domingo, 14 de agosto de 2011

Solar

Sin darme cuenta, me compré dos novelas de título parecido para este verano, Solar y Solaris. La segunda un clásico de Lem; la primera creo que será un episodio olvidable de la carrera de Ian McEwan. En realidad no es que me haya gustado leerla menos que otras suyas recientes, como Saturday, Atonement o Chesil Beach: es entretenida, divertida y con temática interesante, una especie de campus novel sobre un premio nobel astroso. 

Pero la impresión final es de confusión y de falta de forma, termina súbitamente la novela, quizá a la vez que la vida del protagonista Beard. El final es abierto, pero es muy creíble pensar que le da un colapso o ataque cardíaco al final, cuando ve llegar hacia él a sus dos amantes, descubierta su bigamia, justo tras haberse hundido su proyecto científico sobre energía solar. 

Bueno, es una resolución, a su manera, pero viene a ser  tan caótica como la vida de este hombre. Es un pícaro moderno, que reúne en sí todos los extremos de la condición humana: a la vez genio y estafador a nivel científico, a partes iguales iluminado e incompetente; es repugnante, gordo bajito de malas costumbres, y a la vez seduce a una mujer tras otra, sin que por ello mejore su vida afectiva—a nivel humano es bastante impresentable, y de hecho un criminal, impostor y manipulador, aunque poco de eso se descubre, y públicamente goza de buena fama y de respeto social por un premio Nobel que ganó. 

En fin, quizá podamos considerarla una novela sobre la ambigüedad de la condición humana, una demostración más de que un individuo muy concreto y específicamente delineado en un momento histórico irrepetible puede ser un paradigma de la condición humana en general, de su irremediable historicidad. Y quizá, más en concreto, un paradigma de este Occidente un tanto desquiciado que ha emprendido una carrera contra sí mismo, por perpetuar su manera de vivir despilfarradora y desordenada, una vez se van quemando los últimos cartuchos del petróleo. 

¿Llegará a tiempo la energía solar? Beard, que es Occidente personificado, hace lo que puede por conseguirlo, y más allá de la picaresca eso le da una dimensión heroica y grandiosa a su historia, aunque él mismo es un escéptico con el valor de la vida humana, la suya y la de los demás. 

En cualquier caso, parece ser que Beard pierde la carrera, y la novela es más sarcástica y pesimista que otra cosa. La vida seguirá, piensa Beard, aunque él se muera por el cáncer que ha empezado a desarrollar y en el cual prefiere no pensar. Y en todo caso, si el planeta se sume en el caos, o incluso si se extingue la humanidad, la energía del sol seguirá alimentando nuevas formas de vida. Mientras dure esto, que todo termina, y a veces antes de lo que pensamos.

De muchas historias no sabemos el final, especialmente de algunas que nos caen muy cerca, ese final es para que lo cuenten otros. Y de otras historias, grandes historias, no sabrán el final jamás ni los otros ni nadie.

 

 
 
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