miércoles, 7 de noviembre de 2018

Retropost (4 de noviembre de 2008): Shakespeare y los cien clones


Otra de clones. If you want somebody you can love—clone yourself! 

Esto es lo que parece sugerir Shakespeare a su narcisista amigo, el Bello Joven de los sonetos.  (Cántese con música de Bob Dylan, "Trust Yourself"). He aquí un soneto revelador de la fijación erótico-contemplativa, y de la obsesión homosocial, del Poeta:

Sonnet 6

Then let not winters wragged hand deface,
In thee thy summer ere thou be distil’d:
Make sweet some viall: treasure thou some place,
With beauties treasure ere it be self kil’d:
That vse is not forbidden vsery,
Which happies those that pay the willing lone;
That’s for thy selfe to breed an other thee,
Or ten times happier be it ten for one,
Ten times thy selfe were happier then thou art,
If ten of thine ten times refigur’d thee,
Then what could death doe if thou should’st depart,
Leaving thee liuing in posterity?
Be not selfe-wild for thou art much too faire,
To be deaths conquest and make wormes thine heire.

Una traducción libre, parafrástica y postmoderna del Sexto soneto lo versaría tal que así:

No toleres, pues, que la mano áspera del invierno desfigure el rostro del verano en ti, antes de que tu esencia haya sido destilada. Haz que tus fluidos sexuales concentrados dignifiquen algún receptáculo de cristal, probeta o matraz (u otro recipiente análogo: una madre de alquiler, mujer insignificante, deleznable de por sí, fea si es posible, y que no se mezclará contigo, que actuará como mero receptáculo neutro para tu líquido seminal— y bien afortunada puede considerarse con ello)—Resérvate, atesórate algún lugar donde guardar el genoma que codifica tu identidad única e intransferible, vuélvelo en tesoro con el tesoro de tu presencia, con el tesoro de la belleza, antes de que ésta se suicide, desperdiciándose: hazte una copia de seguridad. Usarte así a ti mismo no es un uso prohibido por las leyes (no es un préstamo abusivo el que deja contento a quien paga el interés de buena gana). Es hacer que tú mismo generes otro tú mismo, engendrándote o dándote a luz a ti mismo, para ti mismo. O, aún mejor, diez veces mejor—aunque pagases un interés de mil por cien T.A.E.—si del original que eres hicieras diez copias. Serías diez veces más feliz, con tu misma persona multiplicada por diez. Y si esos diez te reprodujesen haciendo nuevas copias, diez veces cada uno, dando figura cada uno de ellos a diez rostros idénticos al tuyo—entonces ¿qué podría hacer la muerte aunque tú te fueses, habiéndote dejado a ti mismo viviendo y multiplicándote para la posteridad? No seas testarudo, no te resistas a hacerlo, pues eres demasiado hermoso para ser conquistado por la muerte, y para darte en herencia a los gusanos.


El fluido al que se refiere el soneto al principio desarrolla y continúa la idea del soneto 5, que comparando al amado con una rosa, le dice que tras la muerte las rosas dejan su esencia transformada en perfume. Es el perfume destilado de la rosa la esencia de su belleza, y se guarda en un frasco para la posteridad, “A liquid prisoner pent in walls of glass” (Soneto 5). El frasco será, claro, por una parte, la imagen del soneto, pequeño receptáculo a prueba del tiempo, y que, es más, se reproduce por impresión de copias idénticas, ofreciendo una analogía textual al proceso de autoclonación imaginado para el amado. Como siempre en los Sonetos, la descendencia poética y la descendencia biológica son imágenes una de otra. Por otra parte, el “fluido” es naturalmente el fluido seminal, esencia del bello joven, destilación de su cuerpo, que permite su perpetuación en el futuro. Es aquí donde la misoginia que late en los sonetos asoma por primera vez su rostro. La mujer con la cual el poeta dice al amado que se case será por supuesto totalemente irrelevante desde el punto de vista emocional o erótico: es una mera nulidad, un cristal transparente, un recipiente que contiene el fluido sin mezclarse con el, es “vile” (viall) de por sí, y sólo por contacto puede volverse “sweet” en tanto que contiene o da a luz al pequeño clon. Porque lo que nace es un clon, una copia perfecta del Bello Joven: el joven no tiene un hijo suyo y de la mujer, el hijo es sólo suyo, es más, es él mismo, reeditado, reimpreso, clonado y multiplicado “to the crack of doom”. Sounds like too much of a good thing, sin duda; tanto dulzor concentrado emphalaga. Qué digo cien clones: mil, diez mil... el Bello Joven amenaza invadir la realidad con un ejército de clones, copias idénticas, inquietantes para el lector, no para el poeta, y no se sabe si esta proliferación de simulacros producto de las fijaciones eróticas del poeta es realmente preferible a la proliferación de gusanos que es su alternativa. Por suerte, la proliferación será únicamente una proliferación textual de los propios sonetos que invocan esa clonación y son su equivalente figurativo. Es también el sueño de una masculinidad que se perpetúa a sí misma sin ningún contacto de herencia genética con la mujer (ese peligro para la masculinidad); y es el sueño de una línea patrilineal perfecta, transmisión de herencia e identidad de hombre a hombre, sin interferencias de insignificantes linajes femeninos: la homosocialidad llevada a su extremo lógico, la anulación completa de la mujer en su papel vehicular entre varones idénticos a sí mismos.

En un artículo que leía hoy  (*) Peter C. Herman examina cómo Shakespeare combina imágenes de usura y de procreación, de patrimonio y matrimonio, y las sitúa en su contexto histórico, el capitalismo temprano: "Not only does the speaker entirely occlude the partner’s role, but the child is himself now an endlessly reproducible commodity" (268). La usura era condenada por la Iglesia y las costumbres aristócratas, pero era incipientemente legislada por textos legales que en un ejercicio de mala conciencia a la vez decían aborrecer de ella; era un tema contencioso y ambiguo, quizá para el propio Shakespeare, especulador y quizá prestamista que sin embargo condenaba ambas prácticas en sus obras. "The homology between usury and procreation thus instantiates a hermeneutic dilemma, an aporia, that is difficult if not impossible to resolve" (274). La usura se describe en términos de procreación contra natura, de lo que no debía procrear de por sí (el dinero), "which creates a further homology between usury and homoeroticism, a practice medieval and early modern discourse also figured as fundamentally ’unnatural’. . . . Like usury, homosexuality was often considered an abomination that threatened the very order of the universe" (275). En los sonetos de Shakespeare, el lenguaje del mercado se infiltra en el del amor y el deseo, y también ilustran las ambivalencias donde la supremacía patriarcal corre el riesgo de volverse sodomita, de tanta fijación homosocial... El homoerotismo también parece hacer peligrar el orden del universo aquí, entre la carencia de descendencia por un lado y la multiplicación especular de más y más de lo mismo por el otro; también en ese exceso parecen ventilarse algunas fantasías o pesadillas homosociales.

En cuanto a los tabués y discursos que había sobre la usura hacia 1600, no dejan de recordar en cierto modo a los actuales tabúes hacia la manipulación genética humana y la clonación: prohibición religiosa, e intereses económicos; desacralizaciones obscenas, peligro de pérdida de la identidad del alma (la del cristiano, frente al abyecto judío que sí presta con interés—también lo hacía Shakespeare)... pero la ley autoriza algunos casos, y es tal la tentación y tan pingües los beneficios, que bien lo podemos utilizar al menos como una analogía aceptable.

En otro artículo de Shakespeare’s Sonnets ("The Matter of Inwardness: Shakespeare’s Sonnets", 1999) Michael Schoenfeldt analiza el ideal de autocontrol que tan a menudo presuponen los sonetos y que los hace a veces difíciles de entender para una mentalidad moderna, que identifica este autocontrol con hipocresía o represión. Cierto es que los sonetos tempranos incitan al joven a abandonar su estéril absorción en sí mismo, "But even in those early sonnets, the young man is urged to give himself away in order cunningly to preserve himself through the techniques of heterosexual reproduction, not out of some ethical joy implicit in the virtue of giving" (318). Podríamos añadir que en cierto modo el joven, protegido ya sea entre las paredes de cristal que contienen su "esencia" o entre las límpidas líneas del soneto, estará incólume y nunca mezclado por la polución con un elemento ajeno a sí. En especial no con el elemento femenino que (en la segunda parte de los Sonetos) aportará la experiencia de la vergüenza, la duplicidad y la corrupción a este Poeta sifilítico y escopofílico.

Para Schoenfeldt Shakespeare es "clásico" en su admiración al autocontrol, la autosuficiencia y el buen gobierno de sí. Yo argüiría, sin embargo, que es moderno al mostrar (quizá en parte a su pesar) la frialdad inhumana autorreplicante a la que puede llevar el autocontrol absoluto, y también por su actitud ambivalente hacia la propia corrupción, reconociéndola y admitiéndola como el resultado de un choque entre los ideales y el deseo, un conflicto que lleva al ahondamiento y complejidad de la experiencia subjetiva. Es decir, que me sigue pareciendo en líneas generales admirable y ajustada la interpretación de Joel Fineman en Shakespeare’s Perjured Eye.




Nota

(*) Peter C. Herman, "What’s the Use? Or, The Problematic of Economy in Shakespeare’s Procreation Sonnets", en Shakespeare’s Sonnets, ed. James Schiffer (Nueva York y Londres: Garland, 2000), 263-83.




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