domingo, 28 de agosto de 2011

Sin hablar con nadie


Leía en un número de Mujer Hoy de julio
una columna de Carme Chaparro, "Solos sin estarlo", donde describe a una mujer que vive sola, y que en el trabajo día tras día sólo intercambia frases cortas y estereotipadas con sus colegas, o las palabras necesarias para tratar con los clientes. Luego a casa sola, sin quedar con amistades, a ver la tele y a dormir, día tras día:



"Decenas, quizá cientos de personas han pasado ese día por la vida de Marta. Pero está sola. No ha tenido una conversación real—una más allá de la educación o el intercambio cortés—en toda la jornada. Y pasará días sin tenerla. En España no hay cifras, aunque la alarma acaba de saltar en Francia, donde han nombrado a la soledad Gran Causa Nacional para este año. Las autoridades calculan que cuatro millones de franceses—uno de cada 16—solo mantienen tres conversaciones de verdad al año. Tres. Una cada 121 días. En las zonas rurales, la tele ha reemplazado a las conversaciones en las calles y bares. Y en las ciudades se registra un inquietante aumento de incomunicación en el colectivo de personas de entre 30 y 50 años: mujeres que viven solas, viuos o jóvenes en el paro que han hecho del ordenador su único contacto con el mundo.
    Pero también en familia se puede estar solo. Y llegar a casa y cruzar sólo las palabras básicas sobre los hijos, la cena o el ruido que están haciendo otra vez los vecinos. Por eso los divorcios aumentan tras el verano y las Navidades, cuando tanto tiempo nos vemos obligados a pasar con los nuestros. A fuerza de dejar de estar en contacto con los demás, en la persona crece la sensación de que no es alguien interesante y deja de hacer esfuerzos por socializarse."

La muerte en soledad o el suicidio son, dice la periodista, con mucha frecuencia el resultado de esta soledad a veces en compañía, donde las personas nos sentimos aisladas y llevamos la vida procurando no reconocer, como si fuese algo vergonzante, que necesitamos contacto humano.

Lo curioso es que la periodista propone como "parte de la solución" un sistema informático de "ayuda virtual emocional", un ordenador que detecte el estado de ánimo de la persona y le mande ánimos y actividades. Lo que nos faltaba, quizá...

En cuanto a mí, observo que me he vuelto comodón o incomunicado con los años. Rara vez inicio una conversación o contacto con mis conocidos—y a los desconocidos en general los ignoro, lo cierto es que no entra en mis costumbres dirigir la palabra para nada a nadie que no conozca, a menos que lo requiera la cortesía o sea absolutamente necesario. Supongo que ayudo a crear ambiente. Creo que me debieron marcar algunas experiencias de hace veinte años, cuando lo hacía más, y con frecuencia el resultado de dirigirle la palabra a alguien que no conocía era que la persona se asustaba, o incluso (en un par de ocasiones) salía huyendo.

Pero lo cierto es que el problema es aún más extraño o preocupante. No distingo claramente ya entre lo que aquí se llama una "conversación auténtica" y el mero intercambio de frases rituales en sociedad.  No sé si es consecuencia de una visión demasiado clara de lo que es la conversación, o si es síntoma de que he perdido de vista la comunicación auténtica. Y, por cierto, en los ordenadores ni está ni se la espera.


 
—oOo—

2 comentarios:

  1. Tu última frase me parece demasiado drástica. Cierto que no podemos confiar en un ordenador como única solución al cáncer de la incomunicación, pero el uso de internet, sin ser la panacea, nos está permitiendo acercamientos que hace sólo unos años eran impensables. Exacto: He dicho acercamientos, no comunicación auténtica, pero ésta última bien puede nacer de aquellos. Doy fe, en cuanto a mi experiencia personal, de que esto es posible, si bien el porcentaje de posibilidades no es demasiado alto. Pero, como dicen nuestros amigos galegos (en traducción al aragonés de taberna): "habelas, haylas". Un saludo.

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  2. Creo que en conjunto estoy más de acuerdo contigo que conmigo, Sergio, jeje! Bueno, tengo mis momentos, pero en conjunto sí creo que los ordenadores sí son una buena adición a la conversación, mejor que su ausencia.

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