contemplaciones a la vez que alababan la extensión y calidad de mi currículum. Me suele pasar que ajusto mal en lo que hacen en las disciplinas otros más disciplinados. Y eso que no soy tan rarito. A veces me parece que se exceden un poco, los evaluadores que me rechazan o amonestan, y que se pasan de rígidos (me ha venido a la cabeza Horrígido, aquel perro-esqueleto que tenía de mascota el Doctor Granudo. Hay mucho doctor granudo por allí suelto, y mucho esqueleto mal enterrado).

Este artículo, "Semiótica y Hermenéutica del Subgesto", me lo rechazaron en la revista de mi departamento (revista que yo había dirigido en tiempos, y de la cual aún figuro en el consejo asesor). Diciendo que no entraba en la línea de la revista. Y ojo, que se llama Miscelánea, la revista.... Me pareció una cosa fea, incluso una tropelía. Así que lo envié ni corto ni perezoso a otra revista de mi facultad, Tropelías, donde por suerte o por error o con mejor criterio, me lo publicaron.

Y ahora aparece el artículo en varias revistas electrónicas del SSRN, entre ellas ésta de Lingüistica Cognitiva. Lástima que en América me hagan más caso que en mi casa, me habría venido mejor lo contrario.

También aparece en esta otra revista de Filosofía del lenguaje. Claro que a la filosofía del lenguaje le pasa lo mismo, llegado el caso resulta que no es lingüística. Según convenga.






 
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Crónicas Bárbaras

Uno de los blogs que más sigo es Crónicas Bárbaras, de Manuel Molares. A veces políticamente incorrecto, y más a veces estoy bastante o totalmente de acuerdo con lo que dice, debo estar bastante barbarizado yo también. Ojo, que tampoco he dicho que esté de acuerdo con él siempre y en todo... que en este país no puedes leer u oír a alguien sin que se presuponga que pones la mano en el fuego por todo lo que diga, una curiosa suposición. 

Aquí hay una interesante columna sobre Nacionalcatolicismo e Islamismo. Suele tener Molares una memoria incómodamente larga.

Y hoy trae un chiste de Salas, también más certero de lo que debería:





Muy al pelo para la Justicia PPSOE.  Más al respecto en Sin Complejos, otro que tal (minuto 2.19.00)


domingo, 28 de julio de 2013

El Capitalismo, en Rusia





Reaparece mi bibliografía sobre el capitalismo, en un servidor ruso:

"Capitalism." From 
A Bibliography of Literary Theory, Criticism and Philology.  Online at lib.znate.ru 19 Oct. 2012.  http://lib.znate.ru/docs/index-122959.html
 
Acompañada, como se ve, de iconografía típicamente rusa. No siempre elegimos nuestras Compañías. 

 

Diecisiete edición

 

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sábado, 27 de julio de 2013

Me citan en una tesis

Bueno, en realidad en varias, pero en concreto me citan bastante en ésta:

Flores Hilerio, Dalina. Del discurso oral al literario: Análisis interdisciplinario de de narraciones en un continuum producido en Nuevo León. Ph.D. diss. U Autónoma de Nuevo León, 2011. http://eprints.uanl.mx/2520/1/Del_discurso_oral_al_literario_analisis_interdisciplinario_de_narraciones__Dalina_Flores_Hilerio.pdf

 Voy a actualizar a partir de ahora las publicaciones que me citen en este archivo.

Sobre Marcuse

Entrevista sobre el libro de Thomas Wheatland,

The Frankfurt School in Exile

University of Minnesota Press, 2009, 2009. Sobre Marcuse, Horkheimer, etc. Resulta que estuvo en Brown cuando estuve yo, a finales de los ochenta, y habla del ambiente de allí.

De New Books in Critical Theory:

The story Tom tells casts the Frankfurt School in a new (and more correct) light. For one thing, Horkheimer, Adorno, and the rest really were hard-core empirical social scientists in the beginning, not “Critical Theorists” as we understand the term. They counted, measured, conducted surveys and did everything a positivist sociologist or economist would do. But, of course, that was not how they became idols of the New Left and the founders of “Critical Theory.” (Now that I think about it, almost no one ever achieves fame by doing empirical social science. See “Malcolm Gladwell” for more.) No, they–or rather Fromm, Marcuse and Habermas–got famous by telling young Americans that they were “repressed,” “alienated,” and “downtrodden” at exactly the moment they wanted to hear it, that is, the 1960s. You see, the “old” Marxism was dead; this was the “new and improved” version. In other words, they were in the right Critical-Theoretical place and at the right Critical-Theoretical time.




Morir por parcelas

"Morir por parcelas" es una expresión de Ramón y Cajal; quejándose de la decadencia de la vejez, quería el viejo científico que muriésemos de una vez, y no por parcelas. Por aquí estábamos oyendo una bonita mañana esta conferencia de Victoria Camps sobre bioética y sobre el envejecimiento:

http://www.march.es/conferencias/anteriores/voz.aspx?id=2863&l=1

Propone Camps, a la vez, como Ramón y Cajal, que la ciencia nos ayude a envejecer mejor, a mantenernos mejor en edad avanzada, y que nos ayude también a morir. Un problema de equilibrio o ajuste fino irresoluble en última instancia, porque nadie que siga tirando tolerablemente quiere morir de una vez. La única manera en que nos podemos hacer agentes de nuestro envejecimiento (tal es el ideal propuesto por Camps) es siendo pacientes—agentes pacientes. Conociendo lo que hay y puede haber, y aceptando que nuestra capacidad de acción es limitada.

Me temo por tanto que más bien hay que resignarse a morir por parcelas. Aunque los accidentes ayuden a veces, llegado el caso—pero no puede uno fiarse de ellos. Igual que hay que aceptar la mortalidad y a la finitud, hay que aceptar su aplicación práctica, resignándose a pagar la muerte a plazos, cómodos primero y más incómodos luego.

Y en realidad empezamos a morir por parcelas desde bastante pronto, cuando nuestra vida toma una dirección determinada, o medimos nuestros límites, y vamos adquiriendo nuestra forma definitiva. Morir es caminar larga jornada.

Mourning as Working-through

And melancholia as acting-out. Two ritualized relationships to traumatic memories. An interesting article by Dominick LaCapra on "Trauma, Absence and Loss." Ponder on these passages. For my collection of annotations on retrospection—mourning as retroactive repair work on a traumatic past.


I would also distinguish in nonbinary terms between two additional interacting processes: acting-out and working-through, which are interrelated modes of responding to loss o historical trauma. As I have intimated, if the concepts of acting-out and working-through are to be applied to absence, it would have to be in a special sense. I have argued elsewhere that mourning might be seen as a form of working-through, and melancholia as a form of acting-out. (Note 30: See my  Representing the Holocaust and History and Memory after Auschwitz). Freud compared and contrasted melancholia with mourning. He saw melancholia as characteristic of an arrested process in which the depressed, self-berating, and traumatized self, locked in compulsive repetition, is possessed by the past, faces a future of impasses, and remains narcissistically identified with the lost object. Mourning brings the possibility of engaging trauma and achieving a reinvestment in, or recathexis of, life that allows one to begin again. In line with Freud's concepts, one might further suggest that mourning be seen not simply as individual or quasi-transcendental grieving but as a homeopathic socialization or ritualization of the repetition compulsion that attempts to turn it against the death drive and to counteract compulsiveness—especially the compulsive repetition of traumatic scenes of violence—by re-petitioning in ways that allow for a measure of critical distance, change, resumption of social life, ethical responsibility, and renewasl. Through memory-work, especially the socially engaged memory-work involved in working-through, one is able to distinguish between past and present and to recognize something has having happened to one (or one's people) back then that is related to, but not identical with, here and now. Moreover, through mourning and the at least symbolic provision of a proper burial, one attempts to assist in restoring to victims the dignity denied them by their victimizers. (713)

When mourning turns to absence and absence is conflated with loss, then mourning becomes impossible, endless, quasi-transcendental grieving, scarcely distinguishable (if at all) from interminable melancholy. (716)

In acting-out, the past is performatively regenerated or relived as if it were fully present rather than represented in memory and inscription, and it hauntingly returns as the repressed. Mourning involves a different inflection of performativity: a relation to the past that involves a different inflection of performativity: a relation to the past that involves recognizing its difference from the present—simultaneously remembering and taking leave of or actively forgetting it, thereby allowing for critical judgment and a reinvestment in life, notably social and civic life with its demands, responsibilities, and norms requiring respectful recognition and consideration for others. By contrast, to the extent someone is possessed by the past and acting out a repetition compulsion, he or she may be incapable of ethically responsible behavior. (716)

The possibility of even limited working-through may seem foreclosed in modern societies precisely because of the relative dearth of effective rites of passage, including rituals or, more generally, effective social processes such as mourning. But this historical deficit should neither be directly imputed as a failing to individuals who find themselves unable to mourn nor generalized, absolutized, or conflated with absence, as occurs in the universalistic notion of a necessary constitutive loss or lack or an indiscriminate conflation of all history with trauma. (721)

A critique of the conflation of structural and historical traumas. And of the mythical projection of absence into a narrative of loss: When structural trauma is reduced to, or figuredas, an event, one has the genesis of myth wherein trauma is enacted in a story or narrative from which later traumas seem to derive (as in Freud's primal crime or in the case of original sin attendant unpon the fall of Eden). (725). The critical attitude will differentiate absence and loss, and the historical and structural elements in trauma.

(Importance of empathy): But empathy that resists full identification with, and appropriation of, the experience of the other would depend both on one's own potential for traumatization (related to absence and structural trauma) and on one's recognition that another's loss is not identical to one's own loss. (723)

Freud's conception of nachträglichkeit:

At least in Freud's widely shared view, the trauma as experience is "in" the repetition of an early event in a later event—an early event for which one was not prepared to feel anxiety and a later event that somehow recalls the early one and triggers a traumatic response. The belated temporality of trauma and the elusive nature of the shattering experience related to it render the distinction between structural and historical trauma problematic but do not make it irrelevant. (725)



 
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Porque ellos serán citados

Me citan en un artículo sobre las Bienaventuranzas del Evangelio de San Mateo, del seminario teológico de Sudáfrica.


Howell, Timothy D., and Daniel T. Lioy. "Employing Speech Act Theory as an Exegetical Tool on the Matthean Beatitudes." Conspectus 11 (March 2011): 67-113.
http://www.satsonline.org/userfiles/Conspectus%20-%20Volume%2011.pdf#page=64

Y no crean que si en lugar de San Mateo escriben sobre San Lucas hay que dejar de citarme:

Litwak, Kenneth D. Echoes of Scripture in Luke-Acts: Telling the History of God's People Intertextually. Vol. 282. Continuum International Publishing Group, 2005.

También me citan en varios artículos más que localizo gracias a Google Scholar. Y en libros y tesis—por ejemplo me citan en esta tesis sobre matrimonios chinos en Singapur.

No siempre te cita quien te esperas. Más bien nunca, porque con la experiencia adquirida de años no esperas que nadie te cite, sobre todo si no has entrado en un club de apoyos mutuos o casa de citas. Pero bueno, una cita es una cita, sobre todo ahora que no ligamos tanto, y menos en Singapur. Mis citas las voy coleccionando en este post: Algunas publicaciones académicas que me citan. Entre ellas, no me quejaré, también aparecen narratólogos como Porter Abbott, Brian Richardson, o Rimmon-Kenan. De pasada—Aquí está la segunda edición de Narrative Fiction.

Hasta en China y en chino me citan, no sé si lo he dicho. Mis índices en Google Scholar andan así a fecha de hoy. De bajitos: 

Citation indices

AllSince     2008
Citations 383         
177
h-index65
i10-index33


 
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lunes, 22 de julio de 2013

Estadísticas de ResearchGate

Anuncia ResearchGate que mejora (algo) su tratamiento de datos, y nos saca unas estadísticas comparativas de las universidades y centros de investigación españoles. La Universidad de Zaragoza está la décima. Van por este orden los primeros puestos: el CSIC, la Universidad de Barcelona, la Complutense, la de Valencia, la Autónoma de Barcelona, la Autónoma de Madrid, la de Santiago de Compostela, la del País Vasco, la de Granada—y la de Zaragoza.

Siguen Sevilla, la Politécnica de Cataluña, la Politécnica de Valencia, la de Oviedo, el Hospital Clínico de Barcelona, la Universidad de Murcia, la de Navarra y la de Salamanca.

También hay estadísticas detalladas de cada universidad. Y allí puede verse que estoy situado, en mi universidad, el tercero tanto por número de artículos vistos como descargados. Pantallazo merece:





Lamentablemente son sólo estadísticas de la última semana. Cierto es que esa posición no se la trabaja uno en una semana, créanme. Pero aún tiene ResearchGate mucho que afinar, por ejemplo dándome una puntuación más elevada que ese ridículo 1.84 que no tiene mucho que ver con mis publicaciones. Las humanidades les patinan un poco, creo.  A fecha de esta fecha, hay más de mil profesores de la Universidad de Zaragoza dados de alta en ResearGate. No estoy mal ubicado, y no lo digo sólo yo.

Mis catedráticos, por supuesto, están todos por delante XD.

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PS. Pronto suprimieron en ResearchGate estas páginas de estadísticas y posicionamientos. Ahora aparece una lista (¿random?) de miembros en la que todavía figuro entre el profesorado de Unizar, en la página 2: 

https://www.researchgate.net/institution/University-of-Zaragoza/members/2

 
Sí me comunican a veces, en cambio, que soy el más leído de la Universidad de Zaragoza esta semana.

 

From My Institution

 
And I try

Oh my God do I try

I try all the time

In this institution.

 

 
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Expiación y Adaptación, en un top ten

Mi artículo sobre Expiación de Ian McEwan (novela, y película de Joe Wright) llega a una lista de los diez artículos más leídos en una de las secciones del Social Science Research Network, sobre cine, teatro y artes visuales.

SSRN Visual, Performing and Fine Arts Research Network - All Time Hits


El último de la lista de diez lo encontrarán. Para un artículo en español ya es subir.

Hablando de expiación, hoy he tenido un sueño expiatorio, soñaba que iba de invitado a la boda de mi ex, y que ésta me trataba con displicencia, lo menos que podía hacer. Yo mismo me preguntaba qué hacía allí. El novio no aparecía por ninguna parte, sin embargo.

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PS, 2023: Diez años más tarde ya no estamos en el Top Ten... pero sí en puestos inferiores:

https://papers.ssrn.com/abstract=1091883




 
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Boltzmann, irreversible

Curioso que fuese Ludwig Boltzmann uno de los científicos que han negado la relevancia física del tiempo, diciendo que "para el universo, las dos direcciones del tiempo son indistinguibles, al igual que en el espacio no hay arriba y abajo" (Lecciones sobre teoría de los gases).  Digo que curioso porque exactamente lo contrario se desprende de su teoría termodinámica de la entropía, que muestra la irreversibilidad de los procesos.


En la tumba de Boltzmann figura una curiosa lápida, con su fórmula para la entropía:  S = k log W. Quizá hubiera sido igualmente adecuada la fórmula de la gravitación universal, F = G (m1 m2 / r2), visto que Boltzmann se suicidó por ahorcamiento. Pero tanto da—es un proceso irreversible.



 
 
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domingo, 21 de julio de 2013

Second-hand Firsthand

When life's just one big cliché. On a feeling of déjà-vu which we may have experienced before...


I'm reading these days, courtesy of Random House, an excellent thriller by Gillian Flynn, Gone Girl. It's got among other virtues a keen sense of the contemporary and its feel. Being, among other things, a novel of bankrupt America and of the many crises triggered off or spin-dried by the Internet.  Watch this page spoken or thought or narrated by Nick, the protagonist with the killer smile, on a  sensation unique to our post-contemporary and hyper-mediated world. The sensation that you are (indeed) a gadget, and that your whole experience has been designed and archived and tagged elsewhere, a claustrophobic glass box mapping out all possible perceptions and feelings as intertextual nodes in a net which imprisons the mind. A malaise of over-information in a hypermediated environment, the world experienced as a Google Image Search or channel surfing through MTV, Al-Jazeera and Discovery Channel. Been there - Done that... or at least that's what we feel:

The bankruptcy matched my psyche perfectly. For several years, I had been bored. Not a whining, restless child's boredom (although I was not above that) but a dense-blanketing malaise. It seemed to me there was nothing new to be discovered ever again. Our society was utterly, ruinously derivative (although the word derivative as a criticism is itself derivative). We were the first human beings who would never see anything for the first time. We stare at the wonders of the world, dull-eyed, underwhelmed. Mona Lisa, the Pyramids, the Empire State Building. Jungle animals on attack, ancient icerbergs collapsing, volcanoes erupting. I can't recall a single amazing thing I have seen firsthand that I didn't immediately reference to a movie or TV show. A fucking commercial. You know the awful singsong of the blasé: Seeeen it. I've literally seen it all, and the worst thing, the thing that makes me want to blow my brains out, is: The secondhand experience is always better. The image is crisper, the view is keener, the camera angle and the soundtrack manipulate my emotions in a way reality can't anymore. I don't know that we are actually human at this point, those of us who are like most of us, who grew up with TV and movies and now the Internet. If we are betrayed, we know the words to say; when a loved one dies, we know the words to say. If we want to play the stud or the smart-ass or the fool, we know the words to say. We are all working from the same dog-eared script.
    It's a very difficult era in which to be a person, just a real, actual person, instead of a collection of personality traits selected from an endless Automat of characters.
    And if all of us are play-acting, there can be no such thing as a soul mate, because we don't have genuine souls.
    It had gotten to the point where it seemed like nothing matters, because I'm not a real person and neither is anyone else.
    I would have done anything to feel real again. (98-99)

Perhaps Nick might have vented his thirst for reality and authentic experience by writing fiction, or doing something creative, but although he's a narrator he is no novelist, the narration takes place from one of those virtual no-nowhere literary limbos. Anyway this complaint rings a bell. Which bell? This one: 


The world is too much with us; late and soon,
  Getting and spending, we lay waste our powers;
  Little we see in Nature that is ours;
We have given our hearts away, a sordid boon!

This Sea that bares her bosom to the moon,
  The winds that will be howling at all hours
  And are up-gather'd now like sleeping flowers,
For this, for everything, we are out of tune;

It moves us not.- Great God!  I'd rather be
  A Pagan suckled in a creed outworn,
So might I, standing on this pleasant lea,

  Have glimpses that would make me less forlorn;
Have sight of Proteus rising from the sea;
  Or hear old Triton blow his wreathéd horn.

Nick's complaint about the damage to the soul from the revolution of electronic mass media echoes in a familiar way Wordsworth's complaint, two hundred years earlier, against the disenchantment of the world as a result of the commercial spirit fostered by the Industrial revolution. This internalization of "getting and spending" was to set the scene for a long time to come. We're still there. Indeed, perhaps we have always been there, alienated from an idea of ourselves, from the moment we grew up. But although the substance of our alienation may be much the same, the shape it takes is the shape of the container—always the present, always unforeseen the actual traps it sets for the soul, and never being what it was supposed to be. It's not just financial bankruptcies that catch expectations unawares.


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SECOND-HAND FIRSTHAND at Ibercampus.



On Samuel Beckett

Mi bibliografía consta de unos 5.000 archivos de texto, muchos de una sola página, y muchos mucho más largos. Acabo de encontrar uno de los largos en Slideshare, uno de los sitios donde tiende a proliferar de manera descontrolada documentos procedentes de mi bibliografía (cosa que no me molesta, más bien me agrada, mientras no me borren el nombre de quien lo hizo). En este caso es la bibliografía secundaria sobre Samuel Beckett, autor sobre el que dejé parte de mis pestañas hace veinte o treinta años, cuando Beckett aún se paseaba por la tierra, e iba escribiendo piezas cada vez más cortas e inmóviles.

La bibliografía convertida en filminas se puede reinsertar aquí, como si fuese un etarra en proceso de paz:






Y en el sitio de peterbuck pueden verse más materiales sobre Beckett y otros teatros.

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PS, 2023: Desapareció el sitio de Peterbuck, pero puede verse la bibliografía ésa aquí: https://www.academia.edu/336353/

 
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sábado, 20 de julio de 2013

zARAGOzA

zARAGOzA by JoseAngelGarciaLanda
zARAGOzA, a photo by JoseAngelGarciaLanda on Flickr.
Una adivinanza: ¿dónde están estas siete abejitas? (Aparte de en Zaragoza y en Aragón, claro).

Proliferando en más eJournals

Mi artículo sobre "Semiótica y hermenéutica del subgesto" aparece de momento aquí:




—en los archivos de este eJournal aparecerá con fecha 9 de julio, y en el SSRN,
http://papers.ssrn.com/abstract=2291374

Y también se ha distribuido en estas revistas electrónicas, la original de la Universidad de Zaragoza:

Reference Info: Tropelías: Revista de Literatura y Literatura Comparada 19 (2013): 281-295.


—y éstas otras del SSRN:

Semiótica y hermenéutica del subgesto (Semiotics and Hermeneutics of Subgestures)



Date posted: July 09, 2013  

https://papers.ssrn.com/abstract=2291374

eJournal Classifications Message


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jueves, 18 de julio de 2013

Back in School Again

Entre los sueños recurrentes que vuelven con variantes me acuerdo de varios: estar perseguido o acosado por toros y vacas (e incluso yaks y bueyes almizcleros la semana pasada), volar precariamente, con pedaleos de bicicleta y sin poder despegarme mucho del suelo; salir por la calle desnudo o en paños menores, con una mezcla extraña de vergüenza y despreocupación... Bueno, pues otro de éstos es el de encontrarme por sorpresa convertido en estudiante otra vez, o descubrirme súbitamente matriculado en asignaturas a las que no he asistido, y de las que tengo que examinarme pronto... Back in school again, los llamo cogiéndoles un verso de los Beatles (de "Maxwell's Silver Hammer"). Hoy he tenido una variante del sueño, con vuelta al instituto.

Me veía mezclado en un grupo de estudiantes parloteando de sus cosas, entre ellos mi hijo, que hablaba con un grupo animadamente de cine, recomendándoles películas—El Viaje de Chihiro, en concreto, película japonesa aborrecible para mí. Casi igual de aborrecible, pensaba yo en el sueño, era que mi hijo ponía para hablar con sus colegas una voz de gay agudo o mariquita clásico, yo no le decía nada pero me maravillaba de que a) pusiese esa voz inhabitual para hablar con sus amigos, y b) que no diesen éstos señales de desaprobación o extrañeza o burla, ante ese tonillo, y lo aceptaban con tanta naturalidad como sus indeseables recomendaciones fílmicas.

Pero no eran mi hijo y su grupillo de chicos y chicas los protagonistas del sueño, de hecho se disolvían rápidamente al llegar la hora de ir a clase, se levantaban de los bancos donde estábamos todos y se iban como quien tiene costumbre y saber hacer, y no parecía un instituto el sitio donde estábamos, sino una facultad bastante grande, mezcla de varias universidades poco familiares por las que pasaba yo de congresista en siglos pasados. Y me veía yo en la necesidad de ir a clase también, pero solo y sin apoyo ni grupillo, y no sabía a qué aula debía ir. Iba preguntando, ¿dónde va el grupo 10B? (Mi grupo sí lo conocía, al parecer). Y unos conserjes me enviaban a pasillos y escaleras enormes, el edificio era como aquel museo de Nabokov que crecía exponencialmente al ir avanzando por las salas, una cosa un poco tipo Carceri de Piranesi, o diseño multiniveles de Escher. Pero no problemo, encontraba yo pronto el aula 10B, que para más señas tenía encima de la puerta un cartel hecho con escritura manuscrita mía, ampliada y convertida en cartel, donde había una lista de los profesores que iban a impartir clase en esa aula.

¡Y entre ellos estaba yo! Menuda faena, yo pensando que iba a ir de estudiante, a oir pacíficamente o a desconectar maliciosamente la mente en clase, y resulta ahora que tenía que ser yo el que impartiese una clase, nada menos que sobre "Intencionalidad", según decía el cartel. Aquí sofoco súbito, o sensación de estar en un sueño de los de paños menores, pues me daba cuenta de que me había dejado los apuntes sobre el tema, o que no los tenía, y que tendría que improvisar malamente lo que pudiese contarles sobre la "Intencionalidad"... poco y mal, mejor a cámara lenta y recreándome en cuatro ideas básicas, como los conferenciantes apreciados. Así que empezaba a repasar mentalmente lo poco que sabía de Husserl, o de éste otro, de Searle (who's Searle?)—y enseguida se me aclaraba el panorama, me decía, bah, a ver, pongo cuatro ideas juntas sobre la consciencia, la teoría de la mente y la atención, y seguro que no quedo mal del todo.  Ya un poco aliviado, sobre todo porque había otros dos conferenciantes o profesores o lo que fuesen antes que yo, decidía redondear la cosa relacionando intencionalidad con teoría de la representación, en concreto con la representación de la intencionalidad en el relato (creo). 

Lo que sí barajaba seriamente era comenzar con estos versos de Rubén Darío:

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, pues ésa ya no siente;
que no hay dolor mayor que el dolor de estar vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

—Lo cual tiene su aquél, visto que el que se lo estaba inventando no estaba muy consciente, o no del todo.  Otra cuestión que me rondaba por la cabeza es que entre los grupos de estudiantes había visto a mi directora de tesis, y me asaltaba la duda de si le habría pasado lo mismo que a mí, que se habría hecho un lío entre si era profesora o alumna, o si estaba de oyente por diversión y había decidido asistir a mi clase a ver qué decía yo de la intencionalidad. En tiempos me tenía bien considerado a nivel intelectual, luego bajé varios puntos supongo. Lamento interrumpir el sueño aquí, pero creo que la clase no llegaba a impartirse en mi sueño, aunque quizá sí haya tenido lugar en otra dimensión más tenue todavía de la existencia que ese lugar al que se llega

By a route obscure and lonely,
Haunted by ill angels only,
Where an Eidolon, named NIGHT,
On a black throne reigns upright,
I have reached these lands but newly
From an ultimate dim Thule....





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There Must Be an Angel Playing with my Heart

There Must Be an Angel Playing with my Heart by JoseAngelGarciaLanda
There Must Be an Angel Playing with my Heart, a photo by JoseAngelGarciaLanda on Flickr.

De una Anunciación que venden en mi barrio. Me parece un cuadro maravilloso.

La canción de Eurythmics la recuerdo de un invierno de 1986. Con Sylvie.

The Great Gatsby and the American Dream

A fine passage from Richard Gray's History of American Literature (2004: 404-7), on the novel by Francis Scott Fitzgerald (1926):

In writing The Great Gatsby, Fitzgerald set out, as he put it, to "make something new—something extraordinary and beautiful and simple and intricately patterned." And, to achieve this, the first and most important choice he made was to drop the third-person narrator of his two previous novels: This Side of Paradise and The Beautiful and the Damned (1922). Instead of an omniscient viewpoint, there is a fictional narrator: Nick Carraway, a man who is only slightly involved in the action but who is profoundly affected by it. To some extent, Nick is quite like the protagonist Jay Gatsby. Like so many representative figures of the 1920s, including Fitzgerald himself, both are young people from the Midwest trying to prove themselves in the East. The East, and in particular its cities, have become for them a new frontier, a neutral space in which their dreams of wealth, measureless power, and mobility may perhaps be realized. Both Nick and Gatsby, too, have a love affair with a charismatic woman that ends in disillusion: Gatsby with Daisy Buchanan (a character modeled in part on Zelda Sayre) and Nick with a glamorous golf professional called Jordan Baker. This creates a bond of sympathy between the two men. Part of the immense charm of this novel is inherent in its tone of elegiac romanceNick is looking back on an action already completed that, as we know from the beginning, ended in disaster, some "foul dust that floated in the wake" of Gatsby's dreams; he is also recording how he grew to sympathize, like and admire Jay Gatsby—on one memorable level, this is the story of a love affair between two men. Liking, or even loving, does not mean approval, however; and it does not inhibit criticism. Nick has had "advantages" that Jay Gatsby, born to poverty as James Gatz, has not had. He has a reserve, a common sense, and even an incurable honesty that make him quite different from the subject of his meditations. That helps to create distance, enables him to criticize Gatsby and the high romanticism he embodies, and it makes his commentary vividly plural; Nick is, as he himself puts it, "within and without, simultaneously enchanted and repelled" by the hero he describes. The use of Nick Carraway as a narrator, in effect, enables Fitzgerald to maintain a balance for the first time in his career between the two sides of his character.

The idealist, the romantic who believed in possibility and perfectibility and the pragmatist, the realist convinced that life is circumscribed, nasty, brutish, and short: these opposing tendencies are both allowed their full play, the drama of the narration is the tension between them. "The test of a first-rate intelligence," Fitzgerald was later to say in his autobiographical essay "The Crack-Up" (The Crack-Up (1945)) "is the ability to hold two opposed ideas in the mind at the same time, and still retain the ability to function." That is precisely what he does in The Great Gatsby, thanks to the use o Nick Carraway as a narrator: by his own stringent standards, the book is the product, not only of a refined sensibility and a strenuous act of imaginative sympathy, but also of "a first-rate intelligence."

What this first-rate intelligence is applied to is a story about the reinvention of the self: the poor boy James Gatz who renamed and recreated himself as Jay Gatsby, and who sees a woman as the crown, center, and confirmation of this process. Daisy Buchanan is the dream girl whose voice, sounding like both music and money, measures the contradiction of the dream, its heady mix of mystery and the materialmoral perfection and economic power. Gatsby had known Daisy when he was younger, Nick and the reader learn, before she was married to Tom Buchanan. Tom, incidentally, is a man born into wealth and former football hero, whose sense of anticlimax since his days of sporting glory has tempted him to embrace racist ideas for explanation and excitement, to convince himself that he is not stale and passed it; Fitzgerald is a brilliant analyst of the political through the personal, and his story, lightly and even comically sketched, is a brief history of what tempts people into fascism. But Gatsby now wants to win Daisy back—to "repeat the past," as Nick characterizes it, and "fix everything just the way it was before." The erotic mingles with the elevated in this strange but somehow typically American desire to remold the present and future in the shape of an imagined past: looking backward and forward, Gatsby embodies a national leaning toward, not just the confusion of the ethical with the economic, but a peculiar form of nostalgic utopianism. Quickly, subtly, the dream Gatsby cherishes begins to fray at the edges. The narrative moves forward on an alternating rhythm of action and meditation, a series of parties or similar social occasions around which the moments of meditative commentary are woven; and Gatsby's parties—which he approaches with the air of an artist, since they are momentary realizations of his dream of order, glamour, and perfection—deteriorate ever more quickly into sterility and violence. Daisy becomes less and less amenable and malleable, less open to Gatsby's desire to idealize or, it may be, use her (part of the subtle ambivalence of the novel is that it can, and does, include the possibilites of both idealism and use). Quite apart from anything else, she refuses to declare that she has never loved her husband—something that may seem perfectly reasonable but that Gatsby takes as proof of her contaminating contact with a world other than his own. 

 

Economical but also elegant, precisely visual but also patiently ruminative, The Great Gatsby rapidly moves toward catastrophe. It is a catastrophe that draws together many of the pivotal images of the book. The initial setting for this concluding sequence is the Valley of Ashes, a waste land that embodies "the foul dust floating in the wake of Gatsby's dreams," not least because it reminds the reader that success is measured against failure, power and wealth are defined by their opposites, there is no victory in a competitive ethos without a victim. Among the victims in this valley, presided over by the eyes of Dr. T. J. Eckleburg—an enormous advertisement that somehow sees the realities Gatsby is blinded to—is Myrtle Wilson, a resident of the place and the mistress of Tom Buchanan. Her victim status is only confirmed when she runs out in front of a car being driven by Daisy and is immediately killed. Wilson, Myrtle's husband, makes the easy mistake of thinking Gatsby is responsible for his wife's death. Tom and Daisy, when he asks them where Gatsby lives, do not disabuse him. So, although it is Wilson who actually kills Gatsby at the end of the story, the Buchanans are morally responsible too. They retreat "back into their money, or their vast carelessness, or whatever it was that kept them going." And, with Gatsby, destroyed with the tacit connivance of the "very rich" he has always admired, his dream shattered thanks to the quiet agency of the woman he wanted to dwell at its center, the story is almost over.

Almost, but not quite. At the funeral of Gatsby, Nick meets Henry C. Gatz, the father of the man who tried to reinvent himself. What he learns about, among other things, is the scheme of self-improvement that Gatsby drew up when he was still James Gatz and only a boy. The scheme is written on the fly-leaf of a copy of "Hopalong Cassidy." And, although it is an anticipation of the later ambitions of the hero, it is also clearly a parody of the manual of self-help that Benjamin Franklin drew up. By extension, it is a parody of all those other manuals of self-help that have thrived in American writing ever since. It does not take too much ingenuity to see that a link is being forged between Gatsby's response to life and the frontier philosophy of individualism. The link is confirmed when Nick confessses that he now sees the story of Gatsby as "a story of the West after all"; in a sense, Gatsby and the Western hero are one. But this is ont only a story of the West, Nick intimates, it is also a story of America. That is powerfully articulated in the closing moments of the story, when Gatsby's belief in "the green light, the orgiastic future that year by year recedes before us" is connected to "the last and greatest of all human dreams" that "flowered once for Dutch sailors' eyes" as they encountered the "fresh green breast of the new world." Gatsby believed in an ideal of Edenic innocence and perfection, Nick has disclosed. So did America. Gatsby tried to make the future an imitation of some mythic past. So did America. Gatsby tried to transform his life into an ideal, the great good life of the imagination, that strangely mixed the mystic and the material. So, the reader infers, did America. Gatsby's dream is, in effect, the American dream; and Fitzgerald is ultimately exploring a nation and a national consciousness here as well as a single and singular man.

But who are the "we" in the famous ending sentence of the novel: "So we beat on, boats against the current, borne back ceaselessly into the past?" Americans, certainly, dreaming of the West in particular, but also surely anyone who tries to search for meaning, realize an ideal, or just make sense of their life—which includes just about everyone. Even the brutally material Tom Buchanan tries to grope for an explanation, something to help him feel his life is not just decline and waste. What he finds to help him explain things may be not only absurd but obscene, but it shows that even he, in his own blundering way, is trying to make sense of things. Within the confines of the story, though, the person who matters here, along with Gatsby, is the teller of the tale. Nick is the crucial other member of the "we," the company of those driven by the desire to shape experience into some meaningful pattern, some radiant revelation. All the while, the reader is reminded, it is Nick's consciousness recalling and rehearsing the past in The Great Gatsby; trying to understand it, to discover its shape and meaning. Nick replicates in his telling of the tale what, fundamentally, Gatsby is doing in the tale being told: there is a shared need ofr order here, a pursuit of meaning that is definitively human. To that extent, Gatsby's project is like Nick's; the form of the book dramatizes its theme. And both form and theme point to a paradox basic to Fitzgerald's life and writing. As Fitzgerald saw it, "we" must try to pursue the ideal; in this sense, "we" are and must be romantics, and on this capacity depends our survival as moral beings. But "we" must always remember that the ideal will remain ceaselessly beyond our reach; in this sense, "we" are and must be realists, and on this capacity depends our simple continuation and our grasp on sense. No matter how hard "we" try to reach out to the green light, it will continue to elude us, but "we" must keep on trying. That is the paradox that fires Fitzgerald's work into life. Or, as Fitzgerald himself succintly put it in "The Crack-Up": "One should ... be able to see that things are hopeless and yet be determined to make them otherwise."




 
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