Rivera constata el desarrollo de una arqueología más interpretativa, atenta no sólo al dónde y el cuándo de la producción de objetos culturales, sino también al cómo y por qué— es decir, a la interpretación de las bases cognitivas que permitían ese comportamiento. Sin por ello dedicarse a una "arqueología de lo invisible" que no esté basada en datos arqueológicos concretos y pase a la especulación. Yo entiendo la limitación, pero a la vez es de suponer que la arqueología de lo visible siempre estará limitada... aunque avance poco a poco el conocimiento sobre la prehistoria, hay cosas que nunca se sabrán, y sólo podemos obtener algún tipo de conocimiento sobre ellas (un conocimiento hipotético, claro) por medio de la especulación, y la construcción de hipótesis basadas en probabilidades y analogías.
El libro pasa revista a los restos arqueológicos de los diversos periodos del Paleolítico, repaso que resulta muy clarificador. Sobre todo cuando contemplamos el desfase cultural existente entre los desarrollos de la Edad de Piedra africana y la europea. Un desfase atribuible, claro está, a la aparición del Homo sapiens en África, y su posterior expansión por Asia y Oceanía, y finalmente por Europa. El libro recoge la teoría de la Eva mitocondrial, relativa a un origen africano "reciente" del Homo sapiens moderno, y se inclina en conjunto por esta teoría sobre la génesis de la la humanidad moderna, aunque recoge los argumentos relativos a la teoría multirregionalista, según la cual (en esta versión actualizada) habría habido una mezcla genética sustancial de muchas poblaciones de Homo erectus con la nueva especie. Señala además Rivera cómo la teoría de la Eva mitocondrial converge con la teoría del equilibrio puntuado en evolución, desarrollada por Stephen Jay Gould.
Es curioso como este debate de finales del siglo XX entre los out of Africa y los multirregionalistas (relativo al origen del homo sapiens, recordemos, no al de los australopitecos y primeras especies de homínidos, que sobre el origen africano de éstos hay más consenso) recoge una nueva versión de las discusiones decimonónicas sobre si la Humanidad había sido "creada" en un solo lugar o en distintas razas y distribuciones geográficas. Lo cierto es que las dos teorías no tienen por qué ser excluyentes, y yo casi me apunto a una tercera: la expansión de la especie humana a partir de Africa en dos oleadas principales, con un porcentaje del material genético actual derivado en su mayor parte de la segunda oleada, pero con cierta hibridación con la primera (por ejemplo, las noticias de 2010 sobre hibridación con neandertales a partir del análisis del genoma, ver "Using the Neanderthal Genome to Uncover Human Evolutionary History"). El particular desarrollo cultural de los Homo sapiens contribuiría a mantener sus grupos mayormente sin mezcla racial con las otras poblaciones, pero sin embargo debió darse esta mezcla en medidas diversas que aún están por determinar, mientras no haya análisis genéticos más exhaustivos de las diversas poblaciones humanas. Preveo que el resultado será que las dos teorías son ciertas dentro de un orden: origen mayormente africano, combinado con origen multirregional a partir de poblaciones anteriores. Y que el debate sobre si los humanos de ramas próximas son especies biológicas o no resultará modificado por la práctica cultural del aislamiento de grupos: aunque los diversos humanos pudiesen reproducirse (potencialmente) entre sí, de hecho no lo hacían en general, pues sus conductas sexuales iban determinadas por la cultura del grupo, no por la biología... Y así los humanos se fueron haciendo a sí mismos, por autoselección cultural.
Desde que se publicó este libro ha habido diversos estudios que apoyan el origen africano de nuestra especie. Ahora me acuerdo de un estudio estadístico sobre distribución de fonemas en las distintas lenguas (Quentin D. Atkinson "Phonemic Diversity Supports a Serial Founder Effect Model of Language Expansion from Africa", Science 2011; ver Last Common Language Was in Africa). Y otro estudio de este año sobre distribución estadística, esta vez no de fonemas sino de genes (Henn et al., "Hunter-gatherer Genomic Diversity Suggests a Southern African Origin for Modern Humans," PNAS 108, 2011. Ver también mi nota "Todos out of Africa"). (Y, p.s., apenas un mes más tarde, esta noticia sobre el genoma de los aborígenes australianos).
Una de las cuestiones que más detalladamente argumenta Rivera es la asociación entre una cultura simbólica elaborada y la expansión del homo sapiens tardío. Por cierto que esta diferencia entre "Homo sapiens arcaico" y "Homo sapiens tardío" poco a poco se está volviendo la realmente relevante, al menos en lo que a desarrollo cognitivo y simbólico se refiere, pues las primeras poblaciones de homo sapiens africanos no parecen haber diferido mucho en su comportamiento y cultura de sus antecesores o de poblaciones coetáneas evolucionadas en otras regiones—y durante más de cien mil años mantuvieron un ritmo de desarrollo (o quizá mejor dicho de estancamiento cultural) comparable, en lo que actualmente se nos alcanza con los datos existentes. Y es sólo en la Late Stone Age africana o en el Paleolítico Superior en Europa cuando se encuentran claras señales de una "explosión simbólica", con la aparición de restos arqueológicos de actividades artísticas, herramientas complejas, religión y rituales.... Con lo cual es quizá este desarrollo emergente y a partir de entonces acelerado lo que hay que explicar.
Para Rivera, el desarrollo en cierta medida comparable de la cultura neandertal en esta época (su última época, claro) es prueba de una capacidad cognitiva expandible en esta (sub)especie, pero sólo activable por imitación, tras el contacto con las culturas del homo sapiens. Se inclina Rivera sin embargo por la tesis de un escaso contacto entre las dos poblaciones, y por una extinción de los neandertales provocada por factores ecológicos y climáticos, antes que por la competencia directa con el homo sapiens.
La explicación de Rivera sobre el surgimiento de la cultura propiamente humana se hace sobre la base de los conceptos de emergencia y de exaptación, en línea muy semejante a como los he venido yo usando en mis artículos de este blog sobre la evolución. Y también se basa, por supuesto, en el desarrollo del lenguaje como herramienta simbólica compleja y capaz de comunicar abstracciones, un proceso de por sí emergente y en cierto modo también exaptativo cuando pasa a usarse para crear y comunicar conceptos abstractos:
Un importante argumento, pues, a favor del papel de las humanidades en la comprensión de lo humano—pues el estudio de la reflexividad ha pertenecido mayormente al ámbito de las humanidades, aunque cuestiones neurológicas como las neuronas espejo prometen interesantes desarrollos desde el punto de vista científico, y puntos de contacto donde trabajar con la psicología cognitiva y la semiótica (ver Interacción internalizada: el desarrollo especular del lenguaje y del orden simbólico).
El desarrollo del lenguaje y de la conducta simbólica, argumenta Rivera, se retroalimentan, produciendo una capacidad simbólica cada vez más compleja: mayor individualización, mayor conceptualización de la propia identidad social y personal, posibilidad de conductas más elaboradas relativas a la explotación del medio, al conocimiento del tiempo y del paso de las estaciones, capacidad de previsión, etc. Estas conductas simbólicas se asientan sobre una base cognitiva propia de nuestra especie, más capaz de fijar la atención consciente que las que le precedieron o coexistieron con ella, y también más capaz de desarrollar representaciones mentales intensas a corto plazo (memoria de trabajo). No lo dice Rivera pero quizá estas transformaciones cognitivas haya que asociarlas al surgimiento y difusión de alguna mutación en la manera de coordinarse o enlazarse las neuronas en su activación.
El origen de las conductas simbólicas del Paleolítico superior parece situarse en Oriente Medio, antes de su expansión a Europa, aunque los datos no son concluyentes. (Parecería ser, entonces, que en Oriente medio está la cuna de la humanidad moderna en un doble sentido, primero de la cultura simbólica del Paleolítico, y luego del Neolítico, aunque haya también otros focos de cultura neolítica por ejemplo en América).
Es muy interesante, aunque insuficientemente desarrollado todavía, el modo en que procura Rivera asociar las capacidades cognitivas, tal como se evidencian en el registro arqueológico, al desarrollo de capacidades lingüísticas y de representación simbólica, temporal y espacial. Así por ejemplo distingue varios niveles de conceptualización del tiempo, según el uso que permiten del entorno y de los instrumentos culturales:
(1) cognición temporal inmediata, sin desplazamiento temporal más allá de la experiencia reciente y el futuro inmediato, tal como observamos en el comportamiento los grandes primates—aunque habría mucho que matizar aquí.
(2) Desarrollo medio, desplazamiento temporal en elaboración, que permite la planificación, y representaciones temporales más complejas y extendidas. Hay que señalar que según qué tipo de representaciones temporales de este tipo sí están a mi entender al alcance de los simios y otros animales —no en vano se habla de la memoria de elefante.... Y, por último,
(3) Desarrollo temporal amplio, con desplazamiento temporal elaborado, correspondiente a la humanidad moderna. El desarrollo temporal amplio lleva al desarrollo del concepto de historia, y al desarrollo de planificaciones elaboradas.
Pero habría que señalar que por supuesto estos tres grados se deberían especificar mucho más. Así, por ejemplo, por centrarnos en el último, habría que distinguir la humanidad capaz de narrar de la humanidad previa a la narración. Aquí entroncamos con una posible historia de las formas narrativas: desde las representaciones simples y más unidas a la existencia práctica del grupo social, a narraciones más ambiciosas y abstractas—mitos y sus rituales asociados.
Toda una historia de la Humanidad es la historia de sus sucesivas mitificaciones, cada vez más elaboradas—y Rivera da gran importancia al desarrollo de la religión como una forma cognitiva compleja. Pero, siguiendo con el desarrollo de la conciencia temporal y reflexiva, ya entramos en la historia del pensamiento propiamente dicha cuando tras la fase de mitologización vemos cómo el pensamiento, apoyado en la escritura, pasa a una fase de reflexividad más intensa, y surgen la filosofía, y la ciencia abstracta, y diversos discursos reflexivos y desmitologizadores.
En esa historia de reconceptualización de nuestra propia historia aún estamos, enlazando las historias locales de la humanidad con una historia general—una historia de todo, lo que algunos llaman la Gran Historia—. Esta actividad de anclaje narrativo es un paso más en el desarrollo de una consciencia temporal extendida tal como la concibe Rivera. Y la conceptualización reflexiva sobre esta actividad, que es en lo que estamos aquí, es un paso también en la construcción de abstracciones comunicables y utilizables de modo consciente.
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