jueves, 10 de febrero de 2011

Ilusiones y desilusiones en El Tiempo Mientras Tanto



Me compré el ganador y finalista del Premio Planeta, y estoy empezando por la finalista, El tiempo mientras tanto (casi digo entre costuras), de Carmen Amoraga. Una mirada irónica sobre engaños y autoengaños de la gente para vivir juntos, con otros y consigo mismos. La protagonista, María José, está en coma irreversible, y repasamos su vida y la de sus padres, Pilar y Paco,
a modo del velatorio de Cinco horas con Mario, desde esa especie de apéndice de la vida que son los últimos hospitales. Un par de fragmentos que dan el tono.

Sobre morirse:


Alguna vez, antes, cuando la vida ya era una resta, cuando ya estaba perdiendo la pelea contra la muerte pero no se daba cuenta, había hablado de cómo sería, palmarla, decían, palmarla y no morir, como para quitarle gravedad al hecho de dejar la vida. Si estaba con otras personas siempre recurría a lo mismo, lo típico, que estamos de paso, que no tiene tanta importancia, que todos nacemos y todos morimos, que esto no es más que una cuenta atrás, que la vida no es más que un rato, cuatro días al fin y al cabo, que lo importante no era cuánto, sino cómo.
   Pero si estaba sola, si se lo preguntaba estando sola, al instante se arrepentía de haberse formulado la pregunta, porque en realidad no le importaba qué era estar muerta, sino la certeza de la respuesta: lo poco que queda después, lo pequeño que es el hueco que dejamos, y  esa marca, tan leve, tan efímera. Ella sabía que recordamos poco tiempo a los que se van. Lo único eterno son los genes. Lo oyó en la radio y pensó que era verdad, que nuestro recuerdo no nos sobrevive tanto como nos gustaría y que lo indeleble de nuestra huella pasa desapercibido.

 O sobre una ex pareja:

Y Fermín no supo nunca que Pilar nunca dejó de pensar que le odiaba ni que le amaba, que seguía empecinada en recordarle, a veces con añoranza y a veces con desprecio, y que, a menudo, se preguntaba si esos sentimientos se mantenían vivos nada más que porque ella no los dejaba morir, porque prefería tener a alguien a quien odiar, alguien que le impidiera amar de verdad a otra persona, a Paco o a quien fuera, y que ese impedimento tenía como único propósito evitar que sufriera de nuevo.
 
 

 


 
 
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