martes, 15 de diciembre de 2009

Imaginación, memoria y narración

(Notas de y sobre La loca de la casa, de Rosa Montero, 2003; Punto de Lectura, 2007)

"Me he acostumbrado a ordenar los recuerdos de mi vida con un cómputo de novios y de libros" (9). El orden de los recuerdos no es cronológico, sino que lo dará la narración; un orden imaginativo por tanto, ya que los capítulos del libro de Rosa Montero se centran en torno a alguna cuestión dictada temática o ensayísticamente. La memoria es el tercer ingrediente que se suma en este libro a "narración" e "imaginación", o el cuarto si sumamos los novios, y el quinto si contraponemos el presente al pasado, la niñez a la madurez (el paso de enana a mujer, dice Montero que la obsesionan los enanos, igual es por no tener hijos, vaya usted a saber...). 


En todo caso, la autora borra sus huellas en lo que se refiere a novios y recuerdos; empezamos suponiendo que es un libro en primera persona fiable, de la autora "real" Rosa Montero, y luego resulta que esa Rosa Montero está parcialmente ficcionalizada, o al menos lo está su vida y su hermana gemela Martina, sin duda imaginaria, tan imaginaria como su desaparición de unos días cuando era niña. Y desde luego está ficcionalizada su aventura erótica frustrada con un famoso actor extranjero, narrada en varias versiones, todas con final más o menos malo en la despedida y en el reencuentro años más tarde, con la distancia del olvido y la madurez y el desencanto y el desenamoramiento. Es con el tema éste del actor donde (sin saber nada de Rosa Montero) primero te preguntas si es que le falla la memoria a la autora, o si te cuenta una bola, o si (finalmente la opción elegida) todo forma parte de un plan novelístico para combinar el ensayo y la ficción autobiográfica. 

En fin, uno supone, no sabe bien por qué, que la ficción o mentira se limita a los novios y hermanas y recuerdos de infancia (no todos, ni de lejos)—pero que en ningún caso llega a los libros que acompañan a los novios en esa frase inicial.  Que si Montero nos dice que le impresiona tal autor, "la conmovedora y trágica Carson McCullers", etc., suponemos que eso no es ficción: tiene ésta un campo honesto al que aplicarse, la vida e identidad pública, y uno que sería, suponemos, ilegítimo, las ideas, gustos y sentimientos de la autora. Y su imaginación. ¡Con la estética y la ética no se hace ficción! Ni con la imaginación, aunque suene paradójico.... O al menos no parece hacerla Montero, ése sería un juego completamente distinto del que parece ventilarse en este libro. Pero me pierdo. No quería comentarlo ni criticarlo, sino recopilar las reflexiones de Rosa Montero sobre la invención y el arte de la narración, que me han parecido muy vívidas y vividas, además de certeras e interesantes. Y, como digo, creo que son, éstas sí, de Rosa Montero, y no de una narradora no fiable que se haga pasar por ella.

La infancia en las novelas rusas, tan llena de detalles luminosos, como vistos en una bolita de cristal.... A Montero le parece sospechosa esa memoria, a mí también—y así pasamos a la imbricación de narración e invención que es el centro de sus reflexiones:

"Son tan iguales esas paradisíacas infancias que una no puede menos que suponerlas una mera recreación, un mito, un invento.
   Cosa que sucede con todas las infancias, por otra parte. Siempre he pensado que la narrativa es el arte primordial de los humanos. Para ser, tenemos que narrarnos, y en ese cuento de nosotros mismos hay muchísimo cuento: nos mentimos, nos imaginamos, nos engañamos." (10)

Sobre la narración como arte primordial de los humanos, puede que no sea una exageración de novelista. Ver aquí—"Lo específicamente humano".

"De manera que nos inventamos nuestros recuerdos, que es igual que decir que nos inventamos a nosotros mismos, porque nuestra identidad reside en la memoria, en el relato de nuestra biografía. Por consiguiente, podríamos decir que los humanos somos, por encima de todo, novelistas, autores de una única novela cuya escritura nos lleva toda la existencia y en la que nos reservamos el papel protagonista. Es una escritura, eso sí, sin texto físico, pero cualquier narrador profesional sabe que se escribe, sobre todo, dentro de la cabeza" (11)

Nuestras vidas son relatos
, que van a dar al final... o al amar, o al desamar, que es el morir.... (bueno, a veces). Montero dice que en La Loca de la casa habla de vida y literatura porque para ella (y para nosotros) están mezcladas—vida y lectura, y escritura, sueños e imaginación, ficciones contenidas en la realidad, y realidad ficcionalizada en las ficciones realistas. Y la ficción de la supuesta realidad:


"poco a poco fui advirtiendo que no podía hablar de la literatura sin hablar de la vida; de la imaginación sin hablar de los sueños cotidianos; de la invención narrativa sin tener en cuenta que la primera mentira es lo real." (11)

También esto es una metáfora literalmente cierta, en cierto modo al menos. Gracias al lenguaje que la conforma y modela, o por su culpa, toda la realidad es para nosotros realidad virtual.

Y muy especialmente la vida infantil, dice Montero—entramos en la vida sin distinguir muy bien lo real de lo soñado (18), y nunca llegan a separarse del todo, sobre todo para el escritor, que a través de la inventiva está en contacto con tantas pulsiones subterráneas.

"Las novelas, como los sueños nacen de un territorio profundo y movedizo que está más allá de las palabras. Y en ese mundo saturnal y subterráneo reina la fantasía" (27).

Otro lazo que une amor y literatura (aparte de la ficcionalización del ser amado....) sería una cierta narratividad del enamoramiento, experiencia que promete una culminación... como la vida por otra parte, que también parece que nos va a llevar a una culminación que si no está aparente hay que inventársela en el más allá....

"Ni que decir tiene que esa culminación nunca se alcanza, ni en el amor ni en la narrativa; pero ambas situaciones comparten la formidable expectativa de sentirte en vísperas de un prodigio" (13)

—y debe ser esa sensación el prodigio en sí, el waiting for the miracle, porque si no, nos podríamos quejar prosaicamente de fraude.  El enamoramiento y la pasión creadora, dice Montero, nos desvían la mirada de la muerte y nos sacan del tiempo.

"También eres eterno mientras inventas historias. Uno escribe siempre contra la muerte." (13)

Algo que supongo se aplica incluso a esos escritores que como Beckett escriben siempre al borde de la muerte y desengañados de las historias. Sería el suyo un optimismo liminal—donde el optimismo y el pesimismo pierden su honesta diferencia.

"Hay un momento en que todo viaje se convierte en una pesadilla" (26)—supongo que esto incluye al viaje de la vida. Esa frase, unida a una anécdota infantil, llevó a Montero a escribir Bella y oscura, nos dice, pero igual es mentira, porque todo lo cambiamos retroactivamente:

"Visto aquel asunto desde hoy, con la perspectiva del tiempo, puedo añadir sensatas y profusas explicaciones, porque la razón posee una naturaleza pulcra y hacendosa y siempre se esfuerza por llenar de causas y efectos todos los misterios con los que se topa, al contrario de la imaginación (la loca de la casa, como la llamaba Santa Teresa de Jesús), que es pura desmesura y deslumbrante caos" (27).

No me hagáis mucho caos, pero igual el orden de las cosas es imaginario. Y qué no habremos escrito aquí sobre la distorsión retrospectiva, y la perspectiva superior del que mira atrás, cara y cruz de la misma moneda, de la organización de la vida pasada que llevamos a cuestas—que nos sale cara a veces, o que es una cruz.

Somos muchos, y quizá tengamos muchas vidas posibles o imposibles. Ser novelista para Montero es ser consciente de eso y vivirlas en cierto modo, "los narradores somos seres más disociados o tal vez más conscientes de la disociación que los demás" (28). Pueden inventar otras vidas, además de la propia, y reflejarse en ellas. Ningún espejo nos enseña toda nuestra imagen, claro.

Más ideas que le pasan por la cabeza a Montero: que, ah, las escribe pero eso le desagrada, porque "Una idea escrita es una idea herida y esclavizada a una cierta forma material; por eso da tanto miedo sentarse a trabajar, porque es algo de algún modo irreversible" (49). Sí, eso de la procrastinación lo entiendo, habla Montero mucho y bien sobre el proceso de escritura, o de no escritura; yo a veces también me pongo a hacer cualquier cosa antes que lo urgente, o lo irreversible—me hago un huevo frito, me lavo los calcetines... cosas también irreversibles. Y entiendo en cierto modo eso de que la letra mata al espíritu de la idea. Pero como soy poco cristiano, también entiendo lo contrario: que la letra limpia, fija y da esplendor a ideas tan nebulosas que si no por la letra no llegarían a expresarse nunca, qué digo, ni a pensarse. Y lo que es fijar, fijémonos en que lo escrito sólo está fijo hasta cierto punto. Vamos, que sobre este particular prefiero llevarle la contraria a Montero—me recuerda su defensa de una fluidez así vaga y flotante aquel debate sobre "la tiranía de la narración" una idea que refutaba yo (hoy hace tres años de eso). Para comunicar y expresar hay que dar forma, y decir algo. No hay tu tía. Luego ya lo modificaremos si procede, o lo modificará el lector a su gusto. Como decía, la escritura (no la mental que decía Montero, sino la que se saca del cuerpo) tira de las palabras, nos lleva de una idea a otra, y nos hace pensar cosas que quedarían sin pensar de no ser porque una frase que hemos escrito antes las hace salir a la luz. Pero bueno, Montero no es especialmente inconsistente en este punto, pues también le gusta ver el envés a las ideas y el otro lado de la cuestión, aunque a veces se fije especialmente en uno de los dos aspectos, y bien que hace, que no se puede estar en todo a la vez.

Por ejemplo cuando habla de los conflictos que tenemos constantes con el poder, micropoder en las relaciones personales, o poder político: "a los escritores", dice, "se nos suele notar más ese conflicto. En primer lugar, porque la crítica o el análisis honesto de las relaciones de poder forma parte de nuestro oficio" (54). Lo cual es cierto en parte, claro, y falso en parte, claro. ¿Será que quiere decir a los buenos escritores? Y hasta algunos de estos hay que se venden al poder de modo vergonzante (mira, no sé por qué se me ha pasado García Márquez por la cabeza... ah, sí, p. 57). De los malos o mediocres ni te cuento: relaciones excelentes con todo tipo de poderes y quereres se les dan genial. Y sin embargo entiendo lo que dice Rosa Montero. Sobre el compromiso del escritor:

"Para mí el famoso compromiso del escritor no consiste en poner sus obras a favor de una causa (el utilitarismo panfletario es la máxima traición del oficio; la literatura es un camino de conocimiento que uno debe emprender cargado de preguntas, no de respuestas), sino en mantenerse siempre alerta contra el tópico general, contra el prejuicio propio, contra todas esas ideas heredadas y no contrastadas que se nos meten insidiosamente en la cabeza, venenosas como el cianuro, inertes como el plomo, malas ideas que conducen a la pereza intelectual. Para mí, escribir es una manera de pensar; y ha de ser un pensamiento lo más limpio, lo más libre, lo más riguroso posible" (55-56)

Sigo presuponiendo que son éstas ideas de Rosa Montero, al menos en alguno de sus avatares vitales reales, y no de "Rosa Montero" la narradora de ficción, aunque claro que puede haber terreno gris aquí. Lo que quería matizar es que (ya lo dijo Gadamer) estamos hechos de prejuicios, y es un prejuicio contra los prejuicios, eso de quererse desembarazar de todos. Todo lo más podrías cambiarlos por otros. Hay algunos muy estrechos, que nos separan de lo que es la humanidad en general, o la sociedad que nos rodea. Pero otros prejuicios de una persona extravagante en su círculo inmediato puede que sean sanas ideas para la humanidad en general. Así que es inevitable un vaivén entre unos y otros prejuicios. Pero, ¿liberarnos de ellos así en bloque? Dios nos libere, que la humanidad misma ya es un prejuicio contra la naturaleza. Y que conste que prejuicios rancios yo los denuncio como el que más, y también los tengo como el que más. El debate está servido:

"Ir en contra de la corriente general es algo sumamente incómodo. Puede que la mayoría de las miserias morales e intelectuales se cometan por eso: por no contradecir las ideas de tus patronos, de tus vecinos, de tus amigos. Un pensamiento independiente es un lugar solitario y ventoso" (56)

Aunque eso no existe, Montero—lo que pasa es que cuando tenemos el viento a favor no nos damos ni cuenta,  y bien contentos que vamos.

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Coincidencias. Es otro efecto de sin duda de la lógica de la narratividad, la proliferación de coincidencias. Igual que atamos causas a efectos en una explicación retrospectiva, y así creamos la impresión de una lógica inexorable que conduce hasta el presente, de la misma manera es fácil descubrir coincidencias a toro pasado, siendo que todo el arte de narrar es un arte de seleccionar y subrayar. Inevitable seleccionaremos por analogía y paralelismo y relevancia actual, y así se puebla el mundo de coincidencias. Que ya lo estaba, pero no llamaban la atención ni se salían de la estadística. Para Montero, las coincidencias desbordan el mundo de la ficción e invaden, rompiendo el marco, la realidad de la escritora:

"llega un día, cuando la novela ya está muy adelantada, en el que las paredes que separan ambos mundos parecen empezar a fundirse. Yo lo llamo la etapa del embudo, porque es como si colocaras un embudo encima de la novela, de manera que todo lo que ocurre en tu vida cotidiana empieza a caer sobre lo que escribes en una explosión de coincidencias. Aunque, bien mirado, puede que suceda justo lo contrario; en realidad, el fenómeno se parece más a una inundación: la novela crece y crece hasta anegar el territorio de lo real." (65)

Un fenómeno éste que me parece a mí que tiene más que un poco que ver con la distorsión retrospectiva. El escritor da forma a un destino, en su texto, y este ejercicio de atención hace que su atención también narrativice elementos de la propia vida—tanto más cuanto muchas sensaciones, intuiciones, sentimientos de ésta son los que se han utilizado como material de construcción para la novela.

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Fantasmas. "Los fantasmas de un escritor son aquellos personajes o detalles o situaciones que persiguen al autor, como perros de presa, a lo largo de todos sus libros" (66)—como los enanos en el caso de Rosa Montero. En Bella y Oscura, por ejemplo... o, en este libro, en la portada, Rosa Montero entre enanas y enanos, ella misma una niña enana o con una extraña gemela enana. Claro que se me ocurre que en su primera aparición no son tales fantasmas, sino que sólo a base de tiempo, de repetición, de retrospección—y de coincidencias—vemos cómo los fantasmas van tomando rostro y nos enteramos de lo que nos habitaba, o de lo que nos iba a habitar y ahora nos habita, como un hábito heredado de quien fuimos.

"De modo que escribir novelas es una actividad increíblemente íntima, que te sumerge en el fondo de ti mismo y saca a la superficie tus fantasmas más ocultos. ¿Cómo no va a sentirse frágil el escritor, después de tan desaforado exhibicionismo?" (111)

 Igual estos fantasmas son de dos clases, visibles e invisibles (ya sea para el escritor, ya sea para terceros) y muchos de los fantasmas que nos rodean sólo los ven otros o sólo los verán personas aún no nacidas—en el caso de quienes vayan a ser leídos después de muertos (fantasmas ellos mismos por entonces) y que siempre son desde luego una minoría.


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Vanity Fea, y Tonta. Vuelta al exhibicionismo inherente al escritor. Le sorprende a Montero el narcisismo pueril de un autor que le gusta, Italo Calvino, sus maniobras intentando patéticamente que se lean o se vendan sus obras. Vergüenzas de la autopromoción...

"He aquí de nuevo a la vanidad asomando sus ojitos ansiosos, y una vanidad además perfectamente reconocible, porque todos los escritores somos pasto de este narcisismo loco, sólo que unos somos tal vez más conscientes del ridículo e intentamos reprimirnos y aguantarnos, mientras que otros viven su vanidad como un largo viaje sin retorno" (104).

Dice que la única manera de no caer en ella es abstenerse de su uso lo más posible—algo difícil en un mundo que la fomenta hasta el paroxismo. A mí se me ocurre otra manera, la que aquí practico, que es la parodia autocomplaciente. Supongo que los resultados son discutibles, pero siendo el blog personal un género egocéntrico por definición, no se me ocurrió mejor cosa que hacer las paces con la vanidad y llamarlo al mío Vanity Fea, en homenaje a Bunyan y Thackeray. Y al periodismo posh.

La particular, o general, vanidad de Naipaul: decía éste, "No puedo interesarme por la gente a la que no le gusta lo que escribo, pues al no gustarte lo que escribo me estás despreciando" (112). Montero: "Es una frase egocéntrica y bárbara, pero, la verdad, la entiendo..." (112). Hay que intentar no depender tanto de lo que otros digan, arguye... —Pero cómo no tener en cuenta a las personas cuya opinión nos interesa, digo yo. Que haberlas haylas, aunque sean unas brujas, o unos fantasmas.

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La Posteridad. "Ya sabemos que se escribe contra la muerte, pero la verdad es que siempre me ha sorprendido y divertido el ansia de posteridad que muestran muchos escritores" (149). A todos nos espera el olvido, pero claro, hay cuestiones de grado:

"hay una inquietud difícil de soslayar, y es la curiosidad o la preocupación por la imagen que quedará de ti en la primera resaca de tu muerte, es decir, en esos meses o incluso años en los que todavía te recuerden tras el fallecimiento. ¿Qué dirán de ti? ¿Cómo cerrarán la narración de tu vida? Puesto que nuestras existencias son un cuento que nos vamos contando a medida que crecemos, adaptándolo y cambiándolo según las circunstancias, fastidia pensar que la versión final de ese relato va a ser redactada por los demás". (151)

(Y consuela entonces pensar que en realidad no hay versión final, pues única versión final definitiva es el silencio del cosmos).

Las autobiografías, dice Montero, se encuentran todas impregnadas de una buena dosis de imaginación. Supongo que sobre todo en cuanto a la hilazón que se le da a la vida, los acontecimientos que se destacan como momentos clave, los valores simbólicos que se añaden a lugares, situaciones, momentos y personas. La narrrativización de lo vivido, para hacerlo vívido.

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La exploración y originalidad creativa:

En realidad lo que más intriga a Montero, puesta a hacerse estas cuestiones de posteridad, es "cómo la recordarán en tanto que escritora"— o más bien, puesto que unos la recordarán de una manera, otros de otra, y la mayoría no la recordarán, "¿qué me gustaría que dijeran de mí como escritora?" (153)—la respuesta es que luchó contra la facilidad, que "Nunca se contentó con lo que sabía" (154). Según los Goncourt, nos dice, "La literatura es una facilidad innata y una dificultad adquirida". Trabajo debe llevar sin duda eso de sorprenderse a uno mismo... y encima no es garantía de sorprender a los demás.  Dice Montero que escribe de manera diferente como periodista y como novelista: "en periodismo hablas de lo que sabes y en narrativa de lo que no sabes que sabes" (166). Sería una manera quizá de llegar a saber que lo sabes—o al menos de que lleguen a saberlo otros.

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Contra ciertas feministas...  Se considera Montero feminista en el sentido de "antisexista", pero señala una presuposición errónea común a los machistas y a ciertas feministas doctrinarias: "Aunque parten desde la orilla contraria, también ellas piensan que lo que escribe una mujer trata tan sólo de mujeres" (160).

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Realidad y locura. No sé si Montero se volvió loca un tiempo, con el mundo perdiendo sentido para ella, como narra aquí. Pero sí define la locura de un modo relacional y social: "La locura es vivir en el vacío de los demás, en un orden que nadie comparte" (170). No es difícil que con el tiempo vayamos descubriendo en el mundo un orden que nadie comparte, creo yo.

"Resulta curioso que la escritura pueda funcionar a modo de dique de las derivas psíquicas, porque, por otra parte, te pone en contacto con esa realidad enorme y salvaje que está más allá de la cordura. (...) La realidad no es más que una traducción reductora de la enormidad del mundo y el loco es aquel que no se acomoda a ese lenguaje". (176)

La literatura es un poco locura controlada; también la novela pone orden en el mundo: como la ciudad, dice Montero. Y sin embargo le asalta la duda de si estamos más cerca de lo real cuando tenemos una intuición del caos y del sinsentido. Vivimos una vida oficial, narrable, que nos dice quiénes somos, pero también vivimos otras vidas alternativas donde somos otras personas y donde los acontecimientos no suceden igual, como en el Tiempo desarticulado de Philip K. Dick. Así se entiende el experimento a que juega Montero aquí, narrando varias versiones de aquella aventura amorosa que la marcó a ella o a su personaje. A modo de  Historia inventada, nos sugiere la autora: pero toda la invención sale de la vida, que contiene más que la mera vida.  En el postscriptum cita a Barthes: toda autobiografía es ficcional y toda ficción es autobiográfica. 

El libro se redondea implicando al lector en esa experiencia de memoria imperfecta o alternativa, aprovechándose del pacto supuesto de que estamos leyendo ensayo, y no ficción. Es lo que algunos han llamado forma imitativa: hacer vivir al lector, en su lectura, la experiencia vital del personaje. Aquí sigue Montero un modelo que aprendió en Mercè Rodoreda, e incluye la referencia a esta autora a modo de explicación autorreflexiva. Rodoreda incluye en Espejo Roto un detalle casi subliminal, un cristal imperfecto con una burbuja—detalle que luego el lector recuerda imperfectamente cuando reaparece con variaciones:


"Muchos años y muchas páginas más tarde, el mismo personaje, tan envejecido como envilecido, vuelve a contemplar el mundo desde otra ventana. Pero hete aquí que ese cristal también tiene una tara, también muestra una pequeña burbuja, que al protagonista le recuerda algo, aunque no sabe qué. ¿Dónde había visto él con anterioridad algo semejante? Se estruja la cabeza pero no consigue atraparlo, aunque la pompa de aire le inquieta y le estremece, le rememora paraísos perdidos, promesas traicionadas, felicidades rotas. Es un mensajero del pasado y viene cargado de dolor y de melancolía. Y lo más grande, lo más maravilloso, el truco admirable de esa delicada prestidigitadora que fue Rodoreda, es que el lector siente lo mismo que su personaje; también él rememora vagamente otra burbuja cristalina aparecida con anterioridad en la novela y, aunque no recuerda cuándo ni por qué, siente que estaba relacionada con un tiempo de dicha que ahora ha terminado. En consecuencia, también el lector experimenta la nostalgia infinita, la amarga tristeza de la pérdida" (211)


Reflexividad

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