domingo, 31 de octubre de 2010

El viento de tormenta


Quién hay de ingenio tan potente y espíritu agudo
Que pueda decir quién empuja mi fuerza fiera
Por el camino del destino, cuando me alzo vengativo
Asolo la tierra, con voz atronadora
Arranco las casas de las gentes, y robo las maderas del palacio;
Humo gris se levanta sobre los tejados—en la tierra,
El ruido y gritos de muerte de los hombres. Sacudo
El bosque, los árboles florecidos, y tumbo los troncos,
Voy errante, con techo de agua, por amplio camino,
Impulsado por los poderes. A hombros llevo
El agua que ha envuelto alguna vez a todos
Los moradores de la tierra, a su carne y a su espíritu.
Dí qué es lo que me hace invisible,
O cómo me llamo yo, que llevo esta carga.






A veces me lanzo entre las olas agolpadas,
Para sorpresa de los hombres, y ando por el suelo profundo
Al que han ido los guerreros del mar. Las olas blancas azotan,
Con espuma como caballos, el océano se desgarra
El lago de la ballena ruge y rabia,
Olas salvajes golpean la orilla, lanzan rocas,

Arena, algas, agua, a los altos de los acantilados,
Cuando doy golpes, levanto a hombros el poder de las aguas
Y hago temblar las amplias profundidades.
Y no puedo escapar de mi lecho marino si no me lo permite
El que me guía en todos mis viajes. Dime, tú tan sabio,
¿Quién me separa del abrazo de los mares,
Cuando las aguas vuelven a estar tranquilas,
Y las olas en calma, que antes me cubrían?

A veces mi Amo me arrincona;

Me agarra y me sujeta, me encierra a la fuerza
Debajo de las tierras y los campos. Toda mi potencia
Se queda apretada en una cárcel estrecha y oscura,
Y tengo la tierra dura sentada a mis lomos.
No puedo huir del peso de esta tortura,
Pero sacudo las casas de piedra de los hombres:
Las grandes salas de banquetes, con adornos de cuerno, tiemblan
Las paredes se agitan, y se ciernen sobre los guerreros,
Retiemblan los techos, las ciudades.
El aire está tranquilo por encima de la tierra,
El mar medita, silencioso, hasta que me abro paso y salgo,
Al galope, por orden de mi amo,
Mi Señor, que en el principio de todo me impuso ataduras,
Las cadenas de la creación, para que no pudiese escapar
De su poder inflexible—mi guardián, mi guía.
A veces me lanzo hacia abajo, azoto las olas y las levanto,
Alzando aguas blancas, echando contra la orilla
A los mares grises como piedra, con sus sus flancos de espuma
Contra la muralla del acantilado, oscura masa que se alza
Sobre los montes de agua oscura que hay abajo,
Impulsados por el mar, se elevan uno contra otro
Como dos acantilados, en el camino de la costa—
Y se oye el grito de las quillas,
Los gemidos de los moradores del mar,

Los altos acantilados aguantan
La carga de los mares, el choque de las olas, el agua en guerra,
Cuando un tropel de tropas se agolpa en el promontorio,
Allí ha de luchar fieramente el barco
Cuando el mar le roba sus artes y su fuerza,
Y las almas de los hombres, aterrorizados
Entre la espuma blanca de las olas,
Allí se ve el poder al que obedezco
Cuando voy cruel por mi camino de destrucción—
¿Quién podrá contenerme?
A veces salgo a la carrera entre las nubes que llevo a caballo,
Vuelco las jarras de la lluvia negra,
Lleno de olas las corrientes, hago entrechocar las nubes
Con una voz potente, y saltan pedazos de luz,
Oleadas de nubes se levantan sobre los hombres sin concierto,
El trueno oscuro rueda con estrépito de batalla,
Y caen gotas oscuras de su seno, olas de lluvia de la nube guerrera,
Como caballería oscura de tormenta; el miedo sube como marea
En los corazones de los hombres, un terror creciente,

Las fortalezas mismas sucumben al temor, cuando esa horrible tropa
Se lanza a la destrucción, cuando espectros flotantes
Alzan espadas afiladas como la luz.
Necio es el que no teme entonces el golpe mortal,
Pero muere lo mismo, si el Señor
Lanza silbando una flecha desde el temporal,
Que cruzando la lluvia le atraviesa el corazón.
Pocos siguen con vida, si les alcanza el dardo que grita con la lluvia.
Yo soy quien da lugar a estos combates,
Cuando corriendo paso entre la muchedumbre de nubes,
Salgo con gran fuerza y vuelo sobre la superficie del agua.
En las alturas las tropas chocan con estruendo, y luego,
A cubierto por la noche, me hundo bajo el suelo,
Y me quito carga de los hombros,
Una vez más renovado por el poder de mi Señor.
Soy un sirviente poderoso. A veces lucho,
A veces espero bajo el suelo;

Otras veces vuelo hacia abajo y me hundo bajo el agua,
A veces causo peleas entre las nubes que van veloces,
Rápido y salvaje, viajo por todas partes. Dime mi nombre,
Y Quién me despierta de mi descanso,
O Quién me está sujetando cuando estoy callado.


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Es éste el primero (o los tres primeros, según otros) de los poemas-adivinanza anglosajones, recogidos hace unos mil años en el Libro de Exeter. Aquí hay una edición en red de las Exeter Book Riddles. Observan Legouis y Cazamian, en su Historia de la Literatura Inglesa, que este poema no deja de recordar a la Oda al Viento del Oeste de Shelley. Quizá sea en parte por lo aficionados que eran los anglosajones a dar voz o personificar a seres inanimados. Así por ejemplo en el Sueño de la Cruz, donde la cruz toma la palabra, o en El mensaje del esposo, donde habla la tablilla de madera donde se ha grabado el mensaje con runas. Las adivinanzas, perífrasis y expresiones indirectas están por todas partes en la poesía anglosajona, por ejemplo en las kenning. También recuerda este poema del viento, cómo no, al Apocalipsis, con sus huestes celestiales.


Narrativas 9


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