jueves, 14 de julio de 2011

Grüss Gott, liebe Kinder!

Se ha puesto Alvarillo a estudiar el método de alemán con el que empecé yo a estudiar hace treinta y tantos años.  Lo compró mi padre, uno de varios. Ya tenía otro anterior, que también acabé haciéndolo, aunque era muy años cincuenta—me lo tomé con aplicación y aprendí bastante, echándole una hora al día durante años. A clases de alemán con un profesor nunca fui, menos un año allá por los ochenta, que le pedí a Susanne Hübner si me podía colar en su clase de oyente, y me dejó. El resto, lo aprendí por mi cuenta, menos las primeras lecciones, que esas me las enseñó mi padre, sin saber mucho él, pero siempre decía que conseguía enseñar cosas que no sabía, y algo tenía de cierto. Empeño ya le echaba: conseguir un curso de alemán, con discos y demás, en nuestro pueblo, en los años sesenta y setenta, pues como que no se llevaba. Y también nos compraba tebeos, en inglés, francés, alemán y hasta en latín hay alguno. Oíamos los discos en tocadiscos clásico, o bien los grababa mi padre en magnetófono de bobinas al principio, de esos tamaño maleta, y en cassette después. Si le faltaban los discos, pues hacía él mismo la grabación leyéndola, y cantando las canciones. Y estudiamos así Peter and Molly, cursos de la BBC por correspondencia, alemán Vergara, Assímil inglés, francés, alemán y ruso.... uf, cuántas horas invertidas, a veces con resultados medianos. Pero a mí me sirvió para encauzarme en los idiomas, y para hacer la carrera que me permite ganarme la vida—a mi padre se lo debo, que me enseñó no sólo las lecciones, sino la constancia y la disciplina de ponerme a trabajar un poco cada día, en cosas cuya utilidad inmediata no se veía por entonces. Mi padre capturaba a los hijos y a los sobrinos por turnos cada día, y ponía a unos a seguir la lección en el magnetófono mientras a otros les hacía leer él en el libro amarillo de francés primero, luego en el azul, luego en el verde. Y hacía luego vídeos, en cuanto salió el aparato, filmando los libros con sus ilustraciones y leyéndolos. Unos años nos tocaba inglés, otros francés. Y algunos pasamos al alemán—los primeros allá por el año 1974. 


El curso éste de Grüss Gott, liebe Kinder! está forrado de plástico, y tiene dentro de la portada un sobre pegado, que dice "Facturas". En la primera página está anotada también la factura, con la letra de mi padre: "Pagado el 15-4-74 — 1750 pts. Curso alemán elemental— 1200. Tomo 7º serie Dime, 550. Total 1750 pts." (Lo de la serie Dime supongo que también la editaría la editorial Vergara: eran esos libros de Dime quién es, Dime dónde está, Dime qué es, Dime cuál será mi profesión...  Ahora los vemos a veces en las bibliotecas gallegas). El curso éste de Grüss Gott es del año 1965; luego compró mi padre otro Alemán Vergara, que sólo estudié yo, y luego un curso de Salvat en varios volúmenes, que anotó el pacientemente durante años. Ese también se lo he cogido a Álvaro, por si se anima a seguir con el alemán a pulso—hasta ahora no hemos dado señales de matricularlo en la Escuela de Idiomas, aunque todo se hará, quizá—también me llevó mi padre allí durante años, a examinarme por libre. Eran nuestros viajes anuales a Zaragoza, a casa de tío Agustín—y así me acabé sacando los títulos de inglés y francés; con el alemán no pude.

Al final de Grüss Gott, liebe Kinder! hay un disco microsurco, uno que les ha extrañado mucho a los niños—es como un viaje en el tiempo: un disco blanco y flexible, que parece de broma: "parece un protector de discos, no un disco", dice Álvaro. Es un "Disco-obsequio ASSIMIL"—anuncio de Deutsch ohne mühe, El alemán sin esfuerzo: por analogía debió ir a parar aquí. También se hizo mi padre con el curso ese de Assimil y con sus discos, y varias veces me lo repetí yo, antes de pasar al volumen dos, y a escribir mis apuntes en cursiva gótica. Luego pasé al Assímil ruso. Y luego a otros métodos que me iba comprando yo, ya metodizado y embarcado en mis estudios—allá por los años de la guerra fría estudiaba yo mucho ruso, luego lo fui dejando.
Algunas personas opinan que tengo una facilidad especial para los idiomas—eso es que no saben las horas que le he echado a cada uno de los que he aprendido, y de los que no.  El paso lógico siguiente era el chino, creo, pero ese no llegó a tentarme nunca. Seriamente.

 
 
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