sábado, 31 de julio de 2010

Katyn y más horrores


La película histórica de Andrzej Wajda sobre la matanza de Katyn da una imagen tremenda de los totalitarismos del siglo XX, de los  horrores políticos y morales de las dictaduras comunistas en la URSS y en Polonia. Retrata memorablemente las circunstancias que llevan a la gente a doblegar su voluntad y su conciencia, o bien a resistir y mantener el estandarte de la verdad y de los principios, en lugar de acomodarse a lo que hay, a la mentira oficial, y a lo que quiere el poder. 


Vemos en el cineclub Katyn, de Andrzej Wajda—llevo más de treinta años viendo películas de Wajda en cineclubs, parece (y más de cuarenta). Es una película muy bien llevada, a la manera un tanto gélida del director, con una música impresionante de Penderecki. Sigue las andanzas de varios personajes alrededor de la matanza de Katyn—algunos de los polacos asesinados, alguno que se salva, los familiares, los resistentes a la Polonia comunista... y da una imagen tremenda del siglo XX, de los totalitarismos comunistas en la URSS y en Polonia. Retrata memorablemente las circunstancias que llevan a la gente a doblegar su voluntad y su conciencia, o bien a resistir y mantener el estandarte de la verdad y de los principios, en lugar de acomodarse a lo que hay, a la mentira oficial, y a lo que quiere el poder.

Es impresionante la película, pero claro, no para gustos mayoritarios—y es lástima que la vea tan poca gente (cuatro gatos hay en el cineclub, pero bueno, así anda el país, con "otra de gambas" como dice Jiménez Losantos). Aquí hay una buena reseña de Roger Ebert.


En Katyn, Rusia, para quien no se acuerde, el régimen soviético organizó, siguiendo instrucciones del abyecto Stalin, y ejecutada por la NKVD, una masacre de unos veintidós mil prisioneros polacos. No contento con pactar en secreto con Hitler para invadir Polonia, el supuesto "bastión frente al nazismo" (que aún hay algunos que así interpretan su intervención en la guerra de España) organizó en 1940 una matanza sistemática en la que miles y miles de oficiales polacos prisioneros fueron trasladados organizadamente de sus campos de concentración a un matadero donde se les daba un tiro en la nuca y se les enterraba en fosas comunes. Todo bien tabulado y administrativamente controlado: el modelo comunista no tenía nada que envidiar al nazi, y hay un tipo de persona que se queda satisfechísimo negando un pasaporte, o dando un cupón, o pegándole un tiro a alguien, siempre que esto quede convenientemente registrado y anotado y tabulado. El metodismo administrativo del horror masivo, y el acogotamiento público de la verdad—son algunos de los rasgos definitorios del siglo XX.

 

Luego Rusia cambió de bando... y esta matanza masiva fue un recuerdo incómodo para los comunistas polacos, y para la Polonia sometida a Rusia tras la Segunda Guerra Mundial. Por tanto, hubo que reescribir la verdad, con tácticas orwellianas (justo por entonces estaba Orwell escribiendo 1984) y crear una ficción conveniente: que habían sido los nazis quienes mataron a los polacos, no en 1940, claro, porque entonces no habían invadido Rusia aún, sino supuestamente en 1943. Para eso hubo expertos forenses, etc., que falsificaron los datos en los registros oficiales. Y en la película el reconocimiento o no de esta verdad se convierte en una piedra de toque para la dignidad o bajeza de los personajes.

Así, uno de los supervivientes (por error) de Katyn es ahora miembro del ejército rojo polaco—pero le atormenta lo que sabe. Busca un perdón privado contando la verdad a la familia del oficial que había muerto en su lugar—pero no quieren saber nada de él. Al final, atormentado por la situación falsa en la que se ha metido, se pega un tiro. Otro muchacho, antiguo resistente antinazi, quiere estudiar tras la guerra, pero en su currículum figura la verdad incómoda: insiste en mantener que es hijo de un militar muerto en Katyn en 1940. La directora del colegio le pide que ceda, que se adapte a lo que se le pide—que corrija el currículum. "Currículum sólo hay uno"—le contesta él, y poco después muere en un enfrentamiento con la polícia comunista. Otra muchacha insiste en poner a su hermano muerto una lápida donde figura la fecha "inconveniente" de Katyn: y no sólo es prontamente destruida la lápida, sino que ella es encarcelada al insistir en decir la verdad. Queda muy claro quiénes eligen mentir sabiendo la verdad, y el valor moral de esa opción al perpetuar y reforzar el indigno totalitarismo manteniendo las ficciones impuestas por el poder.


En suma, la película es un análisis memorable de los mecanismos mediante los cuales el totalitarismo impone la docilidad y la sumisión, de arriba abajo, por instrucciones del vértice de la pirámide que se transmiten férreamente por todo el aparato—siendo la falsificación de la verdad, y la sumisión voluntaria o forzada, auténticos requisitos del sistema, para que el poder demuestre su eficacia, su control de la situación y su capacidad de torcer toda otra consideración en la mente de las personas mediante el miedo y el conformismo. 

Otro aspecto del conformismo es expuesto en la película: las propias víctimas son llevadas como borregos al matadero, a veces por guardianes escasos o simplemente siguiendo instrucciones—todo por una comprensión inadecuada de la situación en la que estaban y de la barbarie a la que se enfrentaban. "Par délicatesse, j'ai perdu ma vie."

Es memorable otra escena en la que los universitarios de Cracovia van a una "conferencia" de un supuesto doctor alemán, un militar nazi, y reciben de éste desde el estrado sólo la comunicación de que van a ser internados en un campo de concentración. Se les saca a culatazos de la sala de conferencias y se les mete en vagones que los llevarán al matadero. Me recuerda la escena a otra junta de Facultad, ésta de una novela de Nabokov sobre el fenómeno totalitario, Barra Siniestra. Lo siniestro está a veces incómodamente cercano.

Katyn, la película, sigue una estructura temporal que muestra primero los preliminares de la matanza de Katyn, y luego sus consecuencias en las vidas de los supervivientes—y reserva las imágenes de la matanza en sí para el final mismo, cuando en un flashback uno de los protagonistas es llevado como un cerdo al matadero, recibe su disparo, y es enterrado en la fosa común por los bulldozers. Logra así la película un impacto tremendo en la mente del espectador—y la estructura narrativa en flashback queda justificada por el hallazgo de una libreta en la que este protagonista anotaba hora a hora lo que veía suceder. Es esa libreta la que permite conocer más de cerca el horror que se quiso borrar de la historia y que no acababa de tomar forma.

Una película como ésta es un documento necesario en la historia de un país—y se pregunta uno, aquí en España, para cuándo veremos una película similar sobre el Katyn español, la matanza de Paracuellos. Parece que, a pesar de su obsesión con la guerra civil, el cine español está, para vergüenza suya, en otra película. En Polonia ha costado tiempo hacer la película de la vergüenza nacional. El padre de Wajda fue uno de los asesinados, y su hijo ha esperado a ser octogenario para hacer una película sobre este asunto.

El horror de Katyn no acaba allí, sin embargo, cuando la tierra de la fosa común cubre la pantalla del cine. Al poco de filmarse la película de Wadja, hubo una espeluznante continuación a modo de epílogo, para sentar bien clara la perpetuación del trauma histórico. Los rusos, tras haber negado durante el período soviético la responsabilidad de Rusia en la matanza, acabaron reconociéndola. Y hace poco organizaron, en abril de 2010, un solemne acto de desagravio en Katyn, al que iban a asistir las autoridades soviéticas y polacas en pleno.

El primer ministro polaco, Lech Kaczynsky, acudió al homenaje en un avión, con gran parte de su gobierno—y el avión sufrió un accidente y se estrelló. Murió allí Kaczynsky (uno de los dos célebres políticos gemelos, cuyo nombre no deja de recordar a Katyn)—así como los demás ocupantes del avión, 95 personas, dejando a Polonia sin sus principales autoridades, y añadiendo un espanto adicional y póstumo a la historia de Katyn. Así dice la Wikipedia:

 
Según el gobernador de Smolensk y la agencia PAP de Polonia, citando a fuentes rusas, no hubo supervivientes y en el accidente murieron los noventa y seis pasajeros, entre ellos se encontraban su esposa Maria Kaczyńska, 8 miembros de la tripulación, la cúpula militar polaca como son el jefe del Estado Mayor y los comandantes en jefes de los Ejércitos de Tierra, Mar, Aire y Fuerzas Especiales, el gobernador del Banco Central, el Defensor del Pueblo, varios viceministros, miembros del Parlamento, una delegación del Gobierno, su gabinete político, prelados de la Iglesia Católica y otros altos cargos, lo que provocó la desaparición de la élite del poder en Polonia en lo que se ha denominado ya como "la maldición de Katyn".

Lo más terrorífico del asunto es que al parecer el piloto fue obligado a aterrizar, contra su criterio, por el propio Kaczynsky—"Si no aterrizo, me matará", decía al parecer el piloto en la caja negra—las noticias son confusas, y se ha hecho lo posible por taparlas:

 
“Si no aterrizo, me matarán”. Según el canal privado de televisión, TVN24, esas palabras pertenecen al piloto del avión siniestrado. El ministro de Justicia se ha negado a comentar esta información y solo ha añadido que "es una buena noticia: han logrado descifrar los extractos incomprensibles hasta ahora". (Cope)

Aquí hay otra versión, pero parece que se va a correr un tupido velo sobre el asunto. Kaczynsky provenía de los niños mimados del régimen, sindicalista oficial, hasta que se convirtió en uno de los activistas sindicales que llevaron a la revolución anticomunista de Polonia. Putin, con quien se iba a reunir, también es un "demócrata" reciclado, que viene de los más turbios recodos del régimen soviético. Dos supuestos anticomunistas, antiguos comunistas, personajes que crecieron y treparon en un régimen totalitario que bien conocían, organizan una ceremonia patriótica, en una ambigua maniobra de reconciliación obligada y forzada. Para quedar bien rusos y polacos unos con otros, los rusos que ya no son los rusos los que hicieron la matanza— pero todos antiguos comunistas, unos y otros... Y los tortuosos caminos de la violencia, de la culpa colectiva y de las actitudes autoritarias, del trauma histórico, y de la casualidad, llevan a repetir el trauma en lugar de curarlo.

La película de Wajda es magistral, e impresionante. Pero la historia se ha encargado de hacer que ahora sólo narre la mitad de la historia—hay que volver a hacer otra película sobre Katyn, que incluya este epílogo, uno de los sarcasmos más crueles que ha dado jamás la historia.




 
Katyn. (2007). Director: Andrzej Wajda. Guión de A. Wajda, Przemyslaw Nowakowski and Wladyslaw Pasikowski, basado en una historia de Andrzej Mularczyk.  Actores: Andrzej Chyra, Maja Ostaszewska, Artur Zmijewski, Danuta Stenka, Jan Englert, Magdalena Cielecka, Agnieszka Glinska Pawel Malaszynski, Maja Komorowska, Wladyslaw Kowalski, Antoni Pawlicki, Agnieszka Kawiorska, Sergey Garmash, Joachim Paul Assböck, Waldemar Barwinski, Stanislawa Celinska.




 
Averías irreparables
 
—oOo—


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Se aceptan opiniones alternativas, e incluso coincidentes: