martes, 15 de marzo de 2016

Retropost #738 (1 de febrero de 2006): La patata transgénica


Ya se terminaban las vacaciones en ese piso, aquel día hacíamos las maletas. Era un lugar bastante ajetreado no sólo por el vecindario del inmueble (mucha consulta de médicos, hasta una clínica) sino también porque en el piso entraba de repente, por la terraza, gente que pasaba de la terraza del edificio de al lado, a veces caribeñas, esta vez una chica blanca y de aspecto serio y meditativo. Era un prostíbulo, o más bien la residencia asociada al prostíbulo, y las chicas se pasaban por la terraza para bajar por nuestra escalera y esquivar así a los guardianes que tenían apostados en la otra escalera. Yo acompañaba a ésta a la puerta, le preguntaba por qué salían, me decía que para hacer horas extras por cuenta propia. Luego me aclaraba que la juventud era una cosa muy viciosa, y que en realidad lo hacía por afición. Yo me preguntaba con cuántos hombres se iba a acostar esa misma mañana, pero al dejarla en el rellano veía que en realidad llamaba a la consulta del médico de enfrente, que decía "Ligaduras de trompas". Al volver a la cocina, estaba mi mujer preparando ya unas fiambreras para el viaje. Me decía que le pelase unas patatas, para hacer una tortilla, y yo abría una bolsa (no sé si las vamos a aprovechar todas, pensaba). Miraba por la ventana de la cocina a las ventanas de enfrente, por las que se veían los pasillos de la clínica, era un piso como el que teníamos, pero aún más amplio, los pasillos parecían anchos, tranquilos, y hacían un efecto óptico como de caminos soleados que se perdían en la distancia en un jardín, realmente bonito. Iba pelando patatas y de repente me da un vuelco el corazón, porque una de las patatas empezaba como patata pero terminaba en unos bultos que resultaban ser los dedos de un pie humano, con uñas y todo, y carne, apenas un poco deforme (el dedo gordo era demasiado largo y fino).

- ­ Puaj, ¡qué asco!, ¡mira qué horror, qué me ha salido aquí!

- ­ ¡Huy por Dios, pero qué es eso, madre mía!

- ­ Uéeeggggg...... (dice Álvaro)

Lo tiraba al cubo de la basura, que estaba ya medio lleno de mondas.

- ­ Si es que es un asco, son patatas transgénicas, ésta y las demás seguro que también, todas vienen del mismo sitio. Ahora ya no sabes lo que compras.

- ­ ¿Pero cómo es que las hacen transgénicas con genes de personas? Si eso es, no sé, casi como canibalismo, ¿es que no tienen otros genes para ponerles?

- ­ Pschá, pues me imagino que será una cosa de lo más patatera, estarán ahí en el laboratorio, y se quitan un trozo de cutis, y lo ponen ahí, lo que tienen más a mano supongo... Oye, pero esto mejor no lo vamos a tirar, Álvaro, anda, saca la patata ahí de la basura, que le vamos a hacer una foto.

- ­ Ya, ¿y por qué yo?

- ­ Anda, qué más da, ya la saco yo, mira, total ya la he tocado antes. Venga, hacerle una foto, que mientras yo me voy a preguntar a algún médico de estos a ver si les interesa para estudiarla, yo qué sé.

Salgo al rellano de los ginecólogos, y entonces pienso que igual en la clínica hay alguien que estudie estas cosas, o que conozca a alguien de la Universidad que esté en estos temas, además me atraía la idea de entrar allí, y andar por esos pasillos que veía por la ventana. Entro en la recepción de la clínica pero ahí era muy distinta la cosa, un bullicio de mucho cuidado, sobre todo alrededor de la mesa central con los recepcionistas. Voy a pasar un poco de estrangis, pero un recepcionista con aspecto un poco magrebí, de unos cincuenta años, me llama, que no puedo ir allí sin cita previa, que si tengo cita previa. Le intento explicar que sólo quería pasar un momento a preguntar si alguien estaba interesado en... (¿patatas transgénicas? - No.) Mejor le digo en anatomía patológica, o en malformaciones... ¿o quizá en genética? Me dice que sin cita previa no hago nada, le digo entonces si le podría dejar un mensaje a ese médico (sea quien sea). - ¿Un mensaje?, dice ­ - (¿Una pequeña bolsa gris o negra, con un pie fiambre dentro, o una patata con dedos, pienso yo?). Insisto, podría sólo asomarme a hacer una pregunta, ¿quién trabaja en genética? ­ - El doctor Servet. ­ - Ah, ya, sí, me suena... (sin duda descendiente del famoso... hay que ver cómo se perpetúan las dinastías de médicos, todo asunto de familia). Sorteando mucha gente, me asomo un momento a la consulta del Dr. Servet, está reunido, espero delante viendo gente paciente haciendo tiempo, niños que se entretienen, como yo, mirando una vitrina donde se exponen fósiles. Servet no sale, pero envían a preguntar por mí a un médico grandullón, con prisas, casi jadeante, con pintas de Liam Neeson, le cuento lo de la patata, si les interesa. Se entusiasma, "¡Por supuesto, por supuesto! ¡ha hecho muy bien en venir! Esto tiene mucho interés, espere un momento, por favor." Mientras entra a consultas, pienso en el hipotético precio de la patata: "no, no, no quiero nada, a mí no me interesa, si además la iba a tirar; se la doy sin más, por supuesto" ­ otros sacarán tajada, me temo. Sale Neeson, sigue acelerado pero un poco alicaído, - "Me dicen que han salido bastantes casos últimamente, pero tiene mucho interés, un pie, le acompañaré". Pero por fin no me acompaña él, sino una médica, francesa, también de buen tamaño. Pasamos a nuestro piso, donde están con la patata en el suelo, casi parece una mano cortada, pero la sorpresa resulta ser que Beatriz conocía a la médica, ¡era su vieja amiga Marie-Paule! Vaya, esto sí que no me lo esperaba, Marie-Paule... (yo no la había visto nunca). No perdía yo comba, sin embargo, y aprovechaba para concluir con la siguiente frase:

-­ Les coïncidences excessives sont, en littérature, un procédé suranné.




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