sábado, 5 de septiembre de 2009

Somos teatreros


Y no sólo los blogueros. Todos unos farsantes, y el que no, pues actor trágico. Nos dice Santayana que una vez hemos decidido quiénes somos, o nos han convencido de ello, nos dedicamos a interpretar el papel de nosotros mismos a las mil maravillas. El proceso de socialización no sólo nos da un rostro social, sino que contribuye a fijarlo, y convierte nuestras actitudes en una máscara (trágica o cómica según los casos) que llamamos "yo"... máscara que se acabará pegando a la piel, si piel había.



Pero sea alegre o triste el visaje que adoptamos, al adoptarlo y al enfatizarlo definimos nuestro temperamento soberano. A partir de ahora, y mientras continuemos bajo el hechizo de ese conocimiento de nosotros mismos, no nos limitamos a vivir, sino que hacemos una actuación; componemos e interpretamos al personaje que hemos elegido, nos ponemos los coturnos de la actitud decidida, defendemos e idealizamos nuestras pasiones, nos autoanimamos elocuentemente a ser lo que somos, gente dedicada, o burlona, o descuidada, o austera, recitamos soliloquios (ante un público imaginario) y nos envolvemos grácilmente en el manto de nuestro papel inalienable. Bajo esta vestimenta, solicitamos aplauso y esperamos morir entre el atento silencio de todos. Declaramos vivir a la altura de los magníficos sentimientos que hemos enunciado, de la misma manera que intentamos creer en la religión que profesamos. Cuanto mayores sean nuestras dificultades, mayor será el celo que le dediquemos. Bajo los principios que hemos publicado, y el lenguaje de nuestras palabras que hemos empeñado, debemos esconder asiduamente todas las desigualdades de nuestros humores y conducta, y esto sin hipocresía, ya que nuestro personaje deliberado es más "nosotros" de lo que lo es el flujo de nuestros sueños involuntarios. El retrato que pintamos así, y que exhibimos como nuestra auténtica persona, bien puede que esté trazado a la manera solemne, con columna y cortina y un paisaje en la distancia, y un dedo señalando al globo terráqueo, o al cráneo Yorick de la filosofía; pero si este estilo nos es connatural y nuestro arte es vital, cuanto más transmute a su modelo, más profundo y auténtico será el arte. El busto severo de una escultura clásica, apenas humanizando el bloque de piedra, expresará un espíritu con mucha mayor verdad que la mala cara del hombre por la mañana o sus gestos ridículos casuales. Todo el que esté seguro de lo que piensa, u orgulloso de su cargo, o ansioso por su deber, se pone una máscara trágica. Por delegación la declara ser él mismo, y le transfiere casi toda su vanidad. Mientras aún vive y está sujeto, como todo lo existente, al flujo de las cosas que le va minando su sustancia, ha cristalizado su alma en una idea, y con más orgullo que dolor, ha hecho ofrenda de su vida en el altar de las Musas. El conocimiento de uno mismo, como cualquier arte o ciencia, convierte su objeto en un nuevo medio, el medio de las ideas, en el que pierde sus antiguas dimensiones y su antiguo lugar. Nuestros hábitos animales los transforma la consciencia en lealtades y deberes, y nos volvemos "personas", o máscaras.

Este fragmento de Soliloquies in England and Later Soliloquies lo cita Erving Goffman en The Presentation of Self in Everyday Life. Mucho debe a esto la noción de face o rostro social, a la que dedica Goffman pasmosos análisis, una vez observado el teatro de lo que hay. De allí a la noción de la realidad como una expectativa autocumplida no hay sino un paso.

Y siendo la vida social "puro teatro", también es lógico que se encuentren en dramaturgos como Shakespeare ciertas intuiciones sobre cómo nos autoconstruimos imitándonos unos a otros, o imitándonos a nosotros mismos, playing ourselves.

Por tanto, cuando nos encontramos con una canción como el bolero aquél de "lo tuyo es puro teatro", habrá que preguntarse si la quejosa que lo canta será consciente de su propia máscara... Siendo que todos participamos del Gran Teatro del Mundo, la cuestión interesante pasa a ser qué grados de teatralidad, o qué estilos teatrales, consideramos aceptables en cada momento de la representación.





Espejito, espejito

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