Todos los seres humanos, impulsados por el estímulo de supervivencia, poseemos ese instinto creativo y ese congénito afán de emulación [referido al trabajo: el instinto de trabajo eficaz]. En una sociedad de "salvajismo pacífico"—como Veblen la llama—, previa a la etapa bárbaro-depredadora, el tipo de emulación, en especial el tipo de emulación económica que existía entre los miembros del grupo, era principalmente una emulación en punto a utilidad laboral. Se trataba, en definitiva, de probar el prójimo, mediante el establecimiento de comparaciones emulativas, que el trabajo propio era mejor y más útil que el ajeno. Pero en el proceso evolutivo de la especie sucede lo siguiente:
Cuando la comunidad pasa de un salvajismo pacífico a una fase depredadora de vida, las condiciones de emulación cambian. (...) Mas y más la actividad de los varones adopta un carácter de proeza. (...) La agresión se convierte en la forma acreditada de acción, y el botín sirve de evidencia prima facie de una agresión triunfal. (...) Por contraste, la obtención de bienes haciendo uso de otros métodos [es decir, trabajando] no se considera digna de un hombre que esté en pleno uso de sus facultades. Por la misma razón, la realización de un trabajo productivo o el empleo en un servicio personal caen bajo ese mismo odio. (...) El trabajo adquiere un carácter irritante a causa de la indignidad que se le imputa.
Pues bien, esa herencia proveniente de la cultura bárbara que sólo reconoce como honorable y digno el hábito de dominio triunfal y que desprecia la ocupación laboral productiva por ser tarea envilecedora y odiosa, reaparece atávicamente, en las comunidades más civilizadas de la época moderna. La comparación odiosa que es propia de la cultura depredadora no va dirigida a probar que se trabaja mejor que el vecino y con resultados más beneficiosos y útiles; de hecho se trata de probar que no se trabaja, o que se trabaja menos que él, a pesar de tener más riqueza y poder. En la secuencia de la evolución cultural, esa clase neo-bárbara—antaño representada por el señor devoto, cazador y soldado— emerge una vez más bajo la forma de clase ociosa, cuyos rasgos, como pronto veremos, coinciden esencialmente con los de aquélla.
El surgir de la clase ociosa está vinculado, dice Veblen, al hecho de la propiedad. Lo mismo que en la cultura bárbara la apropiación fundamental del varón dominador consistía en tener mujeres y esclavos, la nueva cultura sigue una pauta semejante, con la única diferencia de que ahora la propiedad incluye una notable variedad de bienes; no se limita a la posesión de personas, sino que se extiende también a la de cosas. La riqueza se conveierte, así, en símbolo máximo de reputación honorífica. El proceso económico asume entonces el carácter de una lucha entre hombres—fundamentalmente entre varones—por la posesión de bienes dirigios a aumentar su buen nombre. Veblen mantiene que la acumulación de riqueza se busca, no tanto para mejorar el nivel de comodidades como para poder competir victoriosamente con los prójimos en punto a reputación y prestigio. "El móvil que subyace en la raíz de la propiedad es la emulación". "La posesión de riqueza confiere honor; da lugar a una distinción odiosa para el que no posee tal riqueza".
Desde su origen mismo—insiste Veblen—, la propiedad no fue concebida en la cultura bárbara como conjunto de cosas útiles obtenidas con propósitos de mejora, sino como botín o trofeo capturado en el ataque victorioso. Se tienen cosas y personas para hacer alarde de ellas. Y es así como, gradualmente, con el crecimiento de la industria y el desarrollo económico, la acumulación de propiedades trae consigo el renacimiento del sistema valorativo arcaico. La posesión de riqueza por parte de la clase opulenta (como antes la posesión de trofeos de caza y botines de guerra por parte del señor feudal) deviene base acostumbrada de reputación y estima.
domingo, 17 de marzo de 2013
La ostentación de inutilidad
Para hacer ostentación de nuestra distinción social, no sólo necesitamos hacer ostentación de nuestro ocio, y de lo inútil y caro de nuestras actividades y posesiones; también se requiere probar de diversas maneras que el tiempo que pasamos fuera de la observación de otros ociosos (o no ociosos) también lo dedicamos estrictamente al ocio, y no a nada productivo. Del prólogo de Carlos Mellizo a la Teoría de la Clase Ociosa de Thorstein Veblen:
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Hostia, qué interesante parece esto. Y además resulta entendible, no como "la presentación del yo en la vida cotidiana", que me cogí hace poco de la biblioteca por recomendación indirecta tuya, de tu 'yo' virtual, y tuve que dejarlo porque no me enteraba de nada.
ResponderEliminarLo intentaré con este, gracias.