martes, 9 de abril de 2013

La Universidad de Zaragoza durante la Guerra Civil


 "Epílogo: La Universidad de Zaragoza durante la guerra civil." Escrito por Juan José Carreras Ares, y publicado en Historia de la Universidad de Zaragoza. Madrid: Editora Nacional, 1983. 419-34. Los enlaces añadidos son comentario mío.

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1. MILITARIZACIÓN Y DEPURACIONES

La pasividad con que la Universidad de Zaragoza se someterá a la larga dictadura franquista, contribuyendo a la construcción de aquella universidad "católica e imperial" que el régimen intentó levantar sobre el páramo intelectual que siguió a la guerra civil, no puede entenderse sin historiar brevemente los años de brutal cambio que son los de la guerra civil. La desaparición de la vida académica, la militarización de los edificios universitarios y la depuración y represión es lo que caracteriza el comienzo de esta etapa de tres años, etapa que cierra toda una época y abre otra. La de la universidad española—Universidad de Zaragoza—bajo la dictadura franquista.

En las primeras horas del mismo 19 de julio de 1936, el entonces rector Gonzalo Calamita Álvarez, catedrático de la Facultad de Medicina, pone a disposición del general jefe de la Quinta División todos los elementos universitarios. Desde aquel momento y hasta septiembre de 1939, la universidad permaneció clausurada y todos los edificios universitarios, a excepción del de la plaza de la Magdalena, alojaron organismos militares o sirvieron para servicios del ejército. Se requisó todo el material universitario útil en la contienda, desde modestas cámaras fotográficas hasta los mapas del Instituto Geográfico de España, que el mismo rector se apresuró a poner a disposición del Estado Mayor de los sublevados.

En palabras del propio Calamita, "la casi totalidad del personal universitario de todos los órdenes se inscribió en el ejército o en la milicia de Acción Ciudadana, según las circunstancias de su edad; todo, en fin, lo que eran, representaban o disponían las cuatro Facultades estuvo desde el día 19 de julio al servicio del Glorioso Movimiento Salvador de España." En cierta manera sucedió así: puede comprobarse que, durante los primeros meses de la guerra civil, los profesores de la Facultad de Derecho Lasala, Del Valle, Minguijón, Pereda, Sancho Izquierdo, Sancho Seral, Prieto, Vicente Gella y Muñoz Casayus y el mismo secretario general, Sánchez del Río Peguero, que no se incorporaron al ejército, trabajaron en la censura de prensa organizada por el Gobierno civil, hasta que este servic io pasó a la Delegación de Prensa y Propaganda, bajo la dirección del decano de Derecho, Lasala. En este momento se incorporaron a la labor de censura, entre otros, el catedrático de letras Usón, el decano de la misma facultad, Carlos Riba, mientras Del Valle, de Derecho, se hacía cargo de la propaganda por Prensa y Radio. Pero, naturalmente, el peso de los servicios más ligados con la guerra recayó sobre las facultades de Medicina y Ciencias. Las instalaciones y personal del Hospital Clínico universitario fueron esenciales para los ejércitos del Norte y Levante durante sus campañas desde el Turia, Gállego y Ebro, hasta la caída de Cataluña. El decano de la Facultad de Ciencias, el doctor Iñiguez, fue agregado al Estado Mayor para el descifrado de telegramas y estudio de claves. Pero fue la sección de Ciencias Químicas la que más directa y valiosa colaboración habría de aportar al esfuerzo de guerra. "El Servicio Químico de Guerra de la Quinta División", agregado al Estado Mayor, fue compuesto en su mayoría por profesores y personal de la Facultad de Ciencias, siendo su jefe el mismo rector de la universidad. Más adelante se incorpora, a su llegada a Zaragoza en septiembre de 1936, el catedrático Antonio de Gregorio Rocasolano. Fue también el personal de la Facultad de Ciencias, encabezado por el rector, el que intentó resolver toda clase de problemas del Estado Mayor, desde la falta de combustible y aceites adecuados para los motores, hasta la fabricación artesana de más de cien mil "botellas incendiarias", trabajo realizado en los laboratorios de la facultad. Cuando en enero del siguiente año, por orden de Burgos, se constituye la Dirección Nacional de Guerra Química, será nombrado asesor y jefe de la sección técnica de Aragón el rector Calamita. A estas alturas, prácticamente había sido militarizada toda la Facultad de Ciencias y la universidad se había transformado en un importante apoyo logístico de las campañas militares.

Esta movilización y parcial militarización de la Universidad de Zaragoza al servicio de la sublevación militar del 18 de julio fue acompañada, desde el primer momento, de una sistemática depuración y represión de todas las personas que se suponían peligrosas para la causa de los nacionalistas. Durante los meses de octubre y noviembre, el Estado Mayor de la Quinta División comunica al rector Calamita, el mismo asesor de la Junta de Defensa, que, en aplicación del decreto número 108 de septiembre de la Junta de Defensa Nacional, quedan destituidos de sus cargos o suspensos de empleo y sueldo una serie de profesores y algunos subalternos de la Universidad de Zaragoza. En la Facultad de Medicina, las medidas significan una verdadera purga: fueron destituidos y dados después de baja en el escalafón los catedráticos Santiago Pi Súñer, Felipe Jiménez de Asúa, Gumersindo Sánchez Guisande y Juan Carlos Herrera, y los profesores auxiliares José María y Augusto Muniesa Berenguer. En la de Derecho lo fueron los catedráticos Francisco Hernández Borondo y Enrique Rodríguez de la Mata, y en la de Letras, el catedrático auxiliar Rafael Sánchez Ventura. En la Facultad de Ciencias los catedráticos destituidos fueron dos, Francisco Aranda Millán y Mariano Velasco Durántez; este último recurrió y se vio reintegrado al servicio con una suspensión temporal de empleo y sueldo. Aranda Millán recibió los pliegos de cargos en la cárcel de Torrero, de donde sería sacado con treinta y tres personas más por un grupo de falangistas a mediados de 1937, y fusilado con ellos cerca de Pedrola. Suspendidos por el momento de empleo y sueldo, y excluidos más tarde de cualquier cargo directivo o de confianza, lo estuvieron en Ciencias los catedráticos Juan Martín Sauras y Juan Cabrera, y en Medicina, Félix Monterde Fuertes y Benigno Lorenzo Velázquez. Todas estas decisiones tomadas por la autoridad militar fueron ratificadas por la "comisión depuradora del personal universitario" que se constituyó después, y completadas, en muchos casos, con los procesos que se siguieron por la jurisdicción militar primero y por el tribunal regional de responsabilidades políticas a partir de 1939. La Universidad de Zaragoza siguió suministrando información y apoyo a estas sucesivas instancias represivas, interviniendo incluso directamente en algunos penosos episodios. Por ejemplo, la presencia del decano de la Facultad de Medicina, el doctor Antonio Lorente Sanz, para hacerse cargo de las bibliotecas particulares e instrumental científico incautados a los catedráticos de su facultad, procesados por la jurisdicción militar, Santiago Pi Súñer, Felipe Jiménez de Asúa y Gumersindo Sánchez Guisande.

La serie de informes sobre el personal depurado de la Universidad de Zaragoza que utiliza la autoridad militar ofrece escaso interés, fuera del anecdotario biográfico, ya que se limita, al uso de entonces, a calificar de manera insultante actuaciones políticas o trayectorias profesionales de todos conocidas, con aseveraciones calumniosas sobre la vida privada de los encausados. Pero hay un informe distinto a los demás, con ciertas pretensiones literarias y un aire ligeramente anacrónico. Es el referente al catedrático Juan Moneva Puyol, "cínico extravagante o extravagante cínico. Se le ha tenido por raro, pero su rareza es hija muchas veces de su maldad", en palabras del gobernador civil, que concluye un largo texto con la conveniencia de alejarle de la cátedra, "pues su actuación en ella es perjudicial, ya que su influjo ha de ser inmoral y antipatriótico". La autoridad judicial, en cambio, se limita a señalar "su notorio afán de mando y de originalidad", recordando sólo de paso su procesamiento por injurias al ejército. La autoridad militar opta por no pronunciarse. Será el rectorado el que solicite, por su cuenta, la suspensión de empleo y sueldo, que le será aplicada por breve tiempo y más tarde revocada. En esta iniciativa rectoral jugaron su papel tanto el pliego de cargos que la antigua universidad zaragozana guardaba contra la crítica y pintoresca figura de Juan Moneva, como la evidente incompatibilidad entre un rector como Calamita, defensor antes de una universidad moderna y técnica y, ahora, de una universidad militarizada y fascista, y una figura tan confesadamente decimonónica como Juan Moneva.

A finales del primer año de la guerra civil prácticamente estaba concluida la depuración del personal docente, y fuera del ámbito universitario, la del magisterio primario, y bastante avanzada la de la enseñanza secundaria. Pero quedaba todavía la del personal subalterno, sólo indirectamente afectado por las medidas represivas de carácter general. En este caso, la iniciativa depuradora partió del mismo rectorado, que, a partir de diciembre y hasta entrado el mes de enero de 1937, se procuró afanosamente toda clase de antecedentes, que le permitieron rematar la obra de depuración universitaria iniciada en octubre de 1936 por el Estado Mayor de la Quinta División. Calamita realizó una cuidadosa criba de "mozos de lavadero", "lavanderas", "fogoneros" y hasta "capellanes". En el ambiente de aquellos meses, en la convicción de estar luchando por lograr una universidad pura de toda contaminación "marxista o masónica", no extraña la pretensión del rector de la Universidad de Zaragoza de someterse él mismo al proceso de depuración en un alarde de fidelidad al régimen. Así lo solicita del "Presidente de la Junta Técnica del Estado" el 17 de noviembre de 1936. En efecto, el rector de la universidad había sido el único rector de todas las universidades nacionalistas excluido de cualquier información por  su condición de asesor de la Junta de Defensa y la gran confianza que tenía el gobierno militar en su persona y actuaciones.

2. ADHESIONES Y ESCRITOS

El 23 de octubre, la Junta de Gobierno de la universidad celebró lo que eufemísticamente llama "su primera sesión del curso 1936-37". Es natural que, tras la obligada y púdica referencia a los vocales "separados de sus cargas o cátedras", o "bajo el peso de acusaciones que se están ventilando en expediente judicial", la sesión concluyese con la aprobación de la actuación del rector Calamita y con el envío de un escrito de "patriótico entusiasmo" al general Franco, redactado en los términos usuales de la época. Algunas Juntas de Facultad ya se habían anticipado a reunirse para proclamar su adhesión a la causa de Burgos, como la de la Facultad de Derecho, que fue una de las primeras; otras lo hicieron después. Era evidente que bajo el enérgico y duro mando de Calamita, totalmente respaldado por las autoridades militares, la Universidad de Zaragoza era una de las más fieles y útiles en aquel momento.

Comenzado el curso de esta manera, con la universidad clausurada hasta la victoria, las Juntas de las diversas facultades no se limitan en los primeros meses a reiterar su apoyo al general Franco y prometerse, como decía la de Letras, "el próximo e inminente triunfo de la verdadera España". Discuten también de programas y métodos de enseñanza. Sin embargo, en el ánimo de todos estaba que la universidad proyectada, la "Universidad imperial", suponía, para ser posible, algo más que una represión basada en criterios de actuación política sobre todo, como la efectuada por los militares, aunque fuese acompañada de una modificación de los programas. Había que ir a la raíz del mal y completar la tarea con una obra de depuración y vigilancia, sobre todo ideológica. Y a esto atienden una serie de mociones y escritos redactados durante los dos primeros meses del curso. Uno de los más amplios no fue ciertamente obra de catedráticos de esta universidad, sino de una serie de catedráticos de Ciencias y Letras "provenientes de Universidades sitas en territorio no liberado por el Ejército salvador de España, pero que residen accidentalmente en Zaragoza prestando servicios académicos". Pero el escrito fue asumido inmediatamente por las Juntas de todas las facultades zaragozanas. Los autores de este curioso documento, fechado el 2 de noviembre de 1936, proclaman, con evidente deformación profesional, "que la fuente de donde han surgido los males que hoy padecemos ha sido el Ministerio de Instrucción Pública. Sin la previa corrupción de las inteligencias no se habrían mostrado los revolucionarios tan crueles y perversos, tan antihumanos y tan antipatriotas". Tras furibundos ataques a los maestros y a sus tareas durante la República, se localiza el corazón de "destrucción subversiva" en la universidad de entonces y "en los sanedrines judaicos y masónicos o centros que se dicen de cultura y que son de hecho de conspiración contra el prestigio patrio". "Estamos aludiendo—concluyen los catedráticos—a la Institución Libre de Enseñanza, máximo dictador del 'modo de obrar' interno y secreto de los sanedrines autónomos que funcionan con los nombres de Centro de Estudios Históricos, Instituto Matemático, Instituto Nacional de Física y Química, Junta para la Ampliación de Estudios, etc." La conclusión es clara: de poco servirá "vencer en el campo de batalla", de poco "anular a los hombres políticos", si no "se entra a sangre y fuego" en la universidad. Hay que seguir con la labor depuradora "para limpiar de antipatriotas y elementos revolucionarios el escalafón de catedráticos en la Universidad". La Facultad de Letras zaragozana ya se había adelantado a tales planteamientos, pues en sesión celebrada el 19 de octubre había acordado, "por unanimidad y por las más vivas instancias", como dice su decano José Salarrullana, elevar al gobierno de Burgos un largo escrito, donde, tras consideraciones análogas a las anteriores, se afirma que "la primera medida de la regeneración de España debe ser la extirpación total y absoluta de esa Institución (de libre enseñanza) y la separación de sus hombres de la enseñanza".


3. ACTIVIDAD DOCENTE

La Universidad de Zaragoza parece que fue una de las que más se preocuparon por lo que Calamita llamaba "el aprovechamiento posible de la actividad vacante del personal docente universitario". El problema se planteó cuando comenzó a resultar claro que la esperada victoria tardaba en llegar y que, por tanto, la fecha de reanudación de los cursos normales se alejaba cada vez más. Parecida opinión tenían en Burgos, desde donde, y por orden del 16 de septiembre de 1937, se dispuso la organización de "cursos de extensión y divulgación" para mantener alguna actividad docente universitaria. De esta manera, la Universidad de Zaragoza pudo organizar durante el año académico de 1937 a 1938 el curso de conferencias denominado "Menéndez y Pelayo", dividido en dos partes. La primera se desarrolló en los meses de octubre a diciembre de 1937 y la segunda, de los de febrero a mayo de 1938. La asistencia fue libre y a los alumnos matriculados se les expidieron "certificados justificativos de asiduidad". El número de inscritos en las diversas facultades se detalla de esta manera: ochenta y seis en la Facultad de Medicina, ciento treinta y cinco en la de Derecho, ciento doce en la de Ciencias y el máximo, de cuatrocientos cuatro, en Filosofía y Letras. En la segunda parte, la matrícula en las lecciones de carácter general fue de sesenta y nueve, y de veinticinco en los monográficos.

La temática de estas conferencias constituye el antecedente lectivo más claro de las ideas y programas que se van a imponer en la universidad que abrirá sus puertas a partir de 1939. Para empezar, la primera conferencia, respondiendo a la figura que las titula, está dedicada a Menéndez Pelayo y excepcionalmente no la dicta un catedrático de Zaragoza, sino el director de la Biblioteca Nacional, Miguel Artigas. Sólo unos meses más tarde, el primer ministro de educación de la España de Franco, Pedro Sainz Rodríguez, editará su folleto "Menéndez Pelayo y la educación nacional" y decidirá la publicación de una edición nacional de sus obras, entronizando así como genio titular del nuevo régimen a la figura del polígrafo santanderino. La Facultad de Letras se encarga especialmente de presentar la temática de la España imperial. Las lecciones de Carlos Riba, "Catolicidad e imperio" y "Aragón en la vieja España imperial", dan la interpretación que es de suponer de los siglos de la Casa de Austria y de la historia de Aragón en estos siglos, para concluir con una "justificación histórica de la Cruzada" y proclamar "la salvación en un futuro engranaje entre las potencias de régimen totalitario". Tampoco se sustrae a la servidumbre del momento Giménez Soler, con sus conferencias sobre "La lucha por el dominio del Mediterráneo o el problema de este mar" y sus desconcertantes referencias a los mercenarios moros del ejército de Franco, o con una conferencia de título tan oportunista como "Los Reyes del Yugo y las Flechas". Más impresionante todavía resulta el tema tratado por el catedrático Domingo Miral López, "La Religión, el Idioma y el Arte como creaciones del alma popular española", donde se postula como "personificación del heroísmo aragonés" al "alcalde de Belchite y al mozo ansotano sargento de Falange", desarrollando en coherencia con estos temas los "nuevos modos que deberán seguirse en la educación de la juventud aragonesa". De manera análoga, la Facultad de Derecho toma a su cargo lo que van a ser manidos temas en los próximos años, "La ciencia española del derecho de gentes en el siglo del imperio", que dictará el catedrático Manuel de Lasala Llanas; "La lucha contra las corrientes filosóficas heterodoxas y antiespañolas", que dicta el catedrático Miguel Sancho Izquierdo y que cierra con ataques al krausismo, y una "aplicación de estos casos a las horas presentes". El catedrático de Derecho político Luis del Valle aprovechará el momento para desarrollar sus teorías sobre la "forma direccional jerárquica en Alemania, Italia y España nacionalista" y dar público conocimiento del feliz término "democracia orgánica". El único conferenciante que se sale de las normas aceptadas es Juan Moneva, que no vacila en dictar nada menos que nueve conferencias sobre un tema tan extravagante en el momento como "Los papas de Avignon", y que concluye con una erudita digresión sobre "la efigie más razonablemente auténtica de Santa Catalina de Siena". Por lo demás, las facultades de Ciencias y Medicina informan sobre aspectos directamente ligados a la guerra, con temas como "Estado de la cirugía durante el Glorioso Alzamiento Nacional", por Juan Sánchez Cozar, o "La Química del combustible líquido y la Defensa Nacional", de Luis Bermejo Vida, o se limitan a temas puramente científicos, como "Descubrimiento de la radiactividad y de los elementos radiactivos", del doctor Faustino Díaz. Una excepción la constituye Antonio de Gregorio Rocasolano, que desarrolla el tema menendezpelayista de la "Ciencia española y las imposturas de la leyenda negra".

Ya bajo el mandato del ministro de Educación Nacional del primer gobierno de Franco, la Universidad de Zaragoza tiene otra aparición docente al público. Se trata del "cursillo divulgador del Fuero del Trabajo", que se desarrolla entre abril y mayo de 1938. En el texto de convocatoria se explicaba que "considerando la trascendencia que tiene para el porvenir de nuestra Patria el conocimiento del Fuero del Trabajo, se organiza con la colaboración del Servicio de Cultura de Falange Española Tradicionalista y de las JONS de esta ciudad y la aprobación del Excmo. Sr. Ministro de Educación Nacional, una serie de conferencias de divulgación sobre dicho Fuero". Como en el caso anterior, las conferencias estuvieron a cargo de catedráticos de la Universidad de Zaragoza, en su mayor parte fueron publicadas en la revista Universidad. El ciclo lo cerró Eduardo Aunós Pérez, consejero nacional de Falange, con el tema "La juventud combatiente y el Fuero del Trabajo".


4. LAS "FIESTAS DE LA VICTORIA"

El 19 de mayo, la Universidad de Zaragoza celebrará un acto académico para "solemnizar la Victoria de los Ejércitos del Generalísimo Franco". Hizo primeramente uso de la palabra el catedrático de Filosofía del Derecho Miguel Sancho Izquierdo, quien dijo que "obedeciendo a su superior jerárquico iba a dar una lección de su asignatura", una lección de Derecho Natural, sobre este tema: "Necesidad del Alzamiento Nacional y significación, en este orden, de la Victoria". Acto seguido habló el rector Gonzalo Calamita, pronunciando un dolido discurso sobre el olvido de lo que hizo Aragón, y más concretamente la universidad, por la causa franquista. No le faltaba razón, pues ya nos hemos referido al papel de la universidad zaragozana en la retaguardia de los frentes de Cataluña y Levante, sobre todo cuando el triunfo nacionalista en el Norte la convirtió en la capital militar. "Casi todo el mundo ignora la labor callada, pero intensa, de la Universidad de Zaragoza—dice el rector—, que, clausurada por la ausencia de sus hijos espirituales, coadyuvó con entusiasmo indescriptible a la actuación sublime de nuestro Ejército".

Cuando se celebran las "Fiestas de la Victoria", como se llamaron, ya había dejado de ser ministro de Educación Nacional Pedro Sainz Rodríguez. De su interés por las lenguas clásicas se había beneficiado Zaragoza, donde, por orden de 1 de febrero de 1939, se había creado en la universidad el Centro de Estudios Clásicos, del que fue nombrado director Domingo Miral. En todo caso, a la altura del mes de septiembre de 1939, la mayor parte de los contratos del personal docente auxiliar había expirado, se podía proceder a una renovación conforme a la nueva situación, y se entraba de la mejor manera posible en el largo mandato ministerial de José Ibáñez Martín, el nuevo ministro de Educación de "la paz de Franco". Depurada y disciplinada, con una mentalidad dominante fascista y conservadora reaccionaria, la Universidad de Zaragoza se encontraba en las mejores condiciones para transformarse en una de las universidades de provincia típica bajo la dictadura franquista.


 
 
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