De Los
enamoramientos, de Javier Marías:
"'Cuántos ratos eternos tendrá en que no sabrá cómo ayudar a avanzar el
tiempo', pensé, 'si es que se trata de eso, que no creo. Se espera a
que transcurra el tiempo en la ausencia pasajera del otro —del marido,
del amante—, y en la indefinida, y en la que no es definitiva pese a
tener pinta de serlo y a que nos lo susurre persistente el instinto, al
que decimos: "Calla, calla, apaga esa voz, todavía no quiero oírte, aún
me faltan las fuerzas, no estoy lista". Cuando uno ha sido abandonado,
se puede fantasear con un retorno, con que al abandonador se le hará la
luz un día y volverá a nuestra almohada, incluso si sabemos que ya nos
ha sustituido y que está enfrascado en otra mujer, en otra historia, y
que sólo va a acordarse de nosotras si de pronto le va mal con la
nueva, si le insistimos y nos hacemos presentes contra su
voluntad e intentamos preocuparlo o ablandarlo o darle lástima o
vengarnos, hacerle sentir que nunca se librará de nosotras del todo,
que no queremos ser un recuerdo menguante sino una sombra inamovible
que lo va a rondar y acechar siempre; y hacerle la vida imposible, y en
realidad hacerlo odiarnos. En cambio no se puede fantasear con un
muerto, a no ser que perdamos el juicio, hay quienes eligen perderlo,
aunque sea transitoriamente, quienes consienten en ello mientras logran
convencerse de que lo sucedido ha sucedido, lo inverosímil y aun lo
imposible, lo que ni siquiera cabía en el cálculo de probabilidades por
el que nos regimos para levantarnos a diario sin que una nube plomiza y
siniestra nos inste a cerrar los ojos de nuevo, pensando: "Bah, si
estamos todos condenados. En realidad no vale la pena. Hagamos lo que
hagamos, estaremos sólo esperando; como muertos de permiso, según dijo
una vez alguien"
(...) '"
viernes, 23 de septiembre de 2011
Muerte y abandono
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