martes, 8 de mayo de 2012
Paranoid Park, secreto al cuadrado
Volviendo a ver en la cabeza Paranoid Park, de Gus Van Sant. Es una película muy en la línea de Elephant, en cuanto a ambiente y psicología; en la forma un poquito más dislocada allá donde Elephant era como algorítmica y rigurosa en su orden. Aquí hay flashbacks un tanto desorganizados, escenas anómicas y poco significativas, con estilos de filmar y de selección de secuencias atípicos. Todo para expresar la confusión mental y o empanada cultural atmosférica que lleva el protagonista Alex, chaval en crisis en varios sentidos. Para empezar, es adolescente, casi ná. Aquí los adolescentes aparecen desubicados, en un mundo falso, bien engrasado pero todo superficie—donde todas las necesidades materiales están cubiertas, pero los jóvenes no tienen orientación ni arraigo ni ilusiones, tanto menos si miran a las vidas de sus padres. Además, la novieta de Alex le pide sexo y a él no le va la cosa; sale con chicas porque es majete y hay que salir, pero le va más el ambiente de los colegas y el skate en Paranoid Park (y allí llegamos a la temática gay-paranoica en Van Sant). El padre del chaval también se está yendo on the wild side, parece, divorciándose quizá por reorientación sexual. En suma, la vida de Alex es una conjunción incoherente de rutinas sin sentido, en el instituto y con los colegas, y de novedades que es incapaz de asimilar. La crisis se prepara, pero surge por accidente en una escapada con un colega maloncho, que quizá lo inicie en la homosexualidad, todo esto queda off-screen, o quizá tuviese esa intención sólo. Se suben a un tren por hacer el gamberro, y un guardia les pega; Alex le pega en la cabeza con el monopatín y el guardia cae a la vía con tan mala fortuna que lo corta un tren en dos, en una escena de pesadilla surrealista. Bien, ahora Alex tiene un secreto que guardar, cuando un detective viene a hacer pesquisas entre los skaters. Rompe con su novieta (que por cierto sólo quería sexo para contárselo ipso facto a las amigas y presumir), y sigue el consejo de una pretendiente que tiene, más feucha pero con la que se entiende mejor. Ésta le aconseja que se libere de sus secretos escribiéndolos en una carta a alguien (a ella, y que luego ya está, puede quemarla si quiere). Al parecer funciona la cosa, porque con eso concluye la película, con the writing cure y la quema del manuscrito titulado Paranoid Park. La película sugiere una aceptación de la propia historia, pero no hasta el punto de hacerla pública. El secreto seguirá allí, y el secreto mayúsculo parece ser no tanto el homicidio como todo el ambiente que lo ha preparado circunstancialmente—la orientación sexual de Alex, ya sea homosexual o errática, o quién sabe, quizá inexistente— pero en el contexto del cine de Van Sant, podemos colocar la película entre las homosexualidades problemáticas y distorsiones ambientales asociadas. Quizá lo más interesante sea la indirección con que se trata toda la cuestión; indicadores no faltan pero quedan disimulados por el estilo fuzzy de filmación y narración. El silenciamiento de la homosexualidad queda expresado sobre todo de una manera totalmente missing, en la redacción y quema del manuscrito. El secreto que se va en humo es, ostensiblemente, el de la culpa de Alex por su homicidio involuntario; pero aún hay otro secreto todavía menos nombrado, éste ni siquiera al espectador, que va a parar a ese manuscrito sólo para permanecer oculto en él cuando es destruido. Cabe dudar, claro, de que ese secreto llegue a plasmarse en las páginas del manuscrito quemado, no sea que por el humo se llegue al fuego.
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