martes, 12 de junio de 2012

Slavoj Zizek: Señales del futuro

Vídeo de una conferencia que dio Zizek hace un mes en Zagreb. Sigue mi transcripción/traducción al español.



Slavoj Zizek, "Señales del futuro" (Zagreb, 14/5/2012).

Conferencia en el Foro Subversivo "El Futuro de Europa" (Zagreb, 13-19 de mayo de 2012). http://youtu.be/VJ7NkL3ljlA



Slavoj Zizek, filósofo y crítico cultural,
Universidad de Ljubljana, Centro Europeo de Postgrado.

(Zizek viste una camiseta que reza "Occupy Europe!". La conferencia empieza con una audición del "Himno a la alegría" de la 9ª Sinfonía de Beethoven, suprimida del vídeo por razones de copyright).

Voy a empezar por —la respuesta debería ser obvia, quizá incluso habré mencionado este ejemplo una vez en los últimos cinco años, aquí— por decir por qué este clip. Todos lo conocemos—está en medio del cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven... Ya saben que la melodía es el himno extraoficial, pero creo que incluso medio oficial, de la Unión Europea. Y siempre cada vez me choca la ironía de esto. Esta música, al menos la melodía, es ideología en estado químicamente puro—es así ya en el sentido elemental de que se ajusta a todo el mundo, como por ejemplo —vamos a pasar la lista. A los nazis les encantaba. A los comunistas les encantaba. Para los alemanes era la Volksgemeinschaft alemana, para los comunistas era la hermandad internacional. En la Segunda Guerra Mundial, leí, les encantaba a los militares japoneses, porque en algún sitio de la letra contiene el motivo de la alegría a través del sufrimiento —y claro, a todo auténtico fascista le encanta eso. Seguimos. ¿Sabéis que durante la Revolución Cultural china, cuando prohibieron toda la música occidental, clásica, la única excepción fue la Novena Sinfonía de Beethoven. Sí, progresista, la Unidad del Pueblo, y demás. Ahora vamos al otro extremo. Saben, —en los setenta, creo— cuando Rhodesia del Sur, ahora Zimbabwe, proclamó su independencia, proclamó la independencia de Inglaterra, con la única finalidad de conservar el apartheid —¿saben cuál fue su himno nacional? Sí. Esta melodía. Sólo cambiaron las palabras: "Oh Rhodesia, país feliz" etc. etc., pero era esto. Luego, si vas a Latinoamérica, Abimael Guzmán, de Sendero Luminoso, también dijo que esta era su pieza musical favorita, etcétera etcétera. Así pues, esto es la ideología: podéis coger a todos los enemigos oficiales de hoy, e imaginároslos: como George Bush abrazando a Obama Bin Laden [sic], Putin abrazando a los chechenos, "oh, éste es el momento en el que no obstante somos todos humanos, a todos nos gusta esto." Incluso en Alemania, antes de la plena legalización de las dos alemanias,  legalización en el sentido de admisión a los Estados Unidos [sic—se refiere a las Naciones Unidas], recuerdo cuando yo era joven, en los años sesenta, incluso a principios de los setenta, saben, cuando un atleta alemán ganaba los juegos olímpicos, se tocaba esto—en lugar del himno nacional de Alemania Oriental u Occidental.

Entonces pues, ¿qué es lo que tiene tan interesante? ¿Qué pasa efectivamente? Normalmente la atención de la gente se centra en esta melodía, la canción repetida tres veces orquestalmente, luego cuatro veces para un coro de cantantes, y entonces pasa una cosa extraña, en medio del cuarto movimiento. Después de este clímax sublime, tienen ustedes—bueno, usted (a un miembro del público), usted empezó a aplaudir, usted quería oprimir a la gente corriente. Porque después del silencio hay, bbbppp, bbbppp, bbbppp, unos sonidos obscenos—que, de modo muy interesante, los primeros críticos (en tiempos de Beethoven, tras el estreno de la sinfonía) los compararon a sonidos obscenos de ventosidades, flatulencia y demás. Entonces tienes la versión popular obscena, y me parece esto tan sublime... con vistas al hecho de que Turquía fue el punto traumático cuya entrada a Europa bloquearon Francia y otros, se fijaron en el ritmo ése, el de la parte obscena, cuyo principio oyeron, se llama marcha turca. Así que es exactamente como si Beethoven viera dónde estamos hoy: Alle Brüder, todos los europeos juntos, pero con la marcha turca, con los turcos—todo se pone mal. Literalmente, porque si conocen la sinfonía —en uno de mis libros, no me acuerdo cuál, hago un análisis de diez páginas— después de eso, estructuralmente, Beethoven no consigue encontrar el equilibrio. La primera reacción del coro a esta música obscena es unos cantos confusos que suben y bajan... luego una vaga referencia a Dios que está más alla... es... totalmente sin equilibrio. Al final hay una especie de síntesis que está totalmente vacía, parecida vagamente al finale de El rapto del serrallo, etc. etc. Así que yo sostengo que ésta es nuestra elección hoy: o bien lo que... okey, los conservadores quieren sólo la melodía pura. Los conservadores son como usted cuando empezó a aplaudir: "Vamos a parar aquí. Borremos la marcha turca." A la izquierda liberal les encantaría decir, "Vamos a expandirnos, vamos a invitarlos también a cantar con nosotros, para cantar todos juntos esta melodía"... Pero creo que nuestra conclusión debería ser clara. El problema no está en esta obscenidad que entra de modo intrusivo, el problema está en la melodía misma. Necesitamos una nueva melodía europea. Necesitamos un himno nuevo.

¿Por qué? ¿Dónde estamos?

Bien. Hay una expresión maravillosa—espero pronunciarlo correctamente, no estoy seguro— en persa, es algo así como "var nam nihatan", que significa (esto me encanta, es una expresión coloquial condensada) —significa, traducida literalmente, "asesinar a alguien, enterrar el cuerpo, luego cultivar flores sobre el cuerpo para esconderlo, y luego andar nerviosamente por esas flores, nervioso de que alguien vaya a descubrir el cuerpo que hay debajo". Esta es la realidad de nuestros medios de comunicación, sostengo yo. En 2011 estuvimos siendo testigos y partícipes de una serie de acontecimientos demoledores: desde la Primavera Árabe al movimiento Ocupad Wall Street, desde las protestas suburbanas del Reino Unido a la locura ideológica de Breyvik (locura, sí, pero ideológica) en Oslo. 2011 fue, por tanto, el año de soñar peligrosamente. En ambas direcciones. Estaban los sueños de emancipación, movilizando protestas por todo el mundo, y estaban los sueños oscuros y delirantes que impusaban a Breyvik y a los populistas racistas por toda Europa, desde Holanda a Hungría.

La tarea primordial de la ideología hegemónica, y de los grandes medios de comunicación, es neutralizar la auténtica dimensión de estos acontecimientos: es decir, precisamente una especie de var nam nihatan. Vamos a enterrar el cadáver, y a plantar hierba encima. Los medios mataban el potencial radical emancipatorio de los acontecimientos, ofuscando sus amenazas a la democracia. Estaban plantando flores encima del cadáver enterrado. Por eso es tan importante clarificar las cosas, lo que está sucediendo realmente en Europa, pero no sólo en Europa, desde 2011.

Mi primera reacción a los acontecimientos será sólo—por favor nada de lecciones de sabiduría. Porque la reacción predominante en los medios de comunicación, si se dieron ustedes cuenta, fue de lecciones de sabiduría: "ooh, todos necesitamos ilusiones, fue una cosa maravillosa, millones de personas en la plaza Tahrir...—pero seamos realistas, ¿lo vieron ahora? Los islamistas, la Hermandad Musulmana, ganaron las elecciones, ven, ésa es la realidad. Siempre vuelve no solamente a lo mismo sino a algo peor. Así que mejor no remover las cosas demasiado, el resultado será aún peor." En otros términos, esta sabiduría vulgar es algo cuya forma o expresión más popular sería (y para esto estoy listo para hacer como Stalin y decir que deberíamos quemar la película) la canción vulgar de una de las películas que realmente odio, El Rey León. Se acuerdan cómo, a mitad de película, el leoncito le pregunta a su padre, "Pero si los leones somos los buenos, ¿cómo es que nos comemos a las cebras? Eso no es justo." Y entonces el padre, el rey, canta la famosa canción "El Círculo de la Vida". Que es así: "Es el Círculo de la Vida, y nos mueve a todos, pasando por la desesperación y la esperanza, por la fe y el amor, hasta que encontramos nuestro lugar en el camino que gira y gira, el Círculo, el Círculo de la Vida". Por explicarlo más, es cierto, nos comemos a las cebras, pero también moriremos, nos pudriremos en la tierra, nuestra carne putrefacta alimentará a la hieba, a la hierba se la comerán las cebras, y así sucesivamente. Así que es un Círculo de la Vida, etcétera etcétera. ¿Qué es lo que hay de malo en esta sabiduría? Todo. Porque, se pueden imaginar, si tienen la mente lo bastante sucia (yo la tengo)— aparte no me gusta la película, pero es un ejemplo— en La vita è bella de Roberto Begnini, digamos que el hijo se da cuenta de que en realidad es Auschwitz, una máquina de matar, y le pregunta al padre, "Papá, por qué los nazis nos están matando a todos los judíos?" Y me encantaría oír a Roberto Begnini contestarle, "Ah, hijo mío, es todo un gran Círculo de la Vida. Es cierto que los nazis nos están matando, pero los nazis también morirán, se pudrirán, su carne alimentará a la hierba, las vacas se comerán la hierba, los carniceros matarán a las vacas, y los judíos morderemos los filetes y nos los comeremos... es un gran Círculo de la Vida, etcétera". Así, que nuestra respuesta— saben, este es el gran argumento liberal conservador contra el cambio en las cosas, oh, la revolución, dicen, y hacen como si estuviesen diciendo una cosa muy profunda, cuando señalan que el sentido original de la palabra revolución es precisamente hacer como los planetas, circular alrededor, lo mueves, pero el orden se restablece a sí mismo, etcétera etcétera.

Nuestra respuesta debería ser clara: Sí, claro que hay círculo de la vida, pero la idea es precisamente que hay diferentes círculos de la vida. Una revolución auténtica, precisamente, no es un elemento del Círculo de la Vida, sino que cambia el círculo mismo, a nivel social, como que quizá sea posible un círculo en el que no tenemos a los nazis matando a los judíos, ¿no? O quizá haya un círculo de la vida en el que, no sé, un jefe tribal en el Congo, hace cien años, no tenga que cantarles a sus hijos, "Es cierto, los belgas nos están matando, pero los belgas morirán, y nosotros nos comeremos la hierba que ellos alimenten", o como sea. Y esto es importante; también es una lección política: ciertamente, hay ahora un nuevo círculo de la vida, un nuevo círculo de esfuerzos y lucha en Egipto, pero aun con todo el pesimismo y precauciones justificadas, no es el mismo círculo de la vida que antes. Aunque nada radical suceda al final, tenemos que admitir que tenemos allí una sociedad civil que prospera, sindicatos, mujeres, estudiantes, organizándose entre sí, etcétera etcétera. Así que no caigan en esta falsa sabiduría de decir que no vale la pena remover las cosas, y demás.

Bien. La segunda cosa que rechazo es la crítica a la corrupción y la crítica limitada al capitalismo financiero. No me entiendan mal. Por supuesto que a todos los criminales, banqueros y otros, habría que perseguirlos despiadadamente, con eso no tengo ningún problema, incluso soy una de las pocas personas que conozco que todavía están a favor de la pena de muerte, así que no me entiendan mal. Lo que estoy diciendo es otra cosa. No le echen la culpa a la gente y a sus actitudes. El problema no es la corrupción o la avaricia. El problema es el sistema que te empuja o te capacita para ser corrupto. La solución no es lo que gritaban algunos manifestantes moderados en los Estados Unidos, "la Calle Mayor, no Wall Street"—sino cambiar el sistema en el que la Calle Mayor no puede funcionar sin Wall Street. Figuras públicas desde el Papa (de Roma) abajo nos bombardean con apelaciones a combatir nuestra cultura de avaricia excesiva y consumismo. Este espectáculo repugnante de moralización por parte de los jefes es una pura operación ideológica donde la haya. La tendencia compulsiva a la expansión está inscrita en el sistema capitalista como tal, y no deberíamos trasladarla a la escena personal, a una cuestión de propensiones personales. No es de extrañar que uno de los teólogos que rodean al Papa dijera, y aquí lo cito literalmente: "La crisis actual no es la crisis del capitalismo, sino la crisis de la moralidad". Eso es lo que yo encuentro realmente repugnante, como decir "No me toquéis el sistema". Esto, creo, es lo que está en juego para los críticos moralizantes del capitalismo.

¿Qué es lo que falla aquí? Bien, quiero recordar un excelente chiste, una anécdota maravillosa que tiene según creo profundas consecuencias ideológicas, para la crítica de la ideología, un chiste muy bueno de la comedia clásica de Ernst Lubitsch, con Greta Garbo, Ninotchka. El protagonista de la película entra en una cafetería y pide café sin nata. Y el camarero le da una respuesta inigualable; el camarero le dice: "Lo siento, pero se nos ha acabado la nata, sólo tenemos leche—¿puedo traerle en su lugar un café sin leche?". Ven, ésta es una profunda cuestión hegeliana, si quieres entender lo que dice Hegel cuando dice que la negación es parte de la identidad positiva de un objeto. Un objeto no es sólo lo que es; como parte de su identidad debes incluir lo que no es. Por eso creo que este chiste tiene magníficas consecuencias políticas, por ejemplo ya de manera inmediata. Nosotros no teníamos semejante carencia —en el socialismo yugoslavo— semejante carencia de bienes de consumo en las tiendas, pero un amigo de Polonia me dijo que tenían exactamente una versión de este mismo chiste referida a la realidad socialista. Un tipo entra en una tienda y dice: "¿Aún no tienen papel higiénico?"  Y el vendedor le dice, "No, lo siento, nosotros somos los que no tenemos leche, los que no tienen papel higiénico son los de la tienda de enfrente"—etcétera etc. Pero un ejemplo más serio serían los acontecimientos de 1990—la disolución de los regímenes comunistas del Este europeo. La gente que protestaba—los disidentes, las masas, quería libertad y democracia sin corrupción ni explotación. Esto sería como decir "queremos café sin nata". Les sirvieron libertad y democracia sin solidaridad ni justicia. Sin leche. Es como si los occidentales sirviendo dijesen, lo siento, no tenemos, sólo te podemos traer esto otro, etc. De la misma manera, un teólogo católico próximo al Papa enfatiza cuidadosamente que los manifestantes deberían tener como objetivos la injusticia moral, la avaricia, el consumismo... sin oponerse al capitalismo. Uno debería incluso agradecer la honradez de este teólogo, que formula de manera abierta la negación implícita en la crítica moralizante. Es como si les dijese: "café sin leche", es decir, criticad la avaricia, pero no critiquéis el capitalismo.

Así que, de nuevo, la cuestión hoy  es la cuestión del sistema. Los banqueros siempre fueron malvados, etc. etc. La segunda cuestión es: no os centréis en el capital financiero. También me molesta que el objetivo con mucha frecuencia es sólo el capitalismo financiero. ¿Saben por qué me da miedo eso? Porque entonces estamos a un paso de un tipo de lógica antisemita proto-fascista. Si vamos demasiado lejos en la crítica al capital financiero, los bancos y demás, estamos sólo a un paso de la idea (conocida como una de las bases mismas del fascismo) que deberíamos tener capitalistas productivos honrados, y trabajadores. Que la corrupción no viene de la relación básica entre trabajo y capital, sino del intrusismo de banqueros judíos, etcétera etcétera. De nuevo, no me malinterpreten. No estoy alabando a los banqueros corruptos. Lo único que digo es que la auténtica cuestión es qué cambio tuvo lugar en las últimas décadas en el capitalismo global, para que el capital financiero adquiriera un papel tan central.

Bien, el siguiente punto. Aunque sí que celebramos las protestas, es celebrarlas sólo como protestas. Esto ya se ha mencionado, se ha mencionado cómo Michael Hart mencionó este aspecto extático de la cosa. Es lo mismo que pasa en Francia hoy, donde todo político de derechas que se precie a sí mismo os dirá con orgullo del mayo del 68, "por supuesto, estuve en las barricadas," y demás. Saben, lo que me temo es que para la mitad de la gente que está protestando, se convertirá en una maravillosa aventura juvenil, y me lo imagino, es mi sueño malvado—a la gente que estuvo protestando, dentro de diez años se reúnen en un bar, en un descanso para comer, y dicen "qué maravilloso era, hace diez años", y luego le suena el teléfono a uno "lo siento, me llama mi jefe, me tengo que ir corriendo al banco..." etcétera etcétera. No caigan en esto. La reacción a las protestas de París de 1968, Jacques Lacan escribó, cito: "A lo que aspiráis en tanto que revolucionarios es a un nuevo amo. Lo tendréis." Este pronóstico diagnóstico debería rechazarse, en tanto que afirmación conservadora, del tipo "toda revolución está pidiendo un nuevo amo, etc." Pero sostengo que contiene un grano de verdad, si aplicamos la afirmación de Lacan a algunas de las protestas. Si sólo protestas y exiges, efectivamente te expones al peligro de estar creando el espacio para un nuevo amo. Y ya tenemos los primeros atisbos de este nuevo amo en Grecia, en Italia, quizá siga España, etc. etc... Como si se contestase irónicamente a la falta de programas expertos por parte de los manifestantes, la amenaza ahora es sustituir a los políticos en el gobierno por un gobierno neutro de tecnócratas despolitizados, mayormente banqueros. De nuevo, la única manera de combatir esto es moverse un paso más allá de las protestas.

Así que a lo siguiente que deberíamos oponernos es a la nostalgia del estado del bienestar socialdemócrata. Voy a ser muy brutal ahora, luego seré más amable, a medida que avancemos. Si le preguntáis a una figura que me invento ahora, el memo progresista europeo arquetípico—no uso memo en sentido agresivo, con memo me refiero a la típica sabiduría del sentido común—por ejemplo, Watson para Sherlock Homes, el capitán Hastings para Hercule Poirot en Agatha Christie... si le preguntáis a este tipo de memo, de intelectual de inteligencia media, cuál es el problema con Europa hoy, ¿qué os dirá?

 Creo que algo en esta línea. Primero, sin duda, empezará por manifestar su profunda preocupación. El memo está preocupado por Europa. En tanto que memo políticamente correcto, anti-racista, inmediatamente añadirá que por supuesto rechaza el populismo anti-inmigración. El peligro viene de dentro, no del Islam. Las dos principales amenazas para Europa son esta misma defensa populista anti-inmigrantes de Europa, y la economía neoliberal. Así que, saben, cuando decimos "vamos a salvar a Europa de sus falsos defensores, de los tecnócratas de Bruselas y de los populistas anti-racistas", todavía estamos al nivel del memo. Contra esta doble amenaza, el memo propondría resucitar la solidaridad social, la tolerancia multicultural, las condiciones materiales para el desarrollo cultural, etc. etc. ¿Qué solución da? ¿Cómo hacerlo? La principal idea mema es volver al auténtico estado de bienestar: "necesitamos, incluso creando un nuevo partido político que sólo se dirija a los buenos viejos principios abandonados bajo la presión neoliberal, necesitamos reglamentar a los bancos, y controlar los excesos financieros, tenemos que garantizar la atención sanitaria universal y la educación, etc. etc.. Y ahora dirán vds., ¿pues qué es lo que está mal en esta actitud? Todo, opino yo. Un enfoque semejante es estrictamente idealista. Al bloqueo existente le opone su propio suplemento ideológico idealizado. Acuérdense de lo que decía Marx sobre la República de Platón: su problema no es que sea demasiado utópica; sino, al contrario, es que sigue siendo la imagen idealizada del orden político-económico existente.

Y, mutatis mutandis, deberíamos interpretar el presente desmantelamiento del estado del bienestar no como la traición a esta noble idea, sino como un fracaso que retroactivamente nos capacita para discernir un defecto fatídico en la noción misma de estado del bienestar. La lección es que si queremos salvar el núcleo potencialmente emancipador del estado del bienestar—las condiciones materiales universales para la libertad como la atención sanitaria, la educación gratuita, etc.—deberíamos desplazar el terreno y pasar más allá en sus implicaciones básicas, como son la viabilidad a largo plazo de una economía social de mercado, es decir, de un capitalismo socialmente responsable. Creo que si no damos este paso, si nos quedamos en el horizonte de cómo cambiar sólo algunas cosas para seguir combinando el capitalismo con el estado del bienestar, sólo estaremos contribuyendo al proceso que intentamos detener e invertir.

¿Cuáles son, pues, las amenazas adicionales? El análisis de Michael Hardt y Toni Negri, que comparto hasta cierto punto, me parece subestimar la medida en la que el capitalismo actual privatizó de manera exitosa, a corto plazo al menos, el propio conocimiento común. Repito que esta es, me parece, una de las cosas cruciales que están sucediendo hoy en día. Recuerden cómo en los fragmentos de Grundrisse, Marx sueña con una sociedad que hoy básicamente existe aqui para nosotros, en la que la principal fuente de la riqueza ya no será el trabajo, la mano de obra medida por tiempo, sino el conocimiento social, que toma cuerpo en la ciencia, en las prácticas materiales, la cultura, y demás. Y la idea de Marx es que una vez suceda esto, el capitalismo se ha acabado—porque el capitalismo se basa en la explotación, la explotación es la apropiación de la plusvalía, que se basa en el tiempo, el tiempo de trabajo como fuente de valor, etc. (Aquí Zizek parece dar por buena la vieja falacia marxista y reincidir en ella: la falacia de que el valor está intrínsecamente relacionado con el tiempo de trabajo—ampliamente desacreditada no sólo por la escuela de Viena sino por la evidencia cotidiana de que son los avatares del mercado y de la oferta y la demanda y la necesidad y el deseo y el prestigio adherido, y no el tiempo de trabajo, lo que fija el valor de los objetos, productos y servicios.—JAGL). Lo que Marx no consiguió imaginar es cómo aun si tenemos el conocimiento común como la principal fuente de riqueza, también puede privatizarse. Así que—esto no lo ven. Otra cosa que Hardt y Negri no enfatizan suficientemente es la medida en que no sólo es que (como le gusta subrayar a Negri) la burguesía se está volviendo puramente parasitaria, no desempeñando ya un papel estructural necesario en la producción social, sino que también los mismos trabajadores se están volviendo (mayormente en nuestra sociedad occidental, claro) cada vez más superfluos. Números cada vez mayores de ellos se están convirtiendo no sólo en parados temporales sino en trabajadores estructuralmente inempleables.

Y más todavía—ahora continuaré en otra dirección—: aunque en principio sea cierto que la burguesía progresivamente se está volviendo no funcional, esta aseveración debería matizarse: no funcional, ¿para quién? Para el propio capitalismo. Es decir, si el viejo capitalismo idealmente comprendía un empresario que invertía su propio dinero o dinero prestado en una producción organizada y dirigida por él mismo, recogiendo los beneficios, hoy está surgiendo un nuevo tipo ideal:  ya no el empresario que es propietario de la empresa, sino el gestor experto, o el comité gestor presidido por un director ejecutivo, que dirige una compañía que es propiedad de unos bancos también dirigidos por gestores que no son los propietarios del banco, o por inversores dispersos. En este nuevo tipo ideal de capitalismo sin burguesía en el sentido clásico; la vieja burguesía que había dejado de ser funcional se refuncionaliza en la forma de gestores asalariados. La propia nueva burguesía recibe un sueldo, e incluso aunque posean una parte de la compañía, ganan acciones como parte de la remuneración por su trabajo, pluses por su éxito gestor, etc. etc. Esta nueva burguesía sigue apropiándose de la plusvalía, pero en la forma mistificada de lo que Jean-Claude Milner llama "salario plusvalía". En general se les paga más que el salario mínimo del proletariado—el valor de referencia de este salario mínimo sería en realidad, en la economía global de hoy, el de un trabajador de un taller de trabajadores explotados en China o en Indonesia, etc. Y es esta diferencia con respecto a los proletarios corrientes, esta distinción, la que determina el status de la nueva burguesía. Así pues, la burguesía en el sentido clásico tiende a desaparecer. (Plus ça change plus c'est la même chose... - JAGL). Los capitalistas reaparecen como un subconjunto del conjunto de los trabajadores asalariados: gestores que están cualificados para ganar más por su competencia, y es por lo cual la evaluación pseudo-científica, que legitima a los expertos para ganar más, es crucial hoy. Esta categoría de trabajadores que ganan un salario suplementario no está limitada, claro, a los ejecutivos: se extiende a todo tipo de expertos: administradores, empleados públicos, médicos, periodistas, intelectuales, artistas... en breve, gente como la que estamos aquí en esta sala. El extra que reciben llega en dos formas: más dinero, para los ejecutivos y demás, pero también menos trabajo, es decir, más tiempo libre, para algunos intelectuales, pero también para partes de la administración estatal.

Ahí reside por ejemplo, me parece, el bloqueo de la China actual: el objetivo ideal de las reformas de Deng Xiaoping era introducir el capitalismo sin la burguesía como la nueva clase gobernante. Ahora, sin embargo, los líderes chinos están descubriendo, para su dolor, cómo el capítalismo sin una jerarquía estable, aportada por la burguesía como una nueva clase, genera una inestabilidad permanente. Así pues, ¿qué dirección tomará la China? De modo más general, puede decirse que ésta es también la razón por la cual los ex-comunistas están re-emergiendo como los gestores más eficaces del capitalismo. (Sí, la eficacia en la pura gestión de objetivos y resultados deseados por el jefe sube espectacularmente en cuanto se desprecian los derechos humanos olímpicamente, y post-olímpicamente, y el ciudadano es sólo carne de cañón o de albóndigas para el plan quinquenal del Partido. Y viva la eficacia. - JAGL). La enemistad tradicional contra la burguesía como clase se adapta perfectamente a tendencia del capitalismo actual hacia una un capitalismo ejecutivo sin la burguesía clásica. En ambos casos, tal como decía Stalin hace tiempo, la ejecutiva lo decide todo. En este sentido, me parece, el stalinismo estaba en realidad por delante de su tiempo. Como saben, en los años treinta, la nueva clase de los gestores comunistas tenía privilegios increíbles como burguesía asalariada. Sin avergonzarse, admitían que en la nueva fábrica soviética, el ejectivo a cargo recibía como doscientas o trescientas veces el salario del trabajador corriente. Tambien emerge una diferencia interesante aqui entre las actuales China y Rusia. Por ejemplo, ¿cuál es el status de los cuadros universitarios, los intelectuales? En Rusia, no están incluidos en el seno de la nueva burguesía asalariada. Se les paga casi nada, tienen que hacer más traducciones y demás... Aquí los chinos son más inteligentes: les pagan muy bien; tan bien, de hecho, que ya se están desplazando miles de profesores universitarios de Taiwan a China, a la China continental. Esta también es la manera de controlarlos.

Además, y ahora llego a mi conclusión pesimista, esta noción del salario suplementario nos permite también arrojar nueva luz sobre las actuales protestas anticapitalistas—sobre un aspecto de las mismas; en otros sentidos las apoyo totalmente. En tiempos de crisis, el candidato obvio para apretarse el cinturón son los niveles inferiores de esta burguesía asalariada. Puesto que sus salarios suplementarios no juegan ningún papel económico inmanente, el único obstáculo que impide que se sumen al proletariado es su protesta política. Y aquí tengo un problema. En muchos países por toda Europa, aunque yo en principio apoyo las huelgas, claro, sin embargo tengo que decir con franqueza, y algunos de ustedes encontrarán esto problemático, que me entristece la medida en que es precisamente esta categoría de la burguesía asalariada privilegiada—empleados públicos, ejecutivos inferiores, y demás, intelectuales...— son los que todavía se atreven a hacer huelgas. Los proletarios de nivel cero no se atreven a hacer huelga: bastante contentos están con mantener su puesto de trabajo, su salario mínimo y demás. Y sostengo que muchas de las huelgas que hay hoy en día son las huelgas de esta burguesía asalariada. Por desgracia, tengo la impresión, esto les sonará horrible a algunos de mis amigos que dicen que hay que celebrar la huelga en Eslovenia, una huelga de un día hace un par de semanas—claro, yo la apoyo, en principio, pero mi problema es que fue claramente, predominantemente, una huelga de la burguesía asalariada privilegiada—profesores, policías y demás, intelectuales, etc.—precisamente los estratos que hasta ahora han disfrutado de una cierta seguridad, empleo a largo plazo, menos trabajo y demás. Fue literalmente, predominantemente, según lo veo yo, no una huelga solidaria con los trabajadores, sino una huelga cuya finalidad al menos implícita era mantener las distancias, no unirse a los proletarios. Así que estamos, insisto, en una situación muy paradójica, en la que esta burguesía asalariada es la única que aún se atreve—casi—que aún se atreve a hacer huelga, que es por lo que creo que es absolutamente crucial inventar, desarrollar, algún tipo de solidaridad de esta nueva forma de burguesía asalariada con los proletarios corrientes, como los quieran llamar.  Sin esto, las perspectivas son muy tristes.

Así pues, por volver a mi línea principal, el rasgo principal que deberíamos subrayar sobre la sociedad actual es que la crisis actual no versa sobre despilfarro imprudente, avaricia, reglamentos bancarios ineficaces, etc. Yo sostengo que está sucediendo algo mucho más radical: está llegando a su fin un ciclo económico, un ciclo que comenzó a principios de los setenta, el momento en el que un economista griego que yo aprecio mucho, Iannis Varufakis, lo llama el minotauro global, cuando nació este minotauro global ha sido el motor que ha hecho rodar la economía mundial desde principios de los ochenta hasta 2008. Es decir, en los últimos años sesenta y primeros setanta, no fueron únicamente la época de la la crisis del petróleo y la estanflación. La decisión del presidente Richard Nixon de abandonar el patrón oro en favor del dólar americano fue la señal de un desplazamiento mucho más radical en el funcionamiento básico del conjunto del sistema capitalista. Para finales de los sesenta, la economía americana ya no era capaz de seguir reciclando sus excedentes a Europa y Asia. Los excedentes se habían convertido en déficits. Entonces, en 1971, el gobierno USA respondió a este declive con una maniobra estratégica audaz y bastante ingeniosa. En lugar de enfrentarse al incipiente déficit nacional y combatirlo, el gobierno estadounidense decidió hacer exactamente lo contrario: potenciar los déficits. Y, cito aquí a Varufakis, "¿quién los pagaría? El resto del mundo. ¿Cómo? Mediante una transferencia permanente de capitales que corrían sin cesar de aquí para allá cruzando los dos grandes océanos"—para financiar el deéficit norteamericano. Así pues, este déficit empezó a funcionar como (cito de nuevo a Varufakis) "una aspiradora gigante, absorbiendo los excedentes de bienes y capitales de otras gentes". Aunque través de ese arreglo tomó cuerpo el mayor desequilibrio jamás conocido a escala planetaria, sin embargo sí dio lugar a algo parecido a un equilibrio mundial: un sistema internacional de flujos financieros y comerciales asimétricos y en rápida aceleración capaces de proporcionar una semblanza de estabilidad y de crecimiento sostenido. Impulsada por estos déficits, las principales economías de excedentes del mundo (Alemania, Japón y luego China) siguieron produciendo bienes en plan masivo mientras norteamérica los absorbía. Casi el 70% de los beneficios obtenidos por estos países a escala global se transfirieron de nuevo a los EE.UU. en forma de flujos de capitales a Wall Street. ¿Y qué hizo Wall Street con ellos? Convirtió estos influjos de capital en inversiones directas, acciones, etc. etc."—fin de la cita.

Aunque la visión del orden global actual de Emmanuel Todd (el teorizador socioeconómico francés) sea quizá demasiado unilateral, es difícil negar su momento de verdad: que los Estados Unidos son un imperio en declive. Su balanza de pagos cada vez más negativa demuestra que los Estados Unidos son el depredador no productivo. Tiene que succionar mil millones de dólares de influjos diarios de otras naciones para comprar para su consumo, y es, como tal, el consumidor universal keynesiano que mantiene la economía mundial en funcionamiento. Este influjo—que viene a ser en la práctica como el dinero que se pagaba a Roma en la Antigüedad, o los regalos que los antiguos griegos ofrecían al Minotauro—este influjo se basa en un mecanismo económico complejo. Se confía en los EE.UU. como en un centro seguro y estable de modo que todos los demás, desde los países árabes productores de petróleo a Europa Occidental, Japón, incluso los chinos, invierten sus beneficios excedentarios en los Estados Unidos. Dado que esta "confianza" es ante todo ideológica y militar, no económica, el problema para los EE.UU. es cómo justificar su papel imperial. Necesitan un estado de guerra permanente, así que tuvieron que inventar la "Guerra contra el Terror", ofrecíendose a sí mismos como el protector universal de todos los demás estados normales, no delincuentes. De esta manera, el planeta entero tiende a funcionar como una Esparta universal, con sus tres clases, que ahora emergen como el Primer, Segundo y Tercer Mundo: los EE.UU. son el poder militar, político e ideológico, Europa y partes de Asia y de Sudamérica son las regiones productoras y fabricantes industriales, y el resto subdesarrollado son los ilotas de hoy en día. Dicho de otro modo, el capitalismo global trajo consigo una nueva tendencia universal hacia la oligarquía, disfrazada como la celebración de la diversidad de culturas.

Este modelo, quiero insistir, hoy se está desmoronando. Este perverso desequilibrio estructural—no sabíamos ni siquiera hasta qué punto era perverso—en el que literalmente todo iba girando alrededor, en el que el momento clave venía a ser el déficit de al menos mil millones por día de los Estados Unidos—ya no funciona; este modelo y el capitalismo están buscando desesperadamente una salida, y creo que es éste el trasfondo de la crisis. Si hace cincuenta años nos gustaba decir que el mundo necesitaba a los Estados Unidos, ahora los Estados Unidos necesitan al mundo. Cuando yo era joven, recuerdo, era muy popular este dicho cínico, escribieron un ensayo sobre qué pasaría, en los años sesenta, si toda la India se hundise en el océano: la respuesta era, nada. Un incidente menor. Yo sostengo que si todos los Estados Unidos se hundieran hoy en el océano, algo parecido se puede aplicar hoy más o menos a los Estados Unidos.

Así pues, repito, tenemos reacciones, las enumeré al principio—reacciones a esta crisis. ¿Cómo hemos de juzgar estas reacciones? ¿Qué está pasando hoy? ¿Qué significa? La Plaza Tahrir, las protestas de "Occupy Wall Street"... Aquí propondré una versión algo poética, incluso teológica, pero me atendré a ella de modo muy literal. En su proyecto Arcades, Walter Benjamin cita al historiador francés André Montglane, ésta es la cita: "El pasado ha dejado imágenes de sí mismo en los textos literarios, imágenes comparables a las que deja impresa la luz en una placa fotosensible. Sólo el futro posee reveladores de fotografías lo suficientemente activos como para examinar esta superficie a la perfección." Ven, la idea es muy bonita—que en el arte tenemos, literalmente, señales del futuro. Tenemos en el arte fragmentos que sencillamente no son legibles en su propio tiempo: sólo desde el futuro se pueden leer, retroactivamente. Un ejemplo clásico que creo que repetí aquí hace años, leer adecuadamente a Kafka es una figura heroica de este estilo. Sólo hoy podemos leer adecuadamente a Dostoevsky, a William Blake, a Edgar Allan Poe... vistos retroactivamente desde Kafka. (NOTA JAGL: Ver sobre estas cuestiones de relectura retrospectiva, y en concreto sobre el ejemplo de Kafka, mi artículo 'Understanding Misreading: Hermenéutica de la relectura retrospectiva"). Kafka fue el revelador que —incluso a John Milton— los volvió legibles.

Creo que de modo parecido, las protestas de "Occupy Wall Street", la Primaver Árabe, las manifestaciones en Grecia y en España, etc., han de leerse precisamente como tales señales del futuro. Deberíamos invertir la perspectiva historicista corriente de entender un acontecimiento a partir de su contexto y de su génesis.
Las erupciones emancipatorias radicales no pueden interpretarse de esta manera. (NOTA JAGL: Zizek propone aquí en sustancia aplicar a la historia el mismo procedimiento que T.S. Eliot propone aplicar al canon literario en "Tradition and the Individual Talent". En suma, pretene "canonizar" las revueltas radicales. O tal vez asimilar como los materialistas culturales británicos, al significado histórico de determinados acontecimientos la estela de consecuencias, interpretaciones que produce, su recepción subsiguiente). En lugar de analizarlas como parte del desarrollo continuo desde el pasado al presente, deberíamos introducir la perspectiva del futuro; deberíamos interpretarlos como partes limitadas, distorsionadas, a veces incluso pervertidas, de un futuro utópico que yace latente en el presente, como su potencial oculto.

Según Gilles Deleuze, en Marcel Proust (cito a Deleuze) "la gente y las cosas ocupan un lugar en el tiempo que es inconmensurable con el que tienen en el espacio"—por ejemplo, la demasiado célebre madalena del principio de la obra maestra de Proust está aquí en el espacio, pero este no es su auténtico tiempo. De modo similar, debería uno aprender el arte de reconocer, desde una posición subjetiva comprometida, elementos que están aquí en nuestro espacio, pero cuyo tiempo es el futuro emancipado, el futuro de la idea comunista. Voy a desarrollar esto más, hasta el extremo de la locura, esta dimensión teleológica. Porque, ¿en qué sentido? —Claro, las cosas son aquí mucho más complejas. No estoy diciendo (esto es crucial) que hay un futuro comunista fijado, y que ya nos está llegando ciencia desde él. ¡No! Este futuro es puramente virtual. Existirá, o quizá no existirá, este futuro. Pero la paradoja es que tenemos esta estructura circular: sólo leyendo lo que hacemos ahora como señales del futuro, desde nuestra posición comprometida, podemos—quizá—hacer que este futuro tenga lugar.

Déjenme que les traiga, que les cite, una maravillosa historia de ciencia ficción sobre el viaje en el tiempo, que representa la estructura de modo perfecto. Intentaré describirla. Es una vieja—me he olvidado hasta del título. La historia de viaje temporal tiene lugar en Nueva York en el siglo XXV, donde ya desarrollan una especie de máquina primitiva para viajar en el tiempo. Bien, pues a un historiador del arte del siglo XXV le fascina un pintor de mediados del siglo XX, un pintor vagamente basado en Jackson Pollock. Así que dice, "Dios, me gustaría estar allí, para escribir la auténtica biografía de este Pollock. Así que coge la máquina del tiempo y se desplaza al Nueva York de mediados de los 40. Lo que descubre allí— justo antes de que empezase la carrera de este pintor—lo que descubre allí es una pesadilla. Este pintor es un vulgar borracho, totalmente estúpido, que no sólo carece de cualquier talento, sino que además, cuando el historiador se le presenta a este pintor, el pintor le roba la máquina y se escapa al futuro. Ahora, si les gustan las paradojas de la ciencia ficción y las conocen ya deben haber adivinado ustedes lo que pasa. Atrapado en este tiempo, el crítico del futuro, ¿qué puede hacer? Adopta la identidad del pintor y pinta las mismas pinturas que hicieron al pintor famoso en el futuro. Es una bonita estructura circular. Es una cosa como ésta la que deberíamos enfatizar.

Profundicemos más en la teleología llegados a este punto. Blaise Pascal, su idea de Deus absconditus, le Dieu caché, el Dios escondido—Hubo muchos comunistas, no sólo Lucien Goldman o Alain Badiou, que reconocieron la dimensión protocomunista de Pascal en este extremo. Saben la idea de Pascal: Dios no quiere revelarse plenamente. Si Dios se revelase plenamente, todo el mundo se convencería sin más: Dios mío, si lo ves claramente, "ja, ja", quién dudaría, ya saben. Pero dice que eso no es bueno, no se puede hacer, no es [bueno] para la auténtica fe. Pero Dios tampoco puede estar completamente escondido. Si está completamente escondido, entonces, nada—los escépticos, Pascal los llama "libertinos" (que, cuidado aquí, es un desplazamiento semántico maravilloso, en el siglo XVI, en el XVII, libertino, libertin, no significaba lo que Vds. están seguramente soñando, desenfreno sexual y demás: significa librepensador escéptico ateo. Y en cien años el significado cambió completamente—pasó a significar lo que a Vds. les gusta soñar y demás). Así que, bien, Pascal dice que—aquí viene la maravillosa idea dialéctica de Pascal del dios escondido que envía señales. Y como señala Pascal, estas señales son milagros. Pero, aquí está la belleza de Pascal, estos milagros, y precisamente en esto consiste la sabiduría divina, estos milagros son milagros sólo para quienes los buscan, y que quieren reconocerlos en tanto que tales milagros.  No son milagros allí a la vista para todo el mundo. Pasa algo que es un milagro; si eres un escéptico libertino corriente, dirás "bah, esto es sólo un accidente, un fenómeno extraño de la naturaleza"; sólo como creyente lo reconocerás como tal milagro.

¿Qué significa esto? Pascal aquí es un protomarxista. Significa que la teoría del comunismo no es una teoría social objetiva. Es una teoría que es verdad, pero tienes acceso a esta verdad sólo desde una posición subjetiva comprometida. 
—No es sólo que "no nos importan los trabajadores, pero estudia historia y verás que, huy dios mío, parece que los trabajadores a la larga ganarán, así que subamos a su carro...", etc.— ¡No! Es sólo desde una posición comprometida desde donde lo entiendes.

(A mí —NOTA JAGL—todo esto me suena más bien a que el comunismo y el compromiso éste del que habla Zizek es una religión laica, una doctrina revelada por profetas a creyentes sectarios o iluminados, basada en la fe o en la credulidad, igual que el cristianismo de Pascal. Y que la utopía marxista de Zizek está tan en el cielo como el Dieu Caché. Claro que puede que yo sea un libertino en estas cuestiones).

Y es por esto por lo que, como lo dijo Pascal de manera magistral, hay una reacción circular entre la enseñanza, la doctrina, y el milagro. Una doctrina es sólo teoría abstracta; necesita un milagro, es decir, algún acontecimiento imposible y traumático que te conmociona. Pero el milagro también necesita una doctrina, para ser reconocido como lo que es. No hay medida externa objetiva—hemos de aceptar este círculo.

Yo sostengo, por ponerlo en términos ligeramente ingenuos, sostengo que ahí es donde estamos hoy. Si el comunismo del siglo XX, al menos en su versión estalinista, era todavía el comunismo de la religión revelada—ya saben, como los neotomistas, que mantienen que todos los que piensan honradamente pueden reconocer a Dios, que la verdad está allí a la luz pública.... Nuestro comunismo debería quizá ser, me encanta este término, no el Deus Absconditus, sino el Comunismo Absconditus, por así decirlo escondido: se pueden leer sus huellas sólo desde una posición comprometida. Y podemos sustituir punto por punto la oposición de Pascal entre el creyente auténtico y lo que él llamaba el libertin, por los términos actuales: libertin es un escéptico liberal "Oh, no os hagáis ilusiones, esto es sólo un capricho de la historia, la gente sueña..." ¿Cómo reaccionarían a la Plaza Tahrir? El libertin diría, "Es una revuelta interesante, vale, Mubarak los ha estado jodiendo un poquito, pero quién sabe, ahora veis el resultado, no os lo toméis demasiado en serio, la gente tiene sueños, la realidad se impondrá..." Si habláis desde una posición subjetivamente comprometida, de buscar, o de fidelidad al comunismo, sois capaces de leer, por ejemplo, pero no sólo, la Plaza Tahrir, Occupy Wall Street, como lo que fueron, como— No teman, yo soy un ateo total, pero creo que deberíamos rehabilitar la noción atea de milagro.

¿No fue la Plaza Tahrir en algún sentido, no metafísico, claro, —un milagro? Nadie absolutamente lo esperaba. Nosotros en Occidente éramos racistas que pensábamos "estúpidos árabes, la única manera de mobilizarlos es el antisemitismo, el nacionalismo y el fundamentalismo religioso..." ¡Y pasó un milagro! No, claro, literalmente; un milagro en el sentido de algo inesperado; otra vez—Occupy Wall Street, otro milagro. Los milagros suceden. Hace falta una postura comprometida para reconocerlos.

De nuevo, no me malinterpreten. No estoy diciendo que haya un Dios secreto escondido por ahí, o la versión comunista de Dios, la Necesidad Histórica, que nos esté enviando milagros. ¡No! Esta necesidad es la necesidad subjetiva, el apremio subjetivo. El milagro en el sentido de reconocer potenciales, pistas del futuro, aquí y ahora. Sólo son legibles desde una posición comprometida.

(NOTA JAGL: Antonio Gramsci hablaba de formas históricas residuales, dominantes y emergentes. Parece ser que Zizek se sitúa simplemente en esta línea y ve estos mensajes del futuro de lo que hoy es emergente y será dominante—quizá, porque lo que sí enfatiza es la incertidumbre y el indeterminismo).

Déjenme concluir con tres puntos. El primero. Me gustaría darles un ejemplo o dos de tales milagros. Son, claro, los milagros políticos, y espero que vean cómo esto es intuitivamente cierto; si analizan la Plaza Tahrir, por ejemplo, sólo como fenómeno sociológico, te quedas atrapado en estas chorradas, "sí, las masas primitivas egipcias, un breve momento de ilusión, etcétera etcétera..."—No, deberíamos ver en ella el milagro que viene del futuro, y demás. Pero me gustaría ponerles dos ejemplos diferentes, para chocarles un poquillo. Saben que a menudo oímos que la visión comunista quizá sea buena e interesante pero que se basa en una peligrosa idealización de los seres humanos. Les atribuye a los humanos una especie de bondad natural que sencillamente es ajena a las personas reales. ¡Dios mío, tenemos aquí un milagro! Es maravilloso.... Lo que les voy a contar ahora es una cosa muy modesta, muy ingenua, pero es una maravilla. Daniel Pink escribió un libro titulado Drive, y se refiere en este libro a un conjunto de investigaciones científicas sobre el comportamiento que hacen pensar que, al menos a veces, los incentivos externos, la recompensa financiera, pueden ser incluso contraproducentes. Es decir, por simplificar —a ver si no voy mal de tiempo— lo abreviaré un poco. El experimento era como sigue. Les dieron a un grupo de personas tareas de diferente nivel. Primero eran tareas de nivel bajo, trabajo mecánico. Y les daban cantidades diferentes de recompensa financiera. Si había un trabajo primitivo, no creativo, descubrieron lo obvio: cuanto más te pagan, más eficiente eres. Pero cuando las tareas se volvían mínimamente creativas, con retos intelectuales, descubrieron esto, una cosa muy bonita—aunque sea ingenua, y sea explotada inmediatamente por los capitalistas... Descubrireron que no sólo por encima de cierto nivel el dinero no importa, sino que por encima de determinado nivel, el dinero es contraproducente. Es increíblemente hermoso. Si tenemos un grupo de personas, y les decimos, aquí tenemos un hueso duro de roer, uno creativo, sobre como reestructurar el ciberespacio de tal manera, o lo que sea—si les das demasiado dinero, lo harán peor que si no les das nada de dinero. Entonces hicieron, los científicos, una cosa—para disipar malentendidos, ustedes pensarán que debían ser unos cuantos científicos lunáticos de izquierdas; y sí que lo eran, porque la institución que organizó esto era el tan conocido grupo izquierdista conocido como el grupo bancario federal de los EE.UU.—los que hicieron esto. Así que, siguieron, y dijeron, un momento, quizá esto sea una especificidad cultural, de gente que tiene un nivel de vida relativamente alto en los Estados Unidos. Así que hicieron una cosa magnífica, honesta y sencilla: fueron a África, a Mali, o a... al África pobre, fueron a un pueblo a la India, repitieron exactamente el mismo experimento—¡con cantidades menores de dinero, claro! y obtuvieron siempre el mismo resultado. Ya tienen el resultado. No sólo es que el dinero no importe, más allá de un determinado punto, es que es incluso contraproducente. Si tienes una tarea creativa y eres consciente de que cuanto mejor la hagas más te pagarán, si hay demasiado dinero, es contraproducente. Lo haces peor. ¿Por qué me gusta este ejemplo? Lo sé: es (a) totalmente ingenuo; (b) sé cómo le gustan estos ejemplos al capitalismo postmoderno para joder más a los trabajadores, ya saben, es así toda la propaganda de Google-Microsoft, "te proporcionamos un entorno creativo donde el dinero no importa y toda esa historia, etc." Así que, claro, deberíamos saber bien lo que pasa aquí: que esto se aplica a las compañías por acciones, Microsoft, Google, Apple, pero ya saben cuál es el otro lado de Apple: yo creo que si hubiera de vivir en una dictadura, sería un dictador, y una de las reglas irracionales que impodría sería que cada vez que se mencione a Apple, la marca, habría que deicir Apple /Foxconn—¿saben lo que es Foxconn? La verdad de Apple. Literalmente más de un millón de trabajadores, en los suburbios de Shanghai y otros sitios, trabajando en las condiciones más terroríficas, y, típico de la China de hoy en día, la obscenidad es pública y directa. Por ejemplo—es increíble lo que pasa hoy—el director de Foxconn visitó Shanghai y pidió ver al director del zoo de Shanghai, del jardín zoológico. Le preguntaron por qué, y dijo, "Bueno, es que tenemos problemas similares. Mi problema es cómo dirigir de modo disciplinado a un millón de animales, y espero aprender algo del jardín zoológico, cómo lo hacen allí"—saben.  La historia de Foxconn es maravillosa. Tenemos ahí al capitalismo humano en su mejor expresión. Saben, cuando tuvieron esos suicidios en masa, —¿saben qué hizo Foxconn? Todo trabajador de Foxconn ha de firmar un pacto anti-suicidio. Promete que no se matará a sí mismo y —mucho mejor— promete que si ve a alguno de sus colegas demasiado deprimido, que los denunciará, y además—me pareció maravilloso—los suicidios se hacen tirándose de edificios de gran altura, como estaban en edificios pequeños de muchos pisos, Foxconn puso redes alrededor de los edificios, esto es humanismo...

Así que, bueno, —pero lo que digo es que, a pesar de esto, a pesar de toda la ingenuidad de este experimento, ¿no hay sin embargo algo muy bonito aquí? ¿No es, de modo muy ingenuo, una especie de confirmación empírica de que no, el egoísmo capitalista no es lo que supone un peligro para nosotros; no estamos soñando; es cierto que a un determinado nivel se puede organizar la producción de modo que no solamente no esté condicionada, la calidad, por las finanzas, sino que además, el aspecto financiero, si se subraya demasiado, si se enfatiza, es incluso contraproducente. Quiero decir, puede que nos riamos de esa idea marxista de la definición del comunismo, "a cada uno según sus necesidades, de cada uno según sus capacidades"—pero, lo siento, ¿no es acaso exactamente la fórmula de esto? Si le das dinero a la gente según su necesidad, sin necesidad de darles dinero, cada uno trabajará según sus capacidades. De nuevo, creo que esto es una modesta pero maravillosa señal del futuro. Cómo es empíricamente falso, esos que dicen, "Bah, los comunistas estáis soñando", etc. etc.... ¡No! El egoísmo no es una cosa que esté en la naturaleza. De modo pervertido, incluso Rousseau supo esto. Sabía que el capitalismo no es ni siquiera egoísmo: es envidia, resentimiento. El punto básico del capitalismo no es "yo tengo que ganar"— es, "tú tienes que perder". Pero vale, esa es otra historia...

(Aquí Zizek delira hasta el desbarre más absoluto, y podemos decir que se le ve el plumero sectario. Para empezar, el capitalismo se basa en la cooperación racional entre las distintas capacidades, laborales y organizativas, de las personas, y en una explotación del trabajo ajeno según normas públicas y sometidas al mercado de intereses comunes. También en la disponibilidad de excedentes y la legitimidad de su préstamo... pero en fin, para qué entrar en este debate absurdo. Zizek al parecer quiere una Cuba universal, o peor aún, una Esparta universal, pero con congresos internacionales donde lo inviten. Pero esas invitaciones y YouTubes sólo se da en el capitalismo, y de ahí las copia el Aparato comunista).

Ahora déjenme, para concluir en un tono más ligero, y una cosa que a todos nos gusta, con una invitación a que vean series de televisión. Como todos sabemos (ahora hablo como hegeliano) el Weltgeist se ha desplazado, recientemente, de Hollywood a las series televisivas. La cultura popular auténticamente creativa, incluso comercialmente creativa, viene hoy en día mucho más de algunas de ellas, HBO y demás, qeu de las películas. Las películas están teniendo que competir precisamente con narraciones televisivas más interesantes, y se están volviendo cada vez más estúpidas en una línea espectacular, como Los Vengadores y demás. Todas estas ultrabatallas y demás enmascaran una carencia total de... no son capaces ni siquiera construir una narración interesante que  le diese una función propia. Bien; un amigo mío, un teólogo americano—muy izquierdista, sería la versión americana de vuestro Boris Gudnievich de aquí...—que es amigo mío—Adam Kotsko, escribió un libro magnífico sobre Por qué nos gustan los sociópatas. Se fijó en una cosa: precisamente en el ámbito de las series de televisión, casi todos—bueno, no casi todos, pero predominantemente, los héroes son predominantemente sociópatas. Por ejemplo, monstruos como—gángsteres asesinos como Tony Soprano, asesinos en serie como Dexter, agentes antiterroristas torturadores como Jack Bower, hasta padres primitivos y disfucionales como Homer Simpson, etc., etc. Obviamente parece que nos encantan los sociópatas. Lo que une a todas estas figuras es que, sea por la razón que sea, desde la mera satisfacción subjetiva o por el beneficio material, hasta para proteger el tejido básico de nuestra sociedad, estos protagonistas son capaces, sin ningún tipo de escrúpulo moral, de suspender las normas básicas de la empatía y de la decencia humana. Hacen trampas, matan, torturan, manipulan, humillan a los otros, etc.—a sus vecinos, sin normas que los constriñan.

¿Cómo hemos de interpretar esta rara fascinación? La respuesta más obvia sería leerlo como una descomposición de nuestros lazos sociales, de lo que mantiene a nuestras sociedades unidas. Nuestras sociedades obviamente necesitan sociópatas, si han de funcionar con normalidad: sólo los sociópatas pueden salvarnos; las normas sociales han de romperse por el bien de la propia sociedad. Sin embargo, Adam Kotsko propone un análisis clarificador en el que da un paso crucial más allá: el problema de estos sociópatas es que no son bastante sociopáticos. Todavía necesitan a la sociedad, y, a su manera, sirven a la sociedad. Dicho en otras palabras, lo que Jacques Lacan llama  el gran Otro sigue estando operativo, a saber, los objetivos que motivan a estos sociópatas son todavía fines socialmente aceptables: aspectos materiales, reconocimiento social, o incluso fines patrióticos, como Jack Bower, salvar al país de uno, etc. etc. La sociedad también absorbe el resultado de sus actividades. Por ejemplo, yo sostengo que el sociópata más pérfido y patológico es el Dr. House—para mí. Que rompe todas las normas precisamente para salvara a la gente, and sou on and sou on. A partir de esta comprensión dialéctica básica, Kotsko esboza la idea de un auténtico— dice, maravillosamente, no es sólo que estos sociópatas sean figuras patológicas, lo son porque a fin de cuentas no son suficientemente sociopáticos, necesitamos por fin un auténtico sociópata, un revolucionario social que sea capaz de cuestionar efectivamente las coordenadas básicas de nuestra sustancia social. Luego Kotsko enumera los rasgos que salvan a cada uno de los principales tipos de sociópatas de las series—clasifica a los sociópatas en tres o cuatro grupos. Primero están los intrigantes, como Homer Simpson. Un padre de familia vulgar y estúpido que simplemente disfruta humillando a sus vecinos, ganándoles— (eh, ¿cómo dice? —Ya lo sé, mi hijo sabe esto desde hace cinco años, lleva llamándome Homer tres años...) —Pero Kotsko se fija en un maravilloso rasgo que lo salva. Fijaos que cuando Homer tiene éxito en sus intrigas primitivas, exhibe una clase de inocencia maravillosa, una alegría infantil, "¡Ja Ja! Los he jodido bien," y demás. Esto es un rasgo que lo redime. Luego tenemos el siguiente tipo de personaje sociopático. Los intrigantes que elaboran unas despiadadas intrigas, hasta el asesinato o lo que sea, principalmente trampas financieras para tener éxito—no, los intrigantes no, lo siento, estos son los trepas. Exhiben sin embargo una creatividad excepcional, y una disposición al riesgo, en la consecución de sus fines sin contemplaciones. Luego tenemos la figura más ominosa entre los sociópatas, los aplicadores de la ley, como Jack Bower, hasta cierto punto incluso McNalty, de The Wire. El rasgo que los redime es que están dedicados en cuerpo y alma a un objetivo más importante que su vida normal, con su búsqueda de la felicidad.

Y ahora, para concluir, quiero hacer una cosa muy estalinista. Ya saben lo que buscaban los estalinistas—un modelo del hombre del futuro. Yo sostengo que si combinamos estos tres rasgos salvadores, onseguiremos el tipo de persona que necesitamos en nuestra lucha por la justicia y la solidaridad. Una persona que tenga algo en común con Jack Bower y demás, dedicado a una tarea mayor que su vida. A esta persona no le gusta el primer preámbulo de la Declaración de Independencia—el objetivo de nuestra vida no es la consecución de la felicidad, es algo mayor, por lo cual deberíamos estar dispuestos a arriesgar la vida si es necesario. La segunda cosa que desde luego tendría que tener en común con los trepas—una creatividad y una disposición para el riesgo excepcionales—y el tercer rasgo, por supuesto, deberíamos ser en nuestras luchas como Homer Simpson. No como estos revolucionarios marxistas, "Oh dios mío, tengo que sacrificar mi vida familiar por la noble causa de la revolución...." ¡No! Deberíamos tener este goce infantil, ¡jaja! Los hemos jodido bien, y demás. Deberíamos redescubrir esta alegría inocente infantil al hacer la tarea bien. Cuando le preguntaron a Stalin en 1929, ¿cuál es el bolchevique ideal? —respondió, "El bolchevique ideal"—muy interesante la respuesta—es una combinación de la dedicación y obsesión rusas y del espíritu pragmático y práctico norteamericano. Quizá nuestra respuesta hoy debería ser: un auténtico combatiente por la emancipación debería combinar la dedicación a una causa superior de Jack Bower, la creatividad y disposición al riesgo excepcionales que tienen los trepas sociales brutales, y la alegría inocente de Homer Soprano. Si combináis estas tres cosas, tenéis la señal del futuro de qué tipo de persona deberíamos estar buscando. Muchas gracias.

(Bien, menos mal que la sociedad no está hecha de estos liberadores. Me parece que en efecto se les encuentra más en las células comunistas, o en los despachos de Wall Street, o en los grupos terroristas. Lástima que no parezca un ingrediente para el hombre del futuro un poco de comprensión panorámica de la realidad, o de visión crítica de la misma. Por lo que se ve, reciben su misión ya programada, la causa superior que los supera debe ser. Pésima impresión me ha hecho el final de esta conferencia de Zizek, incluida su admirativa cita a Stalin como hombre de superior penetración— a partir de un comienzo que parecía más prometedor. Pero ya ven, criticar de modo brillante y divertido es una cosa; construir y proponer alternativas es otra. Y no viene mal oír la formulación positiva para hacerse una idea más clara de por dónde pisa uno y a dónde va. Siguiendo a Zizek, y visto el simplismo atroz de sus ideas sobre el capitalismo y la organización del trabajo, vamos directos a repetir la revolución de 1917, o a tomar La Habana o a tomarnos un habano con Fidel—como si no nos llegasen mensajes del pasado además de los del futuro).






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