Esta es la película El ladrón
de Bagdad (1940), un clásico de fantasía producido por Alexander
Korda. En el minuto 1.02.00 (una hora y dos minutos) se encuentra la
escena de la Dama de Plata, una autómata asesina.
Uno pensaría que esto son antigüedades fantasiosas típicamente hollywoodescas (británicas aquí), pero la afición a los autómatas viene de
bastante más atrás. Si no me equivoco, ésta es la fuente más remota de
la Autómata Asesina, en el libro XIII de las Historias de Polibio. Habla de las
infamias y crueldades de Nabis, tirano de Esparta a partir del 207 a.C.
Ideó
también una máquina, si es que se le puede aplicar este nombre. Se
trataba de una efigie de mujer recubierta de ricas vestiduras; tenía un
gran parecido con su propia esposa. Iba convocando regularmente a los
ciudadanos con el ánimo de sacarles dinero. Primero les dirigía
amablemente un largo parlamento: señalaba el peligro que los aqueos
significaban para la ciudad y para el país, les hacía ver la gran
cantidad de mercenarios que sostenía con vistas a la seguridad y,
además, los gastos que implicaban las ceremonias religiosas y los
servicios de la comunidad. Si los convocados cedían ante estos
argumentos, ello bastaba para sus propósitos. Pero si alguno los negaba
y rehusaba pagar la suma impuesta, decía lo que sigue: "Seguramente yo
soy incapaz de persuadirte, pero me parece que ésta, Apega, te
convencerá. Él decía esto y, al punto, aparecía la estatua de la que
hablé un poco más arriba. El déspota la cogía de la mano y la hacía
levantarse de su asiento; ella abrazaba al hombre y, poco a poco, lo
estrechaba contra su pecho. Por debajo de los vestidos tenía los brazos
y los antebrazos erizados de clavos metálicos e, igualmente, los
pechos. Cuando había aplicado las manos de la estatua a la espalda del
hombre, Nabis, por medio de ciertos resortes, empujaba más a su víctima
hacia los pechos de aquella escultura; la víctima, así oprimida,
lanzaba gritos desgarradores. Aquel tirano mató de esta manera a muchos
que se habían negado a pagarle un tributo. (XIII.7)
Esta Apega, de mortífero abrazo, nos recuerda también a la Dama de Hierro original (antes de la Thatcher), y puede servir como buen emblema de la Administración Tributaria. No está de más decir que para Walbank el pasaje es apócrifo o falso. Ahora bien, hay otros ingenios curiosos en las Historias, como el Toro de Falaris o el caracol automático de Atenas.
En la Edad Media, con el desarrollo y difusión de la relojería, también se encuentran historias de autómatas. Unos guerreros autómatas con armadura que parecerían más propios de El Capitán Trueno aparecen en un poema épico ambientado en Oriente Medio, Le Bâtard de Bouillon. Oriente invita a estas cuestiones, parece.
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