sábado, 24 de diciembre de 2016

Retropost #1281 (24 de diciembre de 2006): 13 lunas, 12 noches


13 lunas, doce noches

Publicado en Curiosidades. com. José Ángel García Landa

20061224123237-sunmoon.jpgCuriosidades tiene el calendario. Tenemos un sistema complicado, que junta varios ciclos: días (un ciclo solar), semanas (un ciclo lunar), años (ciclo solar otra vez). Y luego están los meses, que ni se sabe qué son, son el resultado del conflicto entre ciclos lunares y solares. Un mes es una cosa cuya definición es complicadísima desde el punto de vista astronómico, así que en la práctica se han quedado petrificados en su forma actual por una conjunción de costumbres y circunstancias históricas. Supongo que el calendario que tenemos es resultado de nuestra historia, y de cómo distintos tipos de ciclo temporal se han acumulado unos sobre otros, a medida que avanzaba el conocimiento astronómico. Ciclos más largos salieron luego, y ya no hablo de siglos etc., cosa meramente numérica, sino de las correcciones periódicas que se han de introducir al calendario para que no se descompense: los años bisiestos, y las ciclos aún mayores de ajuste del calendario gregoriano: así, si un año bisiesto cae en 00, no será bisiesto... pero sin embargo el 2000 fue bisiesto, por un pequeño ajuste de ciclo todavía más largo.

A cuenta de las fiestas de navidad, y del Twelfth Night de Shakespeare, me leía el otro día esta bonita página un tanto New Age, Time out of Time, donde habla de los ciclos del calendario y de los doce días excepcionales que van del solsticio de invierno al comienzo del año. Es normal que, habiendo doce meses, haya habido una tendencia a atribuir una relación simbólica entre estos doce días y los doce meses del año, con lo cual se crea un pequeño año fuera del año, una mise en abyme del año, que a la vez es recapitulación del año anterior y preparación del siguiente. Es un período de fiesta en el que (siendo la fiesta un tiempo especial) se suspende el tiempo normal, y las costumbres normales, y se hacen cosas extrañas: se reúne la familia, se regalan cosas, se deja de trabajar, se trata la gente en pie de igualdad, se aparcan las diferencias irreconciliables por un tiempo, se desdibujan los papeles atribuidos a los sexos... Es como si se desestructurase la sociedad para volver a reinventarse. Elementos de estas tradiciones se reconocen en Twelfth Night de Shakespeare, y aun hoy en día, en algunos buenos propósitos convencionales...

Si el solsticio de invierno es la muerte simbólica del año, el inicio de un nuevo ciclo solar sugiere estas ideas de renovación y repetición a la vez. Los accidentes de nuestra tradición pagana y cristiana han venido a dar en dos figuras simbólicas que vienen a representar al año viejo y al año nuevo, proyectándolos analógicamente a los ciclos de la vida humana: Santa Claus, como figura un tanto carnavalesca del invierno, y el Niño Jesús, como símbolo del renacer perpetuo y de la esperanza, que a la vez (por una inversión de papeles casi lógica en estas fechas) representa el lado más oficial de la navidad.

Quizá el origen de este tiempo fuera del tiempo, estos días en suspenso del año, se deba al desfase necesario entre dos celebraciones: la muerte de un año, y el nacimiento de otro. En culturas antiquísimas, prehistóricas, sin un sistema de calendario perfeccionado, el acortamiento de los días y la muerte del sol llevaba a un fin ritual de las actividades; días más tarde, cuando se hacía sensible de nuevo, siquiera mínimamente, el alargamiento de los días, seguía otra fiesta para retomar el ritmo normal de vida y poner en marcha el año de nuevo. Por otra parte, el calendario más medible para los pueblos primitivos no era el solar, sino el lunar, y había y hay un desfase inevitable e imposible de calcular entre los ciclos solares y lunares. Es posible que antes del desarrollo de la escritura y de la astronomía (dos cosas que van bastante unidas), fuese la costumbre iniciar el recuento del nuevo año mediante el procedimiento más simple: empezaría el año con la primera luna nueva después del solsticio de invierno. De ahí unos desfases y dudas a la hora de fijar el principio del año que todavía dejan huella: el año empieza, supuestamente, el uno de enero, pero la pascua militar, la vuelta al cole y otras cosas son después de Reyes, y es entonces cuando el año va arrancando realmente.

La simbología del tiempo parado puede reconocerse en los ritos germánicos mencionados en Time out of Time: la obligación de no hilar (detener las ruecas) o de no hacer girar las ruedas. El tiempo, asociado al ciclo, al movimiento circular y repetido de los astros, vuelve a rodar sólo cuando termina este tiempo especial, tiempo que no cuenta, para poder contar el resto del tiempo.

La muerte cíclica de la luna después de la muerte cíclica del sol sería el final y principio más natural del año para una cultura rural, agrícola y sin escritura. En esa fecha el calendario natural empleado, lunar y solar a la vez, se volvía a coordinar (de modo convencional), y el año nuevo empezaba en lo que (para nosotros, con nuestro calendario escrito y calculado astronómicamente) sería un día distinto cada año, moviéndose a lo largo de un tiempo de... más o menos doce días. O trece: de Navidad a Reyes, ambos inclusive, son trece días. Número molesto. Añadamos la nochebuena, que además tiene la ventaja de ser la fiesta extraoficial, y la fiesta extraoficial, ya se sabe, tiende a convertirse en la fiesta, porque el principio de la fiesta mantiene esta relación ambigua con la oficialidad.

El trece famoso. Trece apóstoles, etc. Pero astronómicamente, el asunto molesto del trece es que el año tiene trece meses lunares. O al menos doce y un trocito del decimotercero (—tiene aproximadamente 13,37 meses siderales, con respecto a las estrellas fijas, y  12, 37 meses sinódicos, con respecto a las fases lunares). Sin embargo, la mayoría de los principales calendarios (excepto el hindú, al parecer) tienen doce meses, no trece. Trece son también las menstruaciones de una mujer en un año por término medio, y la casi coincidencia del ciclo lunar y el menstrual ha llevado a toda una mitología de la cual están hechas las relaciones entre los sexos. ¿Podría verse en el rechazo al trece una especie de negativa a dejarse guiar por el calendario lunar, y por extensión, una especie de rechazo al orden femenino del cosmos? El año solar (año agrícola por excelencia, aunque también sea importante para los cazadores-recolectores) es el año masculino. El hecho de dejar la última luna fuera del tiempo, sin contar, ha llevado quizá a los curiosos desfases entre los meses y las lunas, para que sean doce los meses del año, y no trece. El mes número trece (o sus días sueltos) es el que no cuenta—al igual que no cuenta el signo del zodíaco número trece, el Serpentario). Es el mes que se reparte a días sueltos entre los demás, el que queda a la espera desde el fin del año solar hasta que comienza la nueva luna, otra vez puesta en sincronía con el sol. Todo un orden imaginario, claro, una manera simbólica de organizar el tiempo y la jerarquía de los sexos. En realidad, los solsticios, y las fases de la luna, y las menstruaciones, van cada cual a su aire. Y los hombres y las mujeres se ponen en sintonía sólo cuando Dios les da a entender, y no según el calendario. Aunque cierto es que el tema éste del doce y el trece no ayuda.






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