Los poderosos engañan. Creen tener un acceso privilegiado a la realidad, y utilizan esa perspectiva dominante para dominar. Con frecuencia para dominar engañando. Pero también se engañan —los poderosos de cartera, e incluso los poderosos de mente— porque su perspectiva supuestamente dominante no es tal, o es sólo parcialmente dominante, y hay vías de acceso a la realidad y aspectos de la realidad que escapan al control de las mentes más vigilantes, y de las mejor y de las peor intencionadas.
Los poderosos (se) engañan.
Es al menos la opinión que manifiesta Teun A. van Dijk en su libro Ideología: Un enfoque multidisciplinar. Me están resultando especialmente interesantes las secciones sobre el papel de las élites en la formulación de las ideologías:
Son las élites las que tienen acceso privilegiado a los medios de comunicación, y son las que difunden, a menudo en forma indirecta u orientativa, los mensajes de dominación que luego encuentran una formulación más cruda, simplista o extremista en los grupos que comulgan con tales ideologías (el ejemplo en el que más se centra van Dijk es el racismo o el prejuicio contra los inmigrantes).
Las ideologías se 'inventan' conjuntamente, por intereses de grupo, son formuladas incipientemente sobre la base de muchas experiencias compartidas, pero adquieren un desarrollo teórico explícito y elaborado en el discurso de unas minorías de elites e ideólogos—que a su vez refuerzan la concienciación de las masas. Aunque son ellos quienes dan forma específica a las formulaciones ideológicas, estos discursos sólo calan y se vuelven influyentes si adquieren un cierto apoyo colectivo.
La dominación no es simple o unidireccional, sino que hay conflictos de ideologías, portavoces de grupos marginales frente a los de las ideologías dominantes. Y ahí es donde encontramos el problemático principio expuesto por van Dijk, o sea, la visión privilegiada o "clara" de los subalternos, frente a las manipulaciones de la ideología dominante. En el influyente concepto marxista de ideología, se asociaba ésta con una "visión engañosa" de la realidad, propalada por las clases dominantes para favorecer sus intereses y mantener el status quo. Lo cual presentaba el problema de la paradoja del observador: si la ideología distorsiona la realidad, ¿cómo pretender un status de verdad, no ideológico, para nuestro discurso sobre la ideología? El marxismo clásico sentaba la cuestión presentándose a sí mismo como una "ciencia" de las ideologías, no como una ideología más. Otras visiones más críticas, como la bajtiniana, identifican ideología y producción discursiva—no hay discurso científico que esté sin contaminar por intereses ideológicos, sino que todo discurso brota en un ámbito de confrontación dialéctica con otros discursos, incluido nuestro propio discurso crítico sobre la ideología, el que pretende "presentar la verdad" sobre la misma. (Sobre estas cuestiones escribí algo en los felices ochenta, a cuenta de la teoría lingüística de V. N. Voloshinov, en el artículo "The Chains of Semiosis" y en unas notas sobre El marxismo y la filosofía del lenguaje).
Veamos ahora lo que dice van Dijk al respecto, en uno de los momentos del libro en los que se problematiza (aunque quizá sea mucho decir) la posición del observador, es decir, del analista de la ideología, en una sección del capítulo "Relaciones de grupo" (sección "Conflicto y lucha"):
Desde un punto de vista crítico, esto puede implicar que los grupos dominantes favorecen la falsedad, el engaño y la manipulación, y que los grupos dominados defienden la verdad, la franqueza y la persuasión racional o emocional, esto es, objetivos con los que también pueden coincidir los estudiosos." (213-14)
(Inciso—esto podría leerse en clave de nuestras batallitas departamentales... El grupo dominante defiende sus intereses falseando deliberadamente la realidad, y sabe que lo hace—con lo cual se produce la corrupción intelectual de sus miembros, una variante de lo que Julien Benda llamaba la trahison des clercs, la traición de los intelectuales. El análisis de van Dijk vendría a concurrir con la apotegma clásica de que el poder corrompe, quizá con el corolario de que el poder en la academia corrompe incluso la visión clara de quienes aspiran a entender los mecanismos del poder, o a hacer análisis críticos sobre ellos. Continuemos).
Es decir, los intelectuales deberían al parecer (según van Dijk) ponerse del lado de las minorías para potenciar su claridad de visión. Y si con frecuencia no lo hacen, arguye van Dijk, es por su propia ubicación ideológica en las élites y los grupos dominantes:
De ahí la insistencia en la verdad (científica) de muchas de las ideologías de oposición y de los estudios críticos de la ideología." (214)
Es un poco como el razonamiento de Hegel sobre la dialéctica el amo y el esclavo. El amo, mediante su dominación, se apropia de los bienes y del trabajo del esclavo, pero este mismo proceso de dominación lo aliena de la realidad—y es el esclavo el que permanece en contacto directo y privilegiado con la realidad de las cosas, y quien siembra las semillas del futuro.
Pero se aprecia aquí y en otros puntos del libro un cierto simplismo en el planteamiento de van Dijk—lo que podríamos llamar la otra traición de los intelectuales, a saber, un prejuicio a veces poco examinado precisamente porque favorece el complejo ideológico nebuloso de la progresía—antirracismo, feminismo, pacifismo, socialismo (o comunismo), tercermundismo, proinmigracionismo, anticapitalismo, antiimperialismo, etc.—como si tales elementos "progresistas" fuesen un bloque coherente o consistente entre sí. Un simplismo que también aparece en la valoración positiva, a priori, de frases igualitarias idealistas, como "las mujeres y los hombres son iguales" o "los blancos y los negros son iguales" o "los musulmanes y los no musulmanes son iguales"—cuando, en principio, si fuesen iguales no estaríamos hablando de mujeres y de hombres, de blancos y de negros, o de musulmanes y de no musulmanes. Considérese, por ejemplo, la disyuntiva de tolerar o no tolerar comportamientos o regímenes criminales en nombre de la tolerancia a lo diferente. O, para la proposición "los hombres y las mujeres deberían tener derechos iguales", la contradicción que esta frase aparentemente feminista conlleva para las políticas de discriminación positiva, abogadas por algunos feminismos.
En estos casos, se detecta en van Dijk una tendencia (característica de una parte de la academia humanística) a presuponer que es el discurso oposicional, subalterno, no occidental, marginal, etc., el que lleva la razón, o el que debería contar, y cuenta, con la simpatía y afiliación del analista. Es una manera, quizá, de reconocer la ubicación ideológica del análisis (paradójica, porque habría que pensar que los intelectuales se opondrían por benevolencia personal a los intereses de clase de sus propios grupos). No es una manera de reconocer esa ubicación ideológica muy satisfactoria, empero, por las muchas presuposiciones no analizadas que introduce.
En efecto, contra lo que se ha dicho, los grupos marginales o subalternos no tienen, a mi entender, un acceso privilegiado a la realidad de las cosas, en tanto que tales. Pueden tenerlo, puntualmente, en muchos casos—es decir, que puede ser real el fenómeno descrito por van Dijk, o por Hegel. Pero no es generalizable. Un grupo marginal también puede tener muchas otras clases de relaciones con el grupo dominante. Puede tener una relación de parasitismo, por ejemplo. Puede tener una relación aislacionista, haciendo primar la coherencia del grupo sobre los lazos sociales más amplios, o sobre la relación racional con la realidad. Un grupo marginal puede ser retrógrado, aferrado a modos de vida o a nociones que han sido abandonadas por la generalidad de la sociedad, pero que en ese grupo concreto se perpetúan por intereses creados, por el control de las propias élites del grupo, etc. En suma, que la relación entre realidad, racionalidad, poder y subordinación no se presta a simplificaciones fáciles.
Más coherente parece por tanto este fragmento que sigue en van Dijk:
Con la verdad hemos topado, con la justicia y con la legitimidad. Vaya usted a definir qué es la verdad, o la justicia, o qué es legítimo..... Y estas cuestiones no pueden definirse objetivamente: el propio analista pertenece no a un grupo, sino a muchos, y está involucrado activamente en la definición de lo que es verdadero, justo y legítimo.
Recuerdo que en mi libro sobre Acción, relato, discurso, argumentaba yo contra la noción de que la ideología de un producto cultural sea algo que esté "en el interior" de ese producto, algo claramente aislable e identificable como su contenido ideológico: más bien la adscripción de ideología es el resultado de un análisis, y el análisis involucra tanto al objeto analizado como al analista. (Esto podría relacionarse también con la concepción interaccionista simbólica del significado).
Vamos, que no es sencillo (o más bien, es simplista) comprender la ideología de un producto cultural, si no conocemos además la ideología de su analista, y si no nos conocemos a nosotros mismos como elemento involucrado en el análisis. Lo cual equivale a decir no que es imposible saber nada, pero sí que la realidad es bastante más complicada de lo que parece a primera vista, y más de lo que cabe en las teorías. Y el análisis y comprensión de las ideologías y teorías, consideradas como parte de la realidad que analizan, es otra dimensión más de complicación añadida al problema.
Las ideologías dominantes, en si mismas, no son ni buenas ni malas ni regulares. Son sólo eso, dominantes.
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