martes, 25 de junio de 2013

Herederos con peligro

Hay una serie sobre "Evolución y sociabilidad" en el blog de Eudald Carbonell. La extremada complejidad e intensidad de la sociabilidad humana nos hace especiales, y también especialmente poderosos. Y peligrosos para los demás parientes. Le pongo este comentario:

Dice el artículo sobre las otras especies de homínidos: "Los demás, que eran tan próximos,  desaparecen, de manera que acabamos siendo los herederos de todos los homínidos que convivieron con nosotros."  Comprendo que no hay datos concluyentes desde el punto de vista científico, pero una perspectiva histórica nos lleva fácilmente a la conclusión de que los demás no "desparecen", sino que "los desaparecen". Es conocida la competencia en la lucha por los recursos de las especies que están precisamente más próximas (Darwin llamó la atención sobre el particular). Las escasas especies y ejemplares de grandes simios que quedan han sobrevivido por vivir en un ecosistema de selvas espesas y montes donde no ha habido, históricamente, mucha presión demográfica humana. En cambio, en los terrenos de pradera o sabana donde se han asentado los humanos, y donde competían con los otros homínidos, se les ha exterminado, por matanza directa o arrinconamiento ecológico, con tanta seguridad como ha sucedido con poblaciones humanas primitivas como los fueguinos o los tasmanios. No somos sólo "los herederos": somos también los sobrinos que asesinaron a los viejos propietarios para heredar. Sobre esto versa, de hecho, la novela Los Herederos de William Golding. 

 


 


Hemos exterminado siempre al pariente más cercano, en cuanto hemos tenido ocasión, para heredar. Si no, los hemos reducido a la esclavitud para aprovecharnos de su trabajo. Es lo que se ha llamado darwinismo social, o la explotación del hombre por el hombre (y de la mujer por el hombre, claro).  Como resultado de un rechazo bienpensante o sentimental al darwinismo social, esta doctrina se ha visto relegada, y su capacidad interpretativa subestimada. Como resultado hay puntos ciegos en la teoría de la historia y la evolución humana—o del autodiseñode los humanos, si se prefiere. Somos hijos de la guerra—una vez dominado el entorno natural mediante la técnica, la organización social, la agricultura y la ganadería, el mayor recurso natural a explotar es la sociedad humana misma. Y de ahí la larga serie de masacres, guerras primitivas y del Peloponeso, conquistas imperiales, cruzadas y colonialismos en que consiste la historia humana. Somos un recurso a explotar, ya sea civilizadamente, mediante impuestos, cupos vascos, diezmos y gabelas, o por las malas—con expropiación, matanza, invasión y revolución.  

Casi es una bendición que haya élites extractivas estables, pues de ahí surgen los Estados, la paz y la Protección, y ellos se cuidan de pastorear a sus pulgones y mantener el sistema en un orden tolerable... hasta que todo se cae de golpe, claro, o poco a poco. 

La forma de nuestra misma sociedad, de nuestras costumbres y creencias, y del cuerpo humano mismo, ha sido modelada para la creación de seres apegados a su sociedad—y mortalmente enemigos de la sociedad de enfrente. Miento un poco—pues con los Otros hay toda una escala de relaciones variables, una vez ensayada su resistencia relativa, puesto que ahí están desde hace tiempo. Son a veces los enemigos, y a veces los aliados necesarios contra un tercero más débil, o más amenazador. Alianzas con el vecino de más allá contra el vecino de aquí—desde la tribu de australopitecos, hasta las estrategias internacionales de la alianza de civilizaciones.

Al explicar al ser humano se pone demasiado poco énfasis en el tribalismo, y en su dinámica perversa que lleva a cierres de filas, patriotismo, sacrificios personales y altruismo heroico e idealista en favor del propio grupo, y a odios irracionales a los Otros. El altruismo, tan bello, es la cara visible de una cruz desagradable: es muchas veces altruismo contra alguien, contra los otros. Esos Otros son con frecuencia los más cercanos y vecinos, a veces diseminados entre nosotros mismos, pero van marcados con un shibboleth que sirve para deshumanizarlos y ponerlos al nivel de pieles rojas, o parántropos, una plaga a exterminar—los Rojos, los Blancos, los Hombres Azules, los Pictos. 

Las religiones y los idiomas son algunos de los elementos más útiles para combinar y recombinar estas identidades, diferencias y alianzas, pero hay muchos más, cualquier cosa puede realizar la función de shibboleth para la abyección y el tribalismo exacerbado, y basta con mirar atrás. Nuestra historia y nuestro ser social están edificados sobre los cimientos de la alianza mutua para masacrar al vecino. Es cierto que, como verdad, es desagradable y es muy tentador no verla y mirar a otra parte. Apenas hacemos otra cosa, excepto cuando el espectáculo se vuelve llamativo, o cuando hay que participar en él.

Somos, pues, herederos peligrosos de los bienes ajenos. Y, claro está, de los propios, pues de lo dicho se colige fácilmente que los Otros somos en última instancia nosotros mismos. Tenemos un peligro... que llamarlo sociabilidad casi como que lleva a error.


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"Herederos con peligro" en Ibercampus.

 
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