domingo, 23 de junio de 2013

Un día de verano

Pasamos el día con amigos en el campo de Belchite, bebiendo cerveza a la sombra de una jaima, comiendo cosas ricas y cantando. Rodeados de perrazos enormes, San Bernardos y todo, y montones de gatos perezosos. Aquí hay una canción de la sesión:






Y luego jugando a la petanca, cosa que no hacía yo desde los años setenta, en Chez Gouet. Se nos hacen las nueve de la noche, o más bien del día, sin enterarnos. Y volvemos por la carretera de Alfajarín.

En casa, más noticias: parece que me toca intentar publicar mi conferencia sobre Spencer y la big history en el Amsterdam Journal of Cultural Narratology, en vez de en uno de los dos volúmenes de la serie Narratologia. Bueno, haremos lo que podamos, y a lo que lleguemos. Nuestra carrera ya tocó techo, y fondo, hace tiempo.

Un retazo me acuerdo de conversación, sobre la obsolescencia de los soportes tecnológicos. Las tabletas de arcilla son el primero y más duradero.  Todo lo demás pasa como el viento del desierto. Las películas de hace cien años, unas pocas se restauran, la mayoría se pierden. Pero el sueño de permanencia es eso, sólo un sueño de los humanos que queremos que todo dure, ya que no duramos nosotros, como nosotros querríamos durar. Más vale enfrentarse a la obsolescencia. Somos nuestras tecnologías, las que nos acompañan, y desaparecemos conforme las vemos desaparecer. Nos indigna que los cassettes o las películas de 16mm pasen al pasado, porque nosotros pasamos con ellos al pasado, somos lo que fuimos, y poco recuerdo queda, ni siquiera en la memoria. Nuestros textos no nos sobrevivirán.




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